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El tropel, ¿en o fuera de la universidad?

El debate que ha despertado la revitalización del tropel en las universidades públicas, se resiste a desaparecer. ¿Cuál es la labor de las universidades en la superación del capitalismo? ¿Tiene algo que ver el tropel con la crítica a la violencia sistémica del capital? En esta ocasión el profesor Francisco Cortés Rodas entra a esta polémica acogida en Lanzas y Letras. [Foto de portada: @mruniversitario]

Por: Francisco Cortés Rodas.* En su crítica radical a la sociedad contemporánea Slavoj Žižek muestra que el capitalismo determina el destino de poblaciones enteras y de países “por medio de la danza especulativa del capital, que persigue su meta del beneficio con total indiferencia sobre cómo afectará dicho movimiento a la realidad social” (Žižek, 2009, p. 25). El capitalismo ha producido pobreza, desempleo, migración, exclusión y destruye la naturaleza. En esto reside aquello que Žižek denomina la violencia sistémica propia y fundamental del capitalismo, frente a la cual han reaccionado y reaccionan en la actualidad distintos grupos y movimientos sociales en diferentes lugares del mundo, con explosiones de violencia y rabia.
Andrés Saldarriaga en su escrito “Sobre la inevitabilidad del tropel dadas las actuales circunstancias”,1 presenta una defensa idealista, beatífica, postmetafísica del tropel y le atribuye posibilidades emancipadoras que no ha tenido en los últimos cuarenta o cincuenta años en las universidades públicas en Colombia.
El argumento de Saldarriaga descansa en una política de absolutos: de un lado, “el deseo de una reorganización absoluta y radical de la sociedad”. De otro lado, “la violencia de la sociedad, que se ha convertido en el modo de vida de la propia sociedad”. En la medida en que la violencia permea a toda la sociedad, debe darse un cambio radical de esta. Se trata de su cambio total y absoluto. Entre estos dos absolutos no queda más que un vacío, un abismo insondable. ¿Qué hay más allá del capitalismo? La democracia no tiene un lugar entre estos valores absolutos, y la universidad no puede generar las condiciones mentales y morales de la democracia que ella contribuye a generar a través de la formación de sus estudiantes.
El cambio radical que propone Saldarriaga es más poderoso que el que propusieron las guerrillas que surgieron en los sesenta y setenta, y mucho más que el que ha emprendido, con muchas dificultades y problemas, la izquierda liberal y democrática en los últimos años. Pero nuestro autor desconoce la historia de estos últimos acontecimientos, no comprende qué y cuáles situaciones y fuerzas políticas fueron las que llevaron a las FARC a una negociación con el gobierno y finalmente a un acuerdo de paz. Él, que se sitúa entre valores absolutos, le imputa a las impuras guerrillas ser las causantes “de haber dañado toda posibilidad de una verdadera revolución social, a partir de su vinculación a las formas ultracapitalistas de la mafia”. Imprecisa acusación, por decir lo menos.
Del valor absoluto “reorganización absoluta y radical de la sociedad”, desciende el filósofo a la oscura caverna platónica, para señalarle a la sociedad su “indignidad” y para, a partir de esto, en una suerte de dialéctica posmoderna, darle al tropel un papel heroico: la no-dignidad de la universidad es símbolo de la no-dignidad de la sociedad; y así, la superación de la no-dignidad de la universidad que está inmersa en una sociedad indigna es entonces la tarea, fin y propósito del tropel. ¿Pero qué es toda esta fraseología de “sociedad indigna” y “la no-dignidad de la universidad”?
Žižek habla de una violencia sistémica que produce el capitalismo. Este determina la estructura de los procesos materiales sociales afectando la realidad social en muchos países. Esa es la violencia sistémica que genera el capitalismo. Contra esta no solamente se ha reaccionado con violencia subjetiva, un ejemplo es el tropel, sino mediante diferentes formas de resistencia. En el Tercer Mundo, escribe Pablo González Casanova, “los nuevos movimientos sociales y alternativos han descubierto mediante sus largas luchas y resistencias contra la hegemonía del capitalismo que no solo tienen que enfrentarse a las políticas de distribución del producto sino a las condiciones de producción, la estructura gubernamental dentro de una sociedad y el sistema de regulación internacional” (2017, 182).
En similar sentido afirman Nancy Frazer y Rachel Jaeggi, “los liberales adoptan un enfoque radical e igualitario distinto sobre cuestiones de justicia distributiva, pero suelen rehuir hablar de la propia economía. Hablan de lo que sale de la caja negra de la economía y de cómo distribuirlo, pero no dicen nada de lo que ocurre dentro de la caja, cómo funciona esta” (2018, p. 5). Lo que hay que hacer, más allá de establecer una metafísica de la “no-dignidad de la sociedad y de la universidad”, es entonces estudiar o investigar los problemas del mundo actual e intentar comprender las estructuras de la economía capitalista, sus contradicciones y posibilidades de emancipación, es decir: comprender cómo funciona la economía en su interior. El capitalismo no se despacha con la violencia pura y dura del tropel, así los encapuchados tropeleros se sientan tan valientes.
Tenemos así una serie de descripciones sociales y económicas que han realizado economistas y filósofos —Žižek, Frazer, Jaeggi y González Casanova—, las cuales permiten mostrar que la sociedad capitalista funciona mal y que debe ser cambiada, reformada o superada. Estos autores no proponen un cambio desde una sociedad desgraciada a una sociedad feliz. Proponen cambios en el capitalismo no mediante el salto al vacío que plantea la violencia absoluta, sino mediante la transformación del poder político instrumental y autoritario por un poder democrático en el cual los ciudadanos activos y participantes se dan protección y obediencia mediante la autoridad por ellos mismos fundada. Es muy fácil saltar en los sueños de un visionario de la no-dignidad de la sociedad a la sociedad emancipada con una capucha y una papa bomba en la mano. Es filosóficamente muy fácil glorificar el tropel. Pero la tarea de la universidad, de sus profesores y estudiantes es ir más allá de su presente, es decir la universidad tiene fines muy diferentes a los que propone la violencia del tropel.
La universidad es una lugar para la formación y el desarrollo del conocimiento científico y humanístico. La universidad tiene que ver con la educación en todos los niveles que comprende algo básico: la “formación para todos”, o la “alfabetización fundamental”, como la denominó George Steiner. La formación, dice este autor, debería comprender hoy: “la alfabetización en los números, en la música, en la arquitectura y en las ciencias de la vida”, de tal manera que el estudiante alfabetizado tenga la capacidad para participar en lo más desafiante y creativo que hay en nuestras sociedades y responder a ello. Armar bombas papas y manejar explosivos no es precisamente lo más creativo en lo que puede ser formado un estudiante en una universidad pública. Seguramente lo es en una academia militar, en las disidencias guerrilleras o en las filas del ELN. Defender o justificar el uso de armas como papas bomba y de cualquier tipo de explosivos en la universidad es un absurdo político en una sociedad que está desarrollando, con muchas dificultades, un proyecto de pacificación, el cual la ultraderecha también quiere destruir. La pregunta es por qué no se ha podido erradicar el tropel de la universidad pública que la mantiene atada a la violencia. La respuesta es porque autores como Andrés Saldarriaga y otros continúan buscando lugares absolutos: el comunismo, el paraíso terrenal, el estado de igualdad original, etcétera.
Lo que pretenden los defensores del tropel con esta justificación de la violencia en las universidades públicas es impedir la consolidación de una cultura política civilizada en la cual sean aseguradas las condiciones de una paz social, y en la que se instituya que el derecho y el discurso sean los únicos medios para solucionar los conflictos.
La universidad, en las dimensiones del conocimiento social y político, debe dar cuenta de los problemas del capitalismo actual y de cómo nos afectan. Pero no debe solamente nombrarlos. Debe investigar sus causas, establecer las relaciones causales entre los distintos fenómenos que producen por ejemplo la pobreza, la desigualdad, la injusticia, el desempleo, el desplazamiento tecnológico del trabajo que genera el capitalismo. En este sentido, la universidad debe estudiar y comprender el capitalismo, cosa que el mismo Marx hizo, y en lo que Žižek insiste cuando, apelando a la undécima tesis sobre Feuerbach, afirma que es necesario detenerse a pensar otra vez antes de querer transformar el mundo.
La universidad debe estudiar la guerra y las formas como el paramilitarismo y las guerrillas destruyeron las estructuras sociales y de producción del campesinado. Debe contribuir a la reconstrucción de la memoria que tantos quieren echar en el saco del olvido. Debe comprender el papel que han jugado las guerrillas en nuestra historia y entender lo que significa el acuerdo de paz con las FARC. Son muchas tareas académicas y de investigación que tiene ante sí la universidad pública, tareas frente a las cuales el tropel se queda mudo. En una frase perdida en su texto Saldarriaga escribe: “La razón, sin embargo, debería remontar la cadena causal y, tras reconocer las consecuencias de la violencia, ser capaz de arribar hasta sus causas y nombrarlas”. Esta frase extraviada, como de otro lugar, expresa exactamente la tarea académica y científica propia de la universidad: determinar mediante la razón la relación causal entre los hechos, sean estos del mundo natural o social. Frase que deja muy mal parada su tesis central, según la cual el tropel, como manifestación de energías revolucionarias, es parte de la universidad pública y debe ser parte de ella. Finalmente, la universidad “está obligada a conservar una cultura reflexiva y crítica que impida a los bárbaros poner el derecho en manos de un determinado líder” (Brandt, 2011, p. 202).

Notas

*Profesor Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia.

1 Publicado en Lanzas y Letras.