Un 20 de julio con el Bloque Popular de Salud
El pasado 20 de julio una gran movilización nacional convulsionó la añeja mitología nacional. La efeméride independentista se transformó en un día para reintroducir el antagonismo en nuestros imaginarios históricos. En este contexto, estuvimos junto al Bloque Popular de Salud para vivir un 20 de julio a su estilo. Una crónica para Lanzas y Letras.
“¡Otro día más en Usme!”, escuché gritar a un manifestante en medio de lo que para mí era una pedrada casi impensable. Por momentos parecía que la tierra se levantaba en avalancha contra la policía, para luego retroceder al sonar de aturdidoras que le hacían un fondo musical al lento flotar del lacrimógeno. “Esto no puede ser «otro día más»”, pensé. Pero lo era.
Hacía apenas unas horas que había llegado a Bogotá invitado por el Bloque Popular de Salud. Era la primera vez que hacía de cronista de un 20 de julio en la capital. Afortunadamente, para mí, hace mucho tiempo que el ritual de ensalzar año tras año la mitología nacional había pasado de moda.
Aún así, intenté estar temprano en la casona del tacaño Llorente, hoy convertida en Museo de la Independencia. Pero para mi sorpresa estaba acordonada, rodeada de inquisitivos policías que celosamente custodiaban todo el centro histórico de la ciudad. El mismísimo suelo donde acontenció el grito de independencia cercado por una decena de uniformados. “Este no es un 20 de julio corriente”, me dije, y no lo era.
***
El Bloque había llegado desde Medellín invitado a reforzar la labor de grupos de paramédicos locales que, en casi tres meses de paro nacional, han florecido en casi todas las ciudades del país. Y es que la cosa no es para menos. Ya no es fácil seguir el registro de asesinatos, desapariciones y abusos cometidos por la fuerza pública en las manifestaciones.
En ciudades como Cali, Bogotá o Medellín ya es habitual ver grupitos de cascos con la distintiva “Estrella de la vida” pasearse habilidosamente por el paisaje de la protesta social. Los componen voluntarios de la rama de la salud que se han visto atraídos por el terremoto emocional que sobrevino tras el inicio de las movilizaciones populares el pasado 28 de abril.
No es fácil prever cuántas tragedias se han evitado gracias a colectivos como el Bloque Popular de Salud. Solo hay que observarlos trabajando. Corren de un lado a otro con cascos, chalecos, equipo médico, máscaras antigases y gafas de protección. Instalan verdaderos hospitales de guerra en los que atienden a los pacientes más delicados. Van por ahí, en medio de la confrontación, a la espera de un desgarrador grito: “¡herido!”, “¡médicos!”, “¡APH!”.
Pero una cosa es verlos desde afuera, y otra desde dentro. Acostumbrados a un sistema de salud precario y mediocre, una experiencia como la del Bloque resulta ser todo un acontecimiento. Si alguien, como yo, ha logrado estar en un hospital tanto tiempo como para asimilar las rutinas de los pabellones, y lo suficientemente sano como para observar las reglas tácitas de los procedimientos clínicos, notará cuán jerárquico, unilateral y subordinante puede ser el ejercicio del cuidado médico.
Por el contrario, en la instantánea que guardo del Bloque las distinciones profesionales, los escalafones institucionales, los egos y las envidias a las que nos acostumbraron las series médicas, se pierden en el propósito máximo de proteger la vida de quienes, de una forma u otra, terminan afectados en las protestas. El Bloque come, discute, planifica, duerme y se arriesga junto.
***
La historia de nuestra independencia está hecha de exageraciones, Usme no. El Puente de Boyacá, sede de la batalla más importante de la gesta libertadora, es en realidad una pequeña plataforma que pasa por encima de un charco helado. Pero la vía al llano que atraviesa a la localidad de Usme es una inmensa avenida que atropella la geografía de unos enormes barrios ocultos entre las montañas. A la altura de “la Y”, a unos metros del recientemente bautizado “Puente de la Dignidad”, se desarrollan increíbles batallas que no registran los manuales de historia.
Y en una de esas vine a parar yo. Me habían advertido sobre las noches frías y beligerantes de Usme, en la memoria de la gente permanecía fresco un tropel que logró extenderse por más de 22 horas. Algunas Primeras Líneas se habían dado cita a la altura de “la Y”, mientras que en el puente se desarrollaba un conmovedor concierto con la participación de la minga indígena, las abuelas y las infancias de barrio.
Lo que a un lado era tranquilidad y jolgorio, en el otro se transformaba en tensión y estruendos. Cuando la policía avanzaba hacia el concierto, las Primeras Líneas cerraban fila bloqueando la avenida con escudos y gritos. Este ir y venir de muchachos y muchachas encapuchadas era, a pesar de todo, el único respaldo de que la música pudiera seguir sonando. Creíamos que muy pronto las confrontaciones reemplazarían al concierto, y así fue.
El Bloque instaló un punto fijo de atención a unas calles de distancia, los grupos de extracción de heridos se precipitaron a recorrer esas calles aún desconocidas. Uno no podría decir que la juventud de Usme fue a buscar tropel contra el Esmad, más bien el tropel les llegó al barrio. No sonaban las consignas universitarias a las que yo estaba acostumbrado, nadie corría desubicado ante la incertidumbre de no saberse en su hogar. Volaban piedras y palos, pero también zapatos viejos, bolsas de basura, cortinas y otros artilugios más propios de un domingo en la casa de la abuela.
El tropel sucedía con el barrio, no a pesar del barrio. Apartamentos, unidades residenciales, parques y tiendas hacían de retaguardia y escampadero. Las calles eran una extensión del entorno doméstico, y Usme parecía más un organismo vivo bregando a expulsar a pedradas a un agente extraño y virulento.
El tropel era una escena casi familiar, y nosotros apenas éramos una visita más. Recuerdo que en medio del aturdimiento y el dolor de un golpe, una chica convaleciente solo atinó a preguntarnos que “de dónde son ustedes” y que “por qué hablan tan lindo”. Estábamos bailando en casa ajena el vals de la independencia.
***
Fueron más de 12 horas en las que el Bloque cosió, inyectó, curó y vendó a decenas de personas heridas. Llegada la madrugada el tufillo del 20 de julio ya había desaparecido, y la resaca del día después había tomado la forma de una permanente persecución por parte de uniformados de la policía.
Nos requisaron, nos escoltaron, nos grabaron y fotografiaron nuestros rostros y cédulas. Es la paga que reciben los profesionales populares de la salud.
Al final de cuentas al día siguiente el mundo siguió su curso habitual. El barrio no parecía un campo de batalla, y todos hacían como que nada hubiera pasado… “otro día más en Usme”, pensé.