Siglo XXI
La posesión de la nueva alcaldesa de Bogotá, Claudia López, deja abierto otra vez el debate alrededor de los “alcaldes alternativos” y las múltiples apuestas por una nueva posibilidad de cambio. Sin embargo, con pocos días en el poder, la bogotana ha defraudado a muchos de sus electores, o bien le ha dado la razón a quienes afirmaban desde el principio que Claudia era “más de lo mismo”.
Por: Andrés Mauricio Bohórquez.* ¡Llegó el siglo XXI! ¡Llegó la democracia! ¡Defendemos el Estado social de derecho y la vida! ¡La movilización es legítima! ¡Somos el cambio! Estas son algunas de las afirmaciones que Claudia López pretende que nos creamos, como si fuéramos cretinos. Porque hay que serlo para no advertir, por lo menos, que esas mismas frases y consignas vacías hacen parte del repertorio habitual y conocido de todos los políticos en campaña. Son las posiciones y las acciones que se toman para tratar los complejos problemas de nuestra sociedad y no las palabras “bonitas” las que definen del lado de qué tipo de democracia y estado de derecho se está: la auténtica, la que reivindica los anhelos de las mayorías y la viva participación política del pueblo; o la mentirosa, la que encubre la brutal dominación de una minoría enriquecida a base de violencia y corrupción, la que restringe la participación política para que solo “los técnicos”, los amigos y los herederos de las castas políticas de siempre hagan política.
Esto a propósito de la transmisión en vivo de la sesión del 21 de febrero del CSU de la Universidad Distrital y las afirmaciones que hizo la alcaldesa, donde nada dijo frente al ingreso del ESMAD a uno de los edificios de la universidad, las agresiones hacia los manifestantes y la violación de la autonomía universitaria por parte de la policía (centro de la denuncia del representante de los estudiantes). La alcaldesa del “cambio y el diálogo” negó, contra la evidencia, el ingreso de la policía y aprovechó la transmisión, como sabe hacerlo, para dejarle claro a los bogotanos que ellos, los que ocupan posiciones de poder, son los que definen quién es o no ciudadano. Más, que la única protesta legítima es la que no incomoda.
Tal y como lo han hecho Peñalosa, Uribe, Duque y Santos, antes que entender, escuchar y buscar soluciones a los conflictos políticos que expresan las manifestaciones, la alcaldesa se dedicó a justificar la violencia contra quienes incomodan, confrontan o contradicen su poder y su autoridad, y que por eso entran a ser parte de “los indeseables”: vándalos, delincuentes, pobres, guerrilleros, terroristas, enemigos del conjunto de la sociedad. En este caso el “cambio” consiste en que antes de la palera del ESMAD, vienen las mamás gestoras de convivencia a comunicar que si no se van para la casa como buenos muchachos, va a venir el ESMAD a acostarlos.
La retahíla de la alcaldesa (que los medios se encargaron de propagandizar como “el jalón de orejas”, como si los estudiantes solo fueran niños caprichosos y carentes de postura política) en nada se distancia del viejo discurso fascista, que muchos “ingenuamente” consideran “ya dejado atrás” por ella. “Vándalos armados de piedras, atacando a la policía”, es exactamente el mismo sentido de la afirmación de la vicepresidenta cuando buscó legitimar el asesinato de Rafael Antonio Caro en una base militar, asegurando que “Colombia no quiere ver a sus soldados intimidados por rufianes armados de piedras exigiendo derechos”. Escoge, la alcaldesa, ocultar que los estudiantes lo que hicieron fue responder a la violencia con la que la policía pretendió desalojar la carrera séptima; “los supuestos representantes de DD.HH. que defienden y cohonestan con los vándalos”. ¿No era esta la fórmula-afirmación preferida por Álvaro Uribe para legitimar toda su política de muerte?
“El ESMAD es una fuerza de choque, es lógico que haya heridos cuando intervienen”. ¿Qué distancia hay de esa afirmación a la hecha por María Fernanda Cabal: “Es que el Ejército no está para ser damas rosadas, el Ejército es una fuerza letal de combate que entra a matar”? Para esta señora que supuestamente ataca los dobles raceros, es absolutamente normal que la policía entre rompiendo cabezas y disparando a los ojos para, aparentemente, combatir a “encapuchados” que por llevar un trapo en la cara “dejan de ser manifestantes” y se convierten en hombres armados (no civiles, a pesar de ser civiles desarmados) “atacando civiles”. Cuando lo cierto es que el policía no hace esa distinción, hecha a la medida de los que esperan vivir a través de lo que les muestra el televisor; y reparte bolillo, aturdidoras y balas de goma democráticamente. Tan normal, para ella, como que cualquier ciudadano de “bien” asesine a pobres sospechosos por “ñeros” o por tener antecedentes judiciales, absolviendo al “bueno” y condenando a los “malos” sin que exista ningún tipo de investigación sobre una escena que más parece la “legalización” de tres muertos sin sangre a través de la propaganda: “Ya capturamos a seis de estos vándalos con vínculos PROBADOS con la disidencia de las Farc”. La alcaldesa ultraalternativa, (la misma que se posesionó en medio de un picnic) en su delirio de poder, pasa ahora a ser jueza y condena, sin rubor ni dilación, con la misma facilidad con la que define el bien y el mal o pasa de realce en las revistas del corazón dando clases sobre el amor homonormativo. Su afirmación no deja de recordarme a Peñalosa, a Néstor Humberto Martínez y a Santos, señalándonos sin juicio de ser los culpables del atentado al centro comercial Andino.
Esta señora que se autodenomina como defensora del Estado social de derecho y de la vida, lo que expresa, sin lugar a equívocos, es la inexistencia del Estado de derecho. Por eso cuando le preguntó al representante de los estudiantes “¿A quién ocultan con su silencio? ¿Ese eres tú? ¿Tú te tapas la cara, rompes andenes a ver si agredes a alguien?”, lo que en realidad está haciendo es advirtiéndole que de no pensar como ella, de no denunciar lo que ella denuncia y de no defender las instituciones que ella defiende se arriesga a entrar en el grupo de los “no-civiles”, no ciudadanos y blancos legítimos. No son preguntas sueltas o retóricas, son una clara amenaza. A los asombrados y a los desilusionados hay que decirles que Claudia López no por ser antitaurina y lesbiana deja de ser fascista.
La heredera de la “cultura ciudadana” escoge no ver o hacer que no ve que el hoy comandante de la policía metropolitana es el mismo que siendo comandante de la policía en Medellín presionó al consejo de seguridad de esa ciudad para que no contaran los homicidios cometidos por la policía y el mismo que aseguraba que: “Aquí a la gente de bien no la asesinan. A los que están matando son aquellos que tienen problemas judiciales”. Escoge hacer que no ve que la comunidad universitaria de la Universidad Distrital no ha dejado de denunciar cómo esta dejó de ser patrimonio público de los bogotanos, desde hace décadas, para convertirse en el botín personal de concejales y funcionarios que la han exprimido sistemáticamente sumiéndola en la mediocridad académica y negándole a miles de jóvenes la posibilidad de acceder a una educación digna, sin que nadie se “crispe” por un problema que define directamente el no-futuro de miles de jóvenes que en lugar de haber ingresado en la universidad, ingresan a las cárceles, a trabajar para una olla o se confinan toda la vida en sus hogares a ser madres y buenas esposas desde los 14 años. ¿Será que la doctora en ciencia política, tan “consciente de que con educación todo se puede” hará, algún día, una transmisión para develar la mafia que maneja la universidad y promover la participación política de su comunidad en el gobierno universitario? Quiere la alcaldesa que olvidemos que no hace más de tres meses, la misma Policía que estaba entrando en la Universidad Distrital, se dedicó a golpear y a matar sin asco a pacíficos manifestantes, promovió el pánico en toda la ciudad y destrozó las fachadas de las casas en los barrios populares. ¿Qué dijo la demócrata Claudia frente a eso? ¿Con quién cohonesta? ¿Quién puede creer que porque ella llegó a ese puesto, la Policía como institución, tiene una nueva doctrina para enfrentar las manifestaciones? ¿o que se acabó la corrupción?
Pretende también nuestra alcaldesa “diversa” que para todos sea indiferente la burla abierta al deseo, manifestado en noviembre por miles de colombianos, de un cambio profundo de esa forma de gobierno antidemocrática, autoritaria y mafiosa que promueve el asesinato de líderes sociales, la censura, las chuzadas, los montajes judiciales, el desplazamiento cínico y abierto de campesinos para abrir espacios a la inversión, la entrega dócil de nuestros recursos naturales, el desempleo, la falta de educación, los extravagantes beneficios económicos de los más ricos, la impunidad descarada para corruptos, militares y despojadores, la consolidación de una “memoria” histórica que limpia a los poderosos, la imposibilidad de justicia, la continuidad de los mismos con las mismas, etc. En otras palabras, pretende la “doctora” que nadie sienta la agresión cotidiana que implica un orden social de ese tipo y se empeña en imponer, al conjunto de la sociedad, la defensa ciega de una institucionalidad que no respeta leyes o protocolos y para la que no valen un peso los supuestos principios sobre los que se funda.
Busca con eso, obligarnos a creer que levantar la voz, que asumir las vías de hecho, es obra de intereses ocultos y perversos, carentes de posición política y anhelos legítimos y colectivos; que eso no es lo propio de los “buenos ciudadanos” que esperan dócilmente a que los que tienen por conducta habitual negarle a la mayoría sus derechos fundamentales, despojando, robando y empobreciendo para enriquecerse, apoyándose en cuerpos entrenados y armados, recapaciten milagrosamente por obra y gracia de nuestra obediencia a sus protocolos. No, en medio de un orden que mezcla convenientemente la violencia, el engaño y la indiferencia frente a cualquier reclamo de la gente, por mínimo que sea, la manifestación que por vías de hecho responde a la agresión, a la burla o al desdén institucional es expresión política y democracia viva, es una de tantas expresiones de la identificación y el rechazo colectivo a una situación degradante e injusta. Los que con obstinación y convicción o por ganar la complacencia y “misericordia” del poder se niegan a reconocer este hecho, no hacen otra cosa que seguirle el juego a los viejos y los nuevos fachos alternativos que harán lo posible porque el siglo XXI nunca llegue a nuestro país.
Notas
* Preso político por el montaje del centro comercial Andino.