¡A Luchar! en Medellín: “Estudiantes, sindicalistas, líderes barriales”
La siguiente narración se presenta como una crónica que condensa las diversas entrevistas realizadas, “buscando dar voz a los y las integrantes de las organizaciones”, aclara el autor.
Por Sebastián Pérez Arbeláez.* Antes de iniciar con ¡A Luchar! en la ciudad, se venían desarrollando diferentes trabajos político organizativos en diversos puntos del área metropolitana. En su mayoría eran la continuación de los desarrollos heredados de las comunidades eclesiales de base en años anteriores, pero se tenía una fuerte presencia en lo sindical, lo estudiantil y lo profesoral. Así que, desde principios de la década del 80 con los paros cívicos por el agua desarrollados en ciertos puntos de la ciudad, empezamos a articular el trabajo y darle cuerpo al acuerdo sindical.
Recuerdo muy bien que, para esos tiempos, se tenía un trabajo cultural muy fuerte en Castilla, en la comuna nororiental, algo en Guayabal y en Itagüí. Allí se venía impulsando con fuerza un espacio que se llamaba “octubre cultural” donde confluían distintas fuerzas políticas y personas interesadas en trabajar por la cultura. Éste era un espacio para el arte, el amor, el ocio productivo, la brega y la transformación, pero a finales de abril y principios de mayo de 1985 sentimos con fuerza el terror estatal. Fueron asesinados Marta Cecilia Yepes, Guillermo Lugo, Jorge Mejía y Luis Enrique Correa Balvin, militantes de ¡A Luchar!, precursores de la cultura y activistas por la vida. Promocionaban el cine, el arte, y como buenos habitantes de Itagüí, la pereza, es decir, el ocio productivo. En el caso de Luis Enrique lo encontramos amarrado y con señales de tortura en el Chuscal, en la carreta que conduce de San Antonio de Prado a Armenia; allí apareció el compa después de ocho días de desaparecido.
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Es muy curioso, no sé si lo han notado, pero para la fecha de estos asesinatos no habíamos salido a luz pública, ni siquiera la Unión Patriótica. Aunque ellos y ellas se reconocían como ¡A Luchar! y hacían parte del acuerdo, apenas estábamos consolidando muchas cosas y preparando el paro cívico del mes siguiente; es muy triste decir que a nosotros ni siquiera permitieron que naciera la propuesta, y ya nos estaban asesinando. Pero aun así seguimos construyendo, y con la mirada puesta en el horizonte, hicimos parte de cada uno de los momentos de ¡A Luchar! Es más, recuerdo que en la segunda convención nacional nos recibieron de la siguiente forma. “¡De pie, delegación Marta Cecilia Yepes, de pie, compañeros del occidente colombiano, de Antioquia, Caldas, Risaralda y Quindío!”. Ahí estábamos, cuatro años después, homenajeando a nuestra compañera.
Después de esos sucesos sacamos adelante el paro del 20 de junio del 85. Nos juntábamos entre 250 y 300 personas delegadas de los procesos de la ciudad a desarrollar nuestra asamblea y darles desarrollo a las orientaciones nacionales. Estábamos en las diversas movilizaciones de la ciudad, en la marcha de ollas vacías en Castilla, en las peleas de los trabajadores de la minorista, en las carpas obreras, fueran o no de sindicatos pertenecientes a ¡A Luchar! Y claro está, sacábamos nuestra propia marcha del 1° de mayo, llena de color, música y pelea.
Recuerdo a la perfección que nuestras reuniones eran itinerantes, rotábamos por toda la ciudad. De alguna forma aprovechábamos que teníamos trabajo en varios barrios o contactos en otros, y nos metíamos a las Juntas de Acción Comunal a desarrollar nuestras reuniones, espacios que nos servían para apoyar los trabajos territoriales, algo así como ¡A Luchar! de gira por la ciudad. Pero hay un asunto que jamás olvidaré y que es necesario decirlo: aunque rotábamos por diversos espacios en la ciudad, siempre acudíamos a nuestro rinconcito proletario, Sintradepartamento. Allí desarrollábamos gran parte de nuestro trabajo administrativo, incluso el desarrollo de las asambleas locales.
Mientras me acordaba de esos lugares que hicieron de cómplices de nuestro trabajo en la ciudad, pensaba en las marchas mimeografiadas. Como no podíamos salir a marchar así nomás, porque la represión era muy fuerte y el estatuto de seguridad seguía vigente, nosotros nos convocábamos a marchar por grupitos. Es decir, usted sabía que se encontraba con 5 o 6 compañeros, a veces éramos un poco más, y de ese grupo usted sabía que había un responsable y que éste sabía dónde empezaba la marcha. Así que salíamos de a tres, siguiendo al que hacía las veces de guía, “el responsable”, hasta llegar al punto donde se había quedado en arrancar la marcha; los responsables de cada uno de los grupos empezaban a aplaudir y ya sabíamos que era ahí donde nos íbamos a congregar para salir a marchar. Esto era para algunas marchas, o cuando la situación estaba bien complicada, porque en las marchas tradicionales como las de mayo u octubre, sí convocábamos a toda la gente en un punto de encuentro.
En definitiva, estábamos en todas partes, no por tener trabajo político en toda la ciudad, pero sí porque la convicción era tal que no nos importaba si éramos estudiantes, sindicalistas, o líderes barriales… todos y todas acompañábamos las luchas que se daban en la ciudad, en especial en las huelgas que se desarrollaron en los barrios. Ejemplo de esto fueron las protestas en Castilla, 12 de octubre, Itagüí, Bello, y en las construcciones barriales de la comuna nororiental.
También estábamos en las carpas obreras…¡qué lugares, éstos sí fueron bien bonitos! Allí compartimos días y noches enteros, apoyando las protestas obreras y exigiendo dignidad laboral, pero también comiendo sancocho y tirando piedra.
Así pues, esta ciudad supo de nosotros y de las demás organizaciones de izquierda; uno pasaba por el parque Bolívar y siempre se encontraba una movilización, una toma del parque, o muchos grafitis en las calles. Eran épocas de un trabajo diario, todos los santos días teníamos alguna cosa que hacer”.
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* Extracto de ¡A Luchar! y el Frente Popular, una esperanza en el vacío. El impacto de la movilización social en Medellín en la década de 1980. Trabajo para optar al título de sociólogo.