Una pregunta urgente sobre la participación en el diálogo con el ELN
El diseño de los diálogos entre el gobierno nacional y el Ejército de Liberación Nacional se ha centrado en la participación de la sociedad para impulsar los grandes cambios que requiere el país. ¿Cuál debería ser el papel de la guerrilla en el proceso de participación? ¿Cómo torcerle el cuello a una participación maniatada? Una opinión para rectificar el rumbo.
A finales del 2022 el gobierno de Gustavo Petro y la delegación del Ejército de Liberación Nacional (ELN) decidieron reiniciar formalmente una Mesa de Diálogos en Caracas. Pasaron casi cuatro años desde que el gobierno de Iván Duque suspendió las conversaciones públicas con esta guerrilla y pidió las cabezas de su delegación en un bochornoso acto de torpeza diplomática. El ELN es la última guerrilla de izquierdas en Colombia y negocia con el único gobierno de izquierdas que ha tenido el país en su historia reciente. Aunque a primera vista esto pueda entenderse como una ventana de oportunidad para la insurgencia y para el gobierno, ciertamente no significa que el proceso transcurra lineal y armónicamente. Por el contrario, después de cinco ciclos de diálogo, la política de la guerra y la paz en Colombia se muestra más compleja de lo que parece.
Esta complejidad ha tenido mayor amplitud mediática y reflexiva en lo que tiene que ver con el Cese Bilateral al Fuego, pero ha dejado de lado la necesaria tarea de tomarle el pulso al proceso de participación de la sociedad en el diálogo, que a la fecha completa 53 encuentros con 4.400 delegados pertenecientes a diferentes organizaciones sociales, según informó recientemente el Comité Nacional de Participación (CNP). Pero más allá de describir en detalle estos encuentros, hay que aventurar una pregunta que poco a poco ha ido surgiendo en los encuentros: ¿cómo entiende el ELN su rol en el proceso de participación de la sociedad? Es una pregunta que emerge de esa micropolítica de la participación, de aquello que no aparece necesariamente en la superficie de los acuerdos ni en las cifras de los informes.
Y es que un observador incauto podría responder que el ELN participa en la medida en que es el actor con el que el gobierno dialoga en la Mesa, y que a su vez el Comité Nacional de Participación es una instancia creada por esa misma Mesa de Diálogo. Y se podría agregar con total veracidad, porque así está dispuesto el Acuerdo N°9 alcanzado en Cuba en junio de 2023, que el CNP está liderado por cuatro integrantes de la delegación de paz del gobierno y de la delegación del ELN, y que tienen como misión el llevar a buen puerto la fase de diseño del proceso de participación. Y aún con todo esto la pregunta queda sin responder.
La formalidad de los acuerdos no hace evidente la concepción que ELN tiene de su propio rol en el proceso de participación; y esto tensiona, por un lado, la institucionalidad creada por la Mesa de Diálogo y, por el otro, la política viva y real que supone un proceso de participación al que se convoca a la sociedad.
El ELN cuenta con una delegación en la Mesa de Diálogo que tiene por caras más visibles a figuras como Pablo Beltrán, Aureliano Carbonell o Consuelo Tapias, quienes tienen un rol de negociadores de la agenda pactada con el gobierno. También cuenta con Gestores de Paz, de los que podríamos destacar a Juan Carlos Cuéllar o Violeta Arango, que tienen funciones de interlocución y pedagogía con otros actores sociales y políticos. Cada uno en su rol ha hecho presencia en los escenarios abiertos por el proceso de participación pero, valga decir, dejando más dudas que respuestas.
La tendencia que ha quedado más o menos clara en esta primera fase del proceso de participación es que los voceros de la guerrilla suelen asumir un rol protocolario y de animación: un discurso al principio y un discurso al final, distancia y pasividad evidente frente a aquello a lo que se le convoca a la sociedad, la participación.
Para el estudiantado, los viviendistas, mineros, mujeres, trabajadores, y esa larga lista de sectores convocados a participar, el ELN no es un actor fuera de la sociedad o del proceso mismo de participación. ¿O es que el ELN considera que la rebelión y el alzamiento en armas lo ha convertido en algo distinto a la sociedad? Bien se podría argumentar que es en el seno de las contradicciones de nuestra sociedad en donde han emergido las insurgencias, pero también la diversidad de expresiones de organización social y política que persisten en el país. Fungir como simples mediadores es asumir en la práctica el discurso del enemigo: que a la insurgencia solo le queda el ostracismo, incluso en el diálogo que impulsa y protagoniza.
Y no nos confundamos, es loable que el discurso público del ELN apunte a no suplantar el rol de la gente —organizada o no— en el diagnóstico de los problemas y el diseño de las propuestas que se requieren para una paz con transformaciones estructurales. En su momento el vanguardismo y la miopía política de las FARC-EP les hizo pensar que el acuerdo que firmaban representaba al conjunto de la sociedad, y ni siquiera en sus filas resultaba ser un consenso. Pero una cosa es evitar suplantar y otra es esconderse en un papel de mediación que desconoce el lugar que, queramos o no, ha tenido la insurgencia en la vida social y política del país.
Algún especialista jurídico podrá abanderarse en el Derecho Internacional Humanitario y argumentar que la sociedad y los actores armados, en este caso el ELN, deben ser distinguidos tajantemente. Y podríamos estar de acuerdo en la medida en la que el derecho propio de la guerra contribuya a humanizar el conflicto. Pero si la política —y digamos en este caso que el diálogo— es la guerra por otros medios, al decir de Clausewitz, entonces el ELN debe asumir en la práctica que sus vocerías en el proceso de participación no son simples mediadores, sino actores políticos que deberían poner su voz, tal y como lo hacen el resto de las expresiones de la sociedad.
En suma, todo esto para decir que lo que espera la gente de los delegados, voceros y gestores del ELN en los escenarios de participación no es precisamente que ofrezcan un discurso y se sienten en la sombra a escuchar, pues ese papel lo cumple a cabalidad el gobierno. Por supuesto, es una opción hacerlo, y quizá surjan múltiples justificaciones. Pero en política hay muchos costos, y la legitimidad es algo que no se recupera tan fácilmente. La pasividad solo hará que la gente termine por creer lo que los medios bombardean a diario: que cuando se habla de política, el ELN, la última guerrilla de izquierdas en Colombia, no tiene mucho por decir.