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Otra izquierda no woke

La más reciente publicación de Susan Neiman, Izquierda no es woke, ha abierto una gran discusión en torno al horizonte emancipador de las izquierdas en el mundo y en Nuestra América. Roberto Lobos insiste en que no se puede sostener un futuro utópico sin un verdadero “pluriversalismo” que garantice la liberación de toda la humanidad, algo que Neiman parece no tener en cuenta.

Tras la visita de Susan Neiman a Chile se hace oportuno debatir algunas de las ideas expresadas por la autora de “Izquierda no es woke”, libro que se presenta en Chile como una supuesta herramienta de explicación de la “Nueva Izquierda” y su deriva “particularista”. Si bien la obra discute con el indeterminado movimiento woke, su abordaje no dista de ser problemático e incluso peligroso en cuanto que no se presenta como una alternativa real al problema. Es por esto por lo que desarrollamos aquí algunas ideas esenciales detrás de la alternativa de Neiman para superar las consecuencias del postmodernismo en la izquierda más allá del regreso a la modernidad. Advertimos que nuestra respuesta es filosófica, siguiendo los lineamientos de la primera filosofía latinoamericana con pretensiones universales (Filosofía de la Liberación), atendiendo a la interpelación de la autora de abordar su texto como un texto filosófico.

Sangre y lodo

Susan nos habla desde un mundo muy pequeño. Ejemplifica la distorsión de la izquierda en los autores Carl Schmitt y Michael Foucault, uno alemán y otro francés, mientras que nos llama a retomar la esperanza en el progreso de la modernidad, volviendo a los ideales perdidos por la izquierda por la vía de dos autores Immanuel Kant y Denis Diderot (obviamente, uno alemán y otro francés). A pesar de la realidad histórica, nos muestra a Europa como una especie de víctima y a los pensadores ilustrados como la panacea del anticolonialismo. Sus héroes, los teóricos de la ilustración, habrían sido los primeros en pensar en la libertad humana, así como los primeros en criticar el eurocentrismo y el colonialismo. Hasta Toussaint Louverture debería dar las gracias, porque sin el pensamiento europeo no habría emancipación alguna por estas tierras. Susan nos cuenta que mientras Europa estaba sumergida en sangre, guerras, quemas de brujas y encarcelamientos por pensar fuera de la ley (por los mismos europeos), estos héroes de la modernidad habrían realizado la crítica necesaria para asegurar la justicia para toda la humanidad y habrían marcado el hito de ser los primeros en oponerse a los mismos males de Europa.

Susan detesta el pasado porque detesta enfrentarse a la realidad histórica. Para nosotros la historia es fundamental porque nos ha costado dolores reconocernos en ella. Para la autora los teóricos parecieran tener poderes sobrenaturales, por eso los errores de la izquierda se deben a la teoría y la solución es teórica. No es de extrañar que incurra en estos dualismos donde la idea lo es todo y la materia no es nada. La subjetividad, la propia configuración ontológica del moderno europeo es el pensar, piensan, luego existen. De no ser así, la autora se hubiera percatado que el primer hito de resistencia al eurocentrismo y al colonialismo, fue el grito de dolor de las comunidades de Abya Yala. Sangre y lodo chorreaba el capital que permitió a los Ilustrados convertirse en los teóricos de la burguesía europea. Extraños nos resultan los referentes de Susan para retornar a los principios de la izquierda. Lo woke sin duda es un problema, pero el camino por el que nos lleva la autora no parecer ser más que un retroceso.

Distintos, no diferentes

Lo woke en la izquierda no se entiende sin los límites del socialismo real y el desprecio por las problemáticas de la “intersubjetividad” que tuvo el marxismo del siglo XX, donde todo lo ajeno a las determinaciones económicas no era más que una superestructura, reflejo de solo una determinación de la realidad, algo que Marx jamás sostuvo. Por supuesto que el particularismo de una supuesta izquierda autorreferencial y punitiva, por la vía de la cancelación y el juicio de superioridad moral son un problema, como también es verdad que la izquierda no se ha hecho lo suficientemente cargo de esto. Pero esto no solo se debe a una problemática teórica —que por supuesto que la hay— sino más bien a una estructura de dominación que fagocita los elementos superficiales de la crítica, haciéndola servil a la propia reproducción del sistema. Para la autora es falso que la raza y el género ocupen un lugar central en las relaciones de opresión porque el ser humano está atravesado de múltiples particularidades. Tanto es así que sitúa en el mismo nivel del género y la raza al equipo de fútbol del cual uno puede ser hincha (no es una exageración, véase la página 32), ignorando así la propia estructura de poder de la colonialidad.

Si lo woke está errado, es porque construye identidad desde un ego heredado de la modernidad europea, donde la diferencia es acentuada y puesta como eje central de un discurso particularista falsamente crítico. El problema no es la particularidad, sino como esta se construye desde una autorreferencia egóica. No se trata de la apariencia, del color de la piel, ni nuestro género, sino como la estructura de poder fundada en la modernidad y concretada en la colonialidad jerarquizó dichas particularidades. La víctima no es solo un sujeto que sufre por falta de reconocimiento identitario, es precisamente porque se le reconoce bajo una jerarquía que traza una línea divisora entre el ser y el que no lo es. En este contexto se comprende que la izquierda woke de la élite de nuestro país no es víctima, aunque se posicionen como tales.

Las diferencias de progresistas y ciudadanos reconocidos dentro de la totalidad del sistema no son los verdaderamente excluidos, son quienes se encuentran en y más allá de la marginalidad del reconocimiento, más allá de la totalidad del sistema, aquellos que no son diferentes sino distintos. Es decir, aquellos que por su distinción quedan fuera de la linea del reconocimiento del ser dentro de la jerarquía colonial del poder. Por esto, la crítica de Susan termina siendo funcional a la clase dominante, porque nos llama a continuar en la racionalidad de la exclusión, que es fruto de la propia modernidad que pretende defender. Omite las bases de la jerarquía de poder colonial en el género, la raza y también la clase. Rechaza la discriminación, pero no la exclusión de muerte. Todo esto no es solo un problema teórico porque la racionalidad, tanto de la modernidad como de lo woke, es construida a partir de las propias relaciones materiales que reproducen el individualismo y la competencia. Así, lo woke es coherente con la modernidad y la certeza del individuo, el paradigma de la conciencia que va desde Descartes a Kant.

Progreso, Racionalidad y Universalidad

La autora en su libro demuestra ser conocedora de las tradiciones de pensamiento del tercer mundo. Por eso su texto es engañoso, simula criticar las bases del mundo woke, pero solo acaricia la superficie. En su texto confunde categorías y conceptos claves para un debate serio: poscolonialidad y descolonización para ella son lo mismo. Si bien es cierto, que dentro del campo de la de(s)colonialidad es posible encontrar una diversidad de escuelas, incluso algunas que ya no buscan la transformación social, también es cierto que Neimann no discute con ninguno de los máximos exponentes del pensamiento de(s)colonial de izquierda de nuestro continente. Referentes como Enrique Dussel y Franz Hinkelammert no buscan la negación de la modernidad sino superarla (transmodernidad). Estos autores nos revelan la verdad oculta detrás del progresismo moderno que nos ha arrojado al suicidio colectivo por su propia concepción utópica de expansión infinita.

Susan Neimann niega la utopía, pero cae en ella sin saberlo. Reconoce la existencia de los limites pero no los enuncia cuando no solo son evidentes sino que además vitales. La esperanza debe estar puesta en la realización de la vida digna, no en una palabra. Esta esperanza recae en los sujetos capaces de revertir la situación limite que niega las propias capacidades de la reproducción de la vida. Solo afirmando la vida y a sus seres como seres supremos es posible desarrollar un discurso ético universal de la humanidad. El verdadero universalismo es un pluriverso construido desde lo semejante a partir del reconocimiento de todas y todos, sino es así será un universalismo abstracto y local, incapaz de lograr la liberación de toda la humanidad. Esta es la verdadera critica radical para una izquierda nueva.