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El fenómeno Milei y la ultraderecha al poder en Argentina: qué (no) hacer

Algunos tópicos para asimilar lo que pasó en el país del sur y lo que puede venir de ahora en más. En América Latina las alarmas llevan tiempo encendidas, pero pareciera que no terminamos de comprender de qué se trata. Por Pablo Solana*

Javier Milei, un economista con pasado televisivo, apenas dos años de carrera política y ciertos desequilibros mentales, ganó de manera holgada la presidencia de Argentina con un programa ultraneoliberal, conservador, violento y represivo. En las líneas que siguen presentamos algunos aspectos que permiten comprender el fenómeno que acaba de acontecer. Milei es parte de una corriente de ultraderecha mundial, pero los anclajes siempre hay que buscarlos en la realidad concreta de cada país.

1. Profunda crisis de representatividad

Milei ganó la presidencia con un caudal de votos indiscutible (56%, 14,5 millones de votos), con sólido arraigo en los sectores populares. Su triunfo desafió a miles de muestras de rechazo provenientes de instituciones, organizaciones y colectivos que, se supone, representan a distintos sectores de extracción popular o progresista. Se manifestaron contra Milei, durante las semanas previas a las elecciones, casi todos los sindicatos y centrales sindicales; el conjunto de los partidos políticos con excepción del sector de Mauricio Macri (quien rompió su propia coalición, porque la otra mitad de su frente de derecha, Juntos por el Cambio, también tomó distancia de Milei); gobernadores de diversos signos políticos a lo largo de todo el país; organizaciones sociales, cooperativistas y barriales de todo tipo; colectivos de mujeres y todas las variantes del feminismo sin fisuras; profesor@s y referent@s de la cultura (en listas que reunieron firmas de a miles); institutos como el del Cine, o de la salud como el de Donación de Órganos; grupos de fans de artistas diversos, como las seguidoras de Taylor Swift que activaron el repudio equiparando a Milei con Trump; el conjunto de los organismos de derechos humanos y activistas por el cambio climático; repudiaron sus propuestas prácticamente la totalidad de los clubes de fútbol de todo el país y de todas las categorías (con lo que el fútbol significa en Argentina). A juzgar por tal diversidad de rechazos, podía pensarse a Milei como un loco solitario, un “antisistema” sin anclaje en el tejido social. Sin embargo, su triunfo contundente reclama invertir la mirada, y ver qué pasó con todas esas representaciones sociales que no funcionaron. Evidentemente, quienes “representan” vibran en una frecuencia bien distinta a la de los “representados”. En Argentina algo similar se había vivido hacia finales de los años 90, cuando surgió el grito en las protestas masivas “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. Pero aquella vez había una sensibilidad rebelde, por izquierda, dispuesta a capitalizar esa crisis de representatividad y buscar nuevos cauces para un sujeto popular a punto de estallar. Ahora, en cambio, el sacudón es por arriba: Javier Milei viene a representar a unas mayorías populares que parecen ya no creer ni confiar en nadie más.

2. La materialidad que determina la conciencia

La cifra de 140% de inflación anualizada en Argentina refleja la foto actual, el punto al que se llegó. Pero más allá de la foto, la película muestra un período de deterioro gradual y sostenido del poder adquisitivo de la clase trabajadora y del conjunto del pueblo argentino. Después de un ciclo de crecimiento de ese poder adquisitivo durante los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, ya en los últimos años del último mandato de ella, desde el año 2013, la situación socioeconómica comenzó a desmejorar para las mayorías populares y no paró de hacerlo hasta hoy. En 2015 el gobierno derechista de Mauricio Macri empeoró la situación. Pero el gobierno actual de Alberto Fernández, elegido en 2019 para el cargo primero por Cristina Fernández –la referente política de mayor influencia en el movimiento popular– y después por el voto masivo anti-Macri, no supo revertir la tendencia, con un agravante: a fuerza de claudicaciones desilusionó a esa mayoría social que lo llevó a la presidencia precisamente para que desandara el daño provocado por el macrismo que lo antecedió. La gestión de Alberto Fernández finaliza con altísimos niveles de rechazo popular; aun así, el peronismo, el partido del actual mandatario, eligió a su político más profesional, moderado y capacitado, subestimando un factor central: Sergio Massa –de él se trata– es el ministro de economía de un gobierno que se hunde económicamente y que hunde, en el mismo acto, la economía del pueblo al que pretende representar. Con el diario del lunes (con los resultados conocidos) vuelve a ser clara la sorpresa que extrañó a propios y ajenos cuando se confirmó su candidatura algunos meses atrás: ¿a quién se le ocurre que el ministro de economía de este desastre puede ganar una elección presidencial? Con el argumento de que, ante la amenaza de la ultraderecha, no quedaba otra que buscarle virtudes colaterales al desbarajuste económico (“hábil político, carismático, capaz”) lo pusieron a andar. Pero ayer se expresó el pueblo argentino y puso las cosas en su lugar. El mensaje parece ser claro, y de una contundencia difícil de rebatir. Massa es expresión de este gobierno del fracaso y el deterioro de las condiciones de vida de las grandes mayorías. Aunque recuperó perspectiva en las elecciones de primer término precisamente por aplicar medidas económicas redistributivas, en el contexto macro eso no alcanzó para cambiar la idea que una amplia mayoría se hizo de él, y del gobierno que integra: el pueblo no vota a quien le jode su existencia (si nos abstraemos de la aberración que había enfrente, podemos fácilmente coincidir en que hay algo de justicia, de dignidad, en ese gesto de rebeldía popular).

3. Sin la identidad histórica no se puede, solo con mística del pasado no alcanza

Estamos hablando de Argentina, es momento de abordar la cuestión del peronismo. Tal vez Argentina sea uno de los países de la región con mayor involucramiento del Estado en la garantía de derechos sociales, llámese educación y salud públicas y gratuitas, legislación laboral a favor de la clase trabajadora, políticas sociales activas y una lista de etcéteras que dan cuenta de un concepto que se suele sintetizar con la expresión “Estado presente”. Las figuras de Juan Domingo Perón y Eva Perón se asocian a las de un momento histórico de bonanza para el pueblo, aunque para ello haya que remontarse a la década de 1940; un salto generoso hacia adelante nos permite caer en un período más reciente, que someramente ya mencionamos: los gobiernos peronistas de Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández (2007-2015). Es cierto que esos períodos, tanto el primer peronismo como el primer kirchnerismo, marcaron en el ideario popular una identidad a la que aferrarse. El peronismo como estructura política, además, suele ser una maquinaria efectiva de disputa de poder, aun cuando para eso deba complementar aquella mística genuina con una mayoría de gobernadores y dirigentes conservadores, ideológicamente sinuosos y escencialmente arribistas (“El arribista del poder”, precisamente, es el título de una excelente biografía sobre Sergio Massa que escribió el periodista Diego Genoud). El debate sobre el peronismo es un clásico de la cultura política argentina: hay quienes le auguran su agotamiento definitivo cada tantos años (esta derrota vuelve a ofrecer un momento propicio para pronósticos así); también hay quienes insisten en que, para construir un proyecto popular, liberador, revolucionario, sin esa identidad peronista no se podría empalmar de buen modo con el sentir popular. Lo cierto es que, aun cuando la crisis de esta identidad política es notoria, en la actualidad goza de mejor salud la estructura peronista conservadora, que podrá replegarse en algunas gobernaciones tradicionales; el sector peronista que parece acusar más el golpe es el kirchnerismo, que con este nuevo fracaso de un candidato apoyado por Cristina Fernández se profundiza aún más. El buen desempeño del gobernador bonaerense de origen kirchnerista Axel Kicillof, un economista formado en la izquierda con buena gestión en la provincia más grande y difícil del país, puede ser una tabla de salvación para Cristina, o el eslabón hacia la recreación necesaria de una nueva variante progresista de una identidad histórica que ya no dice tanto de cara a las grandes mayorías de la sociedad. Lo mismo pasa con la figura del dirigente popular Juan Grabois, y con un puñado de intendentes e intendentas de su misma generación, ya sea que provengan de la organización La Cámpora (conducida por el hijo de Néstor Kirchner y Cristina), del Frente Patria Grande o de movimientos populares como el Evita. Lo cierto es que, aún cuando a partir de algunas buenas experiencias renovadas de gestión local pueda surgir una continuidad a futuro, el kirchnerismo parece ya no decir mucho para una base social que siente más el deterioro material actual que el peso de la mística de lo que ya no es. En cambio, la misma idea de “kirchnerismo” sirvió, y mucho, a la derecha que siempre puso énfasis en señalar los costados débiles del proyecto popular. Porque, hay que reconocerlo: en la actualidad ni el “Estado presente” es algo efectivo y eficiente ni los “derechos sociales” que enarbola el kirchnerimo llegan a unas mayorías que quedaron ya por fuera de los beneficios estatales concebidos para un país que ya no es el que supo ser. (Después de tantas líneas dedicadas al peronismo, ¿no deberíamos analizar también a la izquierda en Argentina? Podríamos incluir una referencia tan marginal como su peso político en la actualidad, pero mejor dejar el pendiente para un próximo artículo más específico).

4. El monstruo que creció mientras tanto

De Javier Milei circuló información suficiente como para no necesitar sobreabundar acá. Hay un podcast de la revista Anfibia que aborda sin concesiones aspectos terroríficos de su vida. Sobre su proyecto político también se difundió mucho, sobre todo porque fue él mismo quien se encargó de producir piezas audiovisuales bizarras con declaraciones estrafalarias. Valga agregar, por un lado, que su programa alocado encuentra un ancla de temer en la figura de su vicepresidenta, Victoria Villarruel: una abogada defensora de los militares genocidas, que durante la campaña se mostró como una mujer inteligente, con agallas, y fiel a sus principios de defensa del terrorismo de Estado. No le será fácil asumir la batalla contra los derechos humanos en el país del Juicio a las Juntas Militares, de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y de la película 1985. Sin embargo, cualquier daño que logre hacer a la política de Memoria, Verdad y Justicia ya será un golpe efectivo, estratégico, al consenso de convivencia política que permitió en gran medida extirpar la violencia militar en el país durante las últimas 4 décadas. Otro factor a destacar en torno a Milei es la sociedad de último momento con Mauricio Macri y sus leales, quienes abrazaron al candidato estrafalario de cara al balotaje y, hay que reconocerlo, le aportaron un eficaz blindaje mediático y aparato político para sostenerlo en la recta final de la campaña. Esos mismos recursos, potenciados, se verán a la hora de ejercer la presidencia. En su discurso de la victoria, Milei aclaró que buscará avanzar en su programa “sin gradualismos” y que no permitirá protestas “fuera de la ley”. Había sido Macri quien, hace un par de años, había delcarado que el fracaso de su primer gobierno se había debido a la tibieza y que la revancha sería “yendo a fondo” con las reformas estructurales que propone la derecha en el país. Bien leída, la alianza entre ambos permite arriesgar un pronóstico: será un cogobierno con roles complementarios. Parafraseando una expresión con historia en Argentina, la fórmula podría sintetizarse asi: “Milei al gobierno, Macri al poder”.

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Con el apoyo a Milei, Mario Vargas Llosa logró su primer acierto. Hasta ahora, todos los candidatos de derecha que había impulsado en los últimos años habían perdido. Milei no había recogido muchas adhesiones previas, apenas las obvias: el brasilero Bolsonaro, Iván Duque de Colombia, Vicente Fox de México, VOX desde España: la cofradía de ultraderecha que, bien vista, tampoco tiene mucho territorio desde donde hacer pie. Hasta ayer. Ahora lo tienen a Milei. Y como la victoria redime, en estas horas ya sumó los apoyos no solo de Donald Trump sino también del embajador norteamericano en el país, el “demócrata” Mark Stanley, quien no ahorró efusividad para saludar la victoria del desquiciado presidente electo.

Los análisis sobre “nuevos ciclos progresistas” en América Latina hace rato huelen a viejo: quienes esperaban algo de Alberto Fernández en la tónica de lo que Néstor Kirchner sí supo hacer por la UNASUR, por poner un ejemplo, se quedaron con las manos vacías; Gabriel Boric en Chile puso más energía en denunciar a Nicolás Maduro que a la injerencia norteamericana en la región; Luis Arce tiene demasiado enredo en la pelea con Evo Morales en Bolivia como para atender potenciales escenarios de articulación continental. Gustavo Petro enarbola vía Twitter posicionamientos dignos sobre cada tema, pero la energía parece no darle para mucho más; AMLO mira al sur desde América del Norte y también declara en buena sintonía, pero hasta ahí. Lula, el estadista más importante del continente, concentró sus esfuerzos en apoyar a Massa, en alentar los Brics y en tender puentes en la región. Pero el panorama se muestra demasiado inestable.

En este contexto de empate catastrófico a nivel continental y de marcada inestabilidad, la presidencia de Milei seguramente sea un faro para quienes busquen volcar hacia la derecha el tablero en cada uno de los países de Nuestra América. Ojalá el punteo que presentamos en estas líneas ayude a desarrollar anticuerpos, prevenir, actuar a tiempo y, llegado el caso, saber resistir. En política hay una sola cosa más grave que una mala realidad: la incapacidad de comprenderla. Sin esa comprensión, no se la podrá transformar.