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Navegando la masculinidad

La infancia es una etapa de violenta y descarnada corrección. Para el niño y la niña se hace evidente, a través de diversas formas punitivas, cuando ha incurrido en una grave falla para aquello que empieza a entender como su masculinidad/feminidad. En este texto, Riada, Estelita Monteverde y Allku, nos comparten sus reflexiones desde la apuesta por una masculinidad diversa y contrahegemónica. Una rebelde experiencia fallida de haber tenido que pasar por masculinos. [Portada: Juan Sebastián Álvarez].

“Es como la típica de la masculinidad: uno tiene
que dar prueba de ser lo que nadie es”.

Estelita Monteverde

Por: Fabián Barba, Daría #LaMaracx y Esteban Donoso. El punto de partida han sido nuestras experiencias, tensas y conflictivas, con la masculinidad. Entre lxs tres no solo hemos compartido anécdotas, sino que también hemos practicado un ejercicio conjunto de reflexión sobre esas vivencias. Firmamos el artículo entre lxs tres justamente para transparentar el trabajo realizado entre varias voces.

Para hablar sobre nuestras experiencias hemos utilizado seudónimos; nos hemos llamado Riada, Estelita Monteverde y Allku. Esto es porque lo importante es compartir las reflexiones que se desarrollan a través de vivencias particulares y situadas y evitar toda lógica confesional o de exposición personal.

“Pasar por” o el intento de performar la masculinidad

“Me hacía sentir cómodo en ese momento
que me leyeran como hombre, porque eso
significaba que estaba haciendo bien mi papel de niño,
que a veces sí lograba pasar por un niño”.

Riada

Al hablar sobre nuestras experiencias con la masculinidad, lxs tres compartimos la percepción de “tener algo” que nos ha marcado como distintxs, algo que nos alejó de la posibilidad de aparecer como niños —en masculino—, frente a la mirada de las otras personas. En las conversaciones que mantuvimos, es difícil separar lo personal de lo social. De lo conversado se trasluce que el género se mueve como dentro de un juego de espejos, donde nuestra auto-percepción está mediada por las miradas de lxs demás que sentimos posarse en nosotrxs. La forma en que respondimos a este escenario fue diferente para cada unxs de nosotrxs. Sin embargo, la dificultad de mostrarnos a lxs demás como niños (en masculino) parece ser un rasgo compartido. En una de las conversaciones nos referimos a esto como la dificultad de “pasar por”.

La experiencia de pasar está ligada a la idea de género como performance. Al respecto, reflexiona Riada:

Tal vez que en ese momento me hayan podido leer como un niño y que yo haya podido hacer bien mi trabajo de dramaturgia me permite ahora tener la experiencia de saber que el género es performance, porque ahora sé que sí se puede performar. No es una reflexión teórica que el género es performance […] Parte de una experiencia vital.

Durante nuestra infancia y adolescencia, la motivación de pasar estuvo relacionada a la necesidad de adaptarnos como un mecanismo de sobrevivencia. Pasar por masculino tomaba por tanto la forma de un imperativo, aunque al mismo tiempo se presentaba como un imposible: algo que debíamos hacer aunque estuviésemos condenadxs a fallar. Esta contradicción fue vivida como un ente generador de estrés, temor y malestar. Un proyecto que, en el momento en que pudimos tomar una posición en relación a la demanda de encarnar un cuerpo y un comportamiento que se leyeran como masculinos, decidimos abandonar: “si yo hubiera elegido pasar, habría tenido que modificarme y confeccionarme tanto que quedaba… no quedaba nada, quedaba como una coraza. Quedaba como una fachada que se caía”. (Estelita Monteverde)

Que no se te note, no hacerse notar

“Vivir con miedo de que cualquier rato se cae la
máscara y se van a dar cuenta. Un reto enorme
de esa necesidad de pasar”.

Allku

Intentar performar esa masculinidad también conllevaba intentar esconder algo. Ese algo que nos delataba como sujetos no del todo masculinos. “De cada diez cosas que hacía para sostener el género, para que me lean masculino, hombre, una funcionaba, y las otras nueve eran como un fracaso absoluto, era todo el tiempo pensar y decir ya se dieron cuenta”. (Riada)

El afán por esconder algo, que no se sabe bien qué es, nos llevó a un cierto deseo de tornarnos invisibles, de no hacernos notar. “En algún nivel no tan consciente prefería no moverme, o no mostrarme, o no aparecer” (Estelita Monteverde). El cuerpo toma aquí un lugar central. Finalmente, es nuestro cuerpo y nuestras actitudes corporales aquello que se da a la mirada de la gente y nos delata como sujetos no del todo masculinos:

Me acuerdo que una vez estaba con mi hermano y vimos pasar a una persona, y mi hermano dijo: “él es un afeminado”. Y yo regresé a verle, y yo quería ver qué en esa persona le convertía en un afeminado. Y siendo niño, creo que sus caderas se movían bastante, tenía un pantalón bastante apretado y sus caderas se movían mucho, yo dije: “ah, eso es, ¿no?” Y al mismo tiempo el terror de que alguna vez a mí me digan: “mírale, ese es un afeminado”. (Allku)

Nace así un esfuerzo por, si no ya controlar, silenciar al cuerpo. Comentando sobre la anécdota del afeminado delatado por su movimiento de las caderas, compartimos:

Y de repente eran todas las miradas del colegio… yo sentía, ¿no? Todas las miradas del colegio sobre mí. Todas las mañanas yo tenía que cruzar la cancha del colegio desde la entrada del colegio hasta el edificio. Y desde los 15 años hasta los 18 que me gradué, cruzar el patio para mí era una pesadilla porque tenía miedo de que se me muevan las caderas. Entonces yo caminaba, así como un robotcito, tan tieso como pudiese. (Allku)

Porque la manera que yo había aprendido a usar mi cuerpo tiene que ver con inmovilizar y tiene que ver con esto de no hacer visible y tener espacio para moverse porque sí, la cosa de mover las caderas de lado a lado. Recién cuando salí [de Quito] es como que por fin, conscientemente me permitía en la calle mover las caderas. Porque es algo que puede durar mucho tiempo, el hecho de cómo sostener para que no se muevan de lado a lado. (Estelita Monteverde)

¿Afeminamiento?

Estelita Monteverde nos dice:

Esta idea de afeminamiento, uno la percibe como si […] fuese un fenómeno como inteligible, pero eso solo puede suceder dentro de una matriz patriarcal, o sea binaria. […] Entonces para mí ha sido un esfuerzo también salir incluso de esa palabra de afeminamiento para pensar de otra manera esa sustancia. Me parece necesario alejarse de la solidificación de esa palabra y esa idea, porque ¿qué también será? ¿O de qué también hablaremos cuando nos referimos a algo con esa palabra?

La palabra afeminamiento viene entonces a nombrar ese “no sé qué” que discutimos en la sección anterior y que nos delataba como sujetos no plenamente masculinos. Pero, como bien dice Estelita, la palabra afeminamiento aparece como una forma de re-establecer el orden binario cuando aparecen cuerpos que no se mueven de acuerdo a ese dictamen. Es una forma de nombrar nuestro modo de ser desde el exterior, o a posteriori.

De hecho, para intentar narrar nuestras experiencias de extrañamiento e incomodidad, al conversar sobre nuestras memorias de infancia usamos una variedad de adjetivos entre los cuales afeminado no era necesariamente el más prevalente. Entre las varias palabras que utilizamos están: llorón, raro, no tan niño, tímido, niño de mamá, mimado, extravagante, andrógino, afeminado, mariconcito. Incluso si no había una identificación fácil con ser un sujeto hombre –una identificación que, como ya he dicho, muchas veces era dificultada por la mirada y el comportamiento hacia nosotrxs de la gente en nuestro entorno, – ningunx de lxs tres se identificaba como con un sujeto niña o mujer. Nuestra experiencia siendo niñxs parece haberse desarrollado dentro del ámbito de lo que ahora llamamos no-binario, un habitar el mundo de una manera que no sabíamos cómo nombrar:

Evidentemente era sin nombre y evidentemente esta lectura que hago de que ahora soy consciente que en ese momento performaba algo de género, de seguro no la tenía ese momento, no lo entendía en términos de género, no la leía con ese enfoque de género, la leía tal vez con el enfoque de debilidad, fragilidad, la leía con el enfoque de… como tú me contabas, ¿no?, timidez y ser extrovertido, la leía con inteligencia vs. torpeza. (Riada)

Al mismo tiempo [en el colegio] yo tenía una manera de verme a mí mismo que no era directamente femenino tampoco. Entonces en la escuela no me iba a jugar futbol pero tampoco me iba a jugar con las niñas porque no me caían tan bien. Entonces me quedaba siempre en esos entresijos, pero siempre era difícil para mí decir pertenezco a esto o pertenezco a este. Me quedaba siempre en la mitad como diciendo: “parece que ni uno ni otro”. (Estelita)

Encontrar una palabra con la que nombrar nuestras experiencias no apareció sino hacia el fin de nuestra infancia o adolescencia, incluso si ciertas palabras ya habían sido insinuadas mientras crecíamos. El encontrar una palabra que pudiese definirnos parece haber traído extrañeza (¿eso soy yo?) al mismo tiempo que un cierto grado de claridad (eso soy yo). Este momento tal vez pueda ser entendido como el momento en que encontramos un posible lugar para nosotrxs dentro de un ordenamiento binario y heteronormativo que nos pre-existía. La palabra gay, afeminado o perra –usada de forma lúdica y reivindicativa– nos ofreció en algún momento una alternativa más o menos problemática frente al limbo de la indeterminación, del no saber qué somos y cómo nombrarnos.

La relación inestable que establecimos (y seguimos estableciendo) con esa palabra (u otra) que pudiese nombrarnos, parece ofrecernos la posibilidad de situarnos, es decir, de encontrar un lugar y volvernos inteligibles para nosotrxs mismxs y para lxs otrxs. El ejercicio de nombrarnos es por tanto una manera de “resolver” los conflictos que vivimos en relación al género mientras crecíamos, y da cuenta de la construcción que realizamos de nosotrxs mismxs, ya sea como travesti, no-binarix u “hombre a mi manera”.

Y sin embargo, la masculinidad (dominante) se abre paso

Una profesora le dijo a Riada: “he visto que tú juegas mucho con las niñas. Creo que es momento de que juegues con los niños, porque si no, va a ser difícil”. Y el hermano de Estelita Monteverde le dijo: “imagínate qué te pasaría si sales a la calle con eso [un enterizo verde]”. Varias veces experimentamos un llamado a comportarnos como niños, en masculino. Varias veces este pedido apareció formulado como una forma de protegernos, diciéndonos que si crecíamos sin llegar a comportarnos como hombres las cosas se iban a poner difíciles (no se percataron que este tipo de interpelaciones eran justamente las dificultades de las que nos querían salvar).

Pero, ¿qué significa ser un hombre? En ciertas ocasiones, la demanda de encarnar la masculinidad tomó la forma explícita de un pacto heteropatriarcal en el que la masculinidad se entiende como un ejercicio de dominación sobre los sujetos mujeres. Al narrar una historia de su infancia, Estelita nos muestra esto con sobrecogedora claridad:

Había una escena de niño que, esto de que jugaban con, que había que demostrar algo tocándoles a las niñas y me acuerdo… O sea, para mí fue bien interesante porque no es que me nacía, y medio que sentía que tenía que hacer porque dizque era chistoso y a ver hagamos. Pero en medio de eso, que estaba en eso, la niña muy inteligente me dice, muy tranquilamente, me dijo: “verás, yo sé que estás haciendo esto porque tienes presión de tus amigos que están jodiendo, pero piénsalo y te voy a pedir no me jodas por favor”. Eso sería diez, once años. Increíble esa niña. Entonces eso a mí, me cacheteó y me reubicó en esa situación. Dije por supuesto, ella es una persona y además a mí no me nace. Y esa fue la única vez. (Estelita)

Pero incluso sin llegar a ejercer ningún tipo de violencia sexual frente a un sujeto feminizado, como ejercicio de dominación, la masculinidad puede manifestarse de otras formas:

Cada vez que lograba acertar en algo que se leía masculino yo utilizaba todo mi poder de dominación para hacer daño, para vengarme socialmente. Entonces comencé a tener esa lógica de que si yo no era bueno como un niño para los deportes masculinos, tenía que ser bueno en otro aspecto masculino, ¿no? La inteligencia… y cuando lograba conseguir este binomio naturaleza-mujeres, cultura-hombres, cuando lograba conquistar la cultura, la inteligencia, el saber, me vengaba socialmente de otros hombres y de otras niñas que habían puesto en duda mis otras acciones de masculinidad, me vengaba con el poder, con la palabra, la humillación. (Riada)

Si nuestros cuerpos y nuestros modos de comportarnos habían sido aquello que nos delataba como no del todo masculinos y nos habían puesto en una situación de vulnerabilidad (léase, inferioridad), nuestras capacidades intelectuales aparecieron como mecanismos de defensa a través de la dominación:

He estado preguntándome mucho qué tipos de masculinidad yo he incorporado y la que yo veo claramente es mi ego, que es un ego herido porque es un ego afeminado, pero es un ego que al mismo tiempo se crece mucho. Por ejemplo, para mí es muy importante eso, la inteligencia, el uso de la palabra, el tener razón y el convencer. El tener razón y el convencer es de cierta manera poder imponer lo que yo pienso sobre el pensamiento de otras personas, lo que es una forma de dominarlas. Ahí por ejemplo yo me doy cuenta que mi masculinidad sale a flote, con mucha violencia a veces. (Allku)

Incluso si nuestra relación con la masculinidad ha sido conflictiva durante el transcurso de nuestras vidas, en la narración de Riada y Allku podemos ver cómo la lógica de la masculinidad, como una lógica de la dominación, nos habita. Poco importa que hayamos incorporado parte de esa lógica como una forma de defensa o como una herramienta de venganza. Nuestro proceso de construcción del género, que ahora conducimos de una forma más consciente, nos impele no solo a reconocer esta lógica en nosotrxs, sino a tratar de expurgarla de nuestro sistema. Este es un proceso que no ha llegado a su fin, pero es un proceso que sentimos se inició en nuestras infancias. Y es un proceso que, ahora nos damos cuenta, se vive mejor en colectivo, generando espacios en los que podamos compartir nuestras experiencias sin temor a ser juzgadxs.