Cali, de la primera línea a la batalla electoral
Escenas, testimonios y reflexiones desde el corazón de la campaña de Francia Márquez allí donde la protesta social cambió la realidad política un año atrás.
La muchacha, que tendrá no más de 20 años, toma el micrófono y arenga:
–Venimos de las partes más marginadas e invisibilizadas de esta ciudad. Somos los nadies, la primera línea. ¡Queremos un compromiso real con la juventud donde quepamos todas y todos!
La multitud se entusiasma. Crece una consigna que no deja escuchar nada más:
–¡Resistencia! ¡Resistencia! ¡Resistencia! ¡Resistencia!
Hay puños en alto, gargantas agitadas. Lo que podría parecer un acto combativo de cualquier universidad pública o un mitin en medio de barricadas, es, sin embargo, una actividad de campaña electoral.
Junto a la chica que habla está Francia Márquez, candidata a la vicepresidencia del país. Se trata del cierre de campaña de esta lideresa negra apoyada por todo el movimiento social, en el oriente de Cali, la tercera ciudad más grande de Colombia. Según todas las encuestas, la fórmula que integra junto a Gustavo Petro está cerca de ganar la presidencia. Faltan 15 días para la primera vuelta. La fuerza combativa que expresa su figura, en combinación con la juventud marginada que lideró las protestas y el hartazgo social, están cerca de tomar las riendas del país.
Otros muchachos de las primeras líneas garantizan la seguridad del acto. La guardia indígena, con sus bastones de mando, supervisa la organización. El pueblo negro es protagonista abajo y arriba del escenario. En toda la historia de Colombia jamás hubo un gobierno que responda al mandato de las comunidades campesinas, de las familias desplazadas y despojadas de la tierra y de toda posibilidad. Nunca como ahora esa posibilidad de cambio está al alcance de la mano. La candidata repite, amplía: “Es la hora de los nadies y las nadies”. La aplauden, en algunos casos con lágrimas en los ojos, los ninguneados, los dueños de nada.
Después del estallido
Hace un año Colombia estalló. La pandemia, que en abril de 2021 todavía atemorizaba un poco, no frenó la bronca. Tampoco la represión, mucho más letal que el virus. Esa última revuelta nacional fue un eco amplificado y fortalecido de protestas anteriores, un paro cívico cada año desde que el gobierno de derecha de Iván Duque asumió la presidencia en 2018.
Cali se convirtió en el epicentro de la revuelta. Con cerca de dos millones y medio de habitantes, la ciudad combina cierta prosperidad de toda gran urbe con la pobreza y el despojo de los barrios de las periferias, nutridos durante décadas por familias desplazadas por el conflicto armado que arrasó sus comunidades. Ante esa desigualdad el Estado respondió con mayor segregación, control social y represión. Una muestra a pequeña escala de lo que sucedió durante toda la historia de Colombia en cada región del país.
El gobierno de Duque profundizó la ortodoxia neoliberal y frenó los tibios avances hacia la paz resultantes de los acuerdos de 2016. “Este país siempre estuvo mal, pero ahora está vuelto mierda, esto ya no se aguanta”, dice el señor que deambula por el acto casi desnudo, apenas cubierto con un cartel sánguche con la leyenda “así nos dejaron: beringos (en bolas) y desangrados”.
Durante el estallido en Cali los bloqueos se expandieron estratégicamente. Se instalaron al menos 26 puntos de resistencia que duraron meses, en sintonía con las movilizaciones en los distintos puntos del país. Fueron protagonistas los y las jóvenes de los barrios populares, las primeras líneas que resistieron la represión oficial y las balaceras de grupos armados parapoliciales.
Hoy esa juventud está organizada, organizándose, volcada a la campaña electoral.
–Esos muchachos y muchachas no tienen formación política, no vienen del movimiento social, incluso hay que entender que en algunos casos no tienen escolarización”, cuenta Alexis, uno de los responsables de la seguridad del acto de Francia Márquez en la ciudad.
Alexis ronda los 30 años, es apenas mayor que el resto de los jóvenes que integran el esquema de seguridad. Él venía impulsando una huerta comunitaria en su barrio aún antes de las protestas. “No producíamos grandes cantidades de alimentos, pero sí nos servía como lugar de encuentro… hoy podríamos decir que en esa huerta sembramos conciencia”, dice. Cuando todo estalló estaban preparados: su grupo se volcó a Puerto Rellena, sector que rebautizaron Puerto Resistencia y se convirtió en emblema. Allí se organizaron para sostener las ollas comunitarias, agrupar a los jóvenes, politizar las discusiones y también para dar lugar al arte popular. La escultura que enarbola un puño en alto y sostiene un cartel con los colores de la bandera colombiana que dice “Resiste” fue hecha durante las primeras semanas de acampe. Hoy descansan allí los escudos caseros con que se resistió a la represión, y fotos que recuerdan a una veintena de muchachos y muchachas asesinadas durante el estallido.
De ese caldo de cultivo rebelde surgieron distintos colectivos. El más mentado es la Unión de Resistencias Cali: aunque no reconocen vocerías únicas, distintos representantes son invitados a actos en la universidad o se reúnen con las autoridades de la alcaldía. Tienen su logo, sus camisetas estampadas y gorros identificatorios. Otros grupos eligieron hacer un proceso más lento, como el de Alexis. A pesar de que se venían organizando desde tiempo antes, su colectivo no busca visibilidad, ni en las calles ni en las redes sociales.
–Los nadies. Así nos llamamos. Estamos organizándonos, pero de a poco. Eso somos: nadies, anónimos, casi invisibles –cuenta Laura. Ella, al igual que Alexis, tenía experiencia militante previa, pero ahora ambos entienden que la dinámica del movimiento social cambió. –En los puntos de resistencia no querían a los partidos ni a las organizaciones, ni siquiera las de izquierda. Hoy esa juventud está acá, apoyando al Pacto Histórico. Pero hay que entender que son otras las formas de participar– agrega.
El paso a las urnas
Más allá de las encuestas, hay un termómetro preciso que da cuenta de la temperatura social. El pasado 13 de marzo se realizaron elecciones parlamentarias y consultivas de las distintas fórmulas partidarias. Allí el Pacto Histórico, el frente que agrupa a la izquierda, el progresismo y los movimientos sociales, hizo una excelente elección.
Hay un dato que, mirado con lupa, permite comprender cómo se llega a esta posibilidad de cambio, y entender lo que vendrá. Las planillas de la votación de marzo en cada comuna demuestran que el apoyo a la fórmula Petro – Márquez, y también a los candidatos parlamentarios que les apoyan, fue mucho mayor donde más fuerte se expresó la protesta social. Allí la votación al Pacto Histórico superó ampliamente a las fórmulas del centro y la derecha. También multiplicó las cifras que la lista petrista había sacado cuatro años atrás.
En la comuna 16 de Cali, donde está Puerto Resistencia, el Pacto logró más de 6.300 votos a la Cámara y el Senado, mientras que la segunda fuerza no pasó los 2.500. En 2018 las listas progresistas habían quedado terceras, lejos. En Cali esta vez fueron electos 5 representantes del Pacto a la Cámara, mientras que cuatro años atrás no habían podido promover ni uno.
Si en toda Colombia se votara como en los lugares donde más fuerte fueron las protestas, el resultado a favor de un cambio social sería abrumador. Un buen aprendizaje para quienes desconfían de la protesta social en función de la acumulación electoral. Para esa dinámica virtuosa se combinan dos factores: el ánimo social y la militancia popular.
El activismo de una juventud marginada y despolitizada –al menos hasta su participación en las protestas– no se da de manera lineal. La figura de “los políticos” sigue generando rechazo. Sin embargo, hay nuevos emergentes que resultan más afines para estas nuevas dinámicas de participación social. En Siloé, otro punto fuerte de resistencia, fue natural la identificación con “el cucho (señor) del canal 2”, José Alberto Tejada, un reportero que le dio voz a las primeras líneas en los momentos más calientes de los enfrentamientos, aun cuando para ello debió ponerse en riesgo en más de una ocasión. La juventud rebelde lo rodeó de apoyo y la sociedad caleña que estaba de acuerdo con las protestas lo acompañó. Hoy el cucho es representante a la Cámara (diputado) electo por el Pacto Histórico y un activista de la campaña de Petro y Francia, manteniendo una actitud digna y combativa, como si fuera un joven de la primera línea más.
Algo similar sucede con la figura de Francia Márquez.
–Ella representa bien a las mujeres y al movimiento social– cuenta Maité, quien durante el estallido fue vocera del punto de resistencia de Loma de la Cruz, rebautizada Loma de la Dignidad. –Nuestro espacio feminista denunció las violencias de género de la policía, pero también cuando hubo abusos en las primeras líneas. El feminismo tiene posturas firmes, y eso incluye señalar las conductas inapropiadas en todos los frentes– explica.
Para los movimientos de mujeres la figura de Petro genera reparos: en su carrera política ha tenido actitudes machistas y complicidades con personajes señalados por violencias de género. Sin embargo, en el Pacto Histórico los feminismos populares se ganaron su espacio. Francia Márquez es una buena representante de las demandas de las mujeres, que están allí porque confían en ella.
Los indígenas, organizados en Colombia con una fuerza como en pocos otros lados sucede, jugaron su rol durante el estallido y ahora participan de la campaña electoral. A poco de iniciarse las protestas de 2021 el Comité Regional Indígena del Cauca (CRIC) envió una nutrida delegación para ayudar a reforzar los puntos de resistencia en Cali y otras ciudades. La juventud padecía la represión, se sucedían los asesinatos, y las autoridades indígenas sabían que podían colaborar. Ermes, un consejero mayor del CRIC, impulsó la coordinación y formación de las primeras líneas. Esos muchachos y chicas aún se lo agradecen. En el acto de Francia Márquez, toda la seguridad está coordinada por quien porta el bastón de mando ancestral.
También el campesinado se muestra activo. Tres chivas (buses antiguos y coloridos, sin puertas ni ventanas, adecuados para el calor de los valles) llegan a la ciudad para acompañar a la candidata vicepresidencial. Llevan carteles de la Alianza Campesina de Corregimientos de Cali.
–Estamos con todo en la campaña de igual modo que estuvimos en el Paro –cuenta Santiago, militante de la asociación campesina en un corregimiento al occidente de la ciudad. La distancia no es tanta, entonces él, sus compañeros y compañeras pudieron acercarse a reforzar las protestas durante el estallido. Les tocó sumarse al punto de resistencia de la Portada al Mar, donde también debieron enfrentar violencia y disparos. –Yo tengo miedo, claro… La derecha en este país no va a aceptar si pierden así nomás– confiesa. –En Colombia habrá que resistir esa violencia, entonces van a seguir vigentes todas las formas de lucha: las elecciones, pero también las movilizaciones y los paros –analiza.
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–¿Qué sensación queda en la juventud que no tenía experiencia política y ahora está acá, en un acto electoral? –pregunto a Alexis, el muchacho que lideró el grupo juvenil de Puerto Resistencia.
–Que falta mucho por hacer… Pero, sobre todo, quedó una identidad. Algunos pelaos que participaron de la primera línea tal vez no saben leer y escribir, pero tienen clara una idea: que fue valioso lo que se hizo. Hay un orgullo, claro que sí…
De fondo se escucha el discurso de Francia Márquez, que se gana una nueva ovación cuando repite la consigna que identifica su campaña:
–¡Es la hora de nosotros y nosotras, los nadies y las nadies! ¡Vamos pueblo, desde la resistencia al poder!
Y concluye, con la voz cansada, algo quebrada pero firme, con el puño en alto, la frase con que cierra todos sus actos:
–¡Hasta que la dignidad se haga costumbre, carajo!
Ya es de noche, pero no hacen falta los reflectores. Una imponente luna llena la ilumina. A ella, y al pueblo que en medio de la noche más oscura supo forjar la esperanza.