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Las ciudades de la desigualdad

Hablar de ciudades hoy es hablar de desigualdades. La polarización de clases, los roles de género y las diferencias en el acceso a los equipamentos urbanos presentan un panorama conflictivo para un mundo cada vez más urbanizado. Un derrotero militante para un movimiento urbano que tiene todo por hacer. 

Ingresar a la universidad pública fue motivo de gran alegría para mí, pues acceder a la educación no es tarea fácil en Colombia. Sin embargo, estudiar vino acompañado de largos trayectos en el transporte público que superaban las cinco horas al día y un tiempo considerable en trancones. Todas estas, experiencias nada gratas, y menos siendo mujer. Pero qué hacer, es el diario vivir del sur de Bogotá. Entre estos recorridos diarios me surgían reflexiones, sobre todo en torno al cambio tan marcado al salir del barrio. La infraestructura de las casas y edificios tenía aspectos más modernos, las calles estaban pavimentadas, había mayor oferta de transporte, de centros médicos, de universidades, y un mercado laboral. Esto me invitó a preguntarme cómo enunciar las desigualdades en el territorio urbano, abordando en tres momentos las desigualdades, los gobiernos locales y los movimientos sociales. 

Hablar de desigualdades urbanas pasa necesariamente por contemplar elementos como la segregación, los procesos de urbanización, los roles de género y el acceso a bienes y servicios. Este es un engranaje que profundiza las desigualdades al momento de habitar la ciudad. La segregación y fragmentación social y espacial han sido una constante en el crecimiento desmesurado que han tenido los territorios urbanos, generando afectaciones ambientales y habitacionales en quienes se ven obligadas a construir sobre la montaña o en los límites de la ciudad. No obstante, Alicia Ziccardi diferencia entre la segregación existente, refiriéndose a cómo los ricos se auto-segregan en grandes condominios y con espacios exclusivos para ellos, mientras las pobres son obligadas a vivir en las periferias teniendo limitaciones en movilidad y acceso a servicios. Esta situación continúa en aumento en América Latina y limita propuestas como la Ciudad en 15 minutos planteada por Clarence Perri, pues la realidad urbana latinoamericana presenta marcadas diferencias con las ciudades europeas. Además, la fragmentación social urbana ha generado impactos negativos en el tejido social y en las relaciones comunitarias. La consolidación de este tipo de relaciones individualistas terminan siendo hoy un desafío vital en la consolidación de organizaciones y movimientos urbanos. 

Otro elemento importante son los procesos de urbanización y modernización. A pesar de las diferencias entre el desarrollo latinoamericano y europeo, existe una creciente tendencia de corte neoliberal a buscar la modernización a costa del despojo urbano. El centro de esto son los intereses de las clases poderosas, que en complicidad con los gobiernos locales, pretenden excluir a las clases populares para embellecer la ciudad al estilo europeo. Esta situación es latente en los centros históricos de las ciudades o en las zonas con “potencial de valorización”. Sumado a esto, el análisis de los roles de género en las desigualdades urbanas es un elemento poco abordado dentro del urbanismo, pero que merece mayor atención al intentar comprender las realidades que se habitan en la ciudad. 

Como lo menciona Zaida Muxi “el modelo urbano ha propiciado que la desigualdad sea un componente estructural. Las diferentes opresiones y privilegios que tienen las personas según género, clase u origen son cada vez mayores, y la obtención de mejoras para algunos grupos sociales se traduce en precarización de condiciones de vida para otras”. Un ejemplo de esto se encuentra en el ingreso al mercado laboral que, si bien ha sido un derecho disputado por las mujeres en clave de autonomías, no llevó a una redistribución de las tareas del cuidado. Por el contrario, provocó una sobrecarga laboral y mayores dificultades al momento de acceder a la ciudad. Los Sistemas del Cuidado deben prestarle mayor atención a los Planes de Ordenamiento Territorial, a la atención de violencias, a la comprensión de las economías feministas y al acceso a servicios desde una perspectiva de clase. Las desigualdades de género en la ciudad pasan por las violencias vividas en el momento de habitar el espacio público y la vivienda como uno de los lugares más violentos; es decir, debemos comprender la ciudad desde la relación público-privada. 

Así pues, el acceso a bienes y servicios ha sido limitado para la mayor parte de la población urbana, dependiendo de su localización barrial, su sexo, su identidad de género, orientación sexual, clase y etnia. O lo que es lo mismo, el acceso a la ciudad está condicionado para que en su mayoría quienes accedan a la ciudad sean hombres de clase alta, blancos y de preferencia heterosexual. Ellos cuentan con una ubicación privilegiada de los mejores centros de salud, universidades, condominios con acceso a agua y energía, y el mejoramiento de vías para quienes tienen vehículo. Las desigualdades en torno al acceso a estos bienes y servicios pasan a su vez por el poder adquisitivo de quienes pueden costearlo. Por ejemplo, en Bogotá una de las zonas más exclusivas de la ciudad se encuentra rodeada de zonas verdes, quebradas y los mejores hospitales; cuenta con buena iluminación y movilidad. Pero adquirir una vivienda en arriendo supera los 20 millones mensuales. Es decir, para vivir allí se deben generar ingresos monetarios superiores a los 40 millones, pues es requisito que para arrendar los ingresos dupliquen el canon de arrendamiento. Mientras alguien devenga estos ingresos, la mayor parte de la población bogotana solo logra acceder a un mínimo legal vigente, teniendo varias personas a su cargo. El sustento de las desigualdades urbanas se basa, entonces, en la acumulación desproporcionada de recursos y privilegios. 

Ahora, cuál ha sido el papel de los gobiernos locales en estas situaciones. Según el último informe de desigualdades de Oxfam, los 10 hombres más ricos a nivel mundial duplicaron su riqueza mientras el 99% de la población profundizó sus desigualdades. Esto deja ver quiénes se beneficiaron de la pandemia generada por el COVID-19 y de unas políticas que solo favorecieron a quienes poseen un mayor poder adquisitivo. En las ciudades la base de las desigualdades también se traduce en bancos, inmobiliarias y maquinarias económicas que buscan un beneficio a costa de aquellas necesidades que son derechos fundamentales como la vivienda, salud y alimentación. La carga de las labores del cuidado aumentaron durante el confinamiento, dejando claro que es el cuidado de las mujeres el que ha sostenido el modelo capitalista y la mano de obra tercerizada. 

Por eso hoy resulta fundamental generar procesos de incidencia orientados a la redistribución de los recursos, pues la acumulación continúa causando el despojo, la explotación y la muerte de gran parte de la población. Según el Banco de Desarrollo, en América Latina y el Caribe el 75% de la ciudadanía no interviene o participa en los procesos de decisión que se dan en la ciudad. La urgencia, entonces, es generar acciones que incentiven la participación y democratización del territorio urbano, y que desde allí se impulsen cambios y transformaciones políticas en beneficio de las clases populares. Es posible pensar en ciudades dignas para la gente, erradicar las desigualdades existentes y hacer que los derechos no sean servicios para quienes puedan costearlo.

Finalmente, quedan por nombrar algunos de los retos existentes hoy en los procesos, organizaciones y movimientos urbanos. Desde luego, la compresión de las realidades urbanas, su proceso histórico de construcción, la manera en cómo se habitan y la forma en que se evidencian las luchas de clase y género es algo fundamental. Es necesario comprender el derecho a la ciudad, no desde el acceso individual, sino desde la democratización y colectivización que la ciudad genera. Debemos considerar el cómo la segregación ha influido negativamente en el encuentro y tejido social para, de este modo, generar acciones que ofrezcan una respuesta y apunten a la territorialización de las luchas que se van gestando. Solo así se podrán disputar colectivamente unas ciudades para la digna. 

Notas