Generic selectors
Exact matches only
Search in title
Search in content
Post Type Selectors

Adiós a la paz

Esta historia se desarrolla en una cárcel, aunque no lo parezca. Más exactamente, en un místico lugar renombrado pomposamente como “Territorio de sueños, siembras, saberes y esperanzas”. Tal vez de manera irónica, fue en medio de aquellas diminutas celdas donde, con una amplitud casi privilegiada, se observó de mejor forma el relato fracasado de nuestra inconclusa paz. Este relato hace parte del número 33 de la Revista Lanzas y Letras.

Con el ataque del Ejército de Liberación Nacional a las instalaciones de la Escuela de Policía General Francisco de Paula Santander el 17 de enero del 2019, desapareció cualquier posibilidad cercana de pacto dialogado con esta insurgencia. Lo que para muchos fue un paso en falso por parte del ELN, se llevó por delante algo más que una agenda metodológica y unos procedimientos para la participación de la sociedad en la consolidación de la paz. Acá la historia del Territorio de sueños, siembras, saberes y esperanzas.

Por: Fabiana Cervantes*. Recuerdo que Jairo decía que un auténtico proceso de paz debería hacer de ese lugar una especie de museo de la esperanza, debería impedir que volvieran a encerrar a alguna persona en aquellos muros donde alguna vez un grupo de hombres se atrincheró en la idea de no dejar espacio a la infinita desazón del aislamiento. Hoy ya no sé dónde se encuentra Jairo ni el resto de “los muchachos” que hicieron parte del Territorio de siembras, sueños, saberes y esperanzas. El incendio provocado por la acción armada del Ejército de Liberación Nacional (ELN) sobre la Escuela de Policía General Santander en Bogotá, alcanzó para hacer cenizas el pacto que mediaba en la existencia de aquel recinto dispuesto para la interlocución entre el ELN, el Gobierno nacional y la sociedad civil. El gobierno de Iván Duque encontró la excusa perfecta para echarse hacia atrás en los diálogos, pedir las cabezas de la dirigencia elena e iniciar una cacería de brujas contra la oposición política organizada. Así, afirman algunos con alegría, “empezó en firme el gobierno de Iván Duque”.

Calabozos y esperanzas

A un pequeño calabozo en las inmediaciones del patio 16 de la Cárcel Bellavista de Bello llegó un día Juan Carlos Cuéllar. Había sido trasladado desde la cárcel de Itagüí, donde sirvió de puente entre el gobierno de Álvaro Uribe y la guerrilla del ELN en aquellos tiempos en que funcionaba allí la experiencia de la Casa de Paz. De alguna manera logró conservar privilegios como el uso de medios de comunicación y cierta independencia alimentaria frente al control que ejercía la guardia en la prisión, aun cuando las conversaciones entre el ELN y el Gobierno ya estaban suspendidas. Una vez instalado, Cuéllar buscó reconocimiento interno como prisionero político y la forma de hacerse con un equipo de trabajo para persistir en sus labores como punto de enlace con la insurgencia. Corrían los años 2007 y 2008, y el Gobierno nacional contacta nuevamente a Juan Carlos para restablecer las relaciones con la comandancia guerrillera. Sus condiciones son sencillas: formalización de su estatus político, permisos para el manejo de dispositivos de comunicación y consolidación de un grupo operativo conformado por otros prisioneros políticos provenientes de distintas cárceles del país.

“Poco a poco, sobre ese espacio físico se fue construyendo un espacio político: un territorio de siembras, sueños, saberes y esperanzas”, recuerdo haberle escuchado a Cuéllar casi una década después. Sus compañeros eran hombres que mantuvieron algún nivel de responsabilidad en las estructuras rurales, la mayor parte de ellos campesinos. Con el tiempo, decidieron hacerse notar y se autodenominaron “Movimiento de Presos Políticos Camilo Torres Restrepo”, en honor a la figura del sacerdote revolucionario. Las funciones grupales de intermediación política se intercalaron con los procesos académicos individuales y el estudio colectivo. Más tarde supe que varios de ellos adelantaron virtualmente programas de pregrado y posgrado a los que aún poquísimos campesinos pueden acceder. Incluso uno de ellos, me dijeron, culminó con bombos y platillos su siempre aplazada formación secundaria. Paulatinamente llegaron a la cárcel los murales, los mándalas, las obras de Guayasamín y hasta una colorida huerta con pajarillos. Juan Manuel Santos había obtenido la presidencia de la República con el respaldo de Álvaro Uribe, pero muy pronto se abriría la posibilidad de un renovado ciclo de diálogos con las guerrillas del ELN y las FARC-EP.

El tren de la paz

Por medio de sus delegados, el gobierno de Santos busca un nuevo acercamiento con el ELN. El sitio indicado era el calabozo de Cuéllar y sus compinches. Aunque las cosas parecían “estar dadas”, varios años de conversaciones secretas contrastaron con la velocidad con la que las FARC-EP llevaron su proceso. Mientras los diálogos de la Habana recibieron toda la atención mediática desde su lanzamiento oficial en el 2012, la mesa con el ELN apenas se instaló formalmente en Ecuador en el 2017 bajo la luz tenue de un modesto escenario. Tal vez en algo haya tenido que ver la típica “terquedad elena” a la que tantos se refirieron por esos días; sin embargo, cualquier ojo atento notaría las diferencias entre uno y otro proceso. Si las FARC-EP habían pactado una agenda temática, basada en los que consideraban eran los puntos esenciales para asegurar una paz estable y duradera, el ELN se inclinó por una agenda procedimental fundada en la participación de la sociedad civil para su desarrollo temático.

Entre tanto, Juan Carlos Cuéllar es llamado por la mesa de negociaciones para servir de “gestor de paz” y abandona la cárcel acompañado de otro miembro del equipo, Eduardo Martínez. A partir de ese momento, el grupo profundiza sus labores de intermediación acompañando los quehaceres de la gestoría de paz desde la prisión. Muchas organizaciones de la sociedad civil, incluyendo universidades y agentes extranjeros, decidieron acercarse al Territorio de siembra, sueños, saberes y esperanzas con la clara intención de hacerse participes de un proceso de paz que prometía el protagonismo de otros actores diferentes a la insurgencia y al Estado. Avanzaban las conversaciones y las “audiencias preparatorias” con representantes de la sociedad civil en el municipio de Tocancipá. Muchas de quienes estábamos buscando un compromiso sincero con la paz de Colombia, encontramos al Movimiento de Presos Políticos Camilo Torres Restrepo en aquellos momentos.

En mi memoria ese microcosmos carcelario resulta un sitio apacible, casi una casa de abuela. A diario pasaban víctimas, líderes sociales, diplomáticos y académicos de todas las tendencias, cada uno era recibido de igual manera: una fila de abrazos disparados en estricto orden militar, café oscuro para aguantar el sopor de la mañana y un almuerzo abundante, lentejas o garbanzos según el gusto.

Finalizando el gobierno de Santos, la mesa con el ELN ya se encontraba estancada y las tensiones comenzaban a escalar. Por esos días le oí decir a Jairo: “Acá muchos nos vienen a decir que nos va a dejar el tren de la paz… ¡pues que nos deje ese hijueputa!”. A lo mejor presentía lo que vendría. Unos meses después Iván Duque logra hacerse con la presidencia y pone más trabas a los diálogos con el ELN. Hasta cierto momento todo parecía desarrollarse con un triste hermetismo: ni avanzan ni se terminan, la paz con el ELN necesitaba un nuevo aire si quería sobrevivir. Unos meses más tarde llegaría el torbellino.

Una vez más, se acabó el café

El 17 de enero del 2019 nos despertamos con el titular: un automóvil había sido detonado dentro de la Escuela de Policía General Santander en plena capital de la República. El número de muertos no era claro y no se conocía la procedencia o el motivo del ataque. Inmediatamente se difundieron todo tipo de especulaciones con mayor o menor asiento en la realidad. ¿Cortina de humo?, ¿intervención venezolana?, ¿o quizá una maniobra táctica de los militares? Néstor Humberto Martínez, el cuestionado Fiscal General de la Nación se apresuró en acusar al ELN. Era una investigación heroica que le permitiría limpiar su nombre, y lo sabía. El 18 de enero el presidente Duque decide levantar la mesa con los elenos y lanza una extraña exigencia al grupo de países garantes: capturar y hacer entrega del equipo negociador de la guerrilla. El 19 de enero me entero de la noticia, en el transcurso de la mañana habían desplegado un operativo al interior de la cárcel Bellavista, destrozaron el calabozo al que alguna vez había llegado Juan Carlos Cuéllar. El equipo que componía el Movimiento de Presos Políticos Camilo Torres Restrepo estaba desaparecido y nadie daba cuenta de su paradero.

Ahí me enteré de que el Territorio de siembras, sueños, saberes y esperanzas también respondía al nombre de “zona técnica” dentro de la jerigonza penitenciaria. Unas horas después sus rostros aparecieron en el noticiero del medio día y me extrañé profundamente. Hasta ese momento pensaba que sólo existían de rejas para adentro, en una complicidad muda a la que únicamente acceden quienes aceptan pasar por innumerables requisas y procedimientos interminables. Me los imaginé sorprendidos en la madrugada, nuevamente clandestinos, observando cómo una avalancha de sujetos armados penetraba su territorio sin aceptar abrazos, café o almuerzo. El 21 de enero el ELN reconoció la autoría de la acción. Adiós a la paz.

__________

* Quien escribe la presente crónica fue parte de uno de los tantos diplomados que algunas universidades a nivel nacional e internacional llevaron a cabo en el Territorio de siembras, sueños saberes y esperanzas. Asume el seudónimo de Fabiana Cervantes para proteger su identidad.