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Las luchas feministas y laborales a 10 años de la masacre textil en Bangladesh

Hace 10 años fallecían más de mil personas que eran explotadas en una fábrica textil en Bangladesh. ¿Las principales víctimas? Mujeres y niños, mano de obra barata desde la óptica del mercado. Sus deplorables condiciones en la fábrica ya habían sido denunciadas, pero ni los dueños de la fábrica ni los grandes capitalistas hicieron algo para prevenir la tragedia. A una década, Karen Sicua nos comparte las siguientes reflexiones.

El 24 de abril de 2013 ocurrió una de las masacres más grandes en la industria textil: el derrumbe de Rana de la Plaza en Bangladesh, edificio en el cual operaban diversas empresas de moda y que contaba con una infraestructura deficiente a punto de caer. Esta situación había sido denunciada innumerables veces por las y los trabajadores que se encontraban allí. Causó la muerte de más de 1.100 personas –en su mayoría mujeres y niñas– y otras 2.000 resultaron heridas. Banglasesh, ubicado en el Sudeste Asiático, es uno de los países que más ha sufrido la precarización y tercerización laboral, al punto de convertirse en un territorio apetecido por las grandes industrias de la moda y de fast fashion. Allí se han localizado los centros de producción de gigantes empresas textiles con bajas y casi nulas garantías laborales, salarios precarios, explotación de mujeres y de menores de edad.

10 años después, los hechos ocurridos aún siguen en la impunidad. Los Estados y los responsables aún no han tomado acciones reales ni han garantizado el acceso a la justicia para las víctimas de Rana de la Plaza. Después de 10 años de este suceso ¿qué ha cambiado para las mujeres en el trabajo remunerado y no remunerado?, ¿sigue vigente la disputa por el reconocimiento del trabajo digno para las mujeres a nivel global y nacional?

Cada 8 de marzo, a raíz del “Pan y Rosas” impulsado por trabajadoras de la industria textil en 1857, las mujeres nos tomamos las calles para denunciar las violencias que sufrimos a diario en este sistema capitalista, colonial y patriarcal. Y no es para menos: según el informe La mujer, la empresa y el Derecho 2023 se necesitan 50 años para alcanzar una igualdad jurídica que permita eliminar las brechas de género en el ámbito laboral. Estas se han profundizado y han tenido serias afectaciones por motivo de la pandemia del Covid-19. El anterior informe analiza las leyes y regulaciones sobre mujeres y trabajo en 190 países y evidencia que solo 14 países de los participantes garantizan igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Además, en 2022 tan solo se realizaron 34 reformas jurídicas en el tema: el número más bajo desde el año 2001. Ahora bien, vale la pena ahondar en el enfoque desde el cuál se mide la igualdad y si ello realmente logra recoger al grueso de las mujeres o solo a quienes están en cierto sector de la formalidad laboral.

Colombia no es la excepción en este panorama global, pues la brecha salarial a 2020 estaba en 5,8%. En los sectores informales la brecha oscilaba entre el 28,4% y 30%, lo que indicaba que somos las mujeres quienes más nos hemos visto obligadas a trabajar desde la informalidad; además, de las mujeres en edad para lograr la pensión solo el 12,1% la alcanzaba. Las mujeres, además de sufrir brechas de género en el salario, también sufrimos acoso sexual en los lugares en que trabajamos, lo que no permitirá una igualdad de género en el mundo del trabajo. Entre las conductas de violencia que más se viven en el país están: la solicitud o presión para tener sexo con un 82% e intento y ocurrencia de acto sexual en un 79%.

Colombia no es la excepción en este panorama global, pues la brecha salarial a 2020 estaba en 5,8%. En los sectores informales la brecha oscilaba entre el 28,4% y 30%, lo que indicaba que somos las mujeres quienes más nos hemos visto obligadas a trabajar desde la informalidad; además, de las mujeres en edad para lograr la pensión tan solo el 12,1% la alcanzaba. Ahora bien, si a este panorama añadimos el trabajo no remunerado la desigualdad es aún mayor: en el trabajo del cuidado no remunerado las mujeres invertimos más de 7 horas diarias –casi una jornada laboral completa–, mientras que los hombres invierten alrededor de 3 horas; no en vano, los movimientos feministas hemos denunciado que es el cuidado el que sostiene el capital y somos nosotras quienes nos encargamos del cuidado de la sociedad.

Este panorama, por cierto, nada alentador, da cuenta como décadas después de proclamar el día internacional de las mujeres trabajadoras aún falta mucha tela por cortar para lograr una igualdad real, pues, si bien se han realizado valerosos estudios e informes alrededor de las brechas de género en el trabajo y se han creado políticas para la prevención de violencias e impulsado acciones para visibilizar las desigualdades que vivimos en estos entornos, en la actualidad seguimos sufriendo las consecuencias de ser trabajadoras en un sistema capitalista y patriarcal, en donde los trabajos domésticos, de cuidados y la informalidad son desvalorizados, en donde se desconoce el aporte de estos trabajos en el sostenimiento de la sociedad y en donde las grandes empresas han optado por instaurar sus centros de producción en el Sur Global negando garantías laborales, teniendo como principio la explotación del cuerpo y vida de las mujeres.

Alejandra Kollontai en su texto Los fundamentos sociales de la cuestión femenina realiza una crítica sobre la idea de igualdad que se ha instaurado en la sociedad y el mundo del trabajo. Hace énfasis sobre el significado de esta palabra en el grueso de las mujeres, es decir, las mujeres de la clase popular –proletarias–, pues la discusión de brechas entre hombres y mujeres de una misma clase en un sistema capitalista no necesariamente significará la liberación para las mujeres, sino que significaría ser explotada en el mercado y a la vez continuar con sus quehaceres domésticos, tal y como ha venido ocurriendo en la actualidad, pues ingresamos al mundo laboral y adicional contamos con una carga de cuidado que equivale a una doble y triple jornada de trabajo. En casos como el de Bangladesh, además de extenuantes jornadas de trabajo que sobrepasan las ocho horas diarias, las mujeres eran obligadas a ir a trabajar con sus hijas; es decir, no había una separación entre lo laboral y el hogar. En la actualidad, Bell Hooks hace énfasis en el lugar desde el cual se construyó la noción de igualdad. Reconocía que el empleo por sí solo no generará una liberación en las mujeres. Ejemplo de ello es lo ocurrido en Rana de la Plaza, por lo que es necesario dar continuidad a los debates sobre los sistemas de dominación, el tipo de trabajo necesario y las condiciones en las que se da para reconocer, a su vez, los trabajos del cuidado no remunerados.

Hoy en Colombia se están poniendo sobre la mesa estos temas y se debate una reforma laboral y pensional que, a diferencia de las reformas anteriores, cuenta con un enfoque de género, plantea el reconocimiento del trabajo del cuidado, la ampliación de la licencia paternal, que menciona y reconoce las violencias de género en lo laboral, que reconoce la importancia de generar acciones para la garantía de derechos de las personas LGBTI+ y plantea la necesidad de espacios paritarios en la toma de decisiones. Si bien, es posible realizar mejoras a esta reforma es importante resaltar los avances en términos de inclusión del enfoque de género y feminista, pues logran plasmar un acumulado de exigencias que durante décadas hemos venido haciendo los movimientos feministas desde la movilización e incidencia política.

La reforma, sin duda, no es suficiente para lograr una igualdad real, pero permite unas condiciones laborales distintas en el momento que ingresamos al mercado laboral. Ahora bien, es importante señalar que nuestras apuestas como movimientos feministas van más allá de un asunto normativo, pues el feminismo busca la transformación radical de la sociedad, lo que lleva, indiscutiblemente, a un cambio de sistema económico que ponga en el centro el cuidado y la vida digna, la de quienes hemos sido mayoría pero excluidos por quienes tienen el poder y los medios de producción. Por ende, apuestas como las economías feministas cada vez toman más fuerza y deben ser interiorizadas por los movimientos sociales en su generalidad, pues estas economías ponen sobre la mesa la necesidad de descentralizar los mercados, lograr formas de gestión comunitarias, lograr nuevas formas de producción y consumos, y la redistribución como pilar fundamental para lograr una igualdad en la sociedad.

Finalmente, las economías feministas permiten ir a la estructura del problema en este sistema, reconociendo la realidad de las mujeres en el mundo del trabajo remunerado y no remunerado, pero, además, ponen en tensión a los sistemas de dominación que operan en nuestra sociedad, pues, si bien el caso de Bangladesh es una de las masacres más grandes en la industria textil no es la única, aún existe la tercerización laboral, el mercado satélite, la precarización y explotación en todo el mundo, sobre todo en los países del sur global que, como se mencionó, continúan siendo localización para los centros de producción de las grandes empresas, trayendo consigo consecuencias como la degradación de la vida, la contaminación ambiental y la triple explotación en las mujeres; por ello, hoy la tarea dentro de los movimientos sociales es la de interiorizar los feminismos como apuestas radicales en la transformación de la sociedad.

Fuentes:

Feminismo y Marxismo. (2016) Compiladora Georgina Alfonso Gonzáles. Ocean Sur, editorial Latinoamericana.

El feminismo es para todo el mundo. Bell Hooks (2017). Traficante de Sueños.

Alejandra Kollontai: Las relaciones sexuales y la lucha de clases. El comunismo y la familia. (2018). Ediciones desde abajo.

Economía Feminista. Desafíos, propuestas y alianzas (2018). Carrasco Cristina y Díaz Carmen. Editorial Entrepueblos y Madreselva.

Foro: Mujeres y Reformas Laboral y Pensional. Concejal Heidy Sánchez. Concejo de Bogotá

The True Cost (2015). An Untold Production and film by Andrew Morgan. https://www.youtube.com/watch?v=rwp0Bx0awoE