Colombia, la desgarradora paz de Santos
A pocas semanas de finalizar su mandato, no queda lugar a dudas Juan Manuel Santos conservó la política de represión y criminalización que ha reinado históricamente en el país. Su paz, no fue más que parte de su estrategia oligárquica. [Imagen de portada: Valentina Prieto].
Por: Matilda Trujillo Uribe. Colombia desfallece en la desgarradora paz del representante de la oligarquía Juan Manuel Santos. Ya de salida deja ondeando su bandera bélica en la OTAN. Como para que perdure, en el suelo, al que pobló con sus fuerzas militares, y en el aire, el que sobrevoló con drones y aviones militares, el sello que caracterizó a sus dos gobiernos.
Desde su primer gobierno1 —al que llegó de la mano del reconocido criminal Uribe Vélez—, en su cara plástica tenía la marca perversa made in USA. Traía además, un prontuario a cuestas, habrá de recordar, en esta tierra del olvido, que siendo ministro de defensa de Uribe participó en la agresión al Ecuador. Que con sonrisa en boca anunció que había asesinado a Alfonso Cano. Y sobrada es su responsabilidad en los asesinatos a sangre fría de jóvenes humildes —“falsos positivos”—. Que eso no es de desdeñar, ¡son crímenes!, es decir ya se le veía su catadura perversa y criminal, y lo que falta por contar.
Y precisamente eso que falta por contar colmaría innumerables páginas de un voluminoso libro, y no precisamente con gratas reminiscencias, sino con el terror que desató desde su altar de mandatario. Contendría asesinatos selectivos, —genocidio— de gente de nuestro pueblo, masacres, desaparecidos. Algún capitulo habría de dedicársele a los prisioneros políticos, que las más de las veces, engrosaron las hacinadas cárceles de tortura, con viles montajes judiciales. Y otras páginas con el sufriente despojo de las tierras y desplazamiento de comunidades rurales, con el paramilitarismo vivo y actuante. Amenazas, persecución, y otros encarnizados demonios del terrorismo de Estado al que hizo venia y honor. Contendría un episodio muy interesante llamado proceso de paz, en el que la felonía, la trampa y la traición, se verían glamorosamente reflejadas. No sería precisamente un libro grato de leer. El alma se estremecería con este devastador acontecer de la Colombia de las infamias2 durante el gobierno del infausto presidente, en representación de una clase maldita. Un gobierno más en nuestro país que envilece las páginas de nuestra historia —¿hasta cuándo?—.
Se colocó un vistoso disfraz de paz que recorrió el mundo y le dieron un espurio nobel de la paz. Dejó al garete los acuerdos que firmó con las que fueron las FARC-EP, en principio dejó que pasaran de mano en mano y los volvieran trizas, sin mostrar, ni intención, ni interés por asumirlos y defenderlos. Incumplió su parte, la que le correspondía en contraprestación, ¡una negociación fatal!, la insurgencia no se perdió en la manigua, sino en la paz del astuto y tenebroso Juan Manuel Santos. Ello evidenció su propósito de fondo: desmovilizar y desarmar a esta insurgencia, lo demás eran arandelas y bagatelas. Luego buscó aplicar el mismo guion con el ELN. En el discurso falaz y demagógico de la firma final de los acuerdos, se le “chispotió” decir: “¡Cuánto más podremos invertir en nuestro campo y en nuestros campesinos, que podrán por fin retornar a sus parcelas!, ¡Cuánta inversión extranjera llegará! ¡Cuántos turistas deseosos de recorrer las maravillas de nuestra patria!”. Hubiesen bastado esas frases, lo decían todo, omitiendo aquello de invertir en nuestros campesinos, pues ahora los quiere fumigar con glifosato.
Durante sus nefastos ocho años de gobierno, su desgarradora paz neoliberal se articuló a los intereses transnacionales. El modelo agro-extractivista empotrado en nuestro suelo y subsuelo, con el acaparamiento de la tierra en las que empresas multinacionales, descarnadas e impúdicas explotan nuestros recursos naturales. El nobel de paz se abrió de patas y manos, entregando el país en concesión a las empresas multinacionales petroleras, agroindustriales y mineras.3 No le importó que fuese a hacerlo a sangre y fuego, desplazar comunidades, la desposesión y el despojo, el desarraigo de las gentes de sus territorios, el hambre y miseria, la destrucción ambiental. Todo desafuero con incandescentes llamaradas de barbarie y ruindad.
Sus fuerzas militares, de las que tanto se ufana y vanagloria, sembraron el terror y se desataron. De vergüenza, no de ufanarse, “mas no tiene vergüenza y nunca la tendrá”. Fuerzas Militares con operativos de copamiento en los territorios, hostigamiento, intimidación, registro y control a las comunidades rurales y urbanas, agresiones, amenazas, afrentas y derramando la sangre de los humildes. Tan pérfido accionar, ha generado clamores y dolores en campesinos, indígenas, comunidades negras, trabajadores, obreros y demás excluidos y vilipendiados, a lo largo y ancho de nuestro territorio. “Del total de muertes relacionadas con el conflicto socio-político registradas entre 2004 y 2016, el 47,96% son atribuibles a las Fuerzas Militares4. A pesar de que no tengo datos del año 2017 y lo que va del presente año, no han de ser diferentes. Me atrevo a decir que las Fuerzas Militares son a Santos, lo que las fuerzas paramilitares son a Uribe, y en fatalidad mayor, actúan conjuntamente, tal como ocurrió las más de las veces, durante sus dos gobiernos.
Pero el paramilitarismo según él: ¡No existe! ¿Será por ello que no lo combatió? ¿Quizás consideró que son veleidades para ponerles atención? O quizás sea el paramilitarismo, una política de Estado que él asumió. El hecho contundente es que lo deja vivo y actuante. Comunidades, organizaciones de Derechos Humanos nacionales e internacionales, organizaciones sociales y políticas, no pocas veces se pronunciaron al respecto. Para la muestra un botón: La Comunidad de Paz de San José de Apartado comunicó al país la intensificación progresiva de amenazas y operaciones de inteligencia en su contra. Deja constancia, una y otra vez, de agresiones por parte de agentes directos e indirectos del Estado, estrechamente coordinados entre sí. Expresaron: “estos actos contradicen flagrantemente la voluntad de paz del gobierno y de sus instituciones y revelan la voluntad de continuar pisoteando la dignidad y los derechos de su población, en contradicción con un discurso de paz, democracia y civilidad intensamente propalado a nivel internacional”. Hoy leo en las noticias la denuncia de pueblos Indígenas que dicen que 121 familias están confinadas por paramilitares en los resguardos Rio Domingodó y Mamey Dipurdu en Carmen del Darien, Chocó
Cómo entender, que haya un monumental presupuesto para las fuerzas armadas, cuando hay hambre, miseria, pobreza, cuando hospitales requieren inversión, cuando escuelas están en ruinas, cuando niños y viejos mueren por desnutrición. Ello efecto del inhumano modelo neoliberal que se conjuga con la voracidad de la clase en el poder. Dícese que el monumental presupuesto de guerra constituye una carga insoportable para los contribuyentes colombianos, entonces como ñapa sale de nuestros bolsillos, ¿no disque se acabó la guerra? Y he aquí otra hazaña con cizaña de Santos: tras la firma de los acuerdos, robusteció sus Fuerzas Militares incrementándoles jugosamente el presupuesto, cuando había anunciado que tras la desmovilización de esta insurgencia, lo mermaría, para pasarlo a rubros de política social.
Se caracterizó, por dar un tratamiento de guerra, a la protesta social, a toda manifestación, huelga, paro, que ¡hasta por pedir agua se criminaliza la protesta social!, se impide o se niega reivindicar nuestros derechos y la participación política. Cuando la movilización lo presionaba, firmaba acuerdos y luego no los cumplía. He allí la brutal represión sobre el campesinado en el año 2013, aquel grandioso paro que con toda desfachatez intentó desconocer con su cinismo de siempre: “ese tal paro agrario no existe”. Y sobre otros eventos más, para dar otro ejemplo: el caso de Segovia y Remedios (Antioquia). Los mineros artesanales, y la comunidad en su conjunto ¡durante 42 días!, tuvieron de debatirse con soldados del Ejército Nacional y el aparato represivo del estado: ESMAD y hasta con el Cuerpo Técnico de Investigación (CTI) cuando dos helicópteros aterrizaron con órdenes de captura en contra de habitantes de la región. Una gesta contra las multinacionales que les arranca el pan de la boca. Algunas de sus consignas que denotan la mirada de los pobladores de la clase en el poder: ¡Estado asesino! ¡Juicio y castigo a los verdugos del trabajador Hernán Tobón¡ ¡Libertad a los luchadores detenidos, hubo decenas de heridos!5. En este mismo momento la policía militar reprime a campesinos que protestan contra proyectos petroleros en Boyacá. —No es Uribe, no es Duque, es Santos, tema para luego—.
Una de las infamias de la desgarradora paz de Santos ha sido y es el asesinato sistemático, del día a día, a mansalva, cobardemente, de los humildes, los de abajo, los excluidos y vilipendiados, mujeres y hombres en resistencia, que son lideresas y líderes sociales de nuestro pueblo, activistas de Derechos Humanos, en razón, o con motivo de asumir justas y legítimas causas colectivas, por estar en resistencia, por alzarse en dignidad. He allí, los reclamantes de tierras, defensores del medio ambiente, activistas por la sustitución de cultivos, quienes luchan por sus derechos, por la defensa del territorio, por la defensa de la vida, he allí ex guerrilleros desmovilizados, que también han sido asesinados. Estos asesinatos de hombres y mujeres de nuestro pueblo han acaecido en dolor mayor sobre el campesinado, las comunidades indígenas y negras de las zonas rurales. Muy sensiblemente sobre campesinos y campesinas que hacen parte de Juntas de Acción Comunal, también sindicalistas, trabajadores, maestros, y quienes son los excluidos y vilipendiados de esta tierra del horror.
Nos levantamos en las mañanas con estas noticias: otro u otra hermana o hermano de nuestro pueblo ha caído, ¡ríos de lágrimas, penar, dolor indescriptible! Madres, hijos, familiares, compañeros, compañeras, comunidad en alma herida. ¿Qué pretenden? ¿Romper? ¿Rasgar con punzones el movimiento social? ¿Acabarlo?, prevenir la rebelión, desarticular y desunir al pueblo en resistencia, ¡¿qué es lo que quieren?! Que nos quedemos quietos, que no digamos nada, ¿resignación y acatamiento? Las cifras crecen6, ¡no hay derecho a tanta ignominia!, ¡canallas! ¡Asesinos! Santos indiferente, ni se inmuta, ni se pronuncia, pero más que ello, ¡es cómplice!, es responsable por acción u omisión. ¡En el gobierno Santos y aun sin terminar, se está ejecutando un genocidio, un crimen de lesa humanidad!7 Al parecer y ojala así sea, la indiferencia y el obscurantismo frente a esta tenebrosa infamia, este mermando. El día de la velas en homenaje a quienes partieron hubo mucha gente.
En síntesis, Santos encarnó, como si tuviera una fuerza satánica en sus entrañas, violencias y agresiones propias del terrorismo de Estado. Lamentos, gritos, dolores, se encendieron a lo largo y ancho de nuestro territorio, clamando que cesaran las agresiones contra el movimiento social, contra sus organizaciones, contra las comunidades populares y contra quienes en resistencia están. Yo no dudo en calificar sus dos mandatos, como los de un régimen tiránico y opresor encubierto con la careta de la paz.
Pero al parecer de muchos, él en nada tiene que ver, todo es por culpa de Uribe, perdonen lo escueta. De fastidiarme e insistir que como en sórdida maraña, ni se le señala y hasta se le exculpa alarmados con el que viene, el tal Duque en cuerpo ajeno, las cábalas no se hacen esperar presagiando el terror, como si el terror no estuviera campeando en nuestro país hoy y durante los gobiernos Santos. Los que se han abrogado el poder, desde antes y después y hasta ahora, obedecen las mismas reglas del juego, las del capitalismo voraz, donde “gana el rico y pierde el pobre”, diferencias abismales, inequidad total. Uribe, Santos, Iván Duque, son continuidad, uno de otro, del mismo proyecto con su accionar neoliberal. Bélicos y sanguinarios, cada cual a su manera, que uno más, que otro menos, no quita la cualidad y la esencia. Se pliegan con entero beneplácito al Plan Colombia, a las doctrinas trazadas desde el imperio más cruel y despiadado que lengua mortal decir no pudo. No hay un solo gobierno desde tiempos inmemoriales que no haya subordinado la política colombiana a los Estados Unidos. Una afrenta a nuestra soberanía, avasalla nuestra autodeterminación.
Santos: Su falsa paz ha de quedar colgada en una estaca y algún día la historia, la nuestra, en todas las páginas habrá de repicar, que en sus dos gobiernos, su desgarradora paz regó la sangre del pueblo, estremeció y rompió el tejido social de los sectores populares, de sus organizaciones y de sus luchas por legítimas causas. Que desató toda suerte de violencias, sufrimiento y adversidad en los de abajo, excluidos y marginados, en las mayorías de nuestro país. No tiene redención, ni perdón ni olvido.
Notas:
- Sus gobiernos van, el primero del 7 de agosto de 2010 al 7 de agosto de 2014. Fue “reelegido” con ayuda de Odebrech, para el periodo del 7 de agosto de 2014 al próximo 7 de agosto del presente año 2018.
- Me permito remitir un artículo anterior de mi autoría sobre la Colombia de las infamias: https://www.aporrea.org/internacionales/a194925.html.
- En el 2015 se instalaron 125 empresas multinacionales en el país, y entre el año 2010 y el año 2015, 722 llegaron a Colombia de acuerdo a cifras del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo.
- Del portal Colombia plural, el artículo: ¿Quién es el principal victimario en Colombia?
- Revista Kavilando.
- En lo que va del presente año 2018, han asesinado 100 líderes sociales —mujeres y hombres—. Del 2012 al 2018, se dice que superan los 470.
- Existen once condenas de la Corte Interamericana de Derechos Humanos contra el ejército y contra el gobierno por crímenes de lesa humanidad y los procesos en la Corte Penal Internacional por los genocidios sindical y político y por los “falsos positivos”.