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Del 28A a la “crítica implacable de todo lo existente”

Algo pasó el 28 de abril en las ciudades de Colombia que no encuentra analogía en nuestra historia reciente: levantamientos, tomas culturales, barricadas y marchas multitudinarias se convocan día tras día. Las calles son rebeldía, pero también son una mancha de sangre que amenaza con expandirse sin control. Del 28A a la “crítica implacable de todo lo existente”: hoy seguimos en resistencia.

Ya son 12 días con las ciudades ardiendo de día, y especialmente de noche. Las cifras de desapariciones, asesinatos, brutalidad policial y terrorismo de Estado estremecen. Solo hace falta mirar desprevenidamente algunos de los informes emitidos por la ya reconocida Temblores ONG, o incluso, por organismos estatales e internacionales. Más allá de la cifra, en cada ciudad los defensores y defensoras de derechos humanos han sentido el rigor de la confrontación, se han desbordado intentando proteger la vida de las marchantes y se han convertido en un blanco predilecto de la represión. Habiendo transcurrido apenas 12 días, es muy pronto para dar una respuesta más o menos unánime frente a los resultados del paro nacional y, sin embargo, ya hay logros que vale la pena resaltar.

Lo que empezó como una especie de florero de Llorente encarnado en una agresiva reforma tributaria para los sectores medios y populares, no es ya más una reacción puntual a un nuevo proceso de expoliación económica. Sus alcances se han expandido y, al mismo tiempo, difuminado. ¿Hacia dónde se dirige la guillotina de la rabia popular ahora que ha volado la cabeza del Ministro de Hacienda y la reforma tributaria presentada por el gobierno fue provisionalmente retirada? En las calles se hablan muchas cosas: de la reforma a la salud, de la renuncia del Ministro de Defensa, del glifosato e incluso, del colapso del gobierno de Duque. Paralelamente, fuerzas políticas con mayor o menor relevancia e iniciativa en las actividades del paro intentan arrancar réditos de un movimiento que le debe tanto a la organización política como a la espontaneidad popular. Y es que entre revoltijos y convulsiones callejeras, representantes del llamado “centro” político pasaron de rechazar las manifestaciones a pretender negociar con el gobierno las victorias de la movilización.

Total, es seguro que aun si buscáramos —como acostumbra la Fiscalía— un cerebro rector de lo que ha pasado en las ciudades desde el 28 de abril, no lo encontraríamos por ninguna parte. A decir verdad, la masividad del paro desbordó las expectativas de las organizaciones convocantes, de los analistas mainstream y del Gobierno Nacional mismo. Unos días antes del 28 de abril, por ejemplo, el muy reconocido politólogo Ariel Ávila había predicho que el paro suponía un grave error para la oposición. Según él, nadie asistiría a las calles y ese fracaso se revertiría hacia los sectores de izquierda como una demostración de superioridad moral y política de la derecha en el gobierno. El equívoco del señor Ávila es revelador, él como el Gobierno daban por supuesta una docilidad de masas domesticadas por la pandemia. En esta ocasión no parecían mezclarse las sensibilidades nacionales con estallidos de rabia social en Estados Unidos o América Latina. No había motivo para suponer un “contagio” de protestas vía redes sociales o una suerte de “esnobismo” juvenil. ¿Qué llevó a que una simple reforma tributaria más desencadenara todo esto? Temo que los motivos no pueden leerse en el articulado de la propuesta del Gobierno.

Lo primero que llama la atención es que haya sido una reforma de este tipo en medio de una creciente ola de contagios de la Covid-19 la que nos impulsara hasta este momento. El viejo mantra neoliberal de hacer soportable lo insoportable ya venía debilitado, pero esta vez está siendo más que evidente que el gobierno se empeñó en mostrar los dientes con nuevas dosis de permisividad corporativa, y del otro lado no encontró austeridad y mansedumbre sino garrote. La pandemia ha penetrado en un lugar donde el sentido común no es mera propaganda corporativa: la vida cotidiana y la reproducción de la existencia. RCN y Caracol pueden mentir en la cara de todos, pero las neveras vacías son un mejor argumento.

Aun así, dentro de los motivos del paro se han colado todas y cada una de las dolencias que por décadas ha acumulado el país, una suerte de “crítica implacable a todo lo existente” (por tomar prestada una expresión del joven Marx) se levanta por encima de cualquier agenda, y es probable que algo de razón tenga este procedimiento. Las calles de Colombia se han convertido en un laboratorio constituyente para los sectores populares: indígenas y estudiantes destruyendo monumentos de políticos y colonizadores, transportadores taponando vías, pobladores urbanos soportando la resistencia al ESMAD, organizaciones feministas haciendo visible lo invisible, profesionales de la salud ofreciendo sus conocimientos al cuidado de la gente que pelea, influencers y artistas visibilizando internacionalmente el autoritarismo. Todo esto muestra que en el país la rebeldía al neoliberalismo trasciende el mero rechazo a los Tratados de Libre Comercio y a la intromisión del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, cuestiones que sacian la agenda de los sectores desmovilizadores del paro.

Ahora bien, se podría pensar que es harto mejor tener más motivos y no menos para salir a protestar. Pero lo que parece una fortaleza en estos momentos de ebullición, puede convertirse en una dificultad a la hora de mantener la movilización en la calle y conquistar reivindicaciones políticas claras. A diferencia del sonado estallido chileno que logró impugnar semanas y semanas la arremetida policial entre 2019 y 2020, en Colombia no existe aún algo como un proceso constituyente que brinde una cierta unidad al movimiento todo. ¿Cómo evitar entonces el desgaste de la calle o la conservatización de sectores cada vez más incómodos por las consecuencias del paro en las ciudades? No es todavía claro.

Actualmente se están desarrollando asambleas populares en barrios, universidades y grandes escenarios de ciudad. Mal haría el movimiento en ceder a las presiones cortoplacistas de los sectores del sindicalismo conciliador. Las organizaciones populares saben que en el mejor de los casos este estallido debería alcanzar un doble resultado: de un lado profundizar la fractura política del gobierno de Iván Duque, y de otro lado abrir campo a un dialogo amplio y vinculante alrededor de problemáticas fundamentales que reveló el paro (reforma a la salud, brutalidad policial, medidas sociales frente a la pandemia y un nuevo proyecto de reforma tributaria). Las elecciones del 2022, al menos parcialmente, se están jugando en la calle. No significa esto que el paro haya sido solo un barómetro informal favorable a Gustavo Petro. Significa, más bien, que las coordenadas políticas en las que ubiquemos a las coaliciones y los candidatos tienen un nuevo punto de referencia: el 28 de abril del 2021.