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“Lo único que se parece a X-504 es un ombligo”: cinco poemas de Jaime Jaramillo Escobar

“Publicista durante 20 años. Coordinador de talleres literarios durante 20 años. Publica un libro cada 20 años. Y sigue en sus 20”. Jaime Jaramillo Escobar, mejor conocido como X-504, es una joya invaluable de la poesía en Colombia. Acá, una miscélanea de cinco poemas suyos. 

Tuvo razón Gonzalo Arango cuando dijo que lo único parecido al poeta X-504 era un ombligo. “Pues, ¿qué hay de más solitario en el mundo que un ombligo? Me imagino que Dios. Pero Dios no es de este mundo. Quiero decir, este poeta es la suma de la soledad. Si él soñara en una Tierra Prometida, su sueño sería, estoy seguro, una isla desierta”. Y es que de Jaime Jaramillo Escobar —como también se le conoce— solo hablan sus poemas. De apariencia reservada y distante, el lento caminar acompasa sus respetuosas maneras y subvierte la permanente velocidad de nuestras vidas. Es un insurrecto, a su manera. Así es que su aspecto no revela nada de lo que se dice de él: que es el mejor ejemplar de su especie, el grupúsculo nadaísta, en una generación marcada por el frenesí de una juventud especialmente provocadora, por las ideas contestatarias y por cierta rebeldía urbana contra la influencia del más retardatario catolicismo y el naciente pacto elitista que se dio a llamar “Frente Nacional”.

Podría decir con orgullo —aunque no lo hace— que es uno de los pocos nadaístas que no acabó por mendigar favores en las puertas de la misma burguesía que un lejano día juraron derrocar. Que no sucumbió, como alguno de sus antiguos compinches, ante el encantamiento del proyecto uribista (¿pueden acaso creer aquello de un nadaísta-uribista?). Y aunque pareciera que en materia política Jaime Jaramillo Escobar es, por así decirlo, prudente, sus poemas hablan por sí solos: “La riqueza no necesita quién la cante, porque ella se canta a sí / misma. Pero estos pobres, ¿qué canto tienen? / Voy a cantar con los pobres, allá lejos, a la orilla del río, donde / no nos oigan los ricos, / Porque si nos oyen querrán comprar nuestro canto para / después vendérnoslo a nosotros mismos y hacer el negocio del / siglo”. 

Al fin y al cabo, poco importa lo que diga un poeta de sí mismo. Nadie pensaría que ese señor diminuto, de cuerpo enjuto, con un meneo metódico y rígido pudiera hacerse con el sentir más negro de nuestra negra América, con el sabor salado de las olas de la mar, con los lamentos fúnebres de los moribundos,  y con la cínica obstinación de los veinte años. Aunque —repito— no interesa lo que un poeta se precie de ser, me permito reproducir lo que X-504 cierta vez escribió de sí mismo: “JAIME JARAMILLO ESCOBAR, Pueblorrico (Antioquia) 1932. Publicista durante 20 años. Coordinador de talleres literarios durante 20 años. Publica un libro cada 20 años. Y sigue en sus 20”.

MEMORIA DE LOS COLORES PINTADOS

        En el pueblo donde me crié, todas las casas eran blancas, todas las puertas eran verdes, y los zócalos de siena.

        Todas las vacas eran blancas, los gatos eran grises, no había sino dos colores para los caballos, y todas las mujeres eran amarillas. No había mujeres negras.

        En aquel pueblo lo único de color negro era la sotana del cura y los zapatos de la gente. (Los gallinazos eran blancos).

        Todos los árboles y las plantas eran verdes. Si daban flores rojas, los habitantes no tenían la culpa del mal gusto de la Naturaleza, que pone los colores uno junto a otro sin detenerse a considerar su efecto ante nuestra vista.

        Todos los chicos escribían con tinta violeta y se manchaban las manos, pero yo escribía con tinta verde porque quería ser Pablo Neruda.

        En total, no había sino doce colores en todo el pueblo, y cuando aparecía el arco iris era como si llegaran los gitanos.

        Cuando los gitanos llegaron trajeron infinidad de calderos de cobre –cocobre rosado y cocobre amarillo– y un caballo negro. Como mi tío tenía aficiones por lo exótico, compró el caballo negro.

        El arco iris llegaba una tarde, desplegaba en el cielo todas sus telas de colores, las mujeres las compraban en un dos por tres, y el arco iris se iba para Medellín a traer más telas de colores, pero se demoraba sus buenos ocho días.

        Como teníamos tan poquitos colores, no se hablaba sino de colores: –“Cómpreme, compadre, la yegua blanca. Se la cambio por ese caballo negro, que le vendieron los gitanos”. Así decía el paisano, pero sabiendo muy bien lo que le había acontecido al caballo negro.

        Los ladrillos de la iglesia eran de un color que por no saberle el nombre le decíamos color ladrillo.
Saber el nombre de los colores es muy importante, porque si se pierde algo, lo primero que hay que declarar ante el juez es el color.

        –“Señor juez, se perdió mi gallina”.

        –“¿Y de qué color era?”

        –“Como una colcha de retazos, así era. Pero ponía huevos de oro, porque era la gallina de los huevos de oro. Se perdió en la madrugada. ¿Cree usted que me la robó el Banco de la República?”

        Antes, todas las monedas eran de plata, pero cuando pusieron a un gitano como gerente del Banco de la República, entonces las monedas pasaron a ser de cobre.

        Mi famosa novia de dientes de perla y labios de rubí, me la robaron una vez que la llevé a un baile, y qué tal si hubiera ido con mi amigo, que tiene el corazón de oro.

        Hubo una vez en que ese pueblo de los doce colores se vio pintado todo de un solo color, porque fue obligado pintar todas las casas azules, y los perros azules, y los gatos azules, y los caballos azules y las vacas azules, y las personas tenían que ponerse corbatas y pañuelos azules, y además había que hacer ondear banderas azules por todas partes. El azul cubrió la Tierra de tal modo que el cielo empalideció.

        Historia de un pueblo, y el que olvida es como el que está muerto.

        Allí viví, hasta que estuve en edad de salir a buscar vida y a buscar con quién casarme. Subí por la margen del río Cauca, pero no quise a una mujer negra, porque de pronto se me desteñía, como el caballo de mi tío.

MAMÁ NEGRA                                                                                               

Cuando mamá negra hablaba del Chocó
le brillaba la cadena de oro en el pescuezo,
su largo pescuezo para beber agua en las totumas,
para husmear el cielo,
para chuparles la leche a los cocos.
Su pescuezo largo para dar gritos de colores con las
[guacamayas,
para hablar alto entre las vecinas,
para ahogar la pena,
y para besar a su negro, que era alto hasta el techo.
Su pescuezo flexible para mover la cabeza en los bailes,
para reír en las bodas.
Y para lucir la sombrilla y para lucir el habla.

Mamá negra tenía collares de gargantilla en los baúles,
prendas blancas colgadas detrás del biombo de bambú,
pendientes que se bamboleaban en sus orejas,
y un abanico de plumas de ángel para revolver el aire.
Su negro le traía mucho lujo del puerto cada vez que venían los [barcos,
y la casa estaba llena de tintineantes cortinas de conchas y de [abalorios,
y de caracoles para tener las puertas y para tener las ventanas.
Mamá negra consultaba el curandero a propósito del tabardillo,
les prendía velas a los santos porque le gustaba la candela,
tenía una abuela africana de la que nunca nos hablaba,
y tenía una cosa envuelta en un pañuelo,
un muñequito de madera con el que nunca nos dejaba jugar.
Mamá negra se subía la falda hasta más arriba de la rodilla para pisar [el agua,
tenía una cola de sirena dividida en dos pies,
y tenía también un secreto en el corazón,
porque se ponía a bailar cuando oía el tambor del mapalé.
Mamá negra se movía como el mar entre una botella,
de ella no se puede hablar sin conservar el ritmo,
y el taita le miraba los senos como si se los hubiera encontrado en la [playa.
Senos como dos caracoles que le rompían la blusa,
como si el sol saliera de ellos,
unos senos más hermosos que las olas del mar.
Mamá negra tenía una falda estrecha para cruzar las piernas,
tenía un canto triste, como alarido de la tierra,
no le picaba el aguardiente en el gaznate,
y, si quería, se podía beber el cielo a pico de estrella.

Mamá negra era un trozo de cosa dura, untada de risa por fuera.
Mi taita dijo que cuando muriera
iba a hacer una canoa con ella.

EN LA LUNA

Suelen decirme –a manera de crítica– que vivo en la Luna.
¿Les he dicho yo –a manera de crítica– que viven en Tierra?
Cada uno tiene que vivir en algún astro, a no ser que él mismo sea un asteroide.
Si ustedes viven en la Tierra y yo vivo en la Luna, quiere decir que somos vecinos.
Vecinos míos: vuestra Tierra se ve amenazadora allá en lo alto. ¿Qué nueva guerra estáis tramando?
Prestadme una ramita de culantro para adornar mi sopa. Comeré a vuestro nombre pero a mi buen provecho.

“FELICITACIONES FELIZ CUMPLEAÑOS STOP RECUERDA CUANTO TE GUSTABA EL CULANTRO CUANDO ESTABAS EN CASA STOP ENRIQUE Y YO TE ECHAMOS MUCHO DE MENOS STOP BENDIGOTE AMALIA”

Aquí en la Luna se vive supremamente bien. Os veo rodar a mi alrededor en esa bola de tierra que va dando tumbos por el universo sin sentido y sin seso.
Y yo estoy aquí confortablemente iluminado meciéndome en el espacio sideral como en una hamaca de oro,
Vuestra pobre Tierra trastabillando en el infinito y pidiendo limosna entre los astros.

El Señor Jehová viene a hacerme la visita en la Luna nueva,
Y se queda toda la tarde aspirando el incienso que le ofrezco en un potecito,
Porque desde que se jubiló quedó eternamente enviciado con el humo del incienso.
Las conversaciones del Señor Jehová exceden todo límite de hermosura,
Y luego se despide majestuosa y cortésmente, porque tiene la piel tan delicada que no puede dormir sobre el esponjoso polvillo de la Luna.
El Señor Jehová me trajo un pastel de chocolate que quién sabe de dónde lo tomaría.
Debió haber sido de la Casa Blanca, porque estaba adornado con el signo U$A.
¡El Señor Jehová hace unas cosas!
Aquí en mi Luna me paso los días cantando,
Los felices días del Universo en el coro de las estrellas.
El Señor Jehová no me cobra el arrendamiento ni me manda la factura de la luz.
Me dice que está muy disgustado con los que venden el agua, el aire y la luz en esa Tierra desgraciada –y la señala repetidamente con el dedo.
Si yo no me hubiera venido a vivir en la Luna ya me habría muerto en vuestra Tierra inhóspita y cicatera,
A la que el Señor Jehová le tiene tanta lástima como a un hijo deforme.
Yo no le pregunto nada al Señor Jehová porque Él se maravillaría de que le preguntase algo.
El Señor Jehová, amablemente, me anuncia su visita con tres días de anticipación,
Y yo salgo a recibirlo radiante y alborozado.
Cuando lo veo venir, parecido a Walt Whitman, le lanzo gritos jubilosos para que sepa que lo espero con gusto,
Y cuando llega y me abraza me siento tan contento como un cohete que estalla.

Le he quitado a la Luna las banderillas que le clavaron rusos y norteamericanos,
Y le he puesto un poco de tintura de yodo en las heridas, para que cicatrice.
La Luna es un torito virgen que muge por el cielo; el hocico le huele a leche de nube.
Yo no voy a permitir que los gringos y los rusos me lo toreen.

La Tierra lleva a la Luna de la mano a dar un paseo por el Universo, la Luna que es su hija pequeñita.
La Tierra le da de mamar a la Luna, el seno cubierto con sus chales de nubes.

Como dicen que la Luna anda desnuda, yo le pido a mi mujer que se enlune, que se alune, que se deslune, que me enlunice.

Lo que más falta me hace en la Luna son las noches de Luna,
Cuando la Luna perfuma las noches de la Tierra.
La Tierra que adivina el porvenir en la bola de la Luna.
La Tierra que se mira en el espejo de la Luna.
La Luna recubierta con espato de Islandia.

Vecinos míos: el hijo de la Tierra en la Luna se marea,
La Luna se tambalea, se bambolea, se menea.
Yo no puedo sentirme como en mi casa en esta Luna.
Si no mandáis por mí, me arrojaré de cabeza.

EL DESEO

Hoy tengo deseo de encontrarte en la calle,
y que nos sentemos en un café a hablar largamente
de las cosas pequeñas de la vida,
a recordar de cuanto tú fuiste soldado,
o de cuando yo era joven y salíamos a recorrer juntos
la ciudad, y en las afueras, sobre la yerba, nos echábamos
a mirar cómo el atardecer nos iba rodeando.
Entonces escuchábamos nuestra sangre cautelosamente
y nos estábamos callados.
Luego emprendíamos el regreso y tú te despedías siempre
en la misma esquina hasta el día siguiente,
con esa despreocupación que uno quisiera tener toda la[vida,
pero que sólo se da en la juventud,
cuando se duerme tranquilo en cualquier parte sin un pan
entre el bolsillo,
y se tienen creencias y confianzas
así en el mundo como en uno mismo.
Y quiero además aún hablarte,
pues tú tienes dieciocho años y podríamos divertirnos esta
noche con cerveza y música,
y después yo seguir viviendo como si nada…
o asistir a la oficina y trabajar diez o doce horas,
mientras la Muerte me espera en el guardarropa para
ponerme mi abrigo negro a la salida,
yo buscando la puerta de emergencia,
la escalera de incendios que conduce al infierno,
todas las salidas custodiadas por desconocidos.
Pero hoy no podré encontrarte porque tú vives en otra ciudad.
Mientras la tarde transcurre
evocaré el muro en cuyo saliente nos sentábamos
a decir las últimas palabras cada noche
o cuando fuimos a un espectáculo de lucha libre y al salir
[comprendí que te amaba,
y en fin, tantas otras cosas que suceden…

INVITACIÓN A COMER

Hombres sin tierra. Niños sin cuchara. 
PABLO NERUDA

Ahora que la fe en el hombre ha desaparecido de los intelectuales,
Y el pesimismo enceguece el pensamiento, las artes, la literatura,
Ahora que el mundo por fin tambalea,
Precisamente en este momento tenemos hambre.
En la antigua China las leyes de la moral se dictaban después de las cosechas,
A causa de que el soberano no quería ser soberano de nada,
Y pensaba que más valía ser soberano de un pueblo fuerte,
Que ser el triste y pobre soberano de un pueblo arruinado, amenazado por ávidos enemigos.
Si hombres ambiciosos se adueñan de las tierras, son responsables por los que mueran a causa de la falta del grano.
Ellos dicen: –No somos responsables porque no existe Dios, y si existiera estaría de nuestra parte, o al menos no le permitiríamos estar de parte de ustedes.
Pero son responsables ante la humanidad y ante la historia de la humanidad, son responsables ante el polvo de la Tierra, ¡nada menos!. Ante su poquito de polvo, ante sí mismos son responsables, polvo que recibe la condena de su propia alma, polvo despavorido hasta que la combustión de los astros purifique lo inmundo en el Universo purificador.
Y el tiempo gira como agua que pasa una esponja sobre la Tierra astral para brillarla y pulirla y mantenerla habitable, palacio para los hijos de Dios, siempre perdonados, siempre acudidos, los hermosos hijos de Dios que se comportan mal como todo hijo de rey entre sus privilegios, y el Gran Padre condesciende, pero reserva para el final su mano inapelable.
En la paz el sufrimiento. Resultado de un predominio.
Muchos de los nuestros prolongan edades prehistóricas.
No somos contemporáneos de nuestros contemporáneos.
Y desde los centros del poder mundial, calculadas y sutilísimas manipulaciones nos empujan a su arbitrio.
Envilecen nuestros precios, roban nuestro trabajo, y permanecemos en la pobreza.
Construimos nuestras viviendas en los lechos secos de los ríos y cuando regresan las aguas desaparecemos en las aguas.
Nuestras casas construimos al borde de los precipicios, en las faldas de las montañas, sobre cordilleras de piedra las construimos,
Y el viento y el huracán nos arrojan a los abismos con nuestras bestias queridas, nuestras compañeras.
Al borde de los caminos construimos nuestras casas, las construimos en las orillas de los ríos y después flotamos en las grandes crecientes de invierno con nuestras gallinas y chanchitos.
Sobre cualquier pedacito sobrante de tierra construimos nuestro albergue, en lo más alto y árido lo construimos y en lo más bajo y lacustre.
Poco vestido tenemos, poca comida tenemos: con un calzón, con una saya; con un pescadito y una cebolla; y el agua de coco que es misericordiosa porque sirve también para los enfermos y los heridos.
En el mar los gigantescos portaaviones acorazados y los submarinos nucleares ocultos entre los peces.
Juanito pescó un submarino nuclear, una noche que estaba pescando y se dejaba venir la tormenta.
Se asustó muchísimo y dejó que se fuera, porque los submarinos son como el pez eléctrico, que no se come.
El niño desnudo que buscaba la cabra encontró una granada explosiva que no se le había perdido a él,
Y es sobre nuestra condición que se elevan los augustos himnos del progreso.
El mar y el cielo contra nosotros, artefactos disimulados entre las estrellas nos espían, y no conocemos más abundancia que la de nuestros corazones.
La noticia del día es que la gente humana padece hambre, diez mil años después de haber sido inventada la agricultura.
Como en Hiroshima, como en Vietnam, como en España, como en tantos otros santos lugares,
Nuestras casas a la deriva sobre la espuma del fuego.
Cinco aviones disparando a razón de 18.000 proyectiles por minuto, equivalen a 90.000 proyectiles contra nosotros por minuto, y esta es nuestra primera lección de aritmética,
Pero lo peor es que nosotros mismos somos obligados a pagar los aviones y los proyectiles y por eso es que tenemos hambre.
Preguntan si esto es poesía de la buena, o de la mala, y el poeta dice que es de la mala,
De la que dijo Blake que nadie cree que la poesía pueda causar daño alguno,
De la que dijo Juvenal que la indignación es la inspiración del poeta: “Facit indignatio versus”.