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Camilo Torres en tres frases

Finaliza un febrero más, y aquella tradición revolucionaria que ha hecho del cura Camilo Torres un referente de cabecera, le sigue los pasos a través de sus más sinceras preocupaciones. Una nota de Mateo Vidal León.

¿Y qué tal si en lugar de extendernos en discusiones sobre las decisiones que tomó el cura Camilo Torres en su época, como sumarse a la guerrilla, o de encerrarlo en el fetiche inicuo de los mártires, buscamos en su pensamiento una alternativa para construir un nuevo proyecto político? 

Pasa un febrero más, el “mes del Amor Eficaz”, y quienes nos decimos camilistas realizamos cuanto evento se nos pueda ocurrir en conmemoración del legado de Camilo Torres Restrepo. Sin embargo, más allá de todo esto, pienso que el sentido de rescatar a referentes como Camilo y la vigencia de su ejemplo, recae en la posibilidad de pensar en ellos soluciones a los problemas de hoy.

Refrescar la memoria a través de los referentes sin una reflexión juiciosa y crítica sobre cómo aportan (o no) a la transformación de la sociedad actual, resulta una simple evocación de muertos que, aun con las mejores intenciones, podría estar agotándose en sí misma.

Hoy nos enfrentamos a la ausencia de un proyecto político de izquierdas con perspectiva global. Nos resulta imposible pensar formas autónomas de gobierno y administración más allá de los Estados. Insistimos en un activismo maniatado de indignación y rabia que nos impide ver nuevas formas de vida comunitaria en el pueblo, ese mismo pueblo en el que Camilo creyó y en el cual vio un gran potencial.

No es mi intención hablar aquí de la vida de Camilo, de sus aciertos o de sus errores. De todo eso ya mucho se ha relatado. Creo que es más importante rescatar algo de su pensamiento, algunos planteamientos que en mi opinión perduran todavía como aportes al movimiento social y a la academia. Desde mi perspectiva, las ideas de Camilo nos permiten pensar un mundo alternativo al construido por el capitalismo. Tomaré, por tanto, algunas reflexiones a partir de tres de sus frases más recordadas:

“Comprendí que en Colombia no se podía realizar este amor —el amor al prójimo— simplemente por la beneficencia, sino que urgía un cambio de estructuras políticas, económicas y sociales que exigían una revolución a lo cual dicho amor estaba íntimamente ligado”.

En este escrito, Camilo realiza una crítica directa al asistencialismo, uno de los vicios que persisten en muchas organizaciones populares. Si bien, debemos preocuparnos por quienes más padecen las desigualdades, nuestra preocupación debe estar encaminada a forjar en las personas un sentido de autonomía y colectividad sobre su existencia. Debemos promover que los sectores populares recurran al apoyo mutuo y a la organización sin depender de burocracias estatales para la búsqueda de sus objetivos.

Por otro lado, Camilo nos invita a proyectar la transformación de las instituciones y de la sociedad como parte de una estrategia de lucha. Los partidos políticos no son quienes resolverán esta cuestión, y mucho menos aquellos que abiertamente defienden el establecimiento, aun cuando se llamen alternativos. Esta es una discusión y un proyecto que implica revisar la relación que tenemos los sectores populares con los grupos económicos, así como los vínculos entre nosotros mismos en tanto sociedad civil. Estamos llamados a pensar y desarrollar herramientas propias para la transformación de estas relaciones, pues es imposible lograrlo con las herramientas del enemigo.

“Para preocuparse por los problemas sociales es necesario una base mínima de altruismo. Ese altruismo debe fundarse sobre principios sólidos y alimentarlo adecuadamente para que pase a la práctica”.

Implícitamente, Camilo nos invita a cuestionar nuestros propios privilegios, nos llama a ponernos en la piel de otras personas. No es un secreto que muchos de quienes militamos en organizaciones populares gozamos de una serie de privilegios con relación a quienes, justamente, dirigimos nuestras intenciones y acciones. Las mayorías sociales carecen de acceso a la educación, a la vivienda, a los servicios públicos y a los medios de transporte. Más allá de una reflexión que aborda la situación de clase, debemos considerar otras formas de dominación como el colonialismo y el patriarcado. ¿Qué tanto los hombres que militamos en la izquierda hemos cuestionado los privilegios que el patriarcado nos ha brindado? ¿En qué medida han cuestionado las personas blancas o blanco-mestizas esas ventajas que el sistema colonial y la discriminación racial les han brindado en relación con los pueblos negros e indígenas? No se trata de un asunto meramente reflexivo, Camilo se posiciona desde el combate práctico a estas formas de dominación y, de esta manera, nos empuja a transformar este tipo de relaciones a partir de la formación, la organización, la acción y la participación.

“Todos los interesados en buscar las causas del comportamiento humano deben mirar el conflicto como un objeto de estudio más que como una manifestación de moralidad o de inmoralidad”.

Debemos entender que la existencia de conflictos es lo que ha provocado los diferentes procesos de cambio en la sociedad. En lugar de asumir un juicio de valor frente a cada conflicto que se nos presenta, tenemos la obligación de entender que las organizaciones y los procesos de base que estamos construyendo no son homogéneos. Es normal que existan tensiones al interior y entre las organizaciones populares, por tanto, debemos evitar caer en romantizaciones. Para “insistir en lo que nos une y prescindir de lo que nos separa”, como Camilo bien supo decir, es indispensable comprender nuestros conflictos, sus orígenes, sus diferentes manifestaciones e idear una hoja de ruta para superarlos.

Es este un llamado a que la academia y los movimientos populares no ignoren que para entender los conflictos hay que identificar a los actores y los respectivos intereses que están en juego. Solo de esta forma lograremos tomar posición y hallar soluciones. Esto resulta un contraargumento a la floja idea de que “la izquierda fomenta el odio de clase”. Ignorar la lucha y el conflicto es borrar la historia de la humanidad misma. Camilo nos insta a revestirnos de las herramientas que componen aquello que llamamos dialéctica.

***

Para finalizar, insisto en que no pretendo entronizar la figura de Camilo. De hecho, eso es precisamente lo último que él hubiera deseado. Mi intención tampoco se reduce a que quienes conozcan su figura y exploren su pensamiento se hagan, como lo hemos hecho algunos, con una identidad camilista. Simplemente aspiro a que se valore el destacado aporte que nos dejan sus ideas en la academia y en la praxis revolucionaria. No permitamos que Camilo muera en sus propias ideas, que sea esta una razón para hacer palpable ese mundo sin desigualdades y lleno de amor eficaz que estamos construyendo.