Carlos Darío Pedraza Santillán
Así de entrelazadas como sus nombres en el título de esta nota están las historias de Carlos Pedraza y Darío Santillán. Hoy, 19 de enero, se cumple un año más de la desaparición de Carlos; un día antes en la Argentina conmemoraron el que hubiera sido el cumpleaños de Darío: eran del mismo año, tenían la misma edad. Entre todo lo que tienen en común, se destacan las luchas por la memoria y la justicia que siguieron a sus crímenes.
Por Pablo Solana*. En Colombia, semana tras semana, se suceden asesinatos de líderes o lideresas comunales (“militantes sociales” se diría en la Argentina). En el país donde nació Darío Santillán, a la vez, hubo otros crímenes políticos después del suyo; encarcelamientos y persecuciones se suceden por estos días de ajuste y represión. A lo largo de toda Nuestra América, especialmente en países con gobiernos neoliberales, militantes populares son víctimas de persecución y muerte cuando los de arriba necesitan disciplinar la resistencia social. ¿Por qué entonces elegir las figuras de Carlos y Darío entre las de tantas compañeras y compañeros caídos, asesinados por luchar?
´Pedagogos constantes´
Eran jóvenes cuando los mataron, Darío más que Carlos, aunque ambos eran del 81, tenían la misma edad. Pero nacieron en países distantes, vivieron realidades políticas disímiles. Sus opciones de vida, sus militancias, sus crímenes y lo que les siguió tienen, sin embargo, más en común de lo que a simple vista parece.
Juventud y responsabilidad militante eran características destacables en Carlos, que era parte del equipo de coordinación del Movimiento Político y Social de Masas del Centro Oriente, organización regional del Congreso de los Pueblos de Colombia. Darío era uno de los delegados con responsabilidad no sólo en Lanús, la localidad del sur del Gran Buenos Aires donde vivía y militaba, sino en la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, que ya se proyectaba como organización nacional.
La Comercializadora El Zipa, que impulsaba Carlos en Bogotá, le implicaba un trabajo solidario, destinado a fortalecer los proyectos autogestivos de pequeños productores, como parte de una mirada política y emancipatoria de la economía popular. Darío, en el Barrio La Fe, concentraba su energía en un trabajo autogestivo de elaboración de ladrillos de hormigón para la construcción, como parte de los “proyectos productivos” del Movimiento de Trabajadores Desocupados de su barrio, en Lanús.
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Un compañero cuenta:
“Era una persona muy coherente con sus principios organizativos, juicioso y disciplinado. Tenía un don de gente impresionante; era un líder de barrio y a la vez estaba en espacios de liderazgo nacional; empalmaba muy bien la práctica y la teoría”.
¿Habla de Darío y su militancia en el Gran Buenos Aires, o de Carlos y su compromiso en Bogotá? Solo podremos saber a cuál de los dos jóvenes se refiere cuando un localismo nos dé la pista. Sigue el compañero: “Era un pedagogo constante, de esos que ´parchan´ con los chicos en el barrio y les enseñan, y de los que también están en espacios de discusión para tener debates cualificados con el Gobierno Nacional”. Era Carlos quien ´parchaba con los chicos´; Darío, en cambio, ´ranchaba con los pibes´… uno en los barrios de los cerros de Bogotá, el otro en las barriadas del conurbano bonaerense. Tan lejos y tan igual…
Luchas por memoria y justicia que contagian
También sus crímenes tienen rasgos en común, si bien las circunstancias particulares fueron distintas.
Darío, joven referente del movimiento piquetero en la Argentina, fue fusilado por la espalda en el marco de la represión a una masiva movilización social. Carlos fue desaparecido en Bogotá y su cuerpo apareció con un disparo en la nuca en un lugar distante, dos días después, víctima de una modalidad operativa afín al paramilitarismo. Pero ambos crímenes tuvieron un sentido político que pudo ser interpretado con claridad en su contexto: la represión y los asesinatos en Buenos Aires en 2002 debían marcar un “hecho aleccionador” contra la protesta social de entonces; el crimen de Carlos en 2015 apuntó a “amedrentar” al movimiento social colombiano en una coyuntura todavía dificultosa de los acuerdos de paz.
Pero, así como sus asesinatos tienen lógicas represivas en común, la lucha por la memoria y la justicia, en uno y otro caso, tienen también mucho por contagiarse, y contagiar.
Tras el asesinato de Darío (junto a Maximiliano Kosteki, otro joven militante del Movimiento de Trabajadores Desocupados) se sucedieron las protestas hasta que el gobierno de entonces debió renunciar. Pero más importante que eso: la memoria permanente y el reclamo por justicia se instalaron en la realidad social y política del país con la misma convicción y tozudez con que militaba Darío, ahora contagiada a su hermano Leo y a su padre Alberto, que se pusieron al frente de una lucha que en junio va a cumplir 15 años sin aflojar.
En estos dos últimos años, en Colombia, el Congreso de los Pueblos acompañó permanentemente a la familia de Carlos, en especial a su hermano Gustavo, quien soportó amenazas aun en los días más difíciles. Por aquellos días de enero y febrero de 2015 se logró que la denuncia ocupara el espacio político y social, lo que es un doble mérito en una sociedad en parte anestesiada por la seguidilla de crímenes impunes y la idea de que nada se va a aclarar.
Al igual que Gustavo en Colombia, Leo y Alberto, en la Argentina, estuvieron siempre acompañados por los movimientos populares que hicieron del reclamo de justicia una bandera ética y política (en particular la organización que nació tiempo después, y que agrupó a diversos sectores sociales bajo el nombre del joven militante, el Frente Popular Darío Santillán).
Tras años de una constante acción social y cultural, en Buenos Aires se logró cambiar el nombre de la principal estación de trenes del conurbano sur, Avellaneda, donde se cometieron los crímenes, y que ahora lleva oficialmente el nombre de los dos pibes asesinados: Maximiliano Kosteki y Darío Santillán.
En Bogotá, la construcción de una memoria colectiva, activa, denunciante, a partir del asesinato de Carlos, dio sus primeros pasos firmes en estos dos años. Nos cuenta Gustavo, su hermano: “Empezamos una campaña permanente de denuncia, actos en todos los lugares donde nos fue posible; así nació la idea de crear ´Un canto desde el sur por la memoria de Carlos Pedraza´, y haremos este próximo fin de semana un campamento cultural, con música, poesía, pero también de denuncia, no sólo por este caso sino de diferentes casos de violaciones a los derechos humanos”. Como Carlos se licenció en Ciencias Sociales en la Universidad Pedagógica Nacional, allí realizaron un gran mural y bautizaron la Plaza de la Solidaridad con la correspondiente placa que ahora lleva como nombre ´Carlos Alberto Pedraza´; pero otro mural fue realizado en la Universidad de los Llanos, y algunos más en los barrios que él frecuentaba. “En general, estamos en todas las movilizaciones”, agrega Gustavo, mientras aprovecha la charla para –sabiendo el sentido de esta nota– pedir que por favor hagamos llegar su solidaridad a los familiares de Darío Santillán.
En el largo recorrido por justicia para Darío y Maxi, se lograron pasos inéditos, aun para la frondosa historia de lucha por los Derechos Humanos en la Argentina: en un primer juicio se logró la más alta condena (reclusión perpetua) a un Comisario Mayor de la Policía Bonaerense, lo que, entre la dureza de la pena y el rango de Jefe del acusado, nunca había pasado por crímenes en democracia. Aún hoy, casi 15 años y 4 gobiernos después, se mantiene vigente el reclamo para que se realice un nuevo juicio, que esta vez logre condenar a los responsables políticos de la represión y las muertes, empezando por el expresidente Eduardo Duhalde, quien no pudo recomponer su carrera política al ser permanentemente “escrachado” (hostigado) en sus apariciones públicas por quienes reclaman justicia por Maxi y Darío.
En Colombia el camino para reclamar justicia en caso de crímenes contra líderes del movimiento social es mucho más arduo. Por la cantidad y frecuencia dolorosa de casos, por las amenazas recurrentes a quienes alzan la voz, por el blindaje que el sistema institucional (político, jurídico, comunicacional) otorga a fuerzas de seguridad o paramilitares por igual. Explica Gustavo: “Las investigaciones no avanzaron. Lo que sabemos es a grandes rasgos, porque el paramilitarismo es quien maneja las piolas de este país, y eso no ha permitido que las cosas avancen. La idea de nosotros es encontrar la verdad y la justicia, tienen que pagar los autores materiales e intelectuales, esto no puede quedar así”.
Los anhelos de justicia son tan parecidos que, cuando se encuentren Alberto, Leo y Gustavo (esperemos que pronto), de seguro hermanarán aún más sus convicciones, habrá mucha experiencia que transmitir y compartir, mucha energía y mucha lucha en común para potenciar.
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¿Por qué elegir, entre las historias de tantas compañeras y compañeros caídos, las de Carlos y Darío?, nos preguntábamos al inicio de esta nota. También para responder a esa pregunta pensamos en ellos, militantes, solidarios, sensibles, decididos: porque de eso se trata, de contagiar, de irradiar convicciones y energía para que Nunca Más nos venza la impunidad.
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* Pablo Solana es editor de Lanzas y Letras y de La Fogata Editorial, integrante del Instituto José Martí de Bogotá – Escuela Nacional Orlando Fals Borda – Colombia.