La lengua del fascismo
El neo-fascismo latinoamericano vuelve a estar al orden del día, hoy revestido con los mecanismos de la democracia formal. A pesar de eso, todavía no se vislumbra una alternativa, un “sepulturero histórico” que le tuerza el cuello, finalmente, a este orden agónico del capital. [Foto tomada de www.trascend.org].
Los sueños y las pesadillas están hechos de los mismos materiales,
pero esta pesadilla dice ser nuestro único sueño permitido:
un modelo de desarrollo que desprecia la vida y adora las cosas.
Eduardo Galeano
Resulta necesario hablar del ascenso del neo-fascismo latinoamericano que, revestido democráticamente, se consolida como alternativa política, en un tiempo agónico del orden del capital sin que haya procesos que permitan la emergencia del “sepulturero histórico”. Estoy pensando en casos concretos: el colombiano, con su pax americana impuesta y administrada por el uribismo, y su “fascismo social”, al decir de Renán Vega Cantor[1]; el argentino, con la doctrina chocobar de Patricia Bullrich; y el ascenso de Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil, ocurrida el 1 de enero de 2019, justo cuando conmemoramos 215 años de la gesta independentista de los llamados jacobinos negros en Haití, 60 años del asalto a la historia desde la Sierra Maestra y 25 años de la emergencia del zapatismo mexicano.
Estos proyectos neofascistas encarnan plenamente tanto el eslogan orwelliano: “Guerra es Paz, Libertad es Esclavitud, Ignorancia es Fuerza”, como sus respectivos ministerios: de la Paz (ocupado en la guerra), de la Verdad (responsable de las mentiras), del Amor (experto en torturas) y de la Abundancia (regulador de la inanición).
Quiero reflexionar a partir del discurso de posesión de Jair Bolsonaro quien, en poco más de 9 minutos, delineó el modelo contemporáneo de fascismo, mientras en el público se ondeaba la bandera israelí y él mismo agitaba “Orden y progreso” como si estuviera en una cancha[2].
“BRASIL ENCIMA DE TODO, DIOS POR ENCIMA DE TODOS”
Al inicio y al final de la alocución presidencial, recibida entre aplausos, el matrimonio Bolsonaro dijo una consigna contundente: “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos”. Nuevamente, el discurso parece traído de la distopía, pues se asemeja mucho a la frase aparecida en los carteles callejeros de V for vendetta: “Strength through unity, unity through faith” (“Fuerza por la unidad, unidad por la fe”).
Considero que el eslogan de los Bolsonaro tiene tres momentos. El primero (“Brasil encima de todo”) se refiere a una exacerbación del nacionalismo que busca la restauración del lugar épico que cada país se merece en el concierto mundial: “juntos haremos que Brasil ocupe el lugar destacado que se merece en el mundo y traer paz y prosperidad” y “los intereses de los brasileros en primer lugar”. El lema “Brasil para los brasileros” también resultaría adecuado, si se entiende por brasileros a los propietarios, blancos, urbanos, hombres, “occidentales”, ricos.
Como puede comprobarse históricamente en los casos de Il Duce Mussolini y el Führer Hitler, estos discursos están atados a un restablecimiento del orden que, en el caso Bolsonaro, expresa tres desafíos: (1) “acabar con la ideología que defiende bandidos y criminaliza policías”, como contracara de la denuncia de un “desvirtuamiento de los Derechos Humanos”; (2) “asegurar a las personas de bien”, garantizando el derecho de propiedad y la legítima defensa de la misma; y (3) respaldar el trabajo “de todas las fuerzas de seguridad”. El orden, siempre enemigo de la libertad, promoverá un modelo institucional agresivo e impune, que criminalizará simultáneamente a la pobreza y la protesta.
El segundo momento (“Dios por encima de todos”) trata de un universalismo utópico desarrollado por iglesias pentecostales y sectas fundamentalistas que siguen tanto el milenarismo como el apocalipticismo del american góspel. Allí se promueve la salvación individual y la esperanza redentora extraterrestre, y desarrolla una espiritualidad individualista, tradicional, conservadora y reactiva al cambio. Tal universalismo utópico se constituye en una inversión del Evangelio y resulta compatible con el poder instituido al promover una ética del mercado (organizada por el criterio medio-fin) en oposición a la ética de la vida comunitaria (regida por el criterio vida-muerte). Al final, este universalismo utópico consolida al capitalismo como religión secular inexpugnable y se orienta por la mitología propia de la modernidad (orden, progreso y libertad). Su Santísima Trinidad no es otra que: Tradición, Familia y Propiedad. Se trata de un modelo opiáceo que se promueve a sí mismo como defensor de Occidente, de allí que Bolsonaro diga: “Los invito a que ustedes, yo, y nuestras familias trabajemos juntos para reestablecer nuestros patrones éticos y morales”.
En su artículo “Sólo Dios salva”. Sentido político de la conversión religiosa publicado en 1989, Ignacio Martín-Baró plantea un modelo de tres explicaciones para comprender este tipo de iglesias y sectas: (a) culturalista, referida a la capacidad de estas iglesias y sectas de responder a las necesidades de las personas permitiéndoles encontrar sentidos existenciales, en un tiempo en el que la cultura del encuentro, el vínculo y la comunidad está cada vez más devaluada; (b) interpersonal, que alude a la posibilidad que tienen las personas de sentirse acogidas en los actos colectivos, reforzando el funcionamiento de “estructuras sociales tribales o locales”; y, (c) política, que relaciona el proselitismo pronorteamericano y anticomunista de estas iglesias con la política contrainsurgente norteamericana, tal como pueden seguirse tanto en el Informe de la Misión Rockefeller como en los Documentos de Santa Fe.
“A PARTIR DE HOY VAMOS A COLOCAR EN PRÁCTICA UN PROYECTO QUE LA MAYORÍA ELIGIÓ DEMOCRÁTICAMENTE”
El discurso de Bolsonaro anuncia un nuevo tiempo, un tiempo de cambios, que promoverá transformaciones necesarias en el país, de acuerdo al “deseo de cambio [y] esperanzas para nuestro pueblo” para construir “el Brasil de nuestros sueños”. Por ello resulta contundente su mensaje: “A partir de hoy vamos a colocar en práctica un proyecto que la mayoría eligió democráticamente”. En este sentido, resulta mesiánico. Además, pretende ser profético, al hablar en nombre de los excluidos (“quienes no eran oídos”).
Sin embargo, el nuevo tiempo mesiánico de Bolsonaro resulta un viejo tiempo anti-utópico, en el sentido de Franz Hinkelammert, en el cual se pretenden liquidar todas las utopías y búsquedas colectivas mientras se reprime a las sujetas y sujetos concretos: “Me coloco delante de todos en el día en que el pueblo comenzó a ser liberado del socialismo, de la inversión de valores y de lo políticamente correcto”, una liberación que exige acabar con las “ideologías nefastas [que] destruyen nuestros valores y tradiciones, nuestras familias”, reformar la educación para evitar “la ideologización de los niños [y] la destrucción de la familia” y consolidar por fin que “nuestra bandera jamás será roja”.
El nuevo-viejo tiempo de Bolsonaro somete al presente a la miseria y la degradación bajo la promesa de un futuro idílico de plenas realizaciones, de tierra prometida donde mana leche y miel: “Los brasileños deben y pueden soñar con una vida mejor, con mejores condiciones para usufructuar los frutos de su trabajo de la meritocracia”, acabando con “los privilegios y las ventajas” y abriendo “un camino a la prosperidad”.
Así pues, mientras el mesianismo bolsonarista se ubica en las antípodas del jetzeit benjaminiano, su profetismo se coloca en la vereda del frente del de monseñor Óscar Arnulfo Romero quien hablaba no desde “quienes no eran oídos” (léase algunos sectores de la élite excluidos por el PT y sus alianzas con otros sectores) sino de aquellos realmente marginados de toda posibilidad: “la voz de los sin voz”.
“RESPETAR LOS PRINCIPIOS DE LA DEMOCRACIA GUIADOS POR LA CONSTITUCIÓN”
El discurso presidencial basa su legitimidad en un principio legalista desde la cual promueve tanto el “orden” (mediante la bandera de la “seguridad”) como la “legalidad” (entendida como obediencia acrítica de la ley): la primacía de la ley. El “orden” y la “legalidad” encubren los hilos que exigen “seguridad” y “obediencia”, la mano del titiritero, que no es otra que la sacrosanta codicia de la propiedad privada. De esta manera, el “orden” es el orden del capital y la “ley” es la ley del valor. Entonces, resulta un verdadero mito: aliar el capitalismo y la democracia, los intereses de unos pocos con las necesidades de los muchos, la mercantilización de la vida con la exigibilidad de derechos. Se trata de una democracia extraña que se acerca a la dictadura.
Aunque Juan Linz[3] caracterizó la emergencia de un modelo político institucional híbrido que se debatía entre la dictadura y la democracia (“democradura” o “dictablanda”), resulta más adecuada para este trabajo la acepción “democracia de dominación” acuñada por el economista Antxon Mendizábal[4], porque alude precisamente al fascismo contemporáneo. Dice:
Su esencia radica en la imposición coercitiva de la democracia y en la eliminación de los derechos a la disidencia. Su expresión visible es la reducción de la democracia a la votocracia; y más concretamente, a la votocracia de los adictos al régimen y de los legalizados. (…) La existencia de grandes bolsas de exclusión social en el Tercer Mundo y la incapacidad de vehiculizar democráticamente las reivindicaciones nacionales en los Estados multinacionales, reducirá a su mínima expresión el contenido democrático de estas democracias representativas. (…) La implicación de los poderes económicos, la utilización sistemática y centralizada de los poderes mediáticos y la votocracia, serán junto con la represión y exclusión de la disidencia, los nuevos arietes que convierten la democracia en su reverso dialéctico: dictaduras represivas, sociales y etno-culturales, al exclusivo servicio de las burguesías de las naciones y estados dominantes.
La “democracia de dominación” se sirve para su legitimación de los medios masivos de comunicación, propiedad de verdaderos pulpos económicos cuyos tentáculos, a su vez, financian las campañas electorales. Esta utilización sistemática y centralizada de los medios, se complementa con los trolls (robots informáticos) y las fake news que se distribuyen masivamente a través de las redes sociales, institucionalizando la calumnia. De esta manera, consolida la opinión mayoritaria, promueve un tipo de sentido común ideologizado y una subjetividad sometida y obediente.
El modelo democrático propuesto por Bolsonaro resulta cínico que expresa la “democracia del capital”, donde la Constitución y el marco jurídico institucional resultan útiles hasta cuando se hacen inservibles a los intereses del mercado. De allí que “respetar los principios de la democracia guiados por la Constitución” pierde de vista que su posesión es el tercer momento del nuevo modelo institucional diseñado por los Estados Unidos: (a) destitución de Dilma Rousseff y ascenso de Michel Temer; (b) judicialización, encarcelamiento e inhabilitación para Lula da Silva; y, (c) triunfo y posesión de Bolsonaro.
CORRELATO PSICOSOCIAL Y ALTERNATIVA
Diversos autores (como Wilhelm Reich o Ignacio Martín-Baró) han señalado la existencia de una correlación entre ideología y carácter, es decir, que las estructuras sociales impactan las estructuras psicológicas, y estas a su vez, reproducen y refuerzan las estructuras sociales. Así pues, un modelo social moldea un tipo de subjetividad, que a su vez alimenta un modelo social. Entonces, la frase “el pueblo tiene el gobierno que se merece”, debe complementarse dialécticamente con esta: “el gobierno construye el pueblo que necesita”. De allí que podamos pensar que al neofascismo le corresponde un micro-fascismo social.
En el prólogo a la edición norteamericana del Anti-Edipo, Michel Foucault definió el micro-fascismo como aquel que “habita en nuestros espíritus y está presente en nuestra conducta cotidiana, el fascismo que nos hace amar el poder, desear esa cosa misma que nos domina y nos explota”[5]. Este micro-fascismo entraña una afectividad y racionalidad del poder introyectada, una suerte de anti-sentipensamiento, que expresa un nihilismo devastador.
En este sentido, el neofascismo bolsonarista no es sólo fruto del azar, la exposición mediática o la posverdad (las llamadas fake news). Es hijo de dos décadas de dictadura brasilera (1964-1985) que, como todo proceso de represión política mediante la violencia entraña un valor psicológico, inoculando micro-fascismos incluso en sectores sociales pobres o marginalizados. Esto se expresa en asesinatos de líderes campesinos, culturales o capoeiristas, arengas a los militares, expulsión violenta de migrantes en zonas de frontera o restricciones cotidianas a ciertas comunidades migrantes en Brasil.
No obstante, ningún modelo social es eterno o inmutable, sino que es producto histórico de las relaciones sociales y, principalmente, de la correlación de fuerzas. Por tanto, si el movimiento popular brasilero desarrolla un trabajo audaz y tenaz, el modelo Bolsonaro no sólo será inviable sino superado. Digo esto lejos de todo romanticismo o idealismo, más bien apoyado en el consejo gramsciano de anteponer el “optimismo de la voluntad” al “pesimismo de la inteligencia”.
Sin lugar a dudas, la fantasía del capitán tendrá delante a un pueblo que ha conquistado ciertas diversidades y derechos. No obstante, un pueblo sometido a cuotas muy altas de amnesia e impunidad, con un Partido de los Trabajadores que necesita hacer públicamente su autocrítica y reconocer no sólo la corrupción administrativa (bandera del bolsonarismo) sino la confusión en la que incurrió de confundir poder con gobierno, privilegiando alianzas con sectores conservadores y del capital (por ejemplo del agronegocio) que con los movimientos populares, lo que le impidió avanzar en un proceso de construcción de poder popular, porque no es necesario construir un poder instituyente que pueda desafiar el poder instituido.
Pero, por otra parte, la constelación de izquierdas brasileras deberá superar su propia corrupción política, en el sentido dado por Enrique Dussel en sus 20 tesis de política: superar el burocratismo, la inoperancia, la inercia, la eternización de las dirigencias y el dogmatismo ortodoxo. Entonces podrá entrar en un período creativo y flexible, que le permita recuperar sus propias metodologías y dejar de adoptar los modelos liberales para hacer política. Resulta imprescindible volver al pueblo, partir de él y construir con él, recuperar la educación popular, la investigación-acción participativa y la teología de la liberación. Trabajo de base, espiritualidad y reflexión son elementos que pueden resultar indispensables para nuevas prácticas y nuevos tiempos, para retomar la iniciativa. En varios trabajos Frei Betto ha sido enfático en estos asuntos[6].
Al preguntarnos si podrá Bolsonaro consolidar su proyecto, es necesario responder que no la tendrá nada fácil. Ciertamente anima la vitalidad popular en su campaña #EleNão y aquella referencia que encuentro en algunas amistades: #VaiTerLuta.
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[1] http://www.revistahekatombe.com.co/index.php/noticias-hekatombe/594-fascismo-social-en-colombia-cronica-de-la-brutal-agresion-a-una-estudiante-de-la-universidad-pedagogica-nacional?fbclid=IwAR0XGdiBMA4zlQQNGVYpzdmmnzBZR2UbuZzF_Qi46pR2HIFbObI56Iy_TCo
[2] Ver video aquí: http://g1.globo.com/globo-news/jornal-globo-news/videos/t/videos/v/jair-bolsonaro-discursa-no-palacio-do-planalto/7269542/
[3] https://www.cubaencuentro.com/internacional/articulos/democradura-y-dictablanda-42807
[4] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=14057
[5] https://arquitecturacontable.wordpress.com/2017/01/27/una-introduccion-a-la-vida-no-fascista-foucault-deleuze-guattari/
[6] https://ladiaria.com.uy/articulo/2018/11/frei-betto-las-izquierdas-latinoamericanas-debemos-pensar-por-que-los-mas-pobres-ya-no-nos-apoyan-tanto/