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Elecciones en América del sur y el futuro de la integración continental

Por Fernando Vicente Prieto [Lanzas y Letras N°30] Los resultados de las últimas dos elecciones de 2015 en América del Sur representan pasos importantes para la estrategia de EEUU de recolonización de América Latina y el Caribe. Los funcionarios del Departamento de Estado y del Pentágono se frotan las manos, sonrientes, tras los resultados del 22 de noviembre en Argentina y el 6 de diciembre en Venezuela.

Con Macri en la presidencia se aseguran una ficha clave en el Cono Sur, tanto para intervenir en el Mercosur como para alterar el equilibrio continental entre los tres proyectos que dominaron al escena en los últimos diez años: en un extremo, el neoliberal, representado por la Alianza del Pacífico; en sus antípodas el del ALBA, de orientación socialista y entre ambos, el neodesarrollista, de capitalismo con relativa inclusión social.

La política que –incluso desde antes de su asunción- impulsa Macri implica la ruptura de la alianza geopolítica entre el ALBA y el Mercosur y también un debilitamiento del sentido integrador de Unasur y CELAC. Estos organismos se desarrollaron como contrapeso a la OEA y obtuvieron victorias diplomáticas que en varios momentos pusieron freno a la política de EEUU. Por ejemplo, en la Cumbre de las Américas de abril de 2015 en Panamá, cuando los 33 países de América Latina y el Caribe respaldaron a Venezuela ante el amenazante decreto ejecutivo de Obama.

 

Al avance de la derecha en Argentina se suma el triunfo en las parlamentarias del 6D en el país caribeño, que abre las puertas para una ofensiva final sobre el tesoro más preciado, por sus enormes recursos –en particular, el petróleo-, por su posición geográfica y por su lugar en la confrontación antiimperialista, clave para los avances de todo el siglo XXI. Petrocaribe, en particular, es una iniciativa molesta, y desde principios de 2015, altas autoridades norteamericanas, incluyendo a su vicepresidente Joe Biden, presionan a los pequeños países  del Caribe para que este intercambio solidario se desintegre.

Claro que para que el golpe a la integración se complete, EEUU tiene que derrotar efectivamente a las fuerzas de la Revolución Bolivariana. Para ello, los próximos seis meses se anuncian cruciales, en particular lo que queda de 2015 y los primeros meses de 2016, cuando se asuman estrategias que resultarán definitorias en el curso de los acontecimientos. En este marco, se puede suponer que el jefe del Comando Sur del Pentágono, John Kelly, dedique algunos minutos adicionales por las noches por estos días.

Por si hacía falta para ver la importancia que tiene esta disputa desde la mirada geopolítica, se puede ver un video donde se encuentra Hillary Clinton, micrófono en mano y exultante, la misma noche del 6 de diciembre, mientras exclama: “¡Vamos ganando, vamos ganando!” y sugestivamente recuerda a su auditorio que “Venezuela es uno de los países más rico del mundo, en términos de recursos”. “La gente de Venezuela necesita el apoyo de todos en el hemisferio, particularmente nuestros amigos de Latinoamérica”, ordena Hillary, diciendo además que ella “ciertamente” apoyará y espera lo mismo del resto de sus aliados.

La avanzada se completa con la presión sobre Brasil, con Dilma asumiendo el programa económico de la derecha, derrotada en las urnas pero con capacidad para influir en las políticas reales. Si bien hasta el momento el gobierno brasilero ha evitado sumarse activamente a la agresión contra Venezuela promovida por Macri, la amenaza de destitución por parte de un Poder Legislativo que no controla mantiene a Dilma en una creciente debilidad.

Bolívar vs. Monroe

El descalabro del bloque neodesarrollista cumple un paso importante en la contraofensiva iniciada tras la derrota imperialista en 2005 en Mar del Plata. Desde ese momento hasta ahora EEUU logró cambiar el gobierno de Honduras y Paraguay, mediante golpes de Estado; conformar la Alianza del Pacífico con los gobiernos neoliberales de México, Colombia, Perú y Chile e instalar siete nuevas bases militares en Colombia. De esta manera, el águila del norte despliega sus alas con el objetivo de cercar cualquier posibilidad de integración latinoamericana y caribeña.

Se trata de dos proyectos en pugna desde hace dos siglos, cuando EEUU comenzaba a conformarse como imperio y desarrolló la doctrina Monroe, de “América para los americanos”, soñando con dominar todo el continente. En el mismo momento, la mayoría de los territorios al sur del río Bravo culminaban sus luchas de independencia del Reino de España y eran convocados por Simón Bolívar a crear una confederación de estados latinoamericanos.

El 5 de agosto de 1829, en Guayaquil, Simón Bolívar escribió en una carta al encargado de negocios británico una frase profética: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la Libertad”. Con este objetivo estratégico, durante el siglo XIX, y especialmente durante el siglo XX, EEUU controló el Caribe e impuso paulatinamente su política hacia los demás países de la región, basada en la intervención económica, diplomática y militar dirigida a fragmentar sus lazos de solidaridad en función de imponer sus propios intereses.

Desde la Conferencia Panamericana de 1899-1890 se comenzaron a formar diferentes organismos “panamericanos”, proceso completado con la fundación de la OEA tras la Segunda Guerra Mundial. Desde este organismo el imperio coordinó las voluntades de los países dóciles, para aislar a quienes quisieran ejercer su soberanía. En 1962 expulsó a Cuba, declarándolo como una amenaza a la libertad y a la democracia, entendidas en los términos del pensamiento liberal capitalista. Antes, durante y después de esta exclusión, el país del Norte impulsó y legitimó los golpes de Estado que desataron el terror en todo el continente. El objetivo era impedir el triunfo de los movimientos de liberación e imponer el programa económico del Fondo Monetario Internacional, al servicio del capitalismo norteamericano y europeo.

Con el avance de las luchas que en América Latina y el Caribe provocaron el retroceso de los gobiernos neoliberales y en particular con el impulso de Hugo Chávez, hacia fines de siglo XX y principios de siglo XXI, en América Latina y el Caribe se actualizó el sueño de Bolívar. Los pueblos recuperaron el paradigma de integración de los pueblos que le da sentido histórico a la aspiración de unidad. Con el nuevo mapa geopolítico, hoy este proceso está seriamente amenazado.

No extraña el intento de reposicionar a la OEA, esta vez en manos formales del (¿ex?) progresista uruguayo Luis Almagro. Una OEA legitimada puede potenciar la injerencia sobre los procesos que se intentan doblegar. En este contexto hay que entender la infausta participación de Almagro en el proceso electoral venezolano: primero exigiendo la intervención de la OEA en la observación –desconociendo de paso a la misión de Unasur-; luego con la carta donde se hace eco de la operación mediática en torno al asesinato del opositor Luis Manuel Díaz y finalmente celebrando veladamente el triunfo opositor en las parlamentarias.

También desde allí hay que entender los aplausos que le brinda toda la derecha global, incluyendo a la influyente burguesía neogranadina: hace pocos días una columnista del diario El tiempo de Bogotá le dedicó una nota titulada explícitamente “Gracias, Almagro”, que el propio secretario general de la OEA difundió agradeciendo “las innumerables muestras de apoyo recibidas” por su tarea contra la Revolución Bolivariana.

El futuro inmediato

Ante el avance neoliberal, se abre un tiempo de nuevas luchas en la región. Los movimientos populares se preparan para enfrentar los ajustes en desarrollo y también para seguir uniendo esfuerzos en la construcción del proyecto estratégico, que tiene su principal referencia en el ALBA y su horizonte en el socialismo del siglo XXI.

En lo inmediato, la tarea principal es la solidaridad con el proceso revolucionario bolivariano, en un escenario de guerra de cuarta generación, donde los medios privados de comunicación ejercen una actividad central.

La ofensiva mediática en el exterior caricaturiza a la Revolución Bolivariana e incluso presiona ideológicamente para que formaciones auto-identificadas como de izquierda asuman los elementos centrales del discurso de la derecha. A veces es por desinformación, otras por dogmatismo ideológico, a menudo por ambas, pero en cualquier caso vale recordar la frase del joven Bolívar, en los albores de la lucha independentista: “Unirnos para reposar y para dormir en los brazos de la apatía, ayer fue una mengua, hoy es una traición. Estas dudas son tristes efectos de las antiguas cadenas”.

En este contexto, las fuerzas populares que asumen consecuentemente la identidad bolivariana saben que es fundamental dar la batalla de ideas y hacer conocer la importancia de lo que se juega en el continente en estos momentos. Para el campo popular, urge la articulación de iniciativas que sitúen a las batallas locales en el marco general que las condiciona. Las próximas semanas, meses y años tendrán a la disputa geopolítica en el centro de la escena. Vacilar es perdernos.

Autor

Producción editorial del equipo de la Revista Lanzas y Letras. www.lanzasyletras.com