“Soberanía Alimentaria es repartir la tierra para que podamos trabajarla”: experiencias desde abajo
ARGENTINA | El presidente Fernández anunció la expropiación de una importante cerealera, mencionó en su discurso la Soberanía Alimentaria, y el debate volvió a polarizar al país del sur en medio del provisorio consenso por la gestión de la pandemia. La atención de la emergencia alimentaria se vuelve prioridad, y las organizaciones populares tienen mucho por decir.
Por Pablo Solana. Movidos por la necesidad pero también pensando en el largo plazo, los movimientos sociales redoblan los esfuerzos que dedican a la producción de alimentos. Cada vez más complementan su presencia en las barriadas de los grandes centros urbanos con el desarrollo en comunidades campesinas de todo el país. La expropiación de ´Vicentin´ y la soberanía alimentaria: otro enfoque para el mismo debate.
La cuestión de los alimentos cobra una urgencia inobjetable por las consecuencias de la crisis post-pandemia. Los anuncios de expropiación del grupo emblema del agronegocio, Vicentin, y la mención en el discurso presidencial de la idea de soberanía alimentaria, son hechos impensados hasta hace poco tiempo. Ya era hora: Argentina produce alimentos para 10 veces su población pero una parte importante del pueblo pasa hambre, y las cosas —pandemia de por medio— tienden a agravarse.
Ya antes de cuarentenas y restricciones, en los últimos años, con un ritmo que se fue acelerando al calor de la creciente necesidad impuesta por la penuria macrista, las organizaciones urbanas de desocupados y trabajadores de la economía social ramificaron su presencia en pueblos del interior del país donde generan alimentos en base a una dinámica conocida: la organización de pequeños productores que se asocian y producen comida para el autoconsumo o para la comercialización.
Al día de hoy el Frente Darío Santillán, una de las organizaciones que cobró fama como “piquetera” allá por el 2001, arraiga su Sector Rural en puntos tan variados de la geografía nacional como Misiones, Chaco, norte de Salta, Formosa, la región del Valle de Conlara (San Luis) y Valle de Traslasierra (Córdoba), Mendoza, Alto Valle en la Patagonia o en el interior de la provincia de Buenos Aires. Las experiencias comunitarias y las historias de vida dan cuenta de un proceso tan urgente como estratégico.
De regreso al Chaco
“Nací en el campo y me crie con mi papá y mis hermanas, pero cuando tuve mis dos niños con mi marido nos fuimos a vivir a Buenos Aires, al barrio Los Tronquitos, en Florencio Varela. Trabajar de empleada doméstica no me gustó. Sí en cambio trabajar en las quintas, en huertas, porque ya tenía conocimiento de campo. Pero lo que no me gustaba era Buenos Aires, así que hace 13 años decidí volverme con ellos a Chaco; acá tenemos una libertad, aunque ahora se está perdiendo un poco, pero sigue siendo distinto, yo quiero que mis hijos se críen con la cultura de acá. Así que con mi marido vendimos nuestra casillita en Florencio Varela y empezamos otra vez de cero, en el monte, hasta que logramos tener una casita de nuevo. Para una chaqueña llegar a vivir a Buenos Aires cuesta mucho, acá tenemos otra calidad de vida. Extrañaba mi Chaco…” Quien nos resume así las idas y vueltas de su vida y la de su familia es Verónica Varela, la Vero, una joven mujer de 36 años que por su empuje y carisma se fue convirtiendo en referenta del sector rural del Frente Darío Santillán en su provincia natal.
Su historia se parece a la de muchos, tal vez la mayoría de quienes habitan las villas y barriadas populares del conurbano bonaerense… pero no tanto. Al igual que ella, millones vinieron a probar suerte, aunque son pocos quienes logran pegar la vuelta, aún si con el tiempo ven que no se adaptan. Después de apostarlo todo al cambio de vida a favor de la ciudad volver al pago, en medio de crisis crónicas y sin un Estado que aliente la relocalización de la población hacia regiones menos pobladas, el regreso resulta casi imposible. El diseño de políticas públicas que apoyen, promuevan e incentiven retornos como el de la Vero y su familia es un reclamo histórico de los movimientos campesinos en Argentina, aún pendiente.
Cuenta Vero que en Sáenz Peña, Chaco, hasta que llegó el Frente Darío Santillán no había mucha organización social. El encuentro del movimiento con un grupo de vecinos sin trabajo se dio a inicios de 2018. “Dijimos: huertas, porque tierras hay muchísimas, son fiscales y están abandonadas. El municipio no te las quiere dar, las quiere negociar, pero entramos en 1 hectárea y media que nos prestaron y empezamos con una huerta comunitaria que fue furor, funcionó muy bien. Al principio éramos 40, todas mujeres, solo 3 hombres. Después ganamos 2 hectáreas más y ahora estamos por lograr otras 8, también abandonadas, con malezas, que queremos recuperar para producir, ese es el sueño que tenemos”, explica, y agrega: “Se habla de soberanía alimentaria, para mí eso también es que repartan las tierras para que podamos trabajarlas”.
La historia se repite, con matices, en los distintos territorios del país: empieza un grupo de vecinos sin trabajo con una pequeña parcela abandonada que ocupan para producir; si los resultados son buenos gestionan o luchan por una mayor extensión de tierras y, si la producción crece, se proponen pasar del autoconsumo a la comercialización. En el caso chaqueño las ventas les permitieron una legitimidad muy grande en la comunidad, porque ofrecen buenos alimentos a muy buenos precios: “Es increíble la cantidad de gente que viene a comprarnos directamente a la huerta, porque es todo fresco y además vendemos el mazo de acelga a 50 pesos cuando en la verdulería lo cobran 90, o el verdeo, también a 50 cuando llegan a venderlo a 120, la lechuga a 70, el perejil a 30… todo casi a la mitad, porque no tenemos gastos de combustible, la gente valora eso y viene directamente”.
El vínculo con una organización nacional facilita la transmisión de experiencias, las gestiones con instancias nacionales del Estado para cooperación o eventuales subsidios y, sobre todo, la formación en todos los planos: capacitación técnica para mejorar el trabajo de la tierra, pero también con planes educativos y de formación política integral. “Aprendimos mucho al entrar al movimiento”, concluye Vero.
Un poco de historia
Ya desde los albores del movimiento piquetero la relación con las organizaciones de campesinos pobres fue una prioridad. La desbocada crisis social pre y post 2001 movió a los nuevos movimientos sociales a reconocerse, articular luchas, identificar horizontes en común. Los grupos de base de desocupados que después conformaron el Frente Santillán por entonces integraban la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón, y desde allí establecieron una relación de hermandad con el Movimiento Campesino de Santiago del Estero –Mocase— y otras asociaciones de Córdoba, Mendoza y Salta que con el tiempo conformaron el Movimiento Nacional Campesino Indígena —MNCI—.
Los intercambios y pasantías permitieron a la joven militancia suburbana conocer o reencontrarse con la cultura de tierra adentro, y facilitaron a la juventud que se involucraba en la defensa del campo conocer la más compleja realidad de los piqueteros en las villas y barrios que cercaban a las grandes capitales del país. Esa influencia mutua dejó diferentes saldos: los campesinos politizaron sus debates al calor de las definiciones más álgidas surgidas de las confrontaciones piqueteras, y éstos aprendieron a valorar una concepción de la autonomía arraigada a ideas más tangibles que el discurso, como por ejemplo la soberanía alimentaria vinculada al trabajo de la tierra.
En algunas regiones de la provincia de Buenos Aires más alejadas de la capital, en 2006 surgió la Cooperativa de Trabajadores Rurales —CTR— como parte del Frente Santillán; a poco andar se desprendió de allí el núcleo de compañeros y compañeras que dio forma a una de las experiencias más novedosas y potentes del sector en la actualidad: la Unión de Trabajadores de la Tierra, UTT.
En los últimos 10 años el Santillán, como la mayoría de las organizaciones populares de Argentina, tuvo rupturas y reacomodamientos; el desarrollo actual del Sector Rural, como llaman a toda la articulación nacional de experiencias de pequeños productores al interior de la organización, es más reciente, y tiene que ver con la consolidación de la nueva etapa de creación de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular —UTEP—, donde también hay experiencias similares como el Movimiento de Trabajadores Excluídos —MTE— Rural.
Si bien la base social, los referentes y las referentas locales son, en su gran mayoría quienes se criaron en zonas rurales y trabajan la tierra, también hay agrónomos, técnicos, estudiantes y jóvenes especializados/as en distintas áreas que se comprometen con una idea y una proyección popular del desarrollo rural.
Saltando fronteras
Natalí es la cacica de la comunidad ava guaraní Tape Iguapeguí, en los márgenes del Río Grande Tarija, en San Martín, Salta, frontera con Bolivia. Se emociona cuando nos cuenta, vía intercambio de audios por whatsapp, cómo le resultó a su comunidad integrarse a una organización nacional. “Fue una bendición de Dios haberlos conocido… nos dieron tantas ideas para salir adelante, porque estamos en un lugar tan aislado de todo, que no tenemos salida por territorio argentino, tenemos que salir primero a Bolivia para regresar a Argentina otra vez, el río acá es la única forma de comunicación… y ahora la organización”. Ella vive con su familia en el paraje El Algarrobito, uno de los 15 que se esparcen a lo largo de 100 kilómetros a la vera del río. Toda la comunidad suma unas 140 familias, no más de 600 personas, acostumbradas a vivir de cultivos y la crianza de animales, aunque también a padecer el abandono crónico que les priva de condiciones mínimas de salud o educación.
Como sucede en las demás organizaciones campesinas que agrupan a pequeños productores, especialmente en parajes más alejados de las tierras de mayor productividad del país, la identidad indígena cobra un protagonismo fundamental.
Ser parte del Sector Rural del Frente les sumó “ideas”, como cuenta Natalí, no tanto en las formas de producción, que responden al saber ancestral (cultivan maíz, papa, batata, arveja y todo tipo de verduras en tierras comunales, aprovechan las sobras de la huerta para alimentar a los animales de granja, se organizan cada 20 familias), sino en la gestión de apoyo estatal a nivel nacional. Donde no llega el municipio o la provincia, llega la organización.
Valles y quebradas
En el Valle de Conlara, al noroeste de San Luis, hay una fuerte tradición de organización campesina.
Pamela, una de las referentas del Frente, hizo su primera experiencia en el Movimiento Campesino cordobés, del otro lado de la frontera provincial. “Participé de las redes de comercio justo y después me vine acá a San Luis; me sumé a la Asociación Campesina del Valle de Conlara primero, y después ya empezamos a construir la organización propia. Conseguimos un primer terreno comunitario y en El Pantanillo, cerca de allí, se creó un espacio solo de mujeres, para atender casos de violencia de género. Así fuimos creciendo”.
A la par de Pamela suele andar Federico, el Fleco, quien también sumó a la organización su experiencia previa. Él es ingeniero agrónomo —agro-ecólogo, prefiere definirse— y, al tiempo que ayuda a dinamizar la organización, trabaja como maestro en la escuela secundaria del pueblo. “Acá hay muchos compañeros y compañeras que son o eran ladrilleros, un trabajo sacrificado con poca recompensa económica, pero para ofrecerles una alternativa necesitábamos una mayor superficie de tierra, con agua, infraestructura. Fuimos logrando algunas hectáreas en Piedra Blanca, San Luis, donde funciona una huerta comunitaria y un súper invernáculo de 24 metros de largo, con una cocina, y dos proyectos que estamos terminando de equipar: una sala de agroindustria y otra sala de ventas. Ya tenemos el equipamiento para producir salsa de tomate, en articulación con productores del movimiento en Mendoza. Ahora nos agarró la cuarentena, pero ya tenemos las máquinas, las etiquetas, la sala completa para hacerlo. Podemos producir 5.000 botellas de salsa de tomate de un kilo, además de la ensachetadora y pasteurizadora para la leche”, explica Fleco.
Cruzando un arroyo el valle cambia de nombre y de provincia: estamos ahora en Traslasierra, Córdoba. Los Mates se llama el pueblo más cercano, pasando la represa; allí el Frente Darío Santillán promueve huertas comunitarias y organiza la distribución en distintas redes de economía popular. Entre los territorios a un lado y otro del arroyo, son más de 200 familias campesinas que participan de las distintas tareas de producción y venta.
Las propuestas de comercialización a partir de la producción de alimentos encuentran inspiración en el propio Frente Darío Santillán, que desarrolló durante los últimos años los Mercados de Consumo Popular (Mecopo). La coordinadora de esas iniciativas, Eva Verde, explica: “En muchos casos el proceso es parecido: se empieza produciendo para el autoconsumo por la necesidad de alimentos en las familias; nosotros proponemos que sea de forma colectiva, en tierras comunitarias… y cuando la producción crece, pensamos en la comercialización para mejorar los ingresos e involucrar a la comunidad en los beneficios de la venta sin intermediarios. Es estratégico pensar la soberanía alimentaria desde el derecho a la alimentación y al trabajo, de manera vinculada”.
Pamela, desde San Luis, agrega: “Las organizaciones estamos teniendo un rol fundamental en producir alimentos, más ahora que la pandemia impide hacer changas, y en nuestro caso muchos compañeros no cobran ningún subsidio o plan. La soberanía alimentaria es el eje estratégico, pero en este contexto es muy difícil. Al menos lo que garantiza la organización es la seguridad alimentaria: comida allí donde hay más desarrollo de producciones propias”.
Formosa, Misiones, Mendoza, Buenos Aires… en busca de más hectáreas
Las parcelas de tierra para la producción comunitaria son todavía pequeñas. Diminutas podría decirse, si se comparan con la extensión obsena de los latifundios acaparados en manos de unos pocos, o incluso las tierras improductivas en manos privadas o del Estado. Sin embargo, cada experiencia incuba la potencia de una semilla cargada de futuro. Y prefigura nuevas disputas por la tierra, y por el modelo de producción.
En Lavalle, Mendoza, el Sector Rural del Frente agrupa a productores rurales sin tierra que arriendan de conjunto 5 hectáreas donde producen tomate. La organización está gestionando ahora otras 38 hectáreas para llevar la producción a gran escala, lo que les permitirá abastecer a la fábrica de salsa de sus compañeros de San Luis además de la venta directa. Con esa extensión podrán también diversificar la producción: piensan destinar parcelas de 5 hectáreas para empezar con melones, sandía y zapallo. Hoy son cerca de 100 familias que se abastecen y, además, hacen ventas mayoristas a quienes se acercan directamente a las huertas y compran a precios muy por debajo de lo que se paga en otros lados.
En las afueras de San Pedro, Misiones, todo empezó hace apenas dos años articulando la producción de las pequeñas chacras familiares. Trabajan 20 familias por chacra, y ya son 8 núcleos articulados, por lo que la red, a poco andar, garantiza trabajo y alimentos para más de 150 familias. A las verduras y hortalizas suman animales de granja y un criadero de peces. Fue tal el empuje de producción que organizaron, sin ayuda municipal, una Feria semanal en el pueblo que ya es una referencia obligada para quien busca buenos alimentos y buenos precios. La participación en el Frente Darío Santillán les permite reforzar los frutos del trabajo con la gestión del salario social complementario, aunque eso no es lo fundamental, porque llega a muy pocos vecinos: viven principalmente del trabajo de la tierra.
En Formosa la organización empezó siendo barrial. En Clorinda, las familias desocupadas de los barrios ACA y 25 de Mayo se sumaron al Frente y organizaron cuadrillas de trabajo, espacios comunitarios, comedores y también huertas familiares. Era tal la necesidad que hoy son más de 600 personas participando activamente. Cerca de allí, en Riacho Negro, ocuparon una 1 ½ hectárea fiscal, abandonada, y la convirtieron en una gran huerta comunitaria: así empezó la vinculación con la dinámica de producción de alimentos. Lo mismo pasó en Granja Km. 7 y en Pilcomayo, en los bajos del río: en parcelas no muy grandes de tierras fiscales o abandonadas van resolviendo la doble necesidad: trabajo y alimentación.
En la provincia de Buenos Aires las primeras experiencias rurales del Frente se están desarrollando en Chivilcoy, donde están produciendo en dos hectáreas que consiguieron en comodato, y en Pontevedra, Merlo, donde la huerta comunitaria pasó de producir para el autoconsumo a comercializar el excedente.
Mujeres
Cuando preguntamos con quiénes podríamos hablar para conocer las experiencias rurales que estamos contando, surgieron estos nombres: Vero, Pamela, la cacica Natalí, Eva… En los relatos el protagonismo de las compañeras surge con naturalidad, tanto en Chaco (“al principio éramos todas mujeres”, dice Vero), como en el Valle de Conlara donde, como cuenta Pamela, uno de los primeros proyectos comunitarios fue la creación de un espacio para dar atención a víctimas de violencia de género.
Fleco tiene 43 años, suficientes para recordar su militancia durante la crisis de 2001 y tender un puente desde la memoria. “Recuerdo que cuando intentaban rematarle los campos a los pequeños y medianos productores, quienes más le pusieron el pecho a la situación y no abandonaron las huertas fueron las Mujeres Agropecuarias en Lucha, lo mismo está pasando ahora con la emergencia por la cuarentena, son las compañeras las que están al frente”.
Eva va más allá. “Es cierto que hay un porcentaje mayor de mujeres que de hombres participando, trabajando, en todas las organizaciones sociales, eso es notorio. Pero no es solo eso: en nuestra organización hay compañeras en los espacios de toma de decisiones y vocerías desde hace mucho tiempo, asumimos una identidad antipatriarcal no solo desde lo discursivo hace muchos años”.
Hacia dónde
“Sería importante que el desarrollo rural de los movimientos sociales tenga más visibilidad, porque necesitamos poner en cuestión la tenencia y distribución de la tierra”, razona el Fleco, desde San Luis. “El eje estratégico de cualquier proyecto popular de transformación social es producir alimentos, la soberanía alimentaria… y eso se ve más aun en el marco de esta pandemia”, refuerza Pamela, y agrega: “somos un actor más de la economía social y popular, y en esa línea, además de la organización de la que participamos, otra herramienta fundamental es la UTEP, la Unión de Trabajadores de la Economía Popular”.
En la UTEP, además del Sector Rural del Frente Darío Santillán, conforman la rama campesina el MTE Rural, la Liga de Trabajadores/as Agrarios/as y la Regional Rural del Movimiento Evita; las otras organizaciones determinantes del sector son el Movimiento Nacional Campesino Indígena —MNCI— y la Unión de Trabajadores de la Tierra —UTT—. Junto a otras asociaciones y funcionarios de las áreas del estado relacionadas con políticas hacia el sector, hace un año realizaron el Primer Foro Nacional Agrario por un Programa Soberano y Popular. Allí se esbozaron lineamientos estratégicos que tuvieron un doble valor: por un lado, propusieron un modelo productivo integral alternativo al de los agronegocios; por otro, lo hicieron desde un amplio marco de unidad.
Cuando conversamos sobre el futuro del sector, surgen inevitablemente las demandas al Estado: “Argentina es el segundo país con menos población campesina del mundo después de Luxemburgo. Hay que ver qué rol y qué políticas desarrollan las instituciones públicas referidas al agro, qué políticas desarrolla el Estado respecto a la producción de alimentos en esta realidad de concentración de la tierra. Necesitamos un Estado presente con políticas públicas hacia el sector, que produzca agroinsumos para las huertas, que permita pensar la tenencia, el acceso al agua… Una política integral”, agrega el Fleco. Y concluye: “Para que eso sea posible necesitamos poner en discusión el acceso a la tierra y reforzar la organización popular”.