A 170 años de la publicación del Manifiesto del Partido Comunista el fantasma que recorre el mundo encarna en la rebeldía de los pueblos
“¡Proletarios de todos los países, uníos!”, así cierra el Manifiesto del Partido Comunista, el cual el pasado 21 de febrero cumplió 170 años de su publicación. El CEPEC* nos presenta, desde una lectura del contexto actual y en retrospectiva, la vigencia de esta consigna, el llamado a la unidad de los organizados y de los no organizados, e ir más allá de las viejas caracterizaciones del concepto de “proletariado”.
Por Nelson Román Castro**. El 21 de febrero de 1848 se publicó por primera vez en Londres el Manifiesto del Partido Comunista. Más que un libro, un plan programático para la organización de la fuerza social revolucionaria que destruyera el modelo de sociedad capitalista.
170 años después, el desarrollo destructivo del capitalismo exige la organización, la movilización y la coordinación de la lucha mundial para concretar este objetivo. Atendiendo este llamado, en el mundo entero la confrontación entre las fuerzas antagónicas se ha intensificado, y el desarrollo educativo, cultural, tecnológico, científico, comunicacional, ha propiciado una cualificación de la conciencia a nivel global, de la necesidad de asumir coherentemente la praxis revolucionaria. Esta praxis es el factor decisivo, y en la justificación que desarrollan Marx y Engels, solo la lucha define la identidad del sujeto revolucionario, solo en confrontación contra los agentes y las instituciones sociales que detentan el capitalismo como modelo social, se da la emergencia de la revolución para la transformación de las relaciones sociales enajenantes, y así la sociedad mundial pueda transitar a un modelo alternativo, fundado en un nuevo carácter social de la propiedad.
Las 23 páginas de la publicación original del manifiesto, son en su conjunto una exhortación a que la masa social que vive de vender fuerza de trabajo, el proletariado, se constituya en clase, y esto, mediante la praxis revolucionaria, que se expresa en dos ámbitos, la lucha política y la lucha social. Si bien es cierto que Marx y Engels declaran en el manifiesto que toda lucha social es lucha política, también hacen una distinción fundamental. La lucha política que busca el control del poder político -el Estado, el parlamento- es una modalidad de lucha determinante, sin embargo no es la única ni la decisiva. La lucha social rebasa el campo del ordenamiento institucional y jurídico, y aborda como reivindicación, como objetivo, la superación de todas las contradicciones que genera una sociedad basada en los antagonismos de clase, incluso aquella contradicción entre el capital y la naturaleza que urge resolver.
Constituirse en clase revolucionaria es producto de una acción intencionada, nutrida de la conciencia del desarrollo histórico de las relaciones sociales, en las cuales se han configurado posiciones sociales con intereses antagónicos, por ello, Marx y Engels hacen un énfasis en la necesidad de que la clase que vive de vender fuerza de trabajo, identifique como enemigo a la clase de los capitalistas, porque solo en disputa, confrontando el poder instituido, confrontando los valores, la ideología, la moral, la cultura, etc., de la sociedad capitalista, podrá el proletariado detentar la hegemonía necesaria para avanzar hacia el cambio social.
Hoy, con la distancia histórica, podemos apreciar con mayor amplitud la persistencia del llamado al proletariado a constituirse en sujeto revolucionario, en un momento en que la categoría misma de proletariado ha sido, no solo cuestionada hasta la saciedad, sino incluso se ha proscrito la palabra. Vale preguntarnos por la intención de fondo de ese esfuerzo sostenido, sistemático, de deslegitimar la categoría histórica de proletariado, en un momento en que el proceso de proletarización se ha ampliado y expandido a niveles siquiera previstos en tiempos del manifiesto.
Las siguientes son las dos frases que abren y cierran el manifiesto:
“Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”
“¡Proletarios de todos los países, uníos!”
La frase introductoria ya es parte de la cultura mundial, prueba de ello es que se mantiene vigente en la jerga de la confrontación política entre los poderes mundiales. Los EEUU, hoy en decadencia, con una administración reaccionaria y obtusa, relanzan la frase al referirse a la amenaza que representa para sus intereses hegemónicos Rusia y China. Sin embargo, por su parte, la frase final no ha tenido tanta difusión y trascendencia como la primera ¿por qué el llamado a la unión no se ha convertido ampliamente en fuerza material? ¿Qué está en medio de estos dos enunciados?
El proletariado, el componente vivo, humano, de las fuerzas productivas, es la fuerza social determinante de la producción, sin embargo no es en sí mismo una fuerza revolucionaria en virtud de su lugar en las relaciones de producción. Para que así sea se requiere su organización para la lucha social histórica. En este sentido, el manifiesto es, de una parte, la declaración de que el proletariado ha ganado la conciencia de su organización, al constituirse en partido, para la disputa de los espacios institucionales en la lucha política; por ello, el carácter clandestino ya no se corresponde con esta forma de lucha amplia y abierta por el poder político y social. Así entonces, el fantasma encarna como fuerza material, y ello a través de una praxis específica, la praxis revolucionaria.
De otra parte, el manifiesto es básicamente la declaratoria abierta de los objetivos de la lucha contra un modelo de sociedad enajenante. Los medios de confrontar dicha sociedad y la forma de confrontar los poderes instituidos, se concretan mediante la unión del sujeto que moviliza la producción, sujeto que es además quien garantiza, no solo el rendimiento de capital, sino la acumulación de poder político y social de la clase explotadora. Por ello mismo el proletariado, según su lugar en la contradicción histórica de la formación social capitalista, es el sujeto con el potencial para forzar el cambio social; dicho potencial se consolida en poder real, mediante la identificación de los intereses de la clase que vive de vender fuerza de trabajo con los intereses de toda la sociedad, y a su vez mediante la organización amplia, masiva, diversa, plural, para adelantar la tarea histórica de la revolución.
En este sentido, el manifiesto es una síntesis histórica de todos los socialismos y comunismos anteriores y una superación de los mismos, dado que articula coherentemente, el desarrollo histórico de la sociedad, la crítica al modelo social vigente, al sujeto revolucionario, y un modelo alternativo de sociedad, pero todo ello se concentra en un aspecto determinante y crucial: la unión del proletariado para la lucha revolucionaria.
En buena medida la deslegitimación teórica del marxismo en general, y en este caso del manifiesto en particular, ha revestido distintas formas desde el momento mismo de su publicación hasta el día de hoy, sin embargo, cualquiera sea la forma que revista dicha deslegitimación, el contenido de fondo de la misma es la búsqueda de la anular el carácter revolucionario del proletariado, de invalidar su poder político y social, de fragmentar su unidad, de doblegarlo ideológicamente, dado que ya ha sido demostrado suficientemente en la historia su poder de subvertirlo todo. Esta deslegitimación teórica no es la única forma empleada, ni la más lesiva para la unidad del proletariado. La burguesía mundial, constituida en la clase más reaccionaria, violenta y criminal de la historia social, moviliza las distintas formas de violencia para someter pueblos, organizaciones, procesos de resistencia, lideresas y líderes sociales, en todo el orbe, haciendo uso de los avances científicos y tecnológicos de la industria militar y del desarrollo de la guerra, con el propósito de imponer su dictadura, sin embargo, todo su poder no les es suficiente para hacer claudicar la rebeldía de los pueblos.
El poder transformador, el poder revolucionario se realiza mediante la unidad de la clase. Vale reiterar el sentido de fondo del manifiesto, la constitución del proletariado como clase, como sujeto revolucionario. El llamado a la unidad del proletariado no se reduce a aquellos que pertenecen a una organización de trabajadores, o a una organización partidista, o a cualquier otra forma organizativa social. Pertenecer a estas formas organizativas de la clase garantiza la cualificación de la conciencia, una disciplina militante y una acción planificada de la lucha. Pero la unidad del proletariado como clase va más allá de la pertenencia a cualquiera de estas organizaciones, el llamado a la unidad se extiende principalmente a todos los que no están organizados, a todos los que están manipulados ideológicamente, a todos los que fragmentariamente se enfrentan a los de su misma clase sin identificar sus intereses comunes.
El llamado categórico del Manifiesto a la unidad es un grito de guerra, un llamado a la identidad con un proyecto de cambio social, un llamado a los miles de millones de seres humanos que hoy movilizan la producción en el capitalismo, sea que lo hagan de forma directa o indirecta, pero es igualmente un llamado a los desempleados, a los trabajadores por cuenta propia, a los empleados del sector de servicios, a las mujeres, a los pueblos originarios, a los campesinos, a los afrodescendientes, a los estudiantes, a las víctimas, a las madres cabezas de hogar, a los jóvenes, a la comunidad LGBTIQ, a los organizados y a los no organizados, etc., lo cual exige ir más allá de las viejas caracterizaciones del proletariado como aquel trabajador vinculado a la fábrica o a la industria, para entender la unidad como proyecto común para la lucha, que como dijimos previamente, se ha de intensificar en su expresión política, pero más aún en su expresión de lucha social, que nos permita superar colectiva y organizadamente esta forma de sociedad enajenante y fetichizada, fundada sobre las contradicciones de clase, y abrir la historia a la comunidad de intereses.
La razón de fondo de que la consigna de guerra ¡PROLETARIOS DE TODOS LOS PAÍSES, UNÍOS! se invisibilice, se relegue a antigualla de la literatura política mundial por parte de los ideólogos apologéticos del capitalismo, es porque la fuerza del proletariado unido ha demostrado su poder revolucionario, su poder transformador, y dicho poder cuando encarna en la rebeldía de los pueblos, cuando se convierte en fuerza material, hace estallar por los aires todas las relaciones sociales anquilosadas y caducas de la vieja y decadente sociedad capitalista, y en este proceso de destrucción-renovación también se destruye el imaginario del individuo burgués, egoísta, fragmentado, aislado, enajenado, para que en virtud de la identidad de intereses emerja el sujeto colectivo, la comunidad constituida en sujeto, el verdadero sujeto revolucionario con el poder de realizar la utopía.
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**Integrante del Centro de Estudios Pensamiento Crítico (CEPEC), filósofo e investigador social interdisciplinario.