La vida es -sigue siendo- una herida absurda (el tango en nuestros días)
Lúcido análisis del escritor cordobés Rafael Flores Montenegro sobre la actualidad una pasión que no necesita maquinarias publicitarias; por el contrario –explica el poeta–, se recrea en “la amistad, la pista, la mesa del bar, la calle anónima”. [Segunda Parte]
Por Rafael Flores Montenegro*. Fotos: Pablo Solana**. Hacemos tango, lo buscamos, lo seguimos porque ya no imaginamos la vida sin tango. Si no estuviera el tango tendríamos que inventar algo parecido, otro despropósito, otro absurdo, otra vena oculta de la vida para dejar de ir de compras, cumplir horarios y flagelarnos con lo que hay que hacer, creernos que existir tiene sentido cuando, tal vez, no tenga ninguno y esté muy cerca esa verdad con el rostro incendiado.
No me imagino la vida sin tangos para escuchar, quizá para bailar también, aunque dé igual si para una cosa o la otra. La persona que lo ha sentido en alguna de sus formas queda atrapada, presta a buscar intérpretes diversos, títulos, versiones. Y el músico conminado a interpretarlo según la versión que salió definitiva en su acertada sencillez, a repetirlo así porque buscarle otra forma sería puro manierismo, vacuidad y huida del genio.
Sí, los que lo hallamos lo necesitamos, aquellos que un día dimos con sus notas famélicas y envolventes que nos seguirán, como un perro fiel, por dichas y miserias. En unas cuantas frases expresarán enormes despojos del vivir que costaron años y confusiones hasta caer en la cuenta. Pondrán un ribete de filosófica sonrisa a lucubraciones sesudas, se explicarán cantando traiciones que deberían digerirse a balazos.
Ahí están los tangos para ponernos sañudos y feroces inofensivamente; para abrazarnos al cuerpo de la mujer que ya no está o a la que se ve tan cambiada que preferimos regresar al sueño de haberla amado alguna vez cuando fue infinitamente bella… y quizá, nosotros algo mejores.
Con los tangos nos acontece esa leve alteración de la conciencia que ninguna droga es capaz de provocar… O tan profunda alteración -entonces- que basta que alguien diga que está de tangos para entenderle.
Y no vaya a creerse que se trata de una suma, en ningún caso. Se puede bailar toda la noche y de los cincuenta tangos que se hayan bailado, probablemente, uno o dos sean los plenos. De sus numerosos tangos interpretados, es verosímil que el músico haya encontrado su felicidad en un par de versiones o en cierta cadena de notas. Sí, porque la cotidianeidad nos teje la vida en mecanismos de pasión refleja que ruedan y se pierden. No podemos dejar el tango, como no abandonamos la ciudad que, de tanto estar en ella, un día hallamos como nuestra para no marcharnos. Perseverar en el tango casi es como vestirnos de una forma determinada, para que el espejo no nos eche en cara que hacerlo de otra manera es ridículo o desfavorece cualquier encuentro. Ya somos unos cuantos, verá usted. No todos los que podríamos ser, pero dejémoslo ahí. Es sabido que el tango no desaparece, aunque unas cuantas empresas como RCA Víctor en Buenos Aires, a finales de los cincuenta, fundió las matrices de grabaciones tangueras porque pensaron que “eso ya había pasado”. Reaparece como el río Guadiana, con aguas que parecieron sólo subterráneas, pero que son las mismas que ahora corren con el pecho al sol y al cielo. Unos cuantos bebemos su sabor a sal, a lágrima, a dulzura de otoño, a fresca pureza de quince años, a limón irónico y no podemos dejarlo. Así nos reconocemos… no importa el traje, ni la procedencia, ¡qué va! Hay tantos tangueros indocumentados a veces, que la policía de Migraciones podría llenar un furgón. Y muchos más la Academia de la Lengua; llenarlos de mal hablados y mal habladas que chapurrean (o aporrean) inglés, alemán o castellano y que, sin embargo, se entienden de maravilla bailando. No preguntes cómo, ni filosofes: según dice la milonga “con la filosofía poco se goza”. Basta que huelas bien, que los zapatos no se peguen al suelo. Basta que escuchemos la letra en la voz que canta… y ya vamos juntos a ese mar incógnito, donde encontrarás representaciones de infinitas cosas de la vida, de gentes diferentes e, incluso, de ti ahí mismo.
¿Con quién?
Ya se sabe, lo mejor que tenemos en la vida, como cantan los tangos, son los amigos y amigas con quienes uno está porque quiere. Los amores pueden abandonarnos… y contraer compromisos que no siempre son de la musa. ¡Que levante la mano el que esté en el amor sólo por la musa! Por la emoción de encontrarla siempre y que no vaya manchado de obligación, de deber cumplido, de pesarosa escena de costumbres.
La amistad tiene como escenario la pista, la mesa del bar, la calle anónima. No el nido, salvo con aquella mujer ¡oh amor! con la que no nos pedimos cuentas de pasado ni futuro. La fiesta servida en cada encuentro, la fiesta.
También en el tango hay un costado de maravillosa urbanidad: vivir sin saber mucho de los otros. No hablamos, vamos a bailar, a escuchar tangos. El hablar indefinidamente, analizándolo todo como un químico del alma (¿de cuál química?) nos agotó la paciencia, entorpeció la espera, quizá haya desgastado las decisiones. Lo mejor es ir a bailar, o a escuchar. Acabemos con el análisis, que ya lo hicimos. Echemos el cuerpo a la otra, al otro, a la vida, en un tango.
Desde muy lejos
Cuando los tipos de la Academia de Medicina de Francia, en 1912, “prescribieron” para los niños débiles, que alternaran con los baños de mar, “tangos a toda hora” no estaban locos, ni demasiado científicos seguramente. Llevaba el tango unos diez años desembarcado (no aterrizado) en Francia y ya el gabinete de muy famosos galenos había caído atrapado en la maravilla. Lo bailarían ellos a toda hora en el té-tango, en la cena “donde se tangueaba entre plato y plato”, en el Music-Hall, en el Champagne-Tango… Ya estaban seducidos por esa magia que nos hace sentirnos más guapos, propicios a elegantes trajes, mas bravíos entre tanta cultura ligth (condenadamente uso el término inglés que no inventamos nosotros. ¡qué le vamos a hacer!), más arrojados sobre el pecho y las piernas del otro sexo, con las cabezas juntas y abrazadas a la prohibida belleza de caminar pegaditos (casi una sola figura) por las veredas de la vida.
Y, dígame usted, si no se le sobresalta el corazón al oír ciertas letras:
No sé por qué te perdí
Tampoco sé cómo fue
Pero a tu lado dejé
Toda mi vida
Dígame si puede permanecer indiferente cuando oye:
Novia querida, novia de ayer
-Quien más quien menos-
Pa´mal comer
Somos la mueca
De lo que soñamos ser
O todavía aún esa formidable carga de profundidad:
Ya sé no me digás
Tenés razón
La vida es una herida absurda
¡Quien que tenga oídos para escuchar un tango, para seguir, siquiera, un fragmento de las letras antedichas, no va a soliviantarse!
El tango no necesita de maquinarias publicitarias ¡cualquiera lo juzgue! Para difundirlo no invierten Repsol-YPF, ni Microsoft, ni los Ministerios, ni la Telefónica. Cuando lo hagan, será para ganar de antemano. Veámoslo. Sin embargo, desde los garitos oscuros, de antiguos discos de pizarra, de músicos ya viejos que tocan como siempre tocaron, desde bailongos en lo profundo de los barrios de Buenos Aires, de casi subterráneos o escondidos programas de radio, así como de espectáculos musicales aventureros, comenzó a ganar el mundo, extendiéndose como un áloe oleoso y profundo. Luego, lo descubrieron los listos del cine que ganan efectos, elocuencia de siglo XX, pozos de intimidad sobrecogedora y socarrona, poniendo escenas de tango en las pantallas. Así son las cosas, así lo fueron siempre para el tango, aunque nuestras economías vayan por carriles muy distintos a los de las consabidas empresas multinacionales.
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*Rafael Flores Montenegro nació en Villa de María, Córdoba, Argentina. Desde 1979 vive en Madrid, España. Su obra narrativa editada comprende libros de cuentos, poesías y ensayos. Este texto, del cual publicaremos una segunda entrega, forma parte de su libro El Tango, desde el umbral hacia adentro. http://www.rafaelfloresmontenegro.com.es/
** Pablo Solana integra el Equipo Editor de Lanzas y Letras.