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Los posacuerdos de la amnesia obligatoria

¿Qué es la memoria histórica y para qué sirve? ¿Qué papel juega la memoria en la guerra y en la paz? Acá un diálogo entre Argentina y Colombia, entre la guerra de baja intensidad, la dictadura cívico-militar y la resistencia. [Portada: Guache]

I

Terminada la dictadura militar argentina, encabezada por el General Jorge Rafel Videla, se creó una Comisión de expertos, dirigida por el literato Ernesto Sábato, que analizó los hechos acaecidos durante ese período histórico. El resultado, llamado “Informe Sábato” o “Nunca Más”, interpretó los hechos en una perspectiva que ha sido denominada “teoría de los dos demonios”, según la cual, en Argentina había habido una guerra a muerte entre dos grupos igualmente armados, poderosos y criminales (las fuerzas armadas y las guerrilleras) que habían victimizado a la sociedad indefensa y desinteresada de las cuestiones que ocurrían entre ellos.

Sin embargo, la realidad histórica, producto de la incansable lucha de las organizaciones defensoras de los Derechos Humanos, demostró que la inexistencia de tal simetría pues, sobradamente, las fuerzas armadas estatales contaban con mayores recursos económicos, técnicos, logísticos, mediáticos y bélicos que sus oponentes; no se trata, pues, de dos demonios sino de grupos en disputa en cuyo desarrollo el Estado, responsable de la garantía de los Derechos Humanos actuó como violador sistemático, estableciendo campos de exterminio (Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Desaparición) y promoviendo la apropiación ilegal de niños y niñas nacidas en cautiverio a quienes se negó su derecho sagrado a la identidad. Pero, además, el accionar terrorista del Estado fue impulsado, cobijado, beneficiado y servil a ciertos intereses privados empresariales, políticos y religiosos, por lo que, para mayor precisión, se ha acuñado la definición de “dictadura cívico-militar”

El ejemplo de esta tierra hermana nos sirve como punto de partida para pensar nuestra experiencia, desde una perspectiva del pensamiento crítico, en donde la memoria histórica cumple un rol central para desmontar los discursos establecidos y hegemónicos, buscando dejar de lado la banalización del mal y la barbarie y procurando continuar con la mala costumbre de llamar a las cosas por su nombre. Así pues, partiendo de la psicología social, en las siguientes líneas queremos arriesgar unas reflexiones en torno al rol de la memoria histórica en la construcción posible de una paz, que sea estable y duradera.

Muralista: Guache.

II

Desde aquí arriesgamos un primer planteamiento: la perspectiva promovida desde las élites colombianas plantea que en el caso colombiano contaría con tres demonios: las fuerzas armadas, las guerrilleras y los paramilitares, en donde estos últimos habrían surgido de manera espontánea por campesinos auto-organizados quienes, azotados por las acciones guerrilleras y ante la ausencia del Estado, decidieron “defenderse” y ejercer justicia por mano propia. Tan loable motivación sólo sería enlodada cuando los intereses narcotraficantes entraron en juego.Consideramos que esta perspectiva ha ganado fuerza histórica y se ha establecido como patrón analítico del conflicto, de tal manera que pensamos que se halla en la base del renombrado informe “Basta Ya!” del Grupo de Memoria Histórica[ii].

Esta interpretación histórica obvia un elemento fundamental: el rol del Estado en el agenciamiento, promoción, encubrimiento y acompañamiento del paramilitarismo, pieza clave en la estrategia contrainsurgente y anticomunista, en un modelo prototípico de los diseños de los Conflictos de Baja Intensidad de la década de 1980. Esta omisión ha sido señalada por el jesuita Javier Giraldo como “esquizofrenia estatal”[iii] y, para confirmar su postura, nos recuerda que en el informe presentado por la misión militar estadounidense encabezada por el General Yarborough[iv] en 1962 se recomendaba la conformación de tales grupos para enfrentar la subversión, dos años antes del surgimiento de las guerrillas de orientación revolucionaria[v].

Así pues, partiendo de las víctimas reales y no meramente estadísticas, consideramos más comprensivo y analítico, con potencia de memoria histórica, el informe Colombia Nunca Más, que apenas logró publicar 4 de 7 volúmenes sobre los hechos ocurridos a lo largo de tres décadas (1960-1990) y cuya actualización a nuestros días superaría la decena de libros.

La exposición de dos posiciones contradictorias evidencia dos puntos de partida ético-políticos distintos, como lo hemos trabajado en otro texto[vi]. Cualquier desprevenido interpretaría nuestra perspectiva como negativista o disociante, alejada del rigor académico y de los anhelos colectivos de paz; incluso, podría interpretarse como una posición que encubre resentimiento o rencor y, yendo más allá, revelaría una suerte de “cripto-militancia”[vii].

El segundo planteamiento que arriesgamos, siguiendo a Boaventura de Sousa Santos[viii], es que el pensamiento crítico contemporáneo ha venido perdiendo los sustantivos críticos y se ha enfocado en adoptar adjetivos. De allí que, pese a la evidencia histórica, la insistencia mediática y política (aún de ciertas fuerzas progresistas) se enfoquen en caracterizar este período como “de paz” (en el mejor de los casos “paz incompleta”) en lugar de llamarlo “posacuerdo” (con una de las partes).

Para poder hablar de “paz” se requiere una negociación completa con los demás actores del conflicto (y no sólo con las FARC) y el cese del hostigamiento y asesinato de líderes y liderezas sociales y de activistas de derechos humanos. Pero, también, se exige una comprensión de los lineamientos generales que guiaron la negociación finalizada, el desarrollo de la misma y la implementación del acuerdo.

En la instalación de la mesa de negociaciones entre el gobierno y las FARC en Oslo (Noruega) en octubre de 2012, los delegados del gobierno establecieron los lineamientos “inamovibles” que regirían el diálogo y que hemos llamado la “Santísima Trinidad” de la paz santista: Doctrina militar, modelo económico y modelo de propiedad.

Después, en el desarrollo de la negociación comenzaron a aparecer puntos neurálgicos del país que fueron considerados como “salvedades” y, al no haber acuerdo pleno entre las partes, fueron a parar al “congelador”. Hasta lo conocido en 2014 había 28 salvedades sobre los tres primeros puntos de la agenda: 10 referidos al problema agrario, 14 a la participación política y 4 a la erradicación de cultivos de uso ilícito y narcotráfico[ix]; pero, si incluyéramos los puntos de víctimas y cese al fuego definitivo, podríamos inferir que las “salvedades” exceden la treintena. De hecho, un amigo comentó una vez que eran tantas y tan importantes las “salvedades” que podrían ser la estructura de una nueva constitución.

Finalmente, frente a la implementación del Acuerdo, algunos analistas estiman el cumplimiento de sólo el 18% del mismo[x], mientras se avanza a pasos agigantados en la redefinición de lo acordado en función de un posacuerdo de la amnesia obligatoria. Así podemos explicar las objeciones del presidente Iván Duque a la JEP, el recorte presupuestal a la Comisión de la Verdad, los hechos relacionados con el “caso Santrich” y el marco general de impunidad en torno a los asesinatos de líderes sociales y activistas, especialmente el crimen cometido contra el excombatiente Dimar Torres, y el clima de polarización extrema que tiende a convertir en enemigos a la diferencia.

Esta exposición no puede verse como contraria a la paz como derecho, anhelo o valor, pues partimos de un compromiso ético con el sufrimiento de las víctimas y de la necesidad de comprender la paz no sólo como el silenciamiento de los fusiles y de los actos de guerra, sino como posibilidades reales de paliación, solución real y progresiva a los padecimientos, carencias y sufrimientos de las grandes mayorías.

Muralista: Guache.

III

De los y las estudiosas del campo de la memoria social y el recuerdo colectivo (como Maurice Halbwachs y Elizabeth Jelin) hemos aprendido que, detrás de todo acto conmemorativo o recuerdo colectivo hay una intencionalidad con sus actores y protagonistas que responden a una comunidad de intereses. No hay recuerdo inocente, desprevenido y/o desapasionado, y los misterios incoloros, indoloros e insaboros del rostro del recuerdo se develan cuando se responden preguntas básicas: ¿quién?, ¿qué?, ¿cómo?, ¿para quién?, ¿desde quién?, ¿por qué?

Siguiendo a las y los zapatistas vamos a definir la memoria como “una de las siete guías que el corazón humano tiene para andar sus pasos. Las otras seis son la verdad, la vergüenza, la consecuencia, la honestidad, el respeto a uno mismo y al otro, y el amor”[xi]. Al igual que la historia, ésta está mirando para atrás mientras otea el porvenir; es decir, que no alude a una nostalgia del pasado ni a una emoción con bronces y épicas añejas, sino que escarba el polvo del pasado para comprender el presente y edificar el futuro, aunque sus ojos miren horrorizados las ruinas de la llamada “civilización occidental”, como el “ángel de la historia” benjaminiano[xii]. Así pues, la memoria no es una nostalgia rancia sino una clave explicativa y una anticipación prefigurativa y, por este camino, se convierte en conjuro contra el silencio y el olvido, en llave para superar el marasmo y en clave explicativa contra la amnesia obligatoria.

Comprendemos la memoria como potencia y desafío y, parafraseando al maestro Estanislao Zuleta, como “campo de combate”. Esto nos remite a tres consideraciones. Por un lado, la sentencia orwelliana de 1984: “Quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controlará el futuro”. Por otra parte, recuperamos las reflexiones del compañero argentino Rodolfo Walsh en torno a la experiencia del Cordobazo de 1969 en las que consideraba que las clases dominantes, que se revelaban como dueñas de todas las cosas, también querían privatizar la memoria y la historia para despojar a las clases populares de referencias, tradiciones, doctrinas, héroes, mártires y épicas, de tal manera que tuvieran siempre que empezar de cero sus luchas, separadas de las anteriores y desconociendo los acumulados colectivos históricos. Finalmente, traemos de nuevo al maestro Orlando Fals Borda, quien consideró como tarea fundamental la recuperación de la memoria histórica para avanzar en cualquier proceso de transformación social, en el sentido de descubrir selectivamente los elementos de pasado que fueron útiles y que ahora pueden volver a serlo. La memoria es semilla de transformación.

Entonces, consideramos a la memoria como eslabón fundamental de la cadena que permite la configuración de la identidad personal y colectiva, pues permite identificar tradiciones y culturas. De aquí se deriva que, atentar contra la memoria es atentar contra la identidad, la dignidad y la vida, y defenderla sea, al mismo tiempo, “una poderosa vacuna contra la muerte y alimento indispensable para la vida”[xiii].

IV

Desde los orígenes culturales, desde antes de la expropiación de los saberes por parte del exterminio y sometimiento patriarcal y heteronormativo, las madres han sido las guardianas privilegiadas de la memoria. Por eso, Eduardo Galeano las llamo “madres coraje”, mujeres paridas por sus hijos e hijas, ejemplos de salud mental que se niegan a olvidar en tiempos del olvido obligatorio[xiv]. Esto puede permitirnos comprender el rol bíblico de María, y los roles históricos de Isabelita Restrepo (madre del padre Camilo Torres), las madres de Plaza de Mayo, de La Candelaria, de Soacha, de las y los vascos prisioneros políticos en Francia y España, y las de las y los luchadores del Kurdistán. Todas ellas han sabido actuar histórica y políticamente como una minoría activa, convirtiéndose en una reserva moral de la Humanidad.

Justamente las Madres de Plaza de Mayo, junto a familiares, sobrevivientes e hijos e hijas, nos han enseñado una consigna fundamental para las luchas por la memoria: “No perdonamos, no olvidamos y no nos reconciliamos”. ¿Qué significaría esto para la construcción de paz?

“No perdonamos” permitiría avanzar en la verdad, evitando que las cosas que han sucedido queden atrás, en la nebulosa indiferenciada del pasado. En este sentido, “no perdonar” no puede ser interpretado como sinónimo de odio, sino como lucha contra la banalización del mal. Esto nos permite reconocer que los crímenes, como afrenta a la humanidad, no son producto azaroso ni de malabarismo del destino, sino que son una fabricación artificial, debidamente diseñada, planificada, ideada y sistematizada racionalmente en función de unos intereses determinados. La criminalidad sistemática tiene una dimensión productora que busca producir una determinada realidad necropolítica. “No perdonamos” nos permite recuperar nuestros rostros estallados, reducidos a pedazos de pedazos, de ausencias, desesperanzas y dolores, recuperar nuestro horizonte y nuestros sueños.

“No olvidamos” permite mantener con vida a los y las nuestras, entendiendo que detrás de cada acto de violencia o de barbarie está la intencionalidad de llevarse con esas vidas sus pensamientos y sueños. Cualquier llamado al olvido es una invitación encubierta al suicidio colectivo, aunque su motivación sea noble. Los criminales no sólo desarrollaron y desarrollan sus actos por ambición y deseo de acumulación (de tierras, dinero o poder), sino también por miedo que, en sus manos, se convierte en violencia, terror, arbitrariedad y autoritarismo; es decir, en deshumanización. La psicología en general se ha ocupado de la agresión y el miedo, y la psicología política en particular ha reflexionado sobre la instrumentalización política del miedo: ¿A quién beneficia el miedo colectivo?, ¿quién lo promueve y perpetúa? Olvido y miedo se convierten así en siniestros siameses al servicio de un grupo determinado.

“No nos reconciliamos” nos impide pactar con la barbarie y nos evita el crimen de lesa complicidad. Para el Poder instituido, poder del capital, la reconciliación es la máscara de la impunidad. De tal manera que, si recordar es “volver a pasar por el corazón”, reconciliarnos sería “volver a arrancar del corazón”. No se trata de exacerbar los odios y las rencillas sino de esclarecer la escisión social, lo que no significa el deseo permanente del exterminio.

Muralista: Guache.

V

La consigna de “No perdonamos, no olvidamos y no nos reconciliamos” está atada inexorablemente a otra: “Memoria, verdad y justicia”. Por ello, queremos insistir aquí que la memoria histórica es el punto de partida de cualquier solución histórica. Negar la memoria es negar la identidad e impedir la identidad resulta traumático para cualquier construcción democrática de la diversidad ideológica. Una sociedad que sostiene la memoria está madura para la paz.

Eso sí, a la memoria se la sostiene como aquellas macondianas y macondianos que, amenazados por la epidemia de la amnesia, comenzaron a nombrar las cosas, incluso describiendo sus funciones, oficios y perfiles; o como aquellos habitantes de la distópica Fahrenheit 451 que conservaban oralmente lo antiguamente dicho en los textos que han sido sistemáticamente editados.

La memoria permite evitar que vivamos el pasado como tragedia o como farsa, de allí que apunte siempre al mañana, renueve las esperanzas y permita recuperar nuestra carta de navegación e identidad. Luchar por la memoria es luchar por reconstruir nuestros propios rostros, totalmente alejados de “las prótesis que el Poder oferta”[xv]. Caminar la memoria es caminar la vida, y mantener siempre viva la llama de la dignidad.

La memoria se convierte, pues, en acicate de la resistencia. Esta resistencia, siguiendo al compañero Jorge Alemán[xvi], sería lo contrario de la resiliencia que “demanda una sumisión despolitizada al siguiente mandato: hagan lo que hagan contigo vamos a premiar que lo soportes y haremos de esto una cualidad que te designa”. Por ello, la resiliencia resulta un término propio del nuevo capitalismo que resalta como virtud el sometimiento a la autoridad. Por esto, no se puede seguir confundiendo optimismo con entusiasmo, y, siguiendo a Gramsci, hay que seguir anteponiendo el “optimismo de la voluntad” al “pesimismo de la inteligencia”.

NOTAS

* Texto originalmente publicado en Contrahegemonía Web. 

[i] Intervención en el conversatorio “Otras experiencias de paz en el mundo” celebrado en Neiva (Colombia) el 16 de mayo de 2019 y organizado por la Fundación Matambo y Mirthayú.

[ii] http://www.centrodememoriahistorica.gov.co/descargas/informes2013/bastaYa/basta-ya-colombia-memorias-de-guerra-y-dignidad-2016.pdf

[iii] https://www.javiergiraldo.org/spip.php?article19

[iv] El general Yarborough, considerado el padre de las modernas “boinas verdes”, era el jefe del fuerte de Fort Bragg, centro especializado de “Operaciones Psicológicas”.

[v] Cf. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=199782;

www.javiergiraldo.org/IMG/pdf/Colombia_-_esta_democracia_genocida.pdf

[vi] http://www.teocripsi.com/ojs/index.php/TCP/article/view/65

[vii]www.javiergiraldo.org/IMG/pdf/Colombia_-_esta_democracia_genocida.pdf

[viii]www.boaventuradesousasantos.pt/…/Refundacion%20del%20Estado_Lima2010.pdf

[ix] https://www.las2orillas.co/la-verdad-lo-que-esta-ocurriendo-en-la-mesa-de-la-habana/

[x] https://www.telesurtv.net/telesuragenda/Solo-el-18-del-acuerdo-de-paz-colombiano-se-ha-cumplido-20171005-0036.html

[xi] https://palabra.ezln.org.mx/comunicados/2001/2001_03_24.htm

[xii]www.bolivare.unam.mx/…/Benjamin,%20Tesis%20sobre%20la%20historia.pdf

[xiii]https://palabra.ezln.org.mx/comunicados/2001/2001_03_24.htm

[xiv] https://www.poeticous.com/eduardo-galeano/el-derecho-al-delirio?locale=es

[xv]https://palabra.ezln.org.mx/comunicados/2001/2001_03_24.htm

[xvi] https://www.facebook.com/jorge.aleman.75457/posts/2395527014047421