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Elementos para la lucha popular y coyuntural en Colombia

Las calles en Colombia hoy se inundan de digna rabia. Sin embargo, las lecciones que nos va dejando el proceso de movilización tienen que tejerse en el momento mismo de la coyuntura, y no esperar el deceso para corregir la experiencia. Ciudadanía, colectivos y organizaciones estamos llamados a tomar los elementos que nos presenta la actual coyuntura, para poder seguir construyendo una perspectiva de lucha popular.

Por: Mateo Vidal.* En medio de los días acelerados de paro nacional no podemos olvidar los espacios para la reflexión y el análisis. Las coyunturas son los mejores momentos para aprender y formarse, debe aprovechárselas para documentarlas y sistematizarlas y ser un insumo para próximas generaciones.

Presento, entonces, en medio de la calentura en la que se da esta situación, algunos análisis que he recogido con el fin de que sirvan para discusión y construcción de una memoria colectiva movilizada.

No partimos de cero

No es la primera vez que se presenta una coyuntura de estas en la historia del país. En 1977 también se dio un gran paro cívico que, aunque duró a lo sumo dos días, fue la primera gran expresión de descontento popular nacional. Cuarenta y dos años después, en el 2019, una expresión similar se presentó en las calles. Una movilización realmente popular contra lo que se denominó ‘el paquetazo de Duque’ se vio reflejada el 21 de noviembre de ese año y alcanzó casi una semana de manifestaciones continuas. De igual manera, en Colombia se han presentado paros cívicos de corte más regional o local, que también han aportado a la historia de la movilización y a la acumulación táctica y estratégica de diferentes sectores políticos.

Es importante tener presentes estas coyunturas, que hacen parte de la historia reciente del país, pues en ellas se dieron experiencias que aportan a la movilización actual, reconociendo sus posibilidades y sus errores.

¿Qué pasa ahora?

Dos aspectos para destacar del proceso de movilización actual tienen que ver con la expresión mayoritariamente urbana y por la nula o poca coordinación y liderazgo de sectores gremiales, partidos políticos y organizaciones sociales.

La gran mayoría de paros cívicos regionales en el país han tenido, en mayor proporción, un componente rural. Los cierres de vías intermunicipales, el cierre de circulación a algunos productos y las tomas o recuperaciones de tierras han sido las tácticas predominantes en las coyunturas. En estas movilizaciones ha existido un fuerte protagonismo de las organizaciones sociales y populares, que permitieron obligar al gobierno nacional a negociar. Sin embargo, el paro actual, tal y como el de 1977, es de talla nacional y mayoritariamente urbano. Las organizaciones sociales han titubeado en orientar la movilización, producto de una lenta lectura del panorama y una capacidad mínima de responder a la espontaneidad política de las manifestaciones.

Así pues, con estas características intrínsecas de la coyuntura actual, ¿Cómo transformar la movilización popular en demandas concretas que transformen la vida de las gentes en Colombia? Una bandera que podría hondearse en medio de tantas demandas podría ser el rechazo al abuso policial y la consecuente reforma a este organismo. Debe aprovecharse el momento de agitación para levantar la voz de comunidades que por mucho tiempo han sido reprimidas, pero que no alcanzaban a tener un apoyo amplio y popular. No podemos partir de cero.

Leer bien al enemigo

Pero, no basta con saber qué hace el gobierno y la élite día a día. Debemos interpretar sus actitudes y decisiones. No basta con leer al enemigo, hay que leerlo bien.

Decir que este es un gobierno asesino, que gobierna a favor de la élite, que la derecha es lo peor, que hay señalamientos, acusaciones y persecuciones es algo que la mayoría sabe y que, desde un ‘sentido común’, rechaza. No obstante, debemos hilar más fino e interpretar a fondo lo que sucede.

El discurso: Los elementos discursivos y argumentativos del gobierno nacional, cristalización de las apuestas de la élite colombiana, han alcanzado grandes sectores populares en el país. Uno de los recursos que últimamente ha brillado por su repetición es el juego del ‘vándalo’, del ‘criminal’ y de la ‘infiltración de grupos armados’, etc. dentro de las movilizaciones. Esta perfilación busca reducir a los manifestantes a sujetos inconscientes y apolíticos que pretenden el caos y la destrucción. Sus estrategias comunicativas representan la movilización, y a quienes participan de ella, como los agentes inacabados de estrategias globales del ‘socialismo’, el ‘castrochavismo’, el ‘neocomunismo’, el ‘narcocomunismo’, etc. para invadir el país. Su objetivo es ignorar sus demandas, anulándolos como sujetos políticos y desviando la responsabilidad del Estado a la consecución del orden público y no a atender los reclamos de la población.

La malversación que se ha hecho sobre las protestas ha llegado a casos como la negación de asesinatos y agresiones por parte de la policía que se evidencian en los miles de videos que rondan por las redes sociales. Sin embargo, esta negación de la injusticia recae sobre el discurso de que el vándalo es un sujeto que puede ser asesinado. No se reconoce una valoración de la vida de quien enfrenta a la policía, o de quien sólo marcha. En su discurso no se mata a un colombiano, se asesina al que no ‘aporta’ al statu quo, al diferente, y, por ende, exterminable. La autoridad puede decidir quien vive y quien no, y los medios de comunicación aplauden esta decisión.

La autoridad: Debemos partir de algo complejo pero que se sabe a viva voz: los agentes de policía y militares de a pie, en sus condiciones materiales de existencia, también son pueblo. En términos gramscianos, la policía en la coyuntura no funge como clase dirigente, son un bloque histórico, parte hegemónica del presente. Su rol es el de un sector de las clases subalternas que se ha incorporado, a partir de concesiones y compromisos específicos e inmediatos, a la causa de las clases dirigentes sin dejar de poseer un rol subordinado. La élite echa mano de personas pertenecientes a las clases populares, aprovechándose de sus necesidades, para incorporarlos a su aparato de defensa (policía y ejército) y prometiéndoles un salario fijo, comida, salud para esa persona y su familia y, en ocasiones, hasta una vivienda.

Sin embargo, sus condiciones materiales no los eximen de la decisión que ha tomado al defender los intereses de esa élite que hoy nos enfrenta a las clases populares. Por esta razón, son un obstáculo que enfrentar en esta y más coyunturas, pero no son el fin de la acción directa. Los verdaderos enemigos son los dueños de las grandes empresas, los latifundistas y todos aquellos quienes desde posiciones públicas siguen sumiendo en la miseria al pueblo.

¿Qué podemos mejorar?

Debemos recurrir de nuevo a Gramsci en el planteamiento de la necesidad de romper con el ‘sentido común’. Hay que desnaturalizar todas aquellas prácticas negativas con las que la sociedad nos ha formado a lo largo de nuestra vida, a partir de un juicioso ejercicio de identificarlas y así combatirlas.

Los errores: Como en cualquier otra experiencia debemos ser críticos y autocríticos. De hecho, antes de iniciar cualquier análisis, antes de dar cualquier opinión, debemos observar los errores que cometemos, aceptarlos y tener la disposición plena de corregirlos en la práctica organizada.

Por ejemplo, no podemos negar que en medio de las acciones de movilización que hemos llevado a cabo ha habido quienes han atentado contra los bienes del pueblo mismo. Personas que tienen pequeños negocios y que atacados sin objetivo alguno. Debemos rechazar enfáticamente acciones de este tipo, comprenderlas, rechazarlas y evitarlas. No podemos comparar el incendio de un banco con el saqueo de una tienda de barrio.

Mirada interseccional: Nunca, en ninguna circunstancia, debemos perder de vista que cualquier acción, herramienta o agenda de lucha debe pensarse de manera interseccional. La lucha, y este paro no es la excepción, no solamente es de clase, el sujeto político es diverso y esto debe evidenciarse en todo lo que hacemos: consignas, esquemas de seguridad, espacios de mediación, roles en la movilización, etc. Hay que pensar que las compañeras son las más vulnerables a la violencia estatal, que a la población negra es a quien más persigue la fuerza pública producto de la estigmatización y que las comunidades indígenas son ampliamente marginadas en las movilizaciones.

¿Quién es más o menos revolucionario?: Cualquier expresión que esté en el marco de una coyuntura como esta y que no atente contra la integridad del propio pueblo, es válida. No podemos tachar de ‘tibios’ o ‘desentendidos de la realidad’ a quienes, por ejemplo, han recurrido a las expresiones artísticas para expresar su descontento con el gobierno. Tampoco podemos ver como ‘los malos del paseo’ a quienes han recurrido al uso de la fuerza como herramienta para expresar ese mismo descontento, más aún cuando estas son acciones que buscan la reafirmación y defensa de la vida.

De igual modo, es importante entender que la lucha tiene momentos. Habrá espacio para los inmensos carnavales artístico, como también se demandará estar presentes y con plena disposición en hechos de confrontación con la fuerza pública. No existe un rol que no sume en este momento si la causa es el mismo pueblo.

No olvidar el cuidado y autocuidado: Pensar en el bienestar individual en el plano de la lucha es también pensar en el bienestar colectivo. La pandemia del corona virus no ha pasado. Debemos exigirnos fortalecer las medidas de bioseguridad. Es indispensable crear esquemas colectivos e individuales de seguridad para llegar sanos y salvos a casa siempre. Incluso, es una obligación organizativa pensar en esquemas de inteligencia y contrainteligencia popular. Tener la prevención suficiente para las infiltraciones.

Retos

Resignificar los valores y reescribir la historia: Hay que celebrar las acciones de la comunidad indígenas en el desmonte simbólico, a través de caídas de monumento, de la historia de horror de muchos próceres de la patria. No obstante, esos legados y antivalores también debemos borrarlos de nuestras vidas y nuestras prácticas. Se demanda un esfuerzo comprometido por identificarlos y erradicarlos, pues es una manera más de romper con el orden establecido.

Aunado a lo anterior, es importante resignificar los espacios y las prácticas. Debemos tomarnos sitios históricamente manchados de sangre y darle nuevos nombres, como símbolo y legado para nuevas generaciones. Para que se conozcan los nombres de quienes cayeron y quienes resistieron una lucha tan sangrienta como la que vivimos actualmente.

Crear e incentivar la organización: Cualquier coyuntura de movilización la debemos aprovechar para incentivar la creación de organizaciones populares de cualquier tipo. Que quienes han salido desde los barrios a luchar en las calles, por ejemplo, no solo mantengan su fervor y ánimo en la movilización, sino que consoliden su manifestación en procesos de organización que sigan aportando localmente.

Nuestro proyecto político: La movilización tiene que ser un incentivo y no una excusa para repetirnos la pregunta por cuál es el país y la sociedad que queremos. Es fácil destruir la sede de un banco por representar a un sistema financiero ávaro e indolente, eso no está para nada mal, pero ¿cómo destruimos ese sistema ávaro e indolente desde su raíz? ¿Cuál es nuestra propuesta? ¿Qué es lo que falta por construir?

A modo de conclusión

Debemos conocer y aprender de experiencias del pasado para pensar la actual coyuntura. Conocer muy bien el enemigo contra el que peleamos y revisar a fondo nuestras prácticas. Es insoslayable ampliar el panorama de la lucha y, como no, asumir los retos a los cuales nos llama esta coyuntura y las que se vengan. La mayoría de los logros no se nos darán de inmediato, la lucha demanda tiempo, paciencia y dedicación. Quizá no estemos vivos para ver muchos de esos logros, pero debe legarle una vida en resistencia a generaciones futuras.

¡Mucho ashé!

Notas

* Es estudiante de Antropología en la Universidad del Cauca, integrante de Ciudad en Movimiento y Congreso de los Pueblos.