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Nuevo libro: Gramsci (re)leído desde América Latina [Adelanto]

“Antonio Gramsci. Aproximaciones y (re)lecturas desde América Latina” acaba de ser editado en Argentina, Chile y Ecuador. Como adelanto, publicamos uno de los artículos que lo integran, “La reflexión sobre el lenguaje en Gramsci”, que sistematiza las reflexiones del teórico y militante marxista en clave latinoamericana. Índice completo y links para conseguir el libro en papel o formato digital.

El libro fue compilado por el politólogo y educador popular argentino Hernán Ouviña. Escriben, entre otres, Massimo Modonesi, Mabel Thwaites Rey, Agustín Artese, Diego Bentivegna, Daniela Lauria y el propio Ouviña. Cada texto está acompañado por obras de ilustradores/as como Alejandra Andreone, Chempes, Ignacio Pardo y Alan Dufau. Al final del artículo publicamos el índice, el contacto de las editoriales y el enlace para adquirir la versión digital.

  

La reflexión sobre el lenguaje en Gramsci[1]

                                                Por Diego Bentivegna* y Daniela Lauria**

1. Introducción

Las reflexiones sobre el lenguaje[2] de Antonio Gramsci no se presentan de un modo ordenado sino parcial, disperso y fragmentario. Muchas de sus ideas se encuentran en distintas partes de los Cuadernos de la cárcel (1929-1935) pero también se hallan en textos epistolares a maestros, compañeros de estudios y familiares, y, en menor medida, en notas periodísticas (artículos y reseñas literarias, teatrales y musicales). No obstante, sus escritos son atravesados por un hilo conductor: las problemáticas y los conflictos en torno al lenguaje y a las lenguas adquieren una dimensión histórica y cultural, y se juegan fundamentalmente en la arena política.

2. Gramsci y la lingüística italiana en las primeras décadas del siglo XX: posiciones y debates

Alan Dufau

La formación académica juvenil de Gramsci es sustancialmente la de un lingüista. Inscripto en la Universidad de Turín gracias a una beca de estudio que el reino de Italia reserva para los jóvenes destacados de la isla de Cerdeña, Gramsci conoce allí, en el año lectivo 1910-1911, a quien más tarde reconocerá como el primero de sus grandes maestros: Matteo Bartoli. Bartoli era un importante lingüista, cuya concepción sobre (la historia de) las lenguas confrontaba teóricamente con la postulada por los neogramáticos que dominaban la lingüística italiana y europea de la época.

Por esos años, el proyecto personal de Gramsci es el de convertirse en un catedrático, experto en temas de lingüística. En esa dirección orientará sus estudios: al conocimiento de las lenguas clásicas occidentales (latín y griego), Gramsci incorporará –sucintamente– el sánscrito. De este modo, se adentra en lo que se considera como un saber ineludible en la formación de un lingüista desde el punto de vista genérico e histórico, un recorrido académico ligado con los principales aportes de las ciencias del lenguaje del siglo XIX que el joven sardo no completará, absorbido por el compromiso político con el Partido Socialista y por sus obligaciones con la prensa partidaria, en la que descollaba con sus provocaciones un fogoso maestro de escuela primaria: Benito Mussolini.

Bartoli, el maestro de Gramsci, nace en 1873 en Albona, una pequeña localidad de la península de Istria, entonces bajo dominio austríaco. Si bien se expresa en italiano y se reconoce, no sin tensiones, en esa lengua, es, en términos formales, ciudadano del Imperio Austro-húngaro. Por consiguiente, cursa sus estudios en la Universidad de Viena con el notable romanista Wilhelm Meyer-Lübke y escribe sus primeros textos científicos en lengua alemana. En esos trabajos se detiene en el examen de las diferencias entre variedades dialectales y de la confluencia de lenguas en una zona geográfica que reproduce, de manera traumática, el “puchero de lenguas” que es, para decirlo con Deleuze y Guattari (1978), el Imperio de los Habsburgo. Desde el año 1907, Bartoli enseña “Historia comparada de las lenguas clásicas y neolatinas” en la Universidad de Turín. Y, a partir de 1910, con la publicación del artículo “Hacia las fuentes del neolatín”, da forma a una posición teórica que en un principio denomina “neolingüística” y que irá luego mutando hacia lo que designa como “lingüística espacial” por la importancia que se le atribuye a la dinámica territorial y, por extensión necesariamente histórica y política, en franca polémica con las posturas que juzga como positivistas y biologizantes sobre el desarrollo de las lenguas que proponían los neogramáticos (Ives, 2004).

El pensamiento lingüístico de Bartoli se mueve entre tres grandes coordenadas: el Atlas lingüístico de Francia de Jules Gillièron (realizado entre 1897 y 1900, y publicado entre 1902 y 1910), la doctrina dialectológica elaborada en la segunda mitad del siglo XIX –en los años del proceso de unificación política de Italia– por el filólogo y lingüista italiano Graziadio Isaia Ascoli y el renacimiento del idealismo filiado en la Ciencia Nueva de Giambattista Vico de la mano de Benedetto Croce y de Giovanni Gentile, que se centra en el tema del cambio lingüístico desde una perspectiva eminentemente histórico-cultural. Desde este último planteo, las lenguas no cambian por la acción inconsciente de los hablantes o por generación espontánea, natural (como pensaban los neogramáticos) sino que, por el contrario, están inducidos por la acción vivificadora de la historia expresada a través de transformaciones culturales y sociales de la comunidad, que implican el contacto con otras lenguas y las disputas por el predominio de una determinada variedad lingüística por sobre otras. Esta lucha no puede concebirse, en absoluto, en términos asépticos; tampoco puede operar aislando una zona del lenguaje puramente sistemática, como hará la lingüística propuesta por el suizo Ferdinand de Saussure en esos mismos años, sino entendiendo que los fenómenos lingüísticos son objetos fundamentalmente históricos, insertos siempre en un entramado de relaciones más amplio y complejo en el que intervienen múltiples factores.

En este cuadro teórico, la noción de contacto juega un papel central. De ese contacto (o conflicto) entre formas, variedades y lenguas, surge un bloque lingüístico relativamente estable en el que es posible desglosar una variedad dominante y variedades dominadas, cuyas huellas se presentan en aquella en términos de sustrato. Ninguna lengua, en este sentido, sustituye completamente a otra. Ninguna lengua sustituida desaparece, a su vez, sin dejar restos. No se trata, por consiguiente, de pensar en términos de una evolución puramente interna de las lenguas, como consecuencia de una dinámica completamente conceptualizable en términos de leyes evolutivas como las que desvelaban a los lingüistas positivistas del siglo XIX; tampoco se trata de pensar, como sucede en la línea saussureana claramente estructuralista, la lengua como pura inmanencia en términos de valor y sistema, sino de dar cuenta de la dinámica histórica compleja en la que las lenguas anclan, confrontándose con otras y estableciendo una lucha, a veces sorda, con éstas. Es lógico, pues, que la lingüística proyectada por Bartoli privilegie para su indagación los contextos en los que los conflictos de lenguas y de cultura se hacen manifiestos. Los Balcanes son, de esta manera, un territorio especialmente fértil; lo es, en especial, el litoral adriático, zona de expansión en su momento de la república de Venecia y en la que conviven conflictivamente variedades latinas –italianas, dálmatas, rumanas– con variedades eslavas, magiares y, más al sur, neohelénicas y albanesas; también lo son las grandes islas mediterráneas –Cerdeña, Córcega, Sicilia–, percibidas como lugares de complejas confluencias de pueblos y lenguas. Ello explica probablemente que el origen sardo de Gramsci y su relación tensa con la lengua italiana (es decir, con el toscano devenido en norma estándar y en lengua oficial luego de la unificación de Italia en 1861), adquirida con esfuerzo, haya resultado, para el profesor Bartoli, especialmente atractivo, sobre todo teniendo en cuenta que su maestro, Wilhelm Meyer-Lübke, había planteado la hipótesis de una autonomía de la lengua de Cerdeña con respecto a las demás variedades romances[3]. Al respecto dice Gramsci en el Cuaderno 1 (1929):

(…) entre la clase cultura y el pueblo hay una marcada distancia: la lengua del pueblo es todavía el dialecto, con la ayuda subsidiaria de una jerga italianizante que en gran parte es el dialecto traducido mecánicamente. Existe además una fuerte influencia de los diferentes dialectos en la lengua escrita, porque también la así llamada clase culta habla la lengua nacional en determinados momentos y usa el dialecto en el habla familiar, es decir, en el habla más viva, adherida a la realidad inmediata; por otra parte, con todo, la reacción a los dialectos hace que, al mismo tiempo, la lengua nacional siga siendo algo fosilizada y anquilosada y cuando pretende ser familiar se quiebra en una serie de reflejos dialectales.

El joven Gramsci se forma, entonces, en el marco de una escuela lingüística atenta al componente dialectológico y a la heterogeneidad lingüística y con un prestigio sólido en el ámbito académico internacional, prestigio que tiene sus columnas en centros universitarios como Turín, Milán o Pisa y en revistas como el Archivio Glottologico Italiano, fundado en 1873 por Ascoli. En esa escuela, Bartoli se ubicará en el punto de máxima condensación de lo que Tullio De Mauro (1980) ha caracterizado como una tendencia italiana, un modo de afrontar los problemas de la lengua cuyas huellas pueden encontrarse en Dante (De Vulgari eloquentia) y en Vico (De antiquissima italorum sapientia): una tendencia que, dada la hegemonía de las posiciones sistemáticas de matriz saussureana (la lengua es un sistema) y, más tarde, de la gramática generativa chomskiana (el lenguaje es una facultad innata y la lengua una competencia), puede entenderse como una verdadera anomalía italiana. Esta corriente está integrada por una serie de investigadores que encaran sus estudios poniendo en primer plano la relación de los hablantes con las formas lingüísticas en lugar de ocuparse, como hacen las distintas vertientes del formalismo, de esas formas en sí mismas.

Ignacio Pardo

De allí que la lengua, para Gramsci, no sea vista como un sistema autónomo ni cerrado, tampoco estático y monolítico, sino como un conjunto móvil, abierto, sujeto a cambios permanentes. Con ello se vincula la visión dinámica, la conciencia de la historicidad de los hechos lingüísticos, la necesidad de pensar los fenómenos del lenguaje en conexión inextricable con el ámbito de lo social. No hay lengua pura, abstraída del devenir histórico concreto de cada comunidad. La lengua es, por lo tanto, un objeto histórico complejo, articulado en estratos, en los que operan distintas temporalidades (como, por ejemplo, los sustratos, los superestratos y los adstratos). Además, cada estrato remite a rasgos (variaciones) particulares: diastráticas (sociales, incluyen variables como la edad, el sexo, el género, la clase, el nivel educativo), diatópicas (geográficas), diacrónicas (temporales), diafásicas (distintos registros o situaciones de comunicación). Por otra parte, la relación que se entabla entre las distintas variedades se revela como una articulación hegemónica. Esa relación entre una variedad que se impone y otras que quedan relegadas es, por ende, siempre, jerarquizada y antagónica, resultado del vínculo entre los usos lingüísticos de las distintas clases sociales y la institucionalización (como veremos más adelante) de determinadas prácticas verbales. Habría, pues, una concepción política del lenguaje que Gramsci retoma y reelabora, y cuyos fundamentos se pueden hallar en su propia tradición formativa en las aulas de la universidad turinesa.

En definitiva, las reflexiones sobre el lenguaje y sobre las lenguas de Gramsci constituyen una zona de disputa de sentidos con otras corrientes teóricas y políticas con las que se confronta y en relación con las cuales –sólo en relación con las cuales– se elabora un posicionamiento lingüístico específico y novedoso. En realidad, afirma Gramsci, cada sector construye su propio lenguaje y con él interviene en el desarrollo de la lengua nacional, apropiándose de lo que estaba ya en uso y abriéndose, al mismo tiempo, nuevas aristas comunicativas.

 3. En torno al concepto gramsciano de gramática y su relación con la hegemonía

De especial interés son las elaboraciones y distinciones que Gramsci pone en juego, en el Cuaderno 29 dedicado íntegramente a cuestiones lingüísticas, en torno al concepto de gramática, que, vista desde el funcionamiento de la hegemonía, no debe ser expulsada de la educación elemental, como se desprende de las posiciones idealistas que proponía Croce. Abandonar su enseñanza llevaría, para Gramsci, a un “dejar hacer” que terminaría reproduciendo la distancia simbólica entre aquellas personas que heredan la norma legítima en contextos no escolares –básicamente, en ámbitos familiares, donde la norma no es objeto de reflexión sistemática– y los miembros de las clases subalternas, relegados a un conocimiento intuitivo y aproximativo de la norma nacional considerada legítima.

En el siglo XIX, unos cuantos años antes de los escritos de Gramsci, el escritor Alessandro Manzoni postulaba la urgencia de “italianizar” a los habitantes dialectófonos del nuevo Estado-nación europeo a partir, como ya se indicó unas líneas más arriba, de la adopción de la variedad considerada más prestigiosa: la toscana, filiada históricamente con la tríada constitutiva canónica de la literatura italiana –Dante, Petrarca, Boccaccio–. En la concepción de Manzoni, que se afirma con contundencia en su escrito De la unidad de la lengua y de los medios para difundirla (1868)[4], ante la necesidad de una lengua común “ya hecha, y no a ser hecha”, lo que debe difundirse es la variedad viva de los hablantes toscanos cultos –y no la variedad puramente literaria postulada por los puristas–, para lo cual propone a la escuela como instrumento de difusión privilegiado y aconseja, además de la redacción de un Vocabulario de la lengua “viva” adaptado a las nuevas exigencias, la presencia de maestros de origen toscano en las diferentes regiones italianas. Hay en los planteos de Manzoni y de los manzonianos una confianza en la potencia de la escuela como propagadora de la variedad legítima que, con el tiempo, se demostrará poco sólida. A las críticas a esta propuesta que en su momento habían planteado autoridades como el crítico Francesco De Sanctis y el propio Ascoli, se suma el Croce de la Estética, que propugnará como solución del problema de la lengua lo que, desde una perspectiva glotopolítica contemporánea (Guespin y Marcellesi, 1986; Arnoux, 2000; Bochmann, 2021), puede pensarse como “liberalismo lingüístico”, que conduciría a mantener el statu quo, el orden establecido y no a revertir el estado de situación, por demás desigual. Para Gramsci, la necesidad legítima de que un pueblo dividido dialectalmente como el italiano se comunique no debe llevar a la búsqueda de una lengua única e ideal, tan artificial como el esperanto propuesto por los universalistas. Tampoco la solución es el juego libre y espontáneo de los hablantes, individualmente o en grupo, lo que irá produciendo la comunidad de espíritu y de intereses, y lo que terminará dando forma a una variedad lingüística compartida. Eso es un liberalismo de lo concreto, de lo singular, que entiende las limitaciones para la implantación de una lengua solamente a partir de la acción del Estado.

En los años treinta, los planteos de Gramsci se enfrentan, asimismo, a los de la “autarquía lingüística” y el purismo, aspectos que el régimen mussoliniano comienza a enfatizar a partir de 1932, con la campaña contra las palabras extranjeras, a las que seguirán acciones glotopolíticas puntuales[5]. Así, en 1934, el mismo año en que Gramsci redacta las notas finales, se prohíbe el uso de extranjerismos en los diarios italianos y el ministro de instrucción Giuseppe Bottai lleva adelante una encuesta nacional en torno a las relaciones entre “lengua y revolución fascista”, tendiente a legitimar el italiano nacional por sobre las variedades regionales, que habían sido objeto de un ataque violento por parte del propio Mussolini. Se acentúan además los procesos de italianización forzada de las zonas con población no ítaloparlante, en especial en las regiones del nordeste habitadas por hablantes del alemán (el Tirol del sur) y de lenguas eslavas (Istria y Gorizia). Esos años son, en este sentido, un período de reflujo en relación con la apertura hacia la enseñanza dialectal y al espontaneísmo propiciado en los primeros años del régimen.

El fascismo de los años treinta se acercaba, de esta manera, a las posiciones históricas del manzonismo, de matriz fuertemente estatista: a un “jacobinismo lingüístico” que se evidencia en la ejecución de un conjunto de acciones legislativas y de movimientos glotopolíticos, como la compilación de términos –extranjerismos o dialectismos (regionalismos)– a ser evitados en el creciente aparato de comunicación de masas –radio, cine, teatro, prensa escrita, industria discográfica–, que en el período mussoliniano alcanza un desarrollo notable. Se produce de este modo un renacimiento del purismo que se coronará en 1940 con la instauración de una Comisión para la Italianidad de la Lengua en el seno de la Academia de Italia. En este marco de construcción de un “purismo de Estado”, se produce una revalorización de la gramática en el sistema educativo, en especial en los años de la escuela elemental. Se escriben, incluso, textos como La gramática de los italianos, de Ciro Trabalza y Giovanni Allodololi, publicada en 1934 y destinada a convertirse en texto de referencia oficial de lo que restaba del período fascista. Con esta gramática confrontará Gramsci en las notas sobre lenguaje, pues ve en ella un regreso a posiciones –puristas, retóricas, académicas– anteriores a la irrupción del idealismo de Croce y al historicismo de Bartoli.

El “purismo de Estado” encuentra en el lingüista y crítico literario Giulio Bertoni a uno de sus representantes más destacados, lo que explica probablemente el encono con el que Gramsci se concentra contra él en sus escritos lingüísticos. Bertoni representa para Gramsci un retroceso en relación con los aportes de Bartoli, una interpretación errónea de las teorías de base de la escuela histórica, que explican el progresivo alejamiento entre ambos. Bartoli, incluso, dejará de hablar de “neolingüística” (De Mauro, 1980). Reemplazará el término por el de “lingüística areal” para evitar las connotaciones asociadas con las operaciones llevadas adelante por Bertoni.

Las críticas al purismo encarnado en Bertoni no llevan a Gramsci a sostener una posición espontaneísta en torno a las relaciones entre lengua nacional y dialectos ya que es una concepción de lengua que se aleja, también, de cualquier forma de relativismo, que anula las diferencias y las tensiones políticas entre las variedades dialectales y la lengua nacional. Por el contrario, para Gramsci, toda lengua es una lengua impura, atravesada por tensiones y contradicciones entre fuerzas centrípetas y fuerzas centrífugas, entre instancias de unificación e instancias de dispersión. Es, también, un territorio complejo, habitado por diferentes temporalidades, que conserva huellas de un pasado lingüístico, muchas veces reprimido, que manifiesta marcas diferenciales desde lo regional, lo etario o lo social (hoy sumamos el género) y que se encuentra expuesta a la influencia de otros complejos lingüísticos nacionales o internacionales, regionales o cosmopolitas. La heterogeneidad de la lengua es un modo de la heterogeneidad de lo social, que Gramsci expresa con claridad en su concepto teórico de “momento”, como un todo en el que están presenten las huellas del pasado, los remanentes, y están en germen desarrollos futuros imprevisibles, no teleológicos. A propósito, el sardo afirma:

(…) ¿quién puede controlar el aporte de innovaciones lingüísticas debidas a los inmigrantes repatriados, a los viajeros, a los lectores de diarios y lenguas extranjeras, a los traductores, etc.? (Cuaderno 29, 1935)[6].

En las lenguas nada se produce por partogénesis, sino que todo es producto de relaciones y de conflictos. En consecuencia, lo que se produce históricamente no es la lengua como entidad aislada y analizable con instrumentos asépticos, sino una “situación” en la que participan la contaminación y el antagonismo de las lenguas. El problema de la lengua no se distingue, por ello, del problema de la hegemonía, entendida como una fuerza que opera sobre un plano de diferencias y que tiende, en principio, hacia formas contingentes de unificación, que nunca son plenas. Que dejan siempre un resto irreductible a lo hegemónico.

Las relaciones entre lenguas y el desglose entre la variedad nacional y los dialectos regionales es un aspecto de la tensión entre la Nación y las regiones, entre la cultura de los sectores dirigentes y el folklore y, al mismo tiempo, una zona donde se manifiesta el conflicto por la construcción de algo tal como una cultura nacional-popular que, como desarrolla Gramsci en sus notas sobre literatura, en la Italia de la primera mitad del siglo no ha logrado todavía realizarse. Lo nacional y lo popular son, pues, producto de una lenta elaboración histórica, en la que la dinámica de las lenguas cumple un papel central.

En efecto, Gramsci va a ir insertando el problema de la difusión de la lengua italiana en sus notas sobre la construcción del Estado nacional moderno, en contacto con la difusión de la variedad toscana como una forma prestigiosa y en relación con el prestigio (y la autoridad) de la literatura producida por los autores toscanos, pero también en función de la capacidad de difusión reticular de los mercaderes florentinos, presentes con sus negocios en las diferentes regiones italianas. El vulgar ilustre como variante relacionada con la construcción de lo nacional, capaz de difundirse por razones estrictamente relacionadas con el prestigio, le permite a Gramsci pensar las relaciones lingüísticas en términos hegemónicos.

En este escenario, la opción de Gramsci es un retorno a la gramática, pero no en términos de purismo. De hecho, lo que propone es una operación que instala la problematización y la historización de la gramática y la concibe como un gesto eminentemente político. La gramática es, así, una noción histórica. No es un arte, ni un conjunto de reglas para hablar y escribir correctamente. No es tampoco la descripción del funcionamiento de una lengua ni la descripción de la facultad innata. Es una realidad en la que se entrecruzan e intersectan una multiplicidad de hechos. Es una forma de praxis lingüística en la que intervienen relaciones de poder y, por lo tanto, de hegemonía en relación con una clase o con un bloque histórico determinado.

La “gramática” (que podríamos reformular como la norma lingüística, como los “juicios de corrección o incorrección”) no es para Gramsci un dato de partida, sino un objeto a ser construido (Ouviña, 2020). No hay, además, algo tal como una gramática única, una gramática plena, sino que el término “gramática” designa una complejidad que debe ser pensada, situada en un marco concreto de discusión: en un sentido estricto, debe ser discernida.

Así, para Gramsci hay que distinguir en principio una gramática inmanente, una gramática que hoy –Bourdieu (1995) mediante– podemos pensar como un habitus de tal modo internalizado en el sujeto, que pasa a ser percibido como una suerte de capacidad generativa intrínseca al que habla. Gramsci señala que “el número de «gramáticas espontáneas o inmanentes» es incalculable y teóricamente se puede decir que cada quien tiene su propia gramática”. Esto es, un hablante pone en juego su gramática familiar e institucional, marcada por un acceso desigual a la lengua. Pero ello, desde un punto de vista histórico, es decir, desde un punto de vista que politiza el objeto, no puede pensarse sino en relación con formas manifiestamente sociales de la gramática, es decir, con formas prescriptivas (e, incluso, en ocasiones proscriptivas) que tienen una capacidad de generación de aquello que se considera como la norma oral y escrita en un momento determinado. La gramática se asocia, así, con valores sociales distintos: algunas son prestigiosas, otras subalternas.

Y, por otro lado, Gramsci se refiere a la gramática normativa, que es objeto de reflexión, de discernimiento, de análisis. En ella es posible distinguir entre gramáticas normativas escritas, a las que define como intervenciones explícitas que no involucran solo a los hoy llamados instrumentos lingüísticos (gramáticas, diccionarios, tratados ortográficos, textos escolares, manuales de estilo) en algunos casos financiados por el Estado y que circulan sobre todo a través de la institución educativa, sino también existen gramáticas normativas no escritas que se plasman en una serie diversa de modos de intervención, de formas, de medios de comunicación y difusión que están muy presentes en la sociedad civil (prensa, radio, cine, teatro, literatura, discursos públicos como los políticos y los religiosos). Estos modelos de lengua que se vehiculizan a través de distintos canales y que tienen un público más vasto que las gramáticas normativas escritas son focos de irradiación de innovaciones lingüísticas por lo que constituyen, en definitiva, importantes fuentes de normatividad para la construcción de la lengua nacional legítima.

Una de las citas más significativas acerca de la gramática normativa es la siguiente:

En realidad, además de la «gramática inmanente» en todo lenguaje, existe también, de hecho, es decir incluso si no aparece escrita, una gramática «normativa» (o más); está constituida por el control recíproco, la enseñanza recíproca, la «censura» recíproca que se manifiestan con las preguntas: «¿Qué es lo que entendiste?», «¿Qué es lo que quieres decir?», «Explícate mejor», etc., con la caricatura y la tomada de pelo, etc., todo ese complejo de acciones y reacciones confluyen en la determinación de un conformismo gramatical, es decir, en el establecimiento de la «norma» o juicios de corrección o incorrección, etc.

En suma, para Gramsci, la norma lingüística es el producto de un conjunto de interacciones que involucran no solo al Estado, sino al conjunto de lo social. Pensar en la tradición jacobina que retoma el fascismo (en defensa del ideal de monolingüismo y, con él, del purismo), que únicamente a partir de disposiciones legislativas o de la producción de gramáticas con el aval de universidades y academias se puede imponer una norma determinada es ignorar la dinámica compleja de construcción de lo hegemónico. Por lo tanto, concebida como el producto de una elaboración histórica, la norma es una forma relativamente estable, en tensión permanente con otras formas. Es, en última instancia, una construcción hegemónica. Ello implica, en primer lugar, pensar las relaciones de lenguaje en términos de disputa por la definición de aquello que se considera una cultura legítima: lo “universal” y “cosmopolita”, relacionado con el latín como lengua de cultura humanística, como lengua del culto católico y como lengua administrativa del Papado; lo “nacional”, relacionado con el predominio del vulgar ilustre toscano; lo “regional”, ligado a la persistencia de las formas que terminarán denominándose dialectales, pero que en muchos casos tienen una tradición consolidada en sus usos literarios (siciliano, napolitano, lombardo, etc.) e, incluso, administrativo-burocrático (como en el caso del genovés y del véneto, que la República de Venecia difunde como variedad prestigiosa a lo largo de sus posesiones en el Mediterráneo).

En segundo lugar, la reflexión sobre las lenguas en términos de hegemonía supone, para Gramsci, ubicarse en el plano de su reflexión sobre el lugar de los intelectuales en torno a la organización de la cultura. Lingüistas, gramáticos, lexicógrafos, filósofos del lenguaje, pedagogos: todos aquellos que producen discursos sobre el lenguaje y las lenguas son insertos por Gramsci en el complejo de las disputas en torno a la hegemonía y, en este sentido, son ubicados en un marco que historiza y que politiza de manera potente a los discursos metalingüísticos (Del Valle, Lauria, Oroño y Rojas, 2021). Como lo explicita el propio Gramsci, las decisiones sobre la “gramática”, la elección y la codificación de una variedad, su uso en el ámbito administrativo y su uso literario, constituyen actos, en sí mismos, políticos que se forjan necesariamente en relaciones de hegemonía:

Se podría esbozar un cuadro de la «gramática normativa» que opera espontáneamente en toda sociedad, en tanto ésta tiende a unificarse, sea como territorio, sea como cultura, es decir, en cuento exista un sector dirigente cuya función sea reconocida y aceptada.

(…) la gramática normativa escrita es siempre una «elección», una dirección cultural, es decir que es siempre un acto de política cultural-nacional. Podrá discutirse el mejor modo de presentar esta «elección» y la «dirección» para hacerlas aceptar voluntariamente, es decir, podrá discutirse sobre los medios más adecuados para obtener el fin; no puede haber duda de que hay un fin para alcanzar que tiene necesidad de medios idóneos y adecuados, es decir, que se trata de un acto político.

4. Cierre: el legado de Gramsci en el estudio del lenguaje

Las reflexiones sobre el lenguaje, las lenguas y las variedades de Gramsci no son un cuerpo sistemático de nociones, sino un conjunto disperso que constituye, en su relación con el magma de escritos del que forman parte, una de las aproximaciones sin duda más lúcidas para pensar las articulaciones entre los problemas del lenguaje, las cuestiones histórico-culturales y la praxis crítica. En esa identificación de lo lingüístico, lo social y político radica la actualidad gramsciana, cuyas marcas y trazas pueden encontrarse en propuestas como las que impulsa la glotopolítica latinoamericana actual en sus prácticas investigativas y militantes (Arnoux, 2008a y b; Bentivegna 2011 y 2018; Arnoux y Lauria, 2016; Bentivegna, Lauria y Niro, 2021; Lauria, 2022).

Alan Dufau

La perspectiva que el autor sardo adopta tiene un perfil fuertemente historicista, y se concentra en la heterogeneidad y en la manifestación del conflicto: el lenguaje es considerado menos como una entidad fija que como un espacio donde se exhiben roces, tensiones, contradicciones y se dirimen posiciones políticas en un momento histórico determinado siempre sometido a un juego de fuerzas contrapuestas. Reflexionar sobre el lenguaje supone, entonces, tener en cuenta un entramado de relaciones amplio y complejo, que excede los límites del campo meramente lingüístico. Esto implica pensar los objetos, los fenómenos y las situaciones relativos al lenguaje como acontecimientos intrínsecamente históricos a partir de la conexión, algunas veces clara, otras veces inextricable, que estos entablan con transformaciones, requerimientos y exigencias que se producen en (o desde) los ámbitos político, social, económico, cultural, educativo, tecnológico, laboral y demográfico (migratorio). En este sentido, una diversidad de temas contemporáneos puede ser (y efectivamente lo es) abordada desde la reflexión gramsciana. Sin ánimos de ser exhaustivos, mencionamos a continuación una lista de fenómenos:

  • La formación de los Estados modernos y la cuestión de la configuración de la lengua nacional tanto en países centrales como periféricos y en distintos momentos del desarrollo capitalista.
  • Las políticas de lenguas en la etapa actual del capitalismo tardío: las áreas idiomáticas y las lenguas en el mercado lingüístico. Las lenguas como commodities.
  • La formación de los bloques de integración regional y la cuestión de las lenguas oficiales y de trabajo.
  • Lengua y ciudadanía. Monolingüismo y monoglosia vs. diversidad, plurilingüismo y heteroglosia. Lenguas y variedades que luchan por la hegemonía. Las representaciones y los valores asociados a determinadas variedades no dominantes.
  • Las políticas lingüísticas implementadas desde el Estado y desde distintos sectores de la sociedad civil (movimientos sociales, activismos, comunidades de lenguas minoritarias y minorizadas: personas sordas que utilizan las lenguas de señas, lenguas indígenas, lenguas de inmigración reciente europeas, asiáticas y africanas). Los derechos lingüísticos. Los factores determinantes en la difusión de una determinada variedad al conjunto de la sociedad: la escuela, los medios de comunicación (la prensa, la radio), el canon de la literatura (culta y popular), el teatro y el cine, la traducción como práctica cultural, las reuniones públicas de todo género, la conversación entre los diferentes estratos de la población y los dialectos locales. Relación entre nacional y popular. Lengua nacional vs. variedades populares, regionales (dialectales).
  • La definición de la norma lingüística (de la lengua legítima). El tema de la autoridad en materia de regulación de lengua. Los “dueños” de la lengua correcta. Las academias de la lengua. Los instrumentos lingüísticos canónicos (gramáticas, diccionarios, ortografías). La cuestión de la gramática normativa (más o menos descriptiva, o prescriptiva explícitamente) y su incidencia en el ámbito escolar.
  • El cambio lingüístico y las lenguas en contacto/conflicto. Situaciones de bilingüismo y diglosia. Las lenguas en las fronteras.
  • La hegemonía del inglés como lingua franca de la ciencia.
  • La problemática del lenguaje políticamente correcto, y los límites de la regulación y el control lingüístico y discursivo.
  • Los fenómenos denominados lenguaje no sexista, lenguaje inclusivo de género, lenguaje no binario.

En suma, volver a Gramsci nos permite no solo abordar la dimensión política de las intervenciones sobre el espacio público del lenguaje, como así también la dimensión lingüística de los procesos políticos, sino que además nos permite comprender y transformar la realidad lingüística, principalmente aquellas situaciones de desigualdad flagrante, en aras de construir un horizonte más equitativo, justo y emancipador en términos lingüísticos, pero no sólo.

 

Notas

[1] Este artículo se realizó teniendo como base Bentivegna (2013).

[2] Utilizamos el concepto de lenguaje ya que es más abarcador y adecuado, y comprende mejor los diversos aspectos que Gramsci examina como son las lenguas históricas (latín, italiano, inglés) con su variación constitutiva, las variedades, las hablas, los acentos, los discursos, los registros, los géneros; los modos de leer, de hablar y de escribir y el uso de ciertas formas lingüísticas ya sean estructuras sintácticas, variantes morfológicas o determinadas voces).

[3] Ver al respecto Giancarlo Schirru (2011). “Antonio Gramsci, studente di linguistica”. En Studi storici, 4, pp. 925-973.

[4] Se trata de una “relación” ante el Ministerio de Instrucción luego de que Manzoni, por entonces senador del Reino, presidiera la Comisión por la unificación de la lengua.

[5] Ver al respecto Luigi Rossiello, Michele Cortelazzo et al. (1976). La lingua italiana e il fascismo. Bolonia: Consorzio Provinciale Pubblica Lettura.

[6] En adelante, todas las citas corresponden al Cuaderno 29 del año 1935.

Referencias bibliográficas

Arnoux, Elvira Narvaja de (2000). “La Glotopolítica: transformaciones de un campo disciplinario”, en Lenguajes: teorías y práctica. Buenos Aires: Instituto Superior del Profesorado “Joaquín V. González”, Secretaría de Educación, GCBA, pp. 3-27.

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Lecturas complementarias

Anuarios de Glotopolítica: Disponible en línea: https://glotopolitica.com/

Bentivegna, Diego (2017). “Antonio Gramsci: Praxis y glotopolítica”. En Anuario de Glotopolítica, 1, pp. 41-69. Disponible en línea: https://glotopolitica.com/

Carlucci, Alessandro (2013). Gramsci and Languages. Leiden: Brill.

Gramsci, Antonio (2009). Literatura y vida nacional. Cuadernos de la cárcel (Selección). Traducción, edición y notas de Guillermo David. Buenos Aires: Las Cuarenta.

Gramsci, Antonio (2013). Escritos sobre el lenguaje. Sáenz Peña: Eduntref.

Fiori, Giuseppe (2009). Vida de Antonio Gramsci. Buenos Aires: Peón Negro.

Lo Piparo, Franco (2008). A lingüística e o não-marxismo de Gramsci. Disponible en línea: http://www.acessa.com/gramsci/?page=visualizar&id=941.

Mancuso, Hugo (2010). De lo decible. Entre semiótica y filosofía: Peirce, Gramsci, Wittgenstein. Buenos Aires: SB Editorial.

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Paoli, Antonio (1984). La lingüística en Gramsci. Teoría de la comunicación política. México: Premia.

 

Para conseguir el libro en papel pueden comunicarse con las editoriales autogestivas:

Muchos Mundos Ediciones, muchosmundos.ediciones@gmail.com y El Zócalo Gráfica y Editorial, www.cooperativaelzocalo.com.ar (Argentina)
Editorial Quimantú, editorial@quimantu.cl (Chile)
Editorial Insurgente, libroinsurgente@gmail.com (Ecuador)

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Diego Bentivegna Investigador del CONICET y docente de grado y posgrado en las Universidad de Buenos Aires y de Tres de Febrero. Es director del Observatorio de Glotopolítica, codirector de la revista Chuy y miembro fundador del Anuario de Glotopolítica (Buenos Aires – Nueva York).