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“Hacer ciencia como política y como espiritualidad comunitaria”. Una entrevista a Fernando Torres Millán

Educador, teólogo, investigador y escritor. Fernando Torres Millán, miembro y parte de la coordinación de la corporación Kairós Educativo (KairEd), es un referente nacional sobre temas como Teología de la liberación, educación popular y espiritualidades para el Buen Vivir. Además, es compilador del libro “De Camilo a Golconda” publicado en el año 2013. Para indagar en las trayectorias del camilismo, la Revista Lanzas y Letras conversó con Fernando en torno a las distintas dimensiones del grupo de sacerdotes revolucionarios, Golconda. 

Han pasado más de 50 años desde el nacimiento de Golconda, y el contexto de la Iglesia en Colombia y América Latina parece haber cambiado mucho. Ya no rige una Constitución Política de un carácter abiertamente retardatario como la Constitución de 1886 y no operamos bajo las reglas de juego del Frente Nacional. ¿Cree usted que el llamado, los métodos y las denuncias de Golconda tienen vigencia para la Colombia de hoy?

Claro que sí, las experiencias de indignación ética y rebeldía contrahegemónica, por más que el establecimiento haya querido borrarlas, emergen en medio de la crisis sistémica que padecemos, y emergen con nuevo vigor como referentes de decencia y dignidad humana. Es lo que sucede con el movimiento de cristianismo revolucionario Golconda, incluso cincuenta años después de su nacimiento. Hoy Golconda sigue siendo relevante por los siguientes motivos: expresa de manera colectiva, plural y diáfana el carácter liberador de la fe cristiana como una fuente de indignación ética y espiritual ante los horrores que hoy destrozan al mundo y a quienes lo habitan. En su momento, Golconda logró expresar la rebeldía profética ante la pobreza y discriminación estructuralmente impuesta sobre los pobladores y pobladoras de los barrios, de los campos y de las selvas colombianas; movilizó luchas sociales y eclesiales partiendo de cada una de esas realidades. Toda esa rebeldía profética hoy es urgentemente necesaria y con mayores razones. En otros aspectos, también es relevante porque desarrolló una teología y una pedagogía integradora desde las culturas mediadas por el diálogo y la investigación, pues lo requería un proceso de largo alcance y densa profundidad. 

Mediante el Modelo Educativo Integral (MEI) se propuso hacer ciencia como política y como espiritualidad comunitaria. De ahí la integralidad como dinámica transformadora desde lo escolar pero también desde lo parroquial y lo sindical. Golconda hoy es vigente por el énfasis en el amor eficaz como espiritualidad articuladora de los diversos esfuerzos de transformación cultural y social. Tomó el legado del padre Camilo Torres en el sentido de formar política y culturalmente las subjetividades de las clases populares articuladoras del amor eficaz, por ello refundó el Frente Unido pero dándole perspectiva pedagógica a través del MEI. No puede haber proyectos políticos alternativos sin una mediación educativa coherente, es la pedagogía del amor eficaz. Y eso lo tenemos que tener muy claro y muy elaborado en la actualidad. 

Golconda, finalmente, es vigente por haber construido y desarrollado unidad en la diversidad. Fue más allá de Camilo en el diálogo con el marxismo, en la articulación con lo pedagógico, en la perspectiva intercultural desde el encuentro con las comunidades indígenas en el Vaupés y las comunidades afro en Buenaventura, en la dinámica cultural urbana desde las luchas barriales en Bogotá, Medellín y Cali, en la construcción del cooperativismo y la economía solidaria campesina en Boyacá y Santander.

Algunos analistas opinan que Golconda cometió una salida en falso cuando aceptó —a veces como un mero eslogan, otras con casos concretos de incorporación a la guerrilla— la lucha armada como forma válida para transformar la sociedad. ¿Para usted cuáles son los motivos que explican la corta duración de Golconda y la posterior marginación de muchos de sus miembros?

En 1969 se conoció el Informe Rockefeller que advertía sobre la potencialidad revolucionaria de la Iglesia Católica en América Latina si ponía en práctica la renovación del Concilio Vaticano II y las Conclusiones de la Conferencia Episcopal de Medellín. Lo que suponía una amenaza para la hegemonía de los Estados Unidos en la región. ¡Había que impedir otras revoluciones socialistas en el continente, esta vez con el combustible del activismo y la mística católica! Y fue precisamente lo que se vino, una estrategia muy bien organizada para acabar con semejante osadía de la fe. Y para ello se echó mano a la muy conocida y eficaz ideología del anticomunismo con la que tanto había colaborado el catolicismo. El Departamento de Estado y los sectores más reaccionarios de la Iglesia Católica en América Latina se dieron a la tarea de condenar y perseguir al catolicismo renovado, acusándolo de “infiltración comunista” en la Iglesia. 

El caso de Golconda fue ejemplar. La Conferencia Episcopal aisló y marginó al obispo de Buenaventura Monseñor Gerardo Valencia Cano, y abrió un proceso en su contra. El arzobispo de Bogotá, Monseñor Aníbal Muñoz Duque, con ayuda de su obispo auxiliar, Monseñor Alfonso López Trujillo, desmanteló cada una de las parroquias de los curas de Golconda y ordenó el cierre del colegio de Marymount de las religiosas del Sagrado Corazón de María. Se les prohibió cualquier actividad que no estuviera supervisada por la autoridad eclesiástica o cualquier reunión en establecimientos religiosos. La acción represiva estatal se encargaría de hacer lo mismo con los y las educadoras laicas de los colegios donde se estaba aplicando el MEI. A los sacerdotes españoles y a las profesoras americanas se les obligó a salir del país. Todo ello se vio acompañado de los escandalosos titulares de los medios de comunicación funcionales al sistema.

Otro factor tuvo que ver con la coyuntura política y el fraccionamiento ideológico al interior de Golconda. La opción armada en las filas del ELN es asumida por el sector de los curas españoles y la monja Leonor Esguerra, la opción pacifista y abstencionista por los curas de Medellín, y la opción anapista es impulsada por los curas de Bogotá bajo el liderazgo de René García y del profesor Germán Zabala. Hacia 1971 el movimiento, como tal, prácticamente se ha extinguido, pero su legado será retomado por el movimiento de Sacerdotes para América Latina (SAL) y por los Cristianos por el Socialismo (CPS) que nacerán en 1972; además Golconda influenciará a muy diversos procesos educativos y pastorales surgidos a partir de la Conferencia del CELAM de Medellín en 1968.

En la visita que el Papa Francisco hizo al país, anunció las beatificaciones de Pedro María Ramírez Ramos y Jesús Jaramillo Monsalve. El primero fue el párroco de Armero, Tolima que en la década de los cuarenta incentivó la violencia contra los liberales y el gaitanismo, mientras el segundo fue el obispo de Arauca asesinado por el frente Domingo Laín Sáenz del ELN en 1989. Algunos calificaron esas beatificaciones como “inoportunas” y “cuestionables” en un contexto en el que se intentaba adelantar un proceso de paz con esa última insurgencia. ¿Hay un doble rasero dentro de la Iglesia a la hora de valorar a sacerdotes que de una u otra forma han estado relacionados con la violencia política? ¿Cree que la institucionalidad religiosa podría abrir un espacio para reconocer la vida de algunas y algunos religiosos que participaron de Golconda y terminaron en la militancia guerrillera?

Las beatificaciones del padre Ramírez y de Monseñor Jaramillo fueron fruto de una negociación política entre el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal de Colombia. Nada en la Iglesia se hace ingenuamente. Esas beatificaciones fueron políticas. El Papa quiere mayor espacio en el catolicismo colombiano para las reformas que está impulsando. Con este gesto no sólo “gana el corazón” conservador de los obispos colombianos sino también su voluntad y adhesión hacia los cambios urgentes que requiere la actual crisis del catolicismo, precisamente los cambios que él agencia con tanto empeño.

Frente a la opción armada por parte de sacerdotes y religiosas, la posición hasta hoy es la misma que expresó el Papa Pablo VI en su encíclica Populorum Progressio de 1967 y en su visita a Colombia un año después. Si bien puede ser legítima en caso de tiranía evidente y prolongada que atentase gravemente contra los derechos y quebrantase peligrosamente el bien común, también es cierto que engendra nuevas injusticias, introduce nuevos desequilibrios y provoca nuevos males. Prefiere el camino de la concientización y la organización del pueblo al servicio de la justicia y la paz. En coherencia con estos principios no habría lugar para esperar reconocimientos o beatificaciones de sacerdotes, religiosas o laicos que en nombre de su fe cristiana hayan optado por la vía armada revolucionaria.

Para finalizar, las diferentes Iglesias siguen manteniendo un rol central en la política latinoamericana, sin embargo no se percibe una fuerte influencia de sectores progresistas o revolucionarios más allá de unos cuantos casos emblemáticos. Por el contrario, algunos sectores religiosos han dado oxígeno a los nuevos proyectos autoritarios de derecha y han sido claves para entender los últimos retrocesos electorales de la izquierda en la región. ¿Cómo explica usted esto? ¿Podríamos estar a punto de presenciar un resurgir de proyectos como Golconda dentro en el continente?

El movimiento de renovación espiritual y político suscitado por el Concilio Vaticano II entre 1962 y 1965, por la encíclica Populorum Progressio en 1967 y por las Conclusiones de la Conferencia Episcopal de Medellín de 1968, es resistido por poderosos sectores conservadores que trabajan arduamente para revertirlo. Es lo que hizo el cardenal Concha Córdoba de Bogotá contra el padre Camilo Torres Restrepo, lo que hicieron la mayoría de los obispos colombianos contra las Conclusiones de Medellín y el movimiento Golconda, lo que buscaban los obispos colombianos Alfonso López Trujillo y Darío Castrillón Hoyos como secretarios y presidentes del CELAM a partir de 1972, o lo que representaron el Papa polaco Juan Pablo II y su Prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe —Tribunal de la Inquisición— el teólogo y cardenal alemán Joseph Ratzinger. 

Al revertirse el proceso, se fue consolidando un proyecto eclesial conservador que denominaron de “comunión y participación”, enfocado hacia una evangelización espiritualista, asistencialista y elitista con énfasis en la doctrina, la disciplina y la liturgia. Este tipo de evangelización abandonó por completo las pastorales populares, las comunidades de base, los movimientos sociales, la Teología de la liberación y la educación popular. En su lugar, impulsaron movimientos conservadores concentrados en la moral sexual y en la mística fanática descontextualizada y colonizadora. De esta manera las poblaciones barriales, campesinas e indígenas quedaron sin acompañamiento en la fe y sin formación política, expuestas a las sofisticadas estrategias mediáticas de las iglesias fundamentalistas.

Estamos frente a un auge de un cristianismo militante neoconservador, con inmensos recursos financieros y mediáticos, con poderosas alianzas políticas con empresarios y militares; ganando adherencias poblacionales por millares por cada día que pasa; construyendo éticas y espiritualidades para la prosperidad capitalista, y controlando consciencias, moralidades y voluntades bajo el paradigma hegemónico del patriarcado heterosexual “original”. Todo ello envuelto en el modelo neoliberal y vehiculizado en los partidos conservadores reciclados por el fundamentalismo religioso proamericano. 

Frente a un panorama así de desolador, hoy cabrían los siguientes escenarios para resignificar un cristianismo revolucionario del tipo de Golconda:

  • La “primavera eclesial” propiciada por la llegada al pontificado del reformador Papa Francisco, que abre espacios tan interesantes como la Red Eclesial PanAmazónica, los procesos ecoambientales del “cuidado de la casa común” a partir de la encíclica Laudato si’ del 2015, o los movimientos laicales contra los abusos sexuales y su encubrimiento por parte del clero.
  • Las espiritualidades de emancipación emanadas de los movimientos sociales como los feministas, los ecoambientalistas, los pacifistas, los altermundistas, los de las diversidades sexuales, los pensionistas, los antifascistas, entre muchos otros, que por fuera y en contra de toda institucionalidad religiosa, dinamizan las energías espirituales hacia un horizonte ético-político poscapitalista, poscolonial y pospatriarcal.
  • Las ancestralidades pachamamistas reconectadas a partir del ecofeminismo, de las espiritualidades juveniles, del retorno del chamanismo indígena y de la cosmovisión del Buen Vivir. Todo aquello sumado a las ecoaldeas neocampesinas, a la recuperación de los autocuidados y a los sociocuidados comunitarios, las teoartísticas y un gran etcétera. 

Magníficos y desafiantes son los escenarios para los Golcondas interculturales, inter-religiosos, intergeneracionales e intergéneros de hoy; creadores de alternativas comunitarias de vida en donde sea posible re-existencias y eu-topías para seguir creyendo, seguir creando y seguir luchando.