Los jóvenes de los que nadie habla: “intrípida resistencia”
Este sábado 19 se realizará el Tripido Fest 6 en la Casa de la Juventud en Engativá, al noroeste de Bogotá. El joven periodista Sergio Segura, conocedor de la historia del grafitero Diego Felipe Becerra asesinado por la Policía en agosto de 2011, nos ayuda a comprender de qué se trata.
Por Sergio Segura*. El “Tag” es la firma con la que muchos grafiteros (no únicamente grafiteros) eligen marcar paredes de autopistas, vidrios de autobuses, el baño de la tienda de la esquina, o cualquier superficie que presente la oportunidad, la que dé papaya. No me detendré en las razones, son demasiadas y no es la intención de este artículo competir por verdades conceptuales en un terreno tan diverso como complejo. Lo cierto es que este sábado, en el Tripido Fest 6, entenderemos un tag particular, un tag que ya no es de solo una persona, sino de miles de jóvenes que vieron en una firma parte de la memoria de la juventud bogotana, la lucha por la libertad de expresión y el repudio a la incesante represión policial.
Tripido: el tag silenciado
Diego Felipe Becerra firmaba como “Tripido”. A sus 16 años de edad no solo ‘grafiteaba’ paredes bogotanas, también cantaba rap, dibujaba, entre otras aptitudes propias de jóvenes que no se quedan quietos, que exploran sus posibilidades para plasmarlas ante un público, sin importar si la aprecian o la desprecian.
Tripido transitaba la calle 116 con Avenida Boyacá la noche del 19 de agosto de 2011, iba relajado, caminando, dicen que hizo hasta 14 grafitis esa noche. Pero los jóvenes en las ciudades tienen muchos obstáculos para desarrollar libremente su personalidad, una de estos radica en la represión estatal. El cuerpo de Tripido murió esa noche, un patrullero de la Policía Nacional lo asesinó, cobardemente, le disparó por la espalda.
El día a día de su valerosa madre y su elocuente padre circula entre tutelas, juzgados, medios de comunicación e incertidumbres. Su principal objetivo siempre ha sido limpiar el nombre de su hijo, pues la Policía, para evadir la responsabilidad del asesinato, lo señaló de haber portado un arma de fuego con la que, supuestamente, habría robado una buseta horas antes. En efecto esa versión fue desestimada: la supuesta arma no servía, todo fue una farsa. Tripido solo estaba armado de aerosoles, pintaba el puente vehicular por el que iba pasando, nunca representó un peligro. Aun así el policía jaló el gatillo, nunca aceptó cargos, insistió en las mentiras y se declaró inocente.
Wilmer Alarcón: policía asesino y prófugo
El que disparó fue el policía Wilmer Alarcón, pero otros 14 uniformados le ayudaron a escabullirse del sistema de justicia colombiano, alterando la escena del homicidio y pagando falsos testigos. De los delincuentes, solo tres fueron destituidos temporalmente (aceptaron cargos y pidieron perdón), de los cuales dos fueron condenados a 6 años, con algunos beneficios que establece la ley. No obstante, dos días antes de ser condenado en el mes de agosto del año en curso y tras cinco años de investigación, el asesino de Diego Felipe quedó en libertad y huyó.
Es otro caso de impunidad, así lo manifiesta Gustavo Trejos, el padre de Tripido: “Creemos que este uniformado ya no vuelve a aparecer, básicamente porque es el caso de la escena del crimen y los generales. Para nosotros es claro que es una jugada muy fuerte, en la cual dos días antes de ser condenado lograron la libertad. El patrullero mandó una nota que decía que no aparecía por falta de garantías (…), le pedimos a la Policía Nacional que, así como movieron todo para alterar la escena del crimen y conseguir testigos falsos, también muevan todo para capturar nuevamente a Wilmer Alarcón. En cuanto a la Procuraduría, absolvieron a dos coroneles y un teniente porque supuestamente no tenían nada que ver con la escena del crimen (…), al procurador delegado lo estamos denunciando tanto administrativamente como penalmente por omisión y por prevaricato por acción, ya que actuó en contra del derecho”.
Los jóvenes de los que nadie habla: “intrípida resistencia”
En 2011, en un colegio clásico en el centro de la localidad de Bosa, al sur de Bogotá, se realizó el primer Tripido Fest, organizado por la Coordinadora Juvenil 3 de Octubre tres meses después de la sucedido. Si lo de Diego Felipe hubiera ocurrido en Bosa, en Usme, San Cristóbal o Ciudad Bolívar, la historia habría sido otra. Los jóvenes asesinados en los barrios populares no ocupan primeras planas de prensa, ni gozan de movilizaciones gritando su nombre, ni de un ente investigador que busque la verdad. “(…) los nadies, que valen menos que la bala que los mata.”, decía Eduardo Galeano. Por eso existe este festival de cultura popular, para enaltecer las banderas de la memoria y bailar contra el ritmo de la injusticia que es noticia cotidiana de las esquinas de las periferias urbanas.
Ese mismo 2011, solo en el tercer trimestre del año, el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses reportó 195 asesinatos de jóvenes entre los 15 y los 29 años. Uno de los grafittis que quedaron en el colegio del primer Tripido, fue un rostro que arengaba “Intrípida Resistencia”.
Contra esas balas es el Tripido Fest, que ha recorrido este año Bosa, Kennedy, San Cristóbal, Suba, Engativá y Chapinero, generando espacios de encuentro y unión de experiencias organizativas y culturales. Un espacio político-pedagógico, de “diversión y denuncia”.
Para Ingrid, integrante del Congreso de los Pueblos y la organización juvenil que gestiona la sexta edición del Festival, “este sábado 19 de noviembre el Tejido Juvenil Tejuntas quiere decir que, junto a artistas y deportistas populares, las calles, los parques, las esquinas, los muros y los barrios de Bogotá, podemos decir más fuerte que son nuestros territorios. Somos quienes los habitamos, construimos cotidianamente por medio del graffiti, la música, el skate, manifestaciones que rechazan el miedo que nos impone la dinámica violenta de la ciudad. Nos parece que con la administración distrital de Enrique Peñalosa se profundiza las restricciones. Con el nuevo Código de Policía se nos reducen derechos y se recrudece la violación de la libertad de expresión, por eso es que nuestra campaña es “mi barrio, mi ciudad””.
Artistas callejeros, músicos de Chile y Argentina, algo de punk, reflexiones políticas en tarima, rodadas en bicicleta y raperos de diferentes ciudades participan de este espacio que convoca a cientos de jóvenes cada año tanto a los conciertos como a los conversatorios previos. La Casa de la Juventud de Engativá es el escenario de 2016.
Los datos siempre arrojan ausencia de políticas públicas y complicidad estatal
La estigmatización de la juventud y la criminalización de los territorios marginalizados por la violencia, la represión policial, la precarización laboral, el rechazo a la extensión del tiempo del servicio militar obligatorio, la pésima movilidad de Bogotá, la exigencia de derechos y la paupérrima administración del alcalde Enrique Peñalosa, son algunas de las consignas del Tripido Fest. En ese sentido es necesario saber en qué contexto se dan estos tipos de festivales, que proyectan ser semilla de la memoria y germen de la resistencia de una generación que no ha visto un solo día de paz.
Según datos del Instituto para la Economía Social (IPES), 7 de cada 10 jóvenes ocupados de estrato 1 lo hacen en actividades informales; la tasa de desempleo juvenil es mayor a los 8 puntos; las mujeres de clase popular tienen la tasa de desempleo más alta de la ciudad y la mitad de la juventud trabajadora de origen humilde recibe menos de un Salario Mínimo Legal Vigente. Mientras esto sucede con los jóvenes populares, menos de la mitad de jóvenes estrato 5 y 6 están en actividades informales y solo una cuarta parte de los ocupados recibe remuneraciones inferiores a dicho salario. Los jóvenes con educación básica primaria se ocupan como empleados domésticos y trabajadores independientes, quienes tienen mayor nivel educativo lo hacen como obreros o empleados de empresas particulares o públicas.
El Instituto realizó un estudio a jóvenes entre los 14 y 26 años de edad, sobre “Garantía de Derechos o Violencia”: En el año 2011 el país registró el asesinato de 1.177 niños, niñas y adolescentes. Solo en los primeros cuatro meses de 2012, la cifra llegó a 342 víctimas fatales, lo que representa un promedio de tres homicidios al día.
No existen políticas públicas para combatir el exterminio social. Según investigación del Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP), alrededor de 4.000 personas fueron asesinadas bajo esta figura también mal llamada “limpieza social” entre el periodo de 1988 a 2013. Carlos Mario Perea, autor de esta investigación, afirma que este fenómeno permea la sociedad colombiana desde hace al menos 40 años, brillando el Estado y la justicia por su ausencia y la sociedad dominada por el silencio y el temor. Para Perea, existen tres tipos de exterminio; social, político y étnico. La identidad social de los jóvenes, consumidores de drogas, pandilleros, homosexuales, transgénero y delincuentes comunes, son las principales víctimas de esta flagelo. Igualmente la militancia de movimientos opositores a los distintos gobiernos de las dos últimas décadas (todos de derecha), además de pueblos indígenas y afro, han sido los históricamente de los afectados del aniquilamiento escalonado.
“(…) los paramilitares hicieron de la ‘limpieza social’ una operación sistemática. Además de llevar a cabo un trabajo contrainsurgente, hacían limpieza social, en un intento de ganar audiencia entre la población, para que los aceptaran”, señaló el investigador en entrevista a El Espectador, añadiendo que este tipo de eliminación física debe ser catalogada como de ‘lesa humanidad’.
La lista de victimarios del exterminio social en Colombia ocupa a los “grupos de limpieza” en primer lugar, con 3.798 víctimas, y los paramilitares, con 868. En efecto, el Ejército, la Policía, el Inpec, la Sijín, entre otros agentes de seguridad e inteligencia del Estado, estuvieron involucrados en el asesinato de 104 personas entre 1988 y 2013.
De la intrípida resistencia de Diego Felipe nació el Tripido Fest, para transformar el dolor de esas 4.000 familias en razones para fortalecer la memoria a través de variopintas culturas juveniles, para organizarse y poder contarle al mundo que ser joven-popular en Bogotá es un delito, que obligan a ir a la guerra, que matan a los más empobrecidos, todos los días. Nació para que la juventud le pueda responder a las coyunturas, para movilizarse contra las políticas neoliberales de los expertos políticos del urbanismo que atacan la vida cotidiana, esos festivales juveniles son para bailarle a la muerte con el ritmo de la vida.
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* Sergio Segura es periodista, corresponsal de Lanzas y Letras.
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