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La revolución contra “El capital”. Un texto de Antonio Gramsci a propósito de la revolución de octubre

El siguiente texto es uno de los imprescindibles de Antonio Gramsci. Escrito al calor de la revolución rusa, Gramsci no escatimó en usar la experiencia de octubre en contra de los canones del marxismo (oficial) de la época, cuyas premisas “revolucionarias” no eran más que un mecanisismo economicista: una relación lineal entre estructura y superestructura. El proletariado ruso enseñó a la humanidad, por el contrario, que la historia siempre está por hacerse, y, que de esperar por la revolución, podemos quedarnos sentados esperando varias eternidades.

Al marxismo, tradicionalmente, se le ha acusado de ser economicista —quizás por desconocimiento o por los sentimientos que arden en cualquier conversación que revive la memoria de Marx, bajo cualquier contexto—. Para quienes se afanan y esgriman con estas acusasiones, el marxismo no consiste en algo más que en una relación mecánica, aunque de un solo sentido, entre la organización de la economía y el resto de la vida social humana. Para sorpresa de algunos, dichas ideas se fundamentan en un marxismo primegenio, prematuro, que solo conocía una pequeña parte de la obra de Marx y Engels, pues los casi 50 libros de sus obras completas no empezaron a ser publicados hasta 1932 con la aparición de los “Manuscritos Económico-filosóficos”. Hoy tenemos la posibilidad de conocer las ideas de estos dos alemanes a través de borradores no publicados mientras vivían, de su correspondecia, e incluso podemos leer uno que otro poema que guardaron para su intimidad, y darnos cuenta que el pensamiento de Marx y Engels tiene poco de economicista, aunque sí mucho de económico.

Las organizaciones socialistas y comunistas hacían con lo que tenían a su alcance durante el primer tercio del siglo pasado. Del mismo modo sucedía con los interesados en darle continuidad al pensamiento de Marx y Engels. Y fue quizás por la inconclusa, pero más grande obra de Marx, por decir algo, que emergieron diversas y antagónicas interpretaciones de su teoría revolucionaria. Algunas de estas fueron convertidas en estrictos dogmas, catecismos rígidos para quienes quisieran incluirse en la nueva intelectualidad europea. Se trataba de un aburguesamiento del marxismo.

En este estado generalizado del pensamiento marxista es en el que Gramsci escribe este precioso primer balance de la revolución de octubre, que a su vez es una fuerte crítica contra quienes pensaban que el materialismo histórico es sinónimo de “desarrollismo”, “evolucionismo” o “etapismo”. Y sus filosas palabras las tenemos hoy para educarnos en el socialismo como herramienta útil y necesaria para transformar la realidad. Su feroz oposición contra el mecanicismo recuerda a las críticas que hacía Marx en 1845 contra el materialismo contemplativo de Feuerbach y los jóvenes hegelianos. Los hechos de octubre parecían haber gritado aquella famosa tercer tesis: ¡El educador debe ser educado! Y la experiencia obrera en Rusia sí que podía educar, como nos lo muestra Gramsci.

De esto se trata “vivir el pensamiento marxista”. La experiencia revolucionaria pone patas arriba los cánones con los que se piensa el mundo del futuro. Los revolucionarios rusos no aguardaron a que llegara el capitalismo en su país para tomar el cielo por asalto. Octubre y Gramsci nos recuerdan que todo puede hacerse hoy.

La revolución contra “El capital”*

La Revolución de los bolcheviques se ha injertado definitivamente en la Revolución general del pueblo ruso. Los maximalistas, que hasta hace dos meses habían sido el fermento necesario para que los acontecimientos no se estancaran, para que no se detuviera la marcha hacia el futuro produciendo una forma definitiva de reajuste —reajuste que habría sido burgués—, se han hecho dueños del poder, han asentado su dictadura y están elaborando las formas socialistas en las que tendrá que acomodarse, por último, la Revolución para seguir desarrollándose armoniosamente, sin choques demasiado violentos, partiendo de las grandes conquistas ya conseguidas.

La Revolución de los bolcheviques está más hecha de ideología que de hechos. (Por eso, en el fondo, importa poco saber más de lo que sabemos ahora). Es la Revolución contra El capital, de Karl Marx. El capital, de Marx, era en Rusia el libro de los burgueses más que el de los proletarios. Era la demostración crítica de la fatal necesidad de que en Rusia se formara una burguesía, empezara una era capitalista, se instaurase una civilización de tipo occidental, antes de que el proletariado pudiera pensar siquiera en su ofensiva, en sus reivindicaciones de clase, en su revolución. Los hechos han superado las ideologías. Los hechos han provocado la explosión de los esquemas críticos en cuyo marco la historia de Rusia habría tenido que desarrollarse según los cánones del materialismo histórico. Los bolcheviques reniegan de Karl Marx, afirman con el testimonio de la acción cumplida, de las conquistas realizadas, que los cánones del materialismo histórico no son tan férreos como podría creerse y como se ha creído.

Y, sin embargo, también en estos acontecimientos hay una fatalidad, y si los bolcheviques reniegan de algunas afirmaciones de El capital, no reniegan, en cambio, de su pensamiento inmanente, vivificador. No son «marxistas», y eso es todo; no han levantado sobre las obras del maestro una doctrina exterior de afirmaciones dogmáticas e indiscutibles. Viven el pensamiento marxista, el que nunca muere, que es la continuación del pensamiento idealista italiano y alemán, y que en Marx se había contaminado con incrustaciones positivistas y naturalistas. Y ese pensamiento no sitúa nunca como factor máximo de la historia los hechos económicos en bruto, sino siempre el hombre, la sociedad de los hombres, de los hombres que se reúnen, se comprenden, desarrollan a través de esos contactos (cultura) una voluntad social, colectiva, y entienden los hechos económicos, los juzgan y los adaptan a su voluntad hasta que esta se convierte en motor de la economía, en plasmadora de la realidad objetiva, la cual vive entonces, se mueve y toma el carácter de materia telúrica en ebullición, canalizable por donde la voluntad lo desee, y como la voluntad lo desee.

Marx ha previsto lo previsible. No podía prever la guerra europea, o, mejor dicho, no podía prever que esta guerra habría durado lo que ha durado e iba a tener los efectos que ha tenido. No podía prever que en tres años de sufrimientos indecibles, de indecibles miserias, esta guerra iba a suscitar en Rusia la voluntad colectiva popular que ha suscitado. Una voluntad de esa naturaleza necesita normalmente para constituirse un largo proceso de infiltraciones capilares, una larga serie de experiencias de clase. Los hombres son perezosos, necesitan organizarse, exteriormente primero, en corporaciones y ligas, y luego íntimamente, en el pensamiento, en las voluntades […] de una continuidad incesante y múltiple de estímulos exteriores. Por eso normalmente los cánones de crítica histórica del marxismo captan la realidad, la aferran en su red y la tornan evidente y distinta. Normalmente las dos clases del mundo capitalista producen la historia a través de la lucha de clases en constante intensificación. El proletariado siente su miseria actual, se encuentra constantemente sin asimilar por ella y presiona sobre la burguesía para mejorar sus condiciones. Lucha, obliga a la burguesía a mejorar la técnica de la producción, a conseguir que esta sea más útil para que resulte posible la satisfacción de sus necesidades más urgentes. Es una afanosa carrera hacia el perfeccionamiento que acelera el ritmo de la producción e incrementa constantemente la suma de los bienes que servirán a la colectividad. En esa carrera caen muchos y dan más urgencia al deseo de los que se mantienen, y la masa está constantemente agitada, y va pasando de caos-pueblo a entidad de pensamiento cada vez más ordenado, y cada vez es más consciente de su potencia, de su capacidad de hacerse con la responsabilidad social, de convertirse en árbitro de sus propios destinos.

Eso ocurre normalmente. Cuando los hechos se repiten según cierto ritmo. Cuando la historia se desarrolla según momentos cada vez más complejos y más ricos en significación y valor, pero, a pesar de todo, semejantes. Mas en Rusia, la guerra ha servido para sacudir las voluntades. Estas, a causa de los sufrimientos acumulados en tres años, se han encontrado al unísono mucho más rápidamente. La carestía era acuciante, el hambre, la muerte de inanición podía afectarles a todos, aplastar de un golpe a decenas de millones de hombres. Las voluntades se han puesto al unísono, primero mecánicamente y luego activamente, espiritualmente, a raíz de la primera revolución.

La predicación socialista ha puesto al pueblo ruso en contacto con las experiencias de los demás proletariados. La predicación socialista permite vivir dramáticamente en un instante la historia del proletariado, sus luchas contra el capitalismo, la larga serie de los esfuerzos que ha de realizar para emanciparse idealmente de los vínculos del servilismo que hacían de él algo abyecto, para convertirse así en consciencia nueva, en testimonio actual de un mundo por venir. La predicación socialista ha creado la voluntad social del pueblo ruso. ¿Por qué había de esperar que se renovase en Rusia la historia de Inglaterra, que se formase en Rusia una burguesía, que se suscitara la lucha de clases y que llegara finalmente la catástrofe del mundo capitalista? El pueblo ruso ha pasado por todas esas experiencias con el pensamiento, aunque haya sido con el pensamiento de una minoría. Ha superado esas experiencias. Se sirve de ellas para afirmarse ahora, como se servirá de las experiencias capitalistas occidentales para ponerse en poco tiempo a la altura de la producción del mundo occidental. América del Norte está, desde el punto de vista capitalista, por delante de Inglaterra, precisamente porque en América del Norte los anglosajones han empezado de golpe en el estadio al que Inglaterra había llegado tras una larga evolución. El proletariado ruso, educado de un modo socialista, empezará su historia partiendo del estadio máximo de producción al que ha llegado la Inglaterra de hoy, porque, puesto que tiene que empezar, empezará por lo que en otros países está ya consumado, y de esa consumación recibirá el impulso para conseguir la madurez económica que, según Marx, es la condición necesaria del colectivismo. Los revolucionarios mismos crearán las condiciones necesarias para la realización completa y plena de su ideal. Las crearán en menos tiempo que el que habría necesitado el capitalismo. Las críticas que los socialistas dirigen al sistema burgués para poner de manifiesto sus imperfecciones, su dispersión de la riqueza, servirán a los revolucionarios para hacerlo mejor, para evitar esas dispersiones, para no caer en aquellas deficiencias. Será al principio el colectivismo de la miseria, del sufrimiento. Pero esas mismas condiciones de miseria y de sufrimiento habrían sido heredadas por un régimen burgués. El capitalismo no podría hacer inmediatamente en Rusia más de lo que podrá hacer el colectivismo. Y hoy haría mucho menos que el colectivismo, porque tendría en seguida contra él un proletariado descontento, frenético, incapaz ya de soportar en beneficio de otros los dolores y las amarguras que acarrearía la mala situación económica. Incluso desde un punto de vista humano absoluto tiene su justificación el socialismo en Rusia. El sufrimiento que seguirá a la paz no podrá ser soportado sino en cuanto los proletarios sientan que está en su voluntad, en su tenacidad en el trabajo, el suprimirlo en el menor tiempo posible.

Se tiene la impresión de que los maximalistas han sido en este momento la expresión espontánea, biológicamente necesaria para que la humanidad rusa no cayera en la disgregación más horrible, para que la humanidad rusa, absorbiéndose en el trabajo gigantesco y autónomo de su propia regeneración, pueda sentir con menos crueldad los estímulos del lobo hambriento, para que Rusia no se convierta en una enorme carnicería de fieras que se desgarren unas a otras

Notas

* Traducción de Manuel Sacristán.