Un acto de amor… Hablemos sobre El Tropel
Otro nombre escrito con sangre en las paredes de una universidad pública, lo que pasó con Julián Andrés Orrego nos obliga a reflexionar, nuevamente, acerca de la naturaleza, alcances y dilemas del tropel. [Foto de portada: Rubén Torres, @merbencho].
“…Rubén no corras, Rubén no grites, Rubén no brinques, Rubén no saltes, Rubén no pases frente a los guardias, Rubén no enfrentes los policías, Rubén no dejes que te disparen, Rubén no grites, Rubén no sangres, Rubén no caigas. No te mueras, Rubén”.
Luis Britto García
Por Leyder Perdomo.* Otra vez, para la posteridad habrá otro nombre en el costoso muro de los caídos. Esta vez fue Julián Andrés Orrego Álvarez, en otra Juan Camilo Agudelo, en una más Paula Ospina y Magaly Betancur y antes, en un hecho menos recordado, fue Juan Esteban Saldarriaga Villa1… y así, la muerte nos aborda y nos avasalla en absurdos que parecen inexplicables.
Y como ya se han pronunciado distintos estamentos de la comunidad universitaria, hay que lamentar lo que ha pasado; como también lo hemos hecho en distintos capítulos dolorosos, hay que cohesionarnos en lazos de solidaridad; y como lo estamos haciendo hoy, hay que reconocernos en un nosotros inclusivo, sin dar lugar a otredades que excluyen algunos o a otras por diferencias ideológicas, de método o de otro tipo.
Esas formas son gestos de amor a la Universidad y a los universitarios, las maneras en que corremos el riesgo del señalamiento externo y renunciamos a la acusación propia, anteponiendo la humanidad, la vida y el respeto mutuo como razones prominentes.
En otro acto de amor por nosotros, también hay que reflexionar más y con mejores esfuerzos al tropel. Es pertinente conocerlo, diseccionarlo; así tender posibilidades de interlocución con sus actores, escucharlos, interpelarlos, criticarlos.
Es mejor si como universitarios, como intelectuales y académicos, damos rienda suelta a los impulsos que cuestionan, preguntan y comprenden; a nuestras formas, que apuntan a la descripción refrendada en las voces, en los hechos, en los archivos, en las teorías; a nuestro ingenio para proponer salidas. Que el tropel no sea simple tradición o fatiga.
Es mejor la incomodidad de criticar que el dolor, las molestias del ser criticado que la muerte.
Trayendo a colación algunos hallazgos a partir del estudio de la memoria sobre las violencias en la Universidad, trato de caracterizar al tropel, buscando aportar en su comprensión y a la de caminos de reflexión. Para ello, antes es menester que las etiquetas se replieguen para que demos lugar a los conceptos; expresiones como “bandido”, “terrorista”, “vándalo”, son apelativos que vacían el problema y lo llenan de valoraciones amigables al poder, que lo exculpa y reafirma a los tropeleros la convicción que los hace suponerse “necesarios”.
Así, el tropel es una expresión de violencia política de impugnación y con un alcance limitado en la interpelación, sin aspiraciones y/o posibilidades de ir por el trono del poder. Por esa vía, no se trata de un alzamiento armado, su concepción y su tratamiento no debe ser militar, aunque a veces los tropeleros fingen esa dinámica: Formaciones, himnos, banderas, son representaciones performáticas, lejos de una acción de combate.
El Derecho Internacional Humanitario los clasifica como disturbios, un asunto lejano a la intensidad de los conflictos armados y que implica regulación civil.
La banalización del tropel además resulta en su criminalización desmedida. Probablemente, en el desarrollo de la interpelación se ejecuten conductas ilícitas, los delitos no le son excluyentes, tampoco le son esenciales, por lo general le son irrelevantes a los tropeleros.
Pero no es cualquier delito, pese a todos los esfuerzos por adecuarle otros tipos penales, la mejor descripción jurídico-penal continúa siendo la del artículo 496 del Código Penal colombiano, que lo define como una Asonada, la conducta de “los que en forma tumultuaria exigieren violentamente de la autoridad la ejecución u omisión de algún acto propio de sus funciones”.
Y al ser violencia política, además de violencia, el tropel también es política, su cara más indeseable. Por eso, además de los principios orgánicos con los que sostienen la clandestinidad, cada organización tropelera tiene una definición estricta de principios político-ideológicos, que en la historia constituye un sinfín de posturas ideológicas: Marxismos, anarquismos, latinoamericanismos, etcétera.
Que sea política también abre la posibilidad de que el tropel se convierta en actos de interpelación no violenta.
Pero eso no ha dependido de la decisión de los tropeleros, sino de las relaciones particulares de poder en que ven insertos, de la política. En nuestro contexto, el tropel tiene su ascendencia en “las pedreas” callejeras, pero en sus características distintivas hasta la actualidad, la capucha y el “armamento popular” resultaron de factores emergentes entre los años 70 y 80: La intensificación represiva del Estado, la urbanización de la lucha insurgente y la importación del uso del “armamento popular” -especialmente las papas bomba-, con origen en el Centro y el Cono Sur Latinoamericanos.
Al ser una de las expresiones de movilización social que acuden a la violencia, no la única, hay que decir que como otros2, el tropelero busca justificar su lucha aludiendo el bienestar común de los universitarios, denunciando al sistema y reivindicando el carácter de su violencia como liberadora e ineluctable en favor de oprimidos y explotados.
En la mayoría de los casos el tropel tiene una causa reivindicativa o de denuncia, es un mensaje en voz alta, una estruendosa puesta en escena que se destina “a hacer llegar un mensaje”, que busca eco en los medios de comunicación y auditorio en los gruesos de la población.
El tropelero universitario busca escandalizar al público, exigiendo reconocimiento a la victimización de estudiantes y profesores, se permite “mostrar ‘la represión del poder’ o la indiferencia de este frente al sufrimiento”. La violencia hecha tropel universitario también busca ser un catalizador para la movilización, para “reinstalar un activismo perdido”.
Desde lo dicho, el tropel depende de la percepción que tiene el tropelero sobre su relación con la población y el poder gubernamental, casi siempre ha sido violento -hasta ahora-, eventualmente es delito, sus medios no se corresponden con el alzamiento armado y que sus fines, al menos sus alcances, no van más allá de la exigencia de acción y omisión del poder gubernamental.
Además creo principal reconocer que el tropel es un acto político, lo que no es una apología, sino una exigencia para tropeleros y no tropeleros.
A los tropeleros es importante decirles que las formas violentas no son un fin político en sí mismo, resaltar que el académico y el intelectual es parte de su compromiso político, que los teoremas, fórmulas y teorías deben ser su fondo, los libros estar en su “primera línea”. Es necesario revisar y profanar las ideas del tropel y el tropelero, superar la nostalgia de supuestas eficacias anteriores; escuchar el contexto que les habla directamente; inspirarse para la vida y no motivarse en la mistificación reivindicativa de la muerte.
Los no tropeleros debemos desacomodarnos de las posturas llanamente normativas, las que invocan principios éticos de rechazo pleno a la violencia o las de su enaltecimiento épico, pasar del posicionamiento moral y el juzgamiento estéril de sus protagonistas o de la arenga vacía en su favor; considerar de forma delimitada las herramientas del tropel; no recaer en pretensiones de cátedra estratégica de hinchas, ex hinchas y contradictores; considerar el entorno del que somos parte, no desconocer la amenaza, la judicialización y el asesinato como realidades latentes; recordarnos también en la sensación de persecución y amedrentamiento; insistirnos en el mismo lugar de la estigmatización banal como universitarios; reconocer las sin salidas aparentes de un orden injusto.
Mejor si se supera la fórmula aquella de que “toda violencia trae más violencia”; si asumimos que la paz resulta ser una extensión de la violencia que la antecede. Debemos buscar nuestra “transición chiquita”, apelar al fortalecimiento de la democracia universitaria, insistir en la memoria, defender los Derechos Humanos y desescalar la protesta social violenta.
Referencias
*Leyder Perdomo es profesor de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia. Este texto fue publicado inicialmente en el portal de opinión de la Universidad de Antioquia.
1 Saldarriaga era un estudiante de 17 años del Colegio El Sufragio, quien resultó muerto el 24 de octubre de 2002, tras la activación de algunos de los explosivos utilizados en la protesta.
2 Para ello me baso en el tratamiento que la manifestación social violenta otorga Xavier Crettiez. Ver: Las formas de la violencia. Buenos Aires: Waldhuter. Disponible en: http://mastor.cl/blog/wp-content/uploads/2017/05/Xavier-Crettiez-Las-formas-de-la-Violencia.pdf