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Nuestro 8 de marzo continúa en deuda con las ciudades

El urbanismo feminista cuestiona el modo en el que se toman las decisiones en las ciudades y, de este modo, señala las contradicciones de habitar en las urbes del capital. Los cuidados, un capítulo clave en la actual militancia feminista, presentan un claro contraste entre la preocupación manifiesta de las políticas públicas y la cruel realidad del despojo urbano.

Cada 8 de marzo se denuncia un modelo económico que lleva décadas violentándonos y precarizándonos. Las movilizaciones cubren las ciudades de verde y violeta. Los carteles replican que el trabajo no remunerado también es trabajo. Han sido siglos de sostener el capitalismo a través del cuidado, y no es para menos. Recordamos la masacre textil de 1857, la huelga de Pan y Rosas y las mujeres asesinadas en Rana Plaza en Bangladesh en el 2013. ¿Pero qué tiene que ver todo esto con el cuidado? Esa palabra que hoy es bandera para muchas y muchos que se jactan hablando de ciudades cuidadoras mientras continúan explotando nuestros cuerpos y negándonos el derecho de habitar la ciudad.

En los últimos años pareciera que el cuidado se hubiera convertido en un tema central en las agendas de gobiernos globales, nacionales y locales. Mes a mes se realizan diferentes eventos para hablar del cuidado como eje central de las políticas públicas. ¿Pero realmente se comprende el carácter profundamente político del cuidado en nuestra sociedad? En Bogotá se instaló en la pasada administración un Sistema Distrital de Cuidado que ahora es citado en diferentes ciudades para incorporarlo en sus Planes de Ordenamiento Territorial y, de esta forma, se pretende un país en donde se ordena el territorio poniendo en el centro la vida. Una vez más, nos enfrentamos con las contradicciones derivadas de un capitalismo que se especializa en hacer de nuestras banderas un asunto de marketing.

Hablar de cuidado implica confrontar un modelo económico que explota y despoja, en el que prima la acumulación por desposesión acuñada por David Harvey. Hoy los territorios son organizados desde las exigencias del mercado sin consideración de las necesidades básicas o los criterios de la vida digna. El resultado son los procesos de segregación y expulsión de nuestros barrios. El urbanismo feminista, en pocas ocasiones reconocido, ha planteado la necesidad de transformar la manera en la que se planifican las ciudades y se toman las decisiones en torno a ellas. Este urbanismo ha sido profundamente crítico alrededor del mercado inmobiliario y su falta de regulación en un sistema capitalista, contemplando otras formas de construir ciudad que ponga en el centro la vida y cuidado de las personas, -que no es un asunto para el asistencialismo-, y reconociendo las desigualdades estructurales a raíz de las tendencias propias del mercado. De acuerdo con el Col-lectiu Punt 6 “las políticas neoliberales provocan grandes desequilibrios sociales que se concretan territorialmente en fenómenos como la mercantilización del espacio público, la especulación, la gentrificación y la turistificación”. Por tanto, hablar de cuidado sin cuestionar las dinámicas de expulsión y segregación carece de profundidad política y rigurosidad analítica. En ese sentido, la invitación desde es urbanismo feminista es contemplar los siguientes elementos:

Hablar del contexto urbano nos lleva a la construcción de ciudad desde el modernismo y la transformación de los espacios urbanos para embellecer el paisaje a pesar del despojo que pueda causar. Para ampliar la noción de cuidado debemos considerar la gran obra de Jane Jacobs, Muerte y vida en las grandes ciudades, en la que muestra la segregación derivada de las lógicas del mercado y el desplazamiento al que es llevado el trabajo doméstico al relegarse a un papel secundario e insustancial en la planificación de las ciudades. Más aún, es primordial retomar a urbanistas que destacan el papel de las infraestructuras para la vida y buscan poner en el centro la cotidianidad de quienes habitan el territorio. Pese a sus potentes ideas, este urbanismo quedó olvidado luego de la Segunda Guerra Mundial, momento a partir del cual se profundizó en la idea de suburbios norteamericanos que privilegian a los sectores adinerados y su aislamiento respecto a las clases populares.

Ahora bien, qué ha cambiado desde entonces, ¿habitamos ciudades en las que se busca mitigar la segregación?, ¿se está regulando el mercado inmobiliario y se cuenta con políticas de hábitat al servicio de las clases populares?, ¿se ha puesto en el centro la vida de las personas? Sin temor a equivocarme la respuesta es negativa. Aún el mercado se posiciona por encima de la vida, y aunque tengamos Sistemas de Cuidados, estos siguen desconociendo el carácter comunitario de la defensa de la vida. Al día de hoy, no hay propuestas claras para hacer frente a un sistema inmobiliario que nos desaloja y despoja. Para Verónica Gago “las luchas por la ciudad renuevan las reivindicaciones asociadas a la cuestión de la tierra, una ciudad para la vida está en disputa con los procesos de acumulación capitalista que hoy se muestra en su carácter de burbuja inmobiliaria”.

El despojo urbano también ha sido mencionado por Harvey en su idea de acumulación por desposesión. Por muy excepcional que parezca, la verdad es que el despojo urbano ha sido legitimado por instrumentos totalmente legales del Estado. Podríamos hablar de la expropiación, los planes de ordenamiento del territorio y la asignación de usos del suelo favorable al mercado. Por tanto, poner el cuidado y el despojo en un mismo escenario es contradictorio y, sin embargo, es precisamente lo que sucede en una ciudad como Bogotá.

Precisamente son las propuestas de ordenamiento territorial que acuden al cuidado como eje central de la planificación las que buscan echar abajo y demoler media ciudad. Las principales afectadas de esta destrucción son, por supuesto, las clases populares. ¿Es que acaso estos dos conceptos son contradictorios? Basta con decir que el sistema capitalista vive de contradicciones, en esa medida, el cuidado tal y como lo menciona el urbanismo feminista es incompatible con las lógicas de la burbuja y la especulación inmobiliaria. Dicho esto, los sistemas que buscan implementarse en las ciudades deberían dar respuesta a la regulación del mercado en lugar de asumir una postura asistencialista que impide encontrar respuestas a la expulsión de nuestros barrios.

Cuando se menciona el cuidado implícitamente se habla de lo común y de lo comunitario, o dicho de otro modo, de una infraestructura que permita continuar con una cotidianidad popular. Por ese motivo, el lugar de las organizaciones populares en el urbanismo feminista es fundamental para organizar la ciudad. La trama organizativa no es un actor secundario, por el contrario, está constituido por sujetas y sujetos primordiales para la transformación de paradigma urbano que privilegia el mercado en la toma de decisiones claves sobre la ciudad. Para que la vida sea el centro de las decisiones urbanas, Verónica Gago argumenta en favor de “una economía orientada al cuidado [que] es lo común como horizonte político-urbano, con las exigencias de gestión popular de las ciudades, sus recursos y redes”. Todo esto supone hacer frente a un modelo económico que no permite avanzar en las exigencias del pueblo y, particularmente, de las mujeres que somos obligadas a sostener el capitalismo. Bienvenido sea un modelo urbano en el que la transformación social sea pilar fundamental para lograr un hábitat y unas ciudades para la vida digna.