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Las mariposas siempre vuelan en febrero: memoria y rebeldía estudiantil en Medellín

El 10 de febrero de 2005 es una fecha significativa para el movimiento estudiantil en Medellín. Aquel día murieron, en medio de las protestas contra el TLC con Estados Unidos, Paula Andrea Ospina y Magaly Betancur. El proceso de hacer memoria de este hecho ha sido difícil y conflictivo. Hoy, estudiantes de la Universidad Nacional dan un nuevo paso en la lucha por su reconocimiento [Diseño de portada: Camilo Rodríguez y Daniel García Moná].  

Desde hace varios años que a la sede Medellín de la Universidad Nacional de Colombia no se le reconoce por la efervescencia de la agitación estudiantil o por masivas pedradas contra las fuerzas de policía que adornan, casi desafiantes, los alrededores del campus universitario con un enorme comando.

Pero hace poco más de un año un renovado espíritu estudiantil recorre la sede: en marzo de 2017 cientos de estudiantes se solidarizaron con la comunidad de Los Ranchitos del barrio La Iguaná ante la violenta desocupación que sufrió por parte de la alcaldía de Federico Gutiérrez, e incluso, ocuparon y resistieron con la comunidad en el coliseo del campus.

Apenas unos meses después, en mayo, los estudiantes instalaron un campamento en la cafetería central, ante la regresiva intentona de reformar el Estatuto Estudiantil por parte de la administración de la Universidad. El resultado de varios días de campamento fue el retiro de la reforma por parte de la administración y la conquista de una Cátedra Estudiantil, que hasta hoy, profundiza el debate sobre la educación y el compromiso de los estudiantes con el resto de la sociedad.

Junto a este nuevo aliento de dignidad estudiantil se ha asomado una pequeña porción de esa memoria silenciada entre chismes de pasillo, calumnias e indiferencia. Memoria de persecución, señalamientos y rebeldía. Memoria de un 10 de febrero de 2005 en que a dos jóvenes estudiantes de la sede, Paula Andrea Ospina y Magaly Betancur se les rompieron las pieles con el fuego de una explosión, para que una semana después murieran debido a las quemaduras.

Las mariposas de febrero

El 10 de febrero de 2005, un grupo de estudiantes de las universidades de Medellín se dieron cita en la Universidad de Antioquia en protesta contra el desarrollo de las negociaciones del Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos, que se reanudaron el 7 de febrero de ese mismo año en Cartagena.

Paula Andrea y Magaly hacían parte de ese grupo de estudiantes. En el accidental estallido del “laboratorio” en que se preparaban los explosivos que los estudiantes aventaban contra los antimotines, sus cuerpos fueron los más afectados y sus heridas las más profundas.

Como resultado de estas jornadas de protesta, estudiantes de la Universidad de Antioquia y de la Universidad Nacional fueron perseguidos y judicializados, varios de ellos pasaron por las salas del hospital, pero Paula Andrea y Magaly pagaron con el más alto costo, el de la vida. Más aún cuando la juventud se hace con las alas de la libertad y la rebeldía se encuentra en las variadas flores de la vida universitaria.

De ahí en adelante, algunos estudiantes las empezaron a recordar de esta forma: mariposas que volaron por las facultades de la Universidad.

Como una música en el claro tímpano de Nuestra Memoria

Luego de los sucesos del 10 de febrero, se impuso un silencio sepulcral. Gran parte de las organizaciones estudiantiles trataron de relegar el tema, eludiendo cualquier tipo de problema disciplinario o judicial.

Solo unos días después, un pequeño grupo de estudiantes decidió comenzar un proceso de memoria que años después siguió siendo perseguida, clandestinizada y estigmatizada. Quienes por primera vez decidieron plasmar a Paula Andrea y Magaly en un muro, escribieron: “Todo es un respiro, nada es lo que fue, solo está su canto. Paula Andrea y Magaly como una música en el claro tímpano de nuestra memoria”.

Desde entonces, una y otra vez los estudiantes de la Universidad Nacional intentaron recuperar, en un rifirrafe de pintura con la administración de la universidad, la memoria de sus compañeras y amigas. Y así, de generación en generación, recordar sus vidas como las de un par de mariposas, libres y frágiles, que perdieron su vida en medio de uno de los conflictos políticos más significativos para la consolidación de la actual dirigencia política y económica.

Apenas este año, 13 años luego de ocurridos los hechos, la Oficina Estudiantil U.N., con la ayuda de los artistas Daniel García Moná y Camilo Rodríguez, iniciaron la instalación de un muro de cerámica en memoria de Paula Andrea y Magaly.

El muro contiene las ya típicas mariposas. Según una miembro de la Oficina Estudiantil, no hay solo una explicación en torno a la cual eligieron conservar el símbolo de las mariposas.

La primera es que Paula Andrea, que también hacía parte de la Oficina, gustaba mucho de pintar mariposas en uno y otro lugar. La segunda, se deriva de que algunos estudiantes, antes de pretender definir la vida y la importancia de ellas a partir de los hechos del 10 de febrero, querían reivindicarlas como jóvenes universitarias, críticas y estudiosas que caminaban por los pasillos como otros y otras estudiantes. Finalmente —según se lee en viejas postales de la Oficina—, para una comunidad indígena de México, las mariposas eran el símbolo de los guerreros reencarnados tras las batallas contra el invasor.

Para los estudiantes de la Universidad Nacional, en últimas, la construcción de este muro no solo significa el establecimiento permanente de un lugar de memoria dentro del campus. También es ganarse una parte del reconocimiento, que la administración le negó y le sigue negando por décadas, a las luchas y rebeldías del movimiento estudiantil de la sede, a su solidaridad, a sus preocupaciones, sus muertos y sus tristezas.