Estallido social en América Latina: lo que queda
Antes del confinamiento derivado de la expansión del COVID-19 América Latina era un polvorín de estallidos sociales. ¿Qué quedó de estos meses de furor reivindicativo? Algunos atisbos geopolíticos para lo que vendrá. [Foto de portada: Movimiento Ukamau de Chile].
Por: Gustavo Adolfo Oquendo Marín. Aunque la crisis permanece, el estallido se sofoca: las causas que originaron las multitudinarias concentraciones de protesta social en la región desde finales de 2019 permanecen sin resolverse de forma estructural, o dicho en el lenguaje de las Relaciones Internacionales: la estructura permanece inmodificada, a pesar de que los reclamos diversos y contrahegemónicos de los protestantes, que apuntaban directamente a una redefinición de las estructuras, siguen sin resolverse. Desde luego, el movimiento social latinoamericano, en tanto movimiento y en sintonía con su lógica y devenir de estallido, no podía mantenerse a lo largo del tiempo, pero, dada la magnitud de su fuerza y heterogeneidad, tampoco alcanzó conquistas significativas para sus reivindicaciones y esperanzas, nada más allá que servir de paradigma de sus propios desafíos futuros.
Muy poco cambió, la estructura mantuvo su solidez y los cambios esperados aparecieron en menor medida, tan solo como titular de prensa bajo el anuncio de posibilidad de reforma, reformando incluso aquello mismo que se quería destruir, como el caso de los aparatos represivos policiales en Chile y Colombia, donde los protocolos de operación cambiaron, favoreciendo los excesos e incluso legitimando ante la opinión pública el accionar desmedido de la fuerza y criminalizando la protesta social callejera.
Los desafíos globales de los Estados dependientes y el accionar del capital económico internacional no se modificaron en nada, actuaron conforme a sus posiciones geopolíticas definidas: relativizar sus desempeños según el momento de agitación, mostrarse receptivos en el caso de los Estados y jugar con la información hasta disolver las protestas o que ellas mismas se atomicen y sofoquen, para más tarde, dar un paso hacia delante, como con el intento de reformas laborales y pensionales en Colombia, el llamado al restablecimiento del diálogo diplomático en Venezuela, o el llamado a elecciones en Bolivia.
Aunque los mercados se movieron levemente a la baja con respecto a las expectativas de crecimiento de algunos sectores, esto no hizo grandes estragos en el movimiento económico de la región y fue, más bien, la guerra comercial entre Estados Unidos y China la responsable directa de estos resultados; tampoco se logró una agenda internacional que presione con eficiencia sobre los programas de gobierno y los gobernantes supieron desgastar la corriente de las movilizaciones.
Para el movimiento social en América Latina quedan pendientes las tareas de aprovechar y administrar de manera eficaz la fuerza de los estallidos hasta quizás concentrarlos en reclamos específicos y conquistables, establecer alianzas con actores no estatales de la política internacional para comprometer a los gobiernos en el respeto por la vida y el control y castigo a los excesos policiales para mínimamente garantizar una protesta racional en lo democrático y pacífica en la movilización y quizás, atreverse a la construcción de movimiento político, llevando su caudal reivindicativo, a la participación de lo público y lo institucional para ser un actor que se mueva dentro y fuera de la estructura.
El estallido, en tanto irrupción, siempre estará entre la acción y el sofocamiento, toda vez que las causas que lo sustenten se mantengan, es decir, la crisis social de la región. Conviene, para el provecho del estallido, hacerlo, promoverlo, accionarlo cada vez con más frecuencia y mayor eficiencia, de este modo los gobiernos, o endurecerán sus posturas o accederán moderadamente a los reclamos creando un escenario en el que la democracia se vea fortalecida.
Mas la contingencia global de salud pública a causa del brote viral del COVID-19, ha acuartelado a las masas de indignados que antes desbordaban las grandes avenidas de los países foco de las protestas; confinando también la movilización a la virtualidad y dándole un respiro a los gobiernos cuestionados. Pero el brote mismo y la amenaza que se cierne sobre la salud y la vida humana, han de constituir una posibilidad de encender una nueva ola de protestas ante el manejo que los gobiernos le dan a la crisis y por un virus, producido en sentido político, por el neoliberalismo, por su fundamental idea de poner el dinero por encima de todo, por la manera cómo se destinaron los presupuestos públicos y las posibilidades de sobrevivencia que las clases sociales pueden tener. La crisis hospitalaria a la que se llega en momentos de desborde del sistema como incluso está ocurriendo en Europa y la incapacidad y la falta de voluntad para atender a la crisis.
El confinamiento podría poner a los indignados en un diálogo virtual en torno a la pandemia y ganar legitimidad para cuando las condiciones estén dadas, así, saltar de nuevo a las calles con mayor vehemencia y más justas razones.