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Odio el año nuevo. Antonio Gramsci

Año nuevo y socialismo se mixturan en un texto ya clásico del pensador y militante italiano, Antonio Gramsci. Hacer de la vida cotidiana una fiesta para el espíritu, supone ver en el reverso del calendario un cuaderno abierto que, diariamente, vuelve a empezar.

El texto de Antonio Gramsci que a continuación posteamos no es ninguna novedad. Por momentos, su popularización en redes sociales parece más un cliché de fanfarrona intelectualidad que se aviva año tras año con las fiestas decembrinas. Pero más que una amargada réplica a la alegría popular, la de Gramsci es la muestra de una decidida búsqueda por una vida intensa y feliz, fundada bajo una nueva percepción del tiempo y de la historia. Publicado el 1 de enero 1916 en Avanti! —el histórico periódico del Partido Socialista Italiano— resulta un poco paradójico que justo un año tan odiado como este hayamos decidido no pasar la página del todo y afirmar, sin más, que cualquier día de cualquier año es un buen momento para cambiar el mundo. No siendo más, les dejamos con la envolvente pluma de Gramsci.

Cada mañana, cuando me despierto otra vez bajo el manto del cielo, siento que es para mí año nuevo.

De ahí que odie esos año-nuevos de fecha fija que convierten la vida y el espíritu humano en un asunto comercial con sus consumos y su balance y previsión de gastos e ingresos de la vieja y nueva gestión. Estos balances hacen perder el sentido de continuidad de la vida y del espíritu. Se acaba creyendo que de verdad entre un año y otro hay una solución de continuidad y que empieza una nueva historia, y se hacen buenos propósitos y se lamentan los despropósitos, etc., etc. Es un mal propio de las fechas.

Dicen que la cronología es la osamenta de la historia; puede ser. Pero también conviene reconocer que son cuatro o cinco las fechas fundamentales, que toda persona tiene bien presente en su cerebro, que han representado malas pasadas. También están los año-nuevos. El año nuevo de la historia romana, o el de la Edad Media, o el de la Edad Moderna.

Y se han vuelto tan presentes que a veces nos sorprendemos a nosotros mismos pensando que la vida en Italia empezó en el año 752, y que 1192 y 1490 son como unas montañas que la humanidad superó de repente para encontrarse en un nuevo mundo, para entrar en una nueva vida. Así la fecha se convierte en una molestia, un parapeto que impide ver que la historia sigue desarrollándose siguiendo una misma línea fundamental, sin bruscas paradas, como cuando en el cinematógrafo se rompe la película y se da un intervalo de luz cegadora.

Por eso odio el año nuevo. Quiero que cada mañana sea para mi año nuevo. Cada día quiero echar cuentas conmigo mismo, y renovarme cada día. Ningún día previamente establecido para el descanso. Las paradas las escojo yo mismo, cuando me siente borracho de vida intensa y quiera sumergirme en la animalidad para regresar con más vigor.

Ningún disfraz espiritual. Cada hora de mi vida quisiera que fuera nueva, aunque ligada a las pasadas. Ningún día de jolgorio en verso obligado, colectivo, a compartir con extraños que no me interesan. Porque han festejado los nombres de nuestros abuelos, etc., ¿deberíamos también nosotros querer festejar? Todo esto da náuseas.

Espero el socialismo también por esta razón. Porque arrojará al estercolero todas estas fechas que ya no tienen ninguna resonancia en nuestro espíritu, y si el socialismo crea nuevas fechas, al menos serán las nuestras y no aquellas que debemos aceptar sin beneficio de inventario de nuestros necios antepasados.

1 de enero de 1916.