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¿Qué no hacer en la formación política? Un decálogo de fracasos

Por años las organizaciones populares se han hecho con un sinnúmero de herramientas que hoy componen los repertorios , ya clásicos, de la formación política. A pesar de ello, no siempre se hace zoom en aquellas prácticas que no debemos replicar a la hora de desarrollar la formación. Un decálogo militante para no repetir fracasos.

El propósito de esta nota, además de prevenir acerca de malas prácticas dentro de los procesos de formación política, es el de invitar a las organizaciones populares con una perspectiva revolucionaria, a responsabilizarse de la formación y entender que esta cumple un papel imprescindible cuando se trata de alcanzar victorias, evitar duros golpes o, en todo caso, preverlos oportunamente.

Aclaro que mi intención es subrayar aquello que no debe hacerse en los procesos de formación política y en la práctica pedagógica en sí misma. No es este un decálogo acerca de lo que debería hacerse. Pues la práctica pedagógica, y en este caso la que está guiada por la educación popular, no solo está compuesta por líneas y planteamientos teóricos, sino, ante todo, por un ejercicio de creatividad y reflexión constante, ya que los contextos en que se llevan a cabo los procesos de formación no son siempre los mismos. El ejercicio de leerse y adaptarse lo dejo, principalmente, a quienes leen estas palabras.

Las ideas que expongo son producto de experiencias académicas, políticas y organizativas que se sitúan en la práctica de los movimientos populares de Colombia, América Latina y otras partes del mundo. Por supuesto, durante dichas experiencias nunca faltaron esas charlas de café y cerveza con otros militantes, que terminaron de cimentar estas ideas.

A continuación, un decálogo de lo que llamaré “irresponsabilidades político-pedagógicas”:

1. Reducir la formación a escuelas o cursos

Aunque los espacios específicos para la formación son de especial importancia, pues permiten asumir la formación dentro de la estructura y acción de las organizaciones, no podemos ignorar que mucho de lo que sabemos y que beneficia a los procesos revolucionarios lo hemos ganado al calor de la lucha, el quehacer en la organización y la vida cotidiana. Tampoco podemos dejar de lado que los métodos y conceptos que usamos, como escuché alguna vez de una compañera, “no los sacamos de un cajón”. El “trabajo de hormiga”, la movilización, el papeleo con instituciones, el solucionar problemas de todo tipo, todas esas son cosas que nutren la experiencia y, por ende, nos forman.

Hay dos dimensiones más, que escapan normalmente a las funciones de los cursos de formación. De un lado, está la autoformación, que alimenta las metodologías y temáticas de quienes somos formadores y formadoras. De otro lado, los procesos de formación al interior de los mismos sectores que componen las organizaciones populares, considerando que estos intervienen en contextos distintos y requieren especializar su acción.

2. No involucrar a la dirigencia

Involucrar la dirigencia no es solo informarle de los planes formativos de la organización. Un querido compañero me decía: “la dirigencia también debe formar”. Quienes asumen labores de dirigencia están ahí, no solo por demostrar un gran compromiso con el trabajo organizativo, sino también porque están en un momento lo suficientemente avanzado de su formación. Esta realidad les demanda compartir sus conocimientos y experiencias en todas sus dimensiones: facilitando cursos, promoviendo talleres y compartiendo su cotidianidad con el pueblo y con la militancia de la organización.

La formación política no es una tarea exclusiva de quienes se forman en pedagogías, o de quienes se disponen a “echársela al hombro”. Comprometerse con los procesos revolucionarios es tener disposición de asumir cualquier tarea que el proyecto demande. No tener tiempo para la formación no es excusa, de ser así, estaríamos asumiendo que no hay tiempo para la transformación social.

3. El “ludismo”1 y las metodologías de compota

A pesar de que muchas de las personas con las que adelantamos procesos formativos no tuvieron acceso a la educación media o superior, no podemos presuponer que no saben nada o que es necesario explicarles todo con infantilismos o únicamente a través de lúdicas.

La gente comprende cosas que, incluso quienes ejercemos labores de formación política, desconocemos. Su conocimiento de la política y las problemáticas sociales no es nulo. La gente tiene consciencia de que mucha de su cotidianidad tiene relación con lo que haga o deje de hacer quien gobierna. Nuestra labor, en este caso, no solamente sería la de explicar cómo y por qué se relacionan ambas cosas, sino también, incentivar este tipo de análisis entre las personas.

Reducir las metodologías de cursos y talleres a meras lúdicas, bajo la excusa de “hacer ameno el taller o clase” y a eso decirle “educación popular”, hace que se desdibujen dos de los propósitos de la formación política desde el enfoque de la educación popular misma: el proceso de reflexión constante para desmontar el sistema de dominaciones y la construcción de la organización de base (Peloso, 2005). No quiero decir con esto que no sean bienvenidas las lúdicas en los procesos de formación política, sino que estas deben tener una intencionalidad que permita la reflexión.

El objetivo es formar personas que reflexionen sobre su realidad, lo que implica un nivel de exigencia y esfuerzo por su parte. “Dar todo masticado”, temática y teóricamente hablando, es hacer lo que yo llamo “metodologías de compota”, asumir que las personas permanecen eternamente en su niñez.

4. Lenguaje tecnicista y “arengón”

Este es el extremo contrario del punto anterior. La labor de quien ejerce la formación política es generar reflexión constante, no hacer de ella un código indescifrable de conceptos y arengas que nada dicen a quienes va dirigida la formación.

Si bien es necesario que los y las formadores tengamos un buen manejo de categorías y términos, estos deben expresarse en un lenguaje que los sectores populares, a quienes principalmente formamos, logren entender.. Ignorarlo, y abusar de tecnicismos académicos, hace que nos distanciemos de ellos, y supone decirles: “mira, todo lo que yo sé, lo sé porque sí fui a una universidad y vos no”.

Por otro lado, reducir un discurso a arengas o consignas es solo alimentar la indignación (también necesaria), más no permite el análisis crítico de nuestra realidad y de quienes intervienen en ella. Por ejemplo, solamente decir que el Estado oprime, viola nuestros derechos y atenta contra nuestra vida, es algo que sabemos. De lo que se trata es de describir, lo más detalladamente posible, el comportamiento de ese Estado, cómo, qué acciones y qué elementos emplea para oprimirnos, violar nuestros derechos y atentar contra nuestra vida. Se trata, en últimas, de lograr que las personas a quienes formamos puedan desarrollar el mismo ejercicio.

5. Romantizar y evitar el conflicto

Precisamente, la idea de los procesos de formación política es que, tanto formadores como a quienes se forma, desarrollemos la capacidad de hacer una buena crítica, no solo del sistema de dominaciones, sino también de nuestra propia práctica.

El pueblo, las organizaciones de las que formamos parte y nosotros mismos como individuos, también nos equivocamos. Esto implica comprender que no todo lo que se hace y sucede en las organizaciones populares es de defender, ocultar o, en el peor de los casos, aplaudir. No porque el pueblo lo piense o haga es necesariamente lo correcto. Prueba de ello, son los gobernantes más perversos de la historia elegidos “democráticamente”.

Por otra parte, en muchos procesos de formación, es común no hacer ver a quienes se forman sus equivocaciones, con la excusa de “mantener el buen ambiente”. Pero justamente, la formación política, abordada desde la educación popular es un ejercicio de confrontación con lo que hemos naturalizado durante nuestras vidas y, hasta ese momento, creíamos correcto. De lo contrario, ¿para qué gastar esfuerzos en procesos formativos si no es para formar personas críticas?

6. Sobreponer los gustos a las necesidades

Para formular temáticamente los cursos de formación debemos tener en cuenta la realidad en que vivimos, las personas a las que van dirigidos, los recursos de los que disponemos y, cómo no, las necesidades de la organización con la que trabajamos.

En muchos espacios o cursos de formación en que he estado o he acompañado, lastimosamente, se formulan temas y contenidos que son ajenos a la realidad que nos rodea. Recuerdo especialmente un evento de trabajo comunitario de mi organización, en el que tras un día de arduo trabajo, una compañera proyectó en la noche un documental de la década de los setenta sobre la lucha obrera en Chile con la excusa de “tirar línea”. ¡Nada que ver! Las personas que estaban ahí eran viviendistas, muchos de ellos, campesinos en situación de desplazamiento con empleos informales y, en muchos casos, sin acceso siquiera a la educación media. Tal desfase, hizo que la mayoría no prestara atención, se fuera o, como fue mi caso, nos venciera el sueño.

Si bien los procesos de formación no solucionan todas las necesidades de la organización, tampoco deben estar alejados de esta en los propósitos, temas, contenidos y metodologías que se formulan.

7. El hermetismo cognitivo y metodológico

Ocasionalmente, sucede que cuando adquirimos cierto dominio en un tema, no nos preocupa formarnos en otros que también se requieren en los procesos de formación. Es ahí cuando surgen pretextos para que las mismas personas faciliten los mismos temas: “yo de eso no conozco mucho”, “lo de género lo trabajan las compañeras que saben del tema”, “¿para qué vamos a estudiar eso si la gente no lo va a entender?”. Con este último, recuerdo que un compañero decía: “quien a usted le salga con eso es porque no quiere leer”. Esto tiene sus causas, más que en una falta de confianza propia o interés, en una falta de cuestionamiento del propio privilegio, si no es así, ¿por qué nos cuesta aprender de otras formas de dominación que no nos atraviesan? Solo por poner un ejemplo.

Esto es parte de lo que yo llamo “hermetismo cognitivo y metodológico”, y se expresa justamente en casarse con unos temas e ignorar lo planteado bajo líneas ideológicas ajenas a la propia, en el rechazo tajante a la academia, en el desprecio generacional. de otras identidades, de otras experiencias y, en general, en el dogmatismo. Un vicio que nos ciega de tener múltiples soluciones para diferentes problemas que se puedan presentar en el proceso formativo y en la organización, y que impide actualizarnos con las demandas del presente.

Quienes formamos tenemos el deber y la responsabilidad de comprender las demandas mismas de formación política y saber comunicarlas a quienes participan de procesos formativos. Hay una razón tangible: ¿Cuando no haya quien maneje cierto tema a la perfección, dejaremos por eso de tratarlo? Hay enciclopedias, bibliotecas, internet y bases de datos. ¡Las excusas al escusado!

8. Olvidar la identidad

No podemos olvidar quienes somos y de dónde venimos, como tampoco el proyecto transformador con el que estamos comprometidos. En ello ha jugado un papel trascendental la identidad que hemos construido con sus respectivos elementos, los cuales no se reducen a lo estético o material. Cantar consignas, recordar a quienes ya no están o adecuar espacios físicos con nuestros elementos simbólicos habla de los procesos y acontecimientos de los que somos herederos y aún bebemos. Esto es parte de lo que hay impregnar en las personas a quienes formamos, pues con ello serán las voces de nuestras organizaciones ante el mundo.

9. No sistematizar la experiencia

No se trata solo de guardar ordenadamente todo el material de registro de los procesos de formación (relatorías, fotos, videos, etcétera). Se trata de que todo eso sea un insumo para otros procesos, y con ello, corregir errores, aprovechar fortalezas y brindar a las generaciones futuras una visión de lo que se ha hecho con el fin de que puedan construir proceso más sofisticados. Sumado a esto, la sistematización de las experiencias formativas permite recoger otro tipo de insumos que sirven al mismo trabajo organizativo.

Cuando no sistematizamos nuestras experiencias, nuestros aprendizajes se varan en el tiempo, y la formación deja de ser un proceso.

10. Creer que hay que sabérselas todas

Si bien las personas a quienes formamos esperan mucho de nuestra parte, hay que admitir que no lo sabemos todo, que desconocemos temas. En esos casos, lo sensato es decir “no sé”. No por “pilotear” un tema necesariamente hacemos un bien, al contrario, caemos en una gran irresponsabilidad que, a la larga, afecta a las personas a las que formamos y a nuestra misma organización. El derecho a no saber es válido y permite identificar en qué debemos fortalecernos.

Finalmente…

El no caer en estas irresponsabilidades político-pedagógicas dependerá de nuestra capacidad de reflexión, crítica y autocrítica. Esto, a su vez, se madura con la experiencia y la puesta en práctica de nuestros valores. Como formadores y formadoras tenemos una gran responsabilidad con la historia. Mucho de lo que hagamos, o dejemos de hacer, condicionará la posibilidad de grandes transformaciones en un futuro.

¡Mucho ashé!

Notas

  1. Por “ludismo” el texto se refiere al desmedido uso de las lúdicas dentro de los procesos de formación política, nada tiene que ver con el movimiento de artesanos británicos que luchó contra los efectos de la Revolución Industrial a través del saboteo y destrucción de las máquinas.

Referencias