Aviso de incendio
Luego de la celebrada victoria de Gustavo Petro y Francia Márquez, Colombia se enfrenta una tensión común a esta nueva oleada progresista en la región. El movimiento social colombiano tiene el reto de hacer de “lo popular” el elemento clave de la agenda de cambios. Tras la sorpresa, depende de la presión social que la esperanza siga en pie.
I
El triunfo de Petro y Francia en Colombia viene a ratificar una tendencia latinoamericana, su relevancia geopolítica no debería aminorar nuestra alegría, pero sí mantenernos alertas. La entrada terrestre a Sudamérica circundante de Venezuela y Brasil cumple para EE. UU. un rol estratégico en la zona y debido a ello la persecución política, el asesinato de líderes sociales y la presencia militar del Norte deben ser elementos materiales para comprender la dimensión del triunfo obtenido democráticamente. El resultado electoral, no solo es un triunfo contra el uribismo, el establishment colombiano y su élite, sino también para la política de colonias llevada adelante por los EE. UU. por más de medio siglo.
La seguidilla de triunfos progresistas, ratifica la tesis de la “acción colectiva por oleadas” trabajada por el sociólogo Álvaro García Linera, en contraposición a la idea de ciclo. Esta nueva ola progresista inicia en 2018 con el triunfo de AMLO, con similitudes y diferencias con la ola anterior. La política en esta nueva oleada es menos radical, pero con agenda de transformaciones (siempre con matices nacionales) que apunta más bien a una agenda redistributiva y no (todavía) a una transformación del modelo de acumulación y producción regional que lleve al continente a la independencia económica y a la segunda emancipación de la que hablara el filósofo Enique Dussel hace pocas semanas en el evento de CLACSO 2022.
Entre las características denotadas por Linera de esta nueva oleada se encuentra la ausencia de movimientos sociales a la cabeza del proceso de transformación. A nuestro parecer, los cambios postestallidos se dan por el desgaste estructural del modelo neoliberal y no por una creciente acumulación de conciencia política organizada. Si bien, hay especificidades nacionales, se puede hablar de un notorio distanciamiento entre los gobiernos progresistas y la “sociedad en movimiento” (los movimientos sociales con capacidad de acción de calle). Obtenidos los triunfos electorales, el rol de los movimientos sociales es pasivo, generando así una brecha entre Progresismo y Pueblo. Los gobiernos optan por una ampliación en las alianzas gubernamentales por sobre la construcción de una agenda de cambios vía movilización social.
Linera señala, que estos triunfos no tienen un origen insurreccional sino, una sublevación que se termina canalizando dentro de la institucionalidad, una “sublevación democrática”. Nuestra opinión es que este elemento es esencial, por dos motivos: a) blinda a los nuevos procesos de transformación de los límites de la oleada anterior, fuertemente cuestionada, b) arrebata al neoliberalismo la adjetivación democrática. No obstante, a) limita las capacidades de unidad del bloque regional de izquierda y b) empuja al neoliberalismo a tomar una postura mucho más reaccionaria, postura de sus orígenes y que había abandonado (en apariencia) tras el romance democrático de las transiciones postdictaduras.
Desgarrada la vinculación neoliberalismo-democracia (no rota del todo), en la nueva oleada anterior. Una derecha que disputa la calle y la subjetividad imponiendo una agenda de seguridad y austeridad estatal, único plano en el que tienen discurso. El neoliberalismo como horizonte mundial fracasó, se develó que la historia no había terminado, por eso la derecha dura recurre nuevamente a la conformación de sentidos protofascistas, acumulando en donde el progresismo muestra mayor dificultad. Las amenazas son la antipatria de los pueblos originarios, el excesivo gasto fiscal de las políticas redistributivas para lxs necesitadxs, lxs migrantes, la depravación moral de abortistas y diversidades, etcétera. La derecha antiderechos avanza en alianza con los medios de comunicación, cuya expresión extrema es la ideología libertaria.
II
Tras el triunfo de Bolivia, Álvaro García Linera llamó “fase heroica” al triunfo electoral tras la sublevación política democrática, la misma fue una “insurrección del orden simbólico”, la llegada de un indígena al Estado podría haber sido algo anecdótico si Evo Morales no hubiera encarnado en su figura el proceso de transformación. De todas formas, no toda subversión simbólica del “Apartheid institucional” implica una ruptura del mismo. Barack Obama significó para EE.UU. una continuidad de la política colonial y no un peldaño hacia la superación. La muerte de George Floyd en 2021 mostró cómo el proyecto moderno colonial sigue sin grandes cambios en el sur global.
En el caso de Chile, el proceso de cambio no tuvo “fase heroica”, ni ruptura del “Apartheid institucional”, hasta ahora no ha habido una incorporación de la exterioridad a la “Totalidad Estatal”, han sido las élites de los partidos progresistas las que se han incorporado al proceso de cambio quedando pendiente hasta ahora la presencia popular protagónica en la agenda de cambios. El paso del Estado de derechos (muy débil en Chile) a un “Estado de participación decisional” popular, implica la conquista de la ciudadanía de los sectores sociales expulsados de la política. El progresismo local es una izquierda ciudadana, de núcleos urbanos profesionales en disputa con la élite, lo popular para nosotrxs es una tarea pendiente.
Sin embargo, la emergencia de la figura de Francia Márquez es una apertura al mundo popular que puede devenir en ruptura del Apartheid, mujer negra y de clase trabajadora (minera y empleada doméstica) trae consigo un feminismo no apropiable por sus expresiones blancas. El Vivir Sabroso instala un horizonte “utópico concreto” similar al Buen Vivir, un proyecto que prefigura un horizonte de(s)colonial transmoderno que encarna una redención en términos benjaminianos con el pasado Afro del continente. El primer triunfo de la izquierda colombiana viene a renovar el horizonte iniciado por Bolivia hace casi 15 años.
Las expectativas son altas pero las dificultades también, por eso es importante que los movimientos sociales comprendan que la dicotomía reforma y revolución no se aplica a nuestros procesos con claras debilidades subjetivas y con una facticidad objetiva difícil se superar. La transformación social real solo puede venir de la participación y el constante movimiento, que se incorpore lo popular a la política y que los movimientos sociales corran constantemente los cercos de lo posible con el apoyo de las grandes mayorías, el proceso de transformación se disputa en los sentires en todos los territorios. Como dijo Boaventura de Sousa Santos, Colombia fue una sorpresa latinoamericana, de ahora en más la esperanza depende de ustedes.