Letras como lanzas (que vienen de lejos y apuntan al futuro)
Cada 27 de noviembre se conmemora la vida de Uverney Quimbayo, fundador de Lanzas y Letras. Para reconstruir la historia de la revista fuimos tras las huellas perdidas: un viaje político y poético desde los tiempos de Roque Dalton y Otto René Castillo en El Salvador y Guatemala a la Colombia de hoy.
El lugar común lleva a afirmar que el legado de Uverney está más vivo que nunca. Pero más allá de la retórica, dan cuenta de ello los proyectos futuros. Lo que sigue es parte de un libro en preparación que será presentado en 2019, cuando Lanzas y Letras cumpla 25 años.
I.
Cárcel de Rivera, Huila, Colombia. 1992
Secreto de preso: Uverney nunca reveló el nombre de la persona que le llevó a la cárcel el libro que cambiaría su vida. Martha Lucía piensa que fue alguno de los profesores que lo visitaba. Resulta probable: en su entorno estaba la preocupación de que pudiera, aún en prisión, avanzar con sus estudios a distancia. El libro lleva sellos de la biblioteca de la Universidad Surcolombiana. Los registros de ese año ya no están, no podemos saber quién lo pidió prestado, o si la fuga del ejemplar en cuestión ya había ocurrido y el libro acumulaba otros pases de mano antes de llegar a la cárcel. Nos queda la curiosidad: ¿Por qué una antología poética de Otto René Castillo y no, por decir, de Pablo Neruda o Ernesto Cardenal?
Tal vez por el título del libro: Informe de una injusticia. Uverney, preso por el ejercicio de su liderazgo estudiantil, bien podía verse reflejado. Seguramente por el género literario: la poesía lo apasionaba, pero hasta entonces no había sabido de Otto René. Quizás la persona que eligió ese libro para llevarle intuyera que, además de la belleza lírica y la verba encendida del poeta, las ideas que Roque Dalton expresaba en el prólogo serían fundamentales para el joven estudiante de Lingüística y Literatura que pasaba sus peores días tras las rejas. De hecho, para Uverney, el texto introductorio del salvadoreño resultó tan potente como la obra misma que prologaba.
Ese libro le provocó un amor a primera vista. Sumado al que sentía por Martha Lucía, ambos enamoramientos darían sus frutos. “En la cárcel concebí mis dos sueños más queridos: Lanzas y Letras y Violeta del Mar”, solía decir. Es que, durante las visitas íntimas, su compañera quedó embarazada. “Al principio él quería que fuera varón, para ponerle Otto René, pero yo dije: será Violeta”, recuerda Martha Lucía. Los días de cárcel de Uverney fueron muy productivos, pese a todo.
Por aquellos años Colombia se debatía entre la novedad de la Constitución del 91 y la pervivencia del conflicto armado y la represión al movimiento social. Como resultado de los acuerdos que originaron la nueva Carta Magna se había desmovilizado el M-19, pero las otras guerrillas mantenían la desconfianza. Además, Pablo Escobar seguía haciendo de las suyas: a la fuga inverosímil de La Catedral —así se llamaba su cárcel— siguió la reanudación de la violencia sin norte ni límites que lo caracterizó. A esos factores coyunturales se sumaban las desgracias que el pueblo padecía desde siempre, provocadas por los mismos privilegiados de siempre. La lucha era la forma que encontraban los distintos sectores sociales para hacerse oír y defender sus derechos.
Durante 1992, solamente en el Huila, los maestros entraron en paro por la emergencia educativa; los trabajadores de la salud paralizaron 17 hospitales y 100 centros sanitarios; mujeres campesinas de Campoalegre tomaron el Instituto Colombiano de Reforma Agraria (Incora) en demanda de tierras; un paro agrario tuvo como objetivo que la Houston Oil Company brindara infraestructura a las comunidades e indemnizara a las víctimas de la represión; indígenas de Altamira, Pitalito, Palermo, Aipe y Hobo realizaron bloqueos de carreteras por la crisis cafetera; campesinos de Guadalupe tomaron la cabecera municipal; en Isnos y Palestina un paro agrario sumó entre los reclamos la denuncia de atentados contra el líderes campesinos de la región. Mientras tanto, en la Universidad Surcolombiana los estudiantes confrontaban el desfinanciamiento y las amenazas de privatización con una huelga de hambre.
En ese contexto se anunció la visita del presidente César Gaviria al Huila para el día 24 de abril: debía presidir una Cumbre de Gobernadores. Los estudiantes, que venían siendo ninguneados en sus protestas, aprovecharon la oportunidad. Con un gran tropel buscaron hacer ver al presidente que la Universidad estaba disconforme con la situación del país, del departamento y de su gobierno.
Uverney había tenido un paso fugaz por el movimiento social y político ¡A Luchar!, pero esa experiencia se había agotado un año antes; ahora concentraba toda su energía en la militancia estudiantil. Era representante al Consejo Superior Universitario y, como tal, uno de los promotores de las protestas. Lo detuvieron días después del tropel. Según la Fiscalía, además de su rol como organizador de los enfrentamientos con la policía, habría hecho disparos con un arma de fuego. Con el tiempo se demostró que la acusación era falsa, pero al principio alcanzó para cumplir lo que indica la doctrina contrainsurgente respecto al movimiento social: la presunción de que todo activista es prácticamente un guerrillero. Así, tuvo que enfrentar un proceso en el que terminó siendo merecedor de la acusación máxima: terrorismo. Ya por entonces en Colombia ser líder social era un delito.
Diez meses estuvo preso Uverney en el Huila, hasta que lo trasladaron a Bogotá para ser juzgado. A tono con la supuesta peligrosidad del reo, el Tribunal: debió enfrentar a la tenebrosa Justicia Sin Rostro.
Pero antes de eso, mientras pasaba los días en su celda en Rivera, estudió la obra de Otto René Castillo y se concentró en las palabras de Roque Dalton. Subrayó el prólogo de aquel libro con lápiz, tan suave que hoy el trazo resulta casi imperceptible. Marcó: “Otto René Castillo ejemplifica el más alto nivel de responsabilidad del intelectual revolucionario, del creador revolucionario, en la unidad del pensamiento y la práctica”. También: “Su poesía se nutrió del dolor de su pueblo y de su indoblegable esperanza”. Y más adelante: “Sus propios verdugos han testimoniado su entereza y su coraje ante el enemigo, el tormento y la muerte: murió como un indoblegable luchador revolucionario, sin ceder un ápice en el interrogatorio, reafirmando sus principios basados en el marxismo-leninismo, en su ferviente patriotismo guatemalteco e internacional, en su convencimiento de estar siguiendo —por sobre todos los riesgos y derrotas temporales— el único camino verdaderamente liberador para nuestros pueblos, el camino de la lucha armada popular”. Dalton destacaba también el período universitario de Otto René y, dentro de ello, la creación de la revista Lanzas y Letras. Resaltaba los por qué de una publicación así, coherente con el compromiso de aquella generación.
—Mira, he soñado, te quiero contar —le dijo Uverney a Martha Lucía aquel sábado por la mañana, durante la visita que ella realizaba como integrante del Comité de Presos Políticos. —Quiero escribir, quiero hacer una revista, te prometo que voy a hacerla apenas salga de acá.
—Está bien, Uver, sí… pero antes que nada debes terminar los estudios, retomar la Universidad —respondió ella, preocupada por la posibilidad de que la cárcel le hiciera perder la carrera.
Entonces él le habló del libro que estaba leyendo, y de aquel joven guatemalteco, poeta, perseguido, que se había comprometido hasta el final.
—No sabés las cosas tan verracas que dice Roque Dalton de él— le dijo a Martha Lucía.
Siguió contándole, verborrágico como sabía ponerse cada vez que un tema le apasionaba, que Otto René había hecho una revista muy importante para la difusión de la cultura y las ideas revolucionarias en su país, que eso mismo era lo que hacía falta en Colombia, y que eso quería hacer él; que a aquel joven poeta finalmente lo habían detenido cuando estaba en la guerrilla, y que había sido torturado hasta la muerte, y que era un revolucionario. Poeta y revolucionario, repitió.
Martha Lucía, que conocía a Uverney lo suficiente, supo lo que debía esperar de esa pasión:
—Hay mi Dios, ya me olfateo esto, nada va a detenerlo.
* * *
Veintidós años pasaron desde que Uverney salió de la cárcel hasta que un cáncer corroyó su cuerpo y lo dejó sin vida, en noviembre de 2015. Desde aquella promesa intramuros hasta sus últimos días, Lanzas y Letras fue su principal proyecto de vida, que alternó con su activismo social, político y sindical. Conformó equipo con sus compañeros y compañeras de estudio primero, con colegas y amistades de Neiva después, para finalmente diseñar una red de colaboradores en toda Colombia y algunos países de Latinoamérica. Se propuso un proyecto colectivo del que, sin embargo, siempre fue la columna vertebral.
Durante esos veintidós años solo supo de la mítica revista guatemalteca lo que Dalton explica en las primeras páginas de aquel libro revelador. Aunque buscó artículos y consultó otras fuentes, todo lo que se sabía o decía de la Lanzas primera eran refritos de aquellas palabras del salvadoreño.
El número 1 de la revista que dirigió Uverney vio la luz en noviembre de 1994. Fue una creación colectiva con epicentro en la Universidad Surcolombiana. Acompañaron al flamante director en la patriada Martha Lucía, estudiante de Artes, y otros de Lingüística y Literatura: Wilmar Andrade, Willam Cuéllar, Gloria González y Homer Sánchez; completó el equipo el profe Antonio Ardila. La nota editorial, escrita por Uverney, da cuenta de la inspiración del proyecto: “Lanzas y Letras nace en un comienzo de las entrañas de la lucha universitaria guatemalteca —1954—[nota: equivoca la fecha, fue en 1958] y termina siendo un espacio de debate, inquietudes, preguntas, sugerencias, esbozos de respuestas de índole nacional y mundial”. La posibilidad de elevar la vista hasta Centroamérica para hurgar en aquella revista primera dio ocasión a Uverney para seguir mirando más allá, en tiempo y geografía. Dice en el mismo texto editorial de la primera edición: “Desde esta perspectiva, nos proponemos recuperar el sentido nacional y continental de la lucha universitaria generada a partir de 1918 en Córdoba [Argentina]”.
La primera poesía que se publicó en la revista colombiana es de Gioconda Belli, una joven poeta aún poco conocida en los tempranos años 90. Martha Lucía había viajado a Nicaragua para ser parte de la brigada solidaria del café, en apoyo a la revolución sandinista, y había traído la novedad.
Que nunca te dé por sentirte
intelectual privilegiado cabeza de libro serrucho de conversaciones
mustio pensador adolorido.
(…) Ahora en el fondo de la tierra
emana electricidad para cargar tu canto
se desparraman los poemas en las caras sudorosas,
en las ávidas manos sosteniendo cartillas y lápices;
ahora no tienen más que cantar lo que te rodea,
al suave diapasón
de las ardientes voces
de la multitud. [1]
II.
Universidad de San Carlos, Guatemala, 1958
Sabían que estaban cumpliendo con el deber histórico de reimpulsar la resistencia a la dictadura. Lanzas y Letras nace en la Guatemala de finales de los 50 con esa fuerza mística, con cierto sentido de predestinación. Conscientes de la necesidad de su existencia, aquel puñado de estudiantes pasó horas a la par de los operarios de la imprenta, aprendiendo a montar los lingotes hirvientes salidos del linotipo en cajas de madera para componer cada página. Con la complicidad de los trabajadores, la revista se imprimía durante las noches: de esa forma, sin ocupar los turnos diurnos, abarataban costos.
Los muchachos de la facultad de Derecho y Ciencias Sociales habían disfrutado durante un tiempo algo parecido a la libertad. En 1945, por primera vez en su historia, Guatemala había tenido un gobierno popular presidido por el profesor Juan José Arévalo. Se le llamó Revolución: sus reformas no fueron socialistas, pero sí antiimperialistas. Después de Arévalo fue electo Jacobo Árbenz, otro nacionalista que avanzó los pasos de su antecesor y se animó a un poco más. Es conocido el desenlace: los EEUU promovieron su destitución en nombre del anticomunismo, pero más concretamente de los intereses de la United Fruit.
(Por esos días andaba por la ciudad de Guatemala un inquieto joven argentino a quien todavía llamaban Ernesto. También él escribía poemas, pretenciosos aunque de dudosa virtud —Ay, Guatemala / yo preparé mi sangre en batallones rojos / para regarla entera sobre la tierra santa. / ¡La conservo intacta / en mi purpúrea alcurnia de soldado ileso![2]—. Había quedado desencantado por la falta de resistencia de Árbenz. Las lecciones que extrajo del golpe tienen un paralelo con las conclusiones a las que iba llegando otro muchacho, cubano de nacimiento, estudiante de abogacía, que pocos años antes había visto estallar el Bogotazo en la capital colombiana. El argentino reflexionó sobre las limitaciones de los nacionalistas y el cubano —de apellidos Castro Ruz— sobre la violencia a la que estaban dispuestas las oligarquías apoyadas por los Estados Unidos; Guatemala y Colombia iluminaron la formación política de aquellos jóvenes poco propensos a afeitarse que irían a encabezar la revolución más determinante del siglo XX en toda Nuestra América. Juventud, vocación revolucionaria, exilio: al igual que Roque Dalton, Otto René y los demás, Fidel y el Che frecuentaban por aquellos años reuniones de exiliados donde se planificaban luchas épicas y regresos).
El golpe contra Arbenz cerró una década de primavera democrática, tal vez la única en la historia de Guatemala hasta nuestros días. Muchos partieron al exilio. Atentos a la situación cambiante en el país, en seguida se volcaron a planificar la vuelta.
Para 1958 José Antonio Tono Móbil y Roberto Díaz Castillo habían logrado regresar de Chile. Ambos habían sido dirigentes de la Asociación de Estudiantes Universitarios(AEU) hasta que se habían visto forzados a salir del país tras el golpe del 54. A su regreso se pusieron al hombro el desafío de gestar una publicación que fuera trinchera para la cultura de la resistencia. En seguida se les unió Otto René Castillo, de regreso de El Salvador. Su estadía forzada en el país hermano había resultado fructífera: a sus maduros 24 años ya había ganado dos veces el Torneo Centroamericano de Poesía, la segunda vez conjuntamente con su amigo, un año menor que él, Roque Dalton.
—Miren aquí, en este capítulo de El Quijote: “dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las armas” … Armas, combate; letras, orientación cultural. “Armas y Letras”, ya tenemos nombre —propuso Antonio Fernández Izaguirre, Tonfer, otro de los integrantes del equipo promotor de la revista; había estado exiliado en la Cuba pre-revolucionaria y la combatividad le emanaba por los poros.
—Nos van a clausurar antes de salir de imprenta —respondió Tono, más reflexivo. —En este país cualquier mención a las armas, por más literaria que sea, alcanza para ponerlo a uno frente a ellas. Debemos ser más sutiles… ¡Lanzas! Lanzas y Letras es menos directo y mantiene el mismo espíritu —concluyó.
No les costó ponerse de acuerdo. El nombre consensuado se adecuaba mejor a la idea de que el mensuario, una vez dados sus primeros pasos firmes, excediera el ámbito exclusivo de la Universidad.
Y así resultó. Pasaron por sus páginas fundamentales referentes de la política, las letras y la cultura. Para el primer aniversario, el reconocido escritor Augusto Monterroso les dedicó elogiosas palabras:
“El hecho de que una publicación como Lanzas y Letras —que representa hoy en Hispanoamérica lo mejor y lo más vivo con que cuenta muestra patria— alcance los doce números, equivalentes a un año de lucha en medio de condiciones adversas y vejatorias y humillantes, merece el admirado reconocimiento de los que en una forma u otra no pierden la esperanza ni la vergüenza”.
En las páginas de la revista se dieron a conocer textos de Pablo Neruda, César Vallejo y Gabriela Mistral. La edición número 12 dio cuenta de cierta repercusión internacional: publicó saludos recibidos desde México, Chile y Puerto Rico. “Lanzas y Letras es un arado que parte la tierra oscura para hacer cosechas venideras”, escribió para esa edición otro de los grandes de entonces, el poeta Luis Cardoza y Aragón.
Tono fungió como director. Para él Lanzas fue “una preciosidad, uno de los órganos periodísticos más prestigiosos de América Latina”.
Roque Dalton no pudo ser parte directa del proyecto, aunque estuvo en contacto desde el principio. La relación se proyectó más allá de su amistad con Otto René. En 1959 Ricardo Rosales, en nombre de Lanzas y Letras, estuvo de visita en la casa del poeta, en San Salvador. De allí surgió la idea de retribuir la invitación y organizar un segundo encuentro, esta vez en la Universidad San Carlos. La iniciativa se malogró en marzo de 1960, cuando Roque fue detenido en el aeropuerto internacional La Aurora de Guatemala y expulsado del país. Había sido invitado a un festival de Arte y Cultura, pero el gobierno de Ydígoras le impidió la entrada. (Una anécdota prácticamente desconocida otorga a Lanzas y Letras un rol fundamental en la preservación de unos poemas inéditos de Dalton, que al momento de la detención corrieron riesgo de perderse a manos de la policía ; esa y otras historias reconstruimos en las páginas que siguen).
La valoración que tuvo Roque de la revista quedó plasmada en el texto titulado “Otto René Castillo, su ejemplo y nuestra responsabilidad”, que se publicó como prólogo de la antología del poeta guatemalteco que medio siglo después llegaría a la cárcel del Huila en Colombia. Sobre el contexto y el sentido de la primera Lanzas, Dalton rememora:
“[Otto René Castillo] Se inscribe en la Facultad de Derecho, que había sido uno de los pocos baluartes de la resistencia. Ahí se da a la tarea que impone el momento: reagruparse, buscar nuevas formas organizativas, crearlas y hasta inventarlas. Así surgió, en el seno de aquella Facultad universitaria, como la primera expresión coherente de la cultura combatiente de Guatemala desde 1954, la revista mensual (de cuyo Comité de Redacción Otto René Castillo formó parte) Lanzas y Letras. (…) [La revista] muy pronto sobrepasó los límites que sus fundadores se habían planteado. Concebida originalmente como órgano cultural estudiantil, sus páginas fueron de inmediato invadidas por todas las voces del presente nacional y mundial, pasando a ser una fuente viva de inquietudes, sugerencias, preguntas, esbozos de respuestas. (…) La labor de esta publicación fue importantísima en esa etapa y trascendió hasta los países vecinos de América Central”.
Tras el prólogo, los poemas de Otto René. “Patria, mi amor”, inicia la antología.
Sea
siempre mi amor
tu compañía.
Que
nunca falte mi amor
en tus cimientos.
Álzate
firme sobre
él,
patria,
con tus descalzos pies,
llenos de lodo y de caminos!
III.
El lenguaje del alma al sol
Uverney no conoció los ejemplares de la revista guatemalteca, aunque sí estudió la obra de Dalton y Otto René. Lo sedujo la amalgama de poesía e ideas revolucionarias de aquella Generación Comprometida, como se dio en llamar a la camada de poetas e intelectuales que desde El Salvador rompieron con la tradición centroamericana de las letras, buscando hacer carne la sentencia de Miguel Ángel Asturias: “el poeta es una conducta moral”. Uverney volvería sobre aquella frase reiteradas veces, no solo cuando escribió sobre Roque y Castillo, también en distintos artículos sobre literatura y política.
Para Uverney la apelación a la conducta moral no se limitaba al poeta: los intelectuales, los militantes por el cambio social y toda persona de bien debía expresar en su vida una conducta moral. Esa idea, que veía reflejada en Dalton y Otto René, fue una referencia ideológica que inmediatamente emparentó con otras dos figuras por fuera de las letras: Camilo Torres y el Che. Conducta moral era, también, el amor eficaz que había predicado el sacerdote vuelto guerrillero, o la sentencia guevarista que invitaba a “sentir cualquier injusticia como propia”.
Si en Colombia no habíamos conocido de primera mano la revista de los jóvenes poetas y literatos combativos de Guatemala, allá, en cambio, sí hubo entre los sobrevivientes de aquella historia quien se enteró del impensado eco colombiano. Tono Móbil, impulsor junto a Otto René y los demás de la Lanzas original, descubrió la edición colombiana en 2012:
En el recuadro de la computadora aparece, ante mi asombro, un nombre sorprendente: Lanzas y Letras; no puedo creerlo, pero está allí, nítido, brillante. ¿Será que germinó la semilla? (…) El asombro inicial se transforma en alegría cuando recuerdo que hace más de 50 años, bajo la sombra de una dictadura, allá por los años cincuenta del siglo pasado, un grupo de estudiantes jóvenes fundamos en Guatemala una revista mensual con el mismo nombre.
Sin embargo, Tono debió esperar algunos años más para tener en sus manos, sopesar, saborear el papel de la revista que, 24 años después de su número 1 en el Huila, aún sigue circulando por universidades, centros sociales de Colombia y más allá.
* * *
La historia de la Lanzas colombiana no es tan distinta de la de otras publicaciones contrahegemónicas, alternativas, para las cuales el factor económico es siempre una dificultad. (“Irremediables penurias financieras las de Lanzas y Letras. Nadie devengó jamás un centavo” … La descripción se ajusta a la revista nacida en Huila, pero, coincidencias que son constancias: se trata de palabras de Roberto Díaz Castillo sobre las dificultades para imprimir la Lanzas guatemalteca, siete décadas atrás).
Aun así, la proximidad de los 25 años de nuestra edición número 1 nos motiva: son contados con los dedos de una mano los proyectos similares que, en Colombia y el resto de América Latina, logran tal continuidad. A esa motivación sumamos una decisión: iríamos tras las huellas perdidas de los ancestros de nuestro proyecto, a buscar en Centroamérica las ediciones originales, a las raíces de esta historia.
La ciudad de Guatemala (taciturna y fría, al decir de Dalton) condensa la contradicción nodal que resulta común a todos los pueblos de Nuestra América: desdén, abandono y políticas de olvido por parte de los dueños del poder y de la Historia y, a la vez, pujanza de la resistencia y la memoria obturada por las grietas que se van abriendo, persistentes, a veces imperceptibles. Visitar el Museo Nacional de Arqueología y Etnología, por caso, deja una impresión lamentable: condensa en unas galerías descuidadas el relato gris, unilateral, de los vencedores. Toda la historia de Centroamérica se reduce allí a una secuencia insulsa de gobernantes portadores de presuntas hazañas racistas y clasistas, tan aburridas, además. Como contracara, otra paradoja latinoamericana: el bastión más visible de la memoria proviene, en este caso, de una institución que ha sabido estar en las dos orillas de la tragedia continental. La Catedral, el principal templo de la Iglesia Católica, es el sitio donde pueden leerse grabados en sus columnas los nombres de centenares de víctimas tomados del informe de la Comisión de Esclarecimiento Histórico que documentó 200.000 muertos y desaparecidos, más del 90% responsabilidad del terrorismo de Estado.
Esa institucionalización de la memoria no abarca, sin embargo, las identidades de la resistencia. Las organizaciones campesinas, sindicales, guerrilleras, y los proyectos sociales y culturales que desafiaron la barbarie y apostaron por la justicia deberán buscar sus propias formas de hacerse ver, de existir aun cuando ya no existan: legarse para las futuras generaciones.
La mítica Lanzas y Letras de los poetas y literatos comprometidos, en ese contexto, no existe en la Guatemala gris del siglo XXI. Profesores de literatura, libreros de viejo y bibliotecarios desconocen su existencia. Pero nos empecinamos en la búsqueda.
Nuestro primer destino fue la Universidad de San Carlos, donde aquellos estudiantes rebeldes fundaron el proyecto original. Allí, en la sede de la facultad de Derecho y Ciencias Sociales donde todo ocurrió, no quedan mayores rastros. De la visita nos trajimos, sin embargo, la primera pista firme: en la otra punta de la ciudad, perdida en la Zona 3, está la biblioteca César Brañas, algo olvidada pero aún dependiente de la Universidad.
Descubrimos que allí mantienen la colección original, encuadernada cual si se tratara de delicados papiros. Primera emoción. Ojeamos con delicadeza el libraco que contenía las ediciones originales, pero el impedimento de tomar fotografías o registros de aquellas páginas nos dejó insatisfechos. “Deberías buscar a Tono Móbil, él estuvo en la revista desde el principio”, nos orientó Raúl Figueroa Sarti, responsable de la editorial F&G y editor del único libro de Otto René Castillo que se consigue en el país, Vamos Patria a caminar.
Habíamos leído sobre Tono, pero, dadas las circunstancias históricas que rodearon a aquella generación y las décadas transcurridas, dudábamos de que alguno de los protagonistas de esta historia estuviera aún con vida.
“No me hables de usted, tuteémonos como viejos amigos que somos, ya tenemos más de 15 minutos de estar conversando”, nos intimó, ágil para romper el hielo. A sus 88 años el hombre mantiene una chispa envidiable. Se le nota la impronta de aquellos años de rebeldía estudiantil, la latencia de aquellas aventuras, los aprendizajes de una bohemia que se curtió a la fuerza, sorteando represiones y crímenes de Estado. Además de contarnos sobre los vínculos que mantiene con las y los jóvenes que en la actualidad conducen la Asociación Estudiantil, Tono puso sobre la mesa el tesoro más preciado: la colección completa de la Lanzas original.
Así fue como logramos integrar, ahora sí, ambas historias. Guatemala y Colombia. La Universidad de San Carlos y la Surcolombiana. Otto René Castillo y Uverney. Los estudiantes, el pensamiento crítico, la poesía, las ansias de justicia y revolución social, allá y acá.
Intuimos que del cruce saldrán chispas. Y saldrá futuro.
¿O acaso las nuevas generaciones de estudiantes no tendrán siempre, en cualquier rincón de América Latina, la necesidad de afilar sus lanzas, aguzar sus letras?
¿Acaso no resurgió, cada vez en la historia larga, lo que parecía olvidado, cosa del pasado?
¿No es ahora más urgente que nunca, ante el panorama desolador que se abre en Nuestra América, agitar el pensamiento crítico y convocar a la poesía (perdóname por haberte ayudado a comprender/ que no estás hecha solo de palabras[3]), es decir, a la resistencia?
Lanzas y Letras es un nombre hermoso que condensa lirismo, compromiso, historia. Resurgió una vez y aquí anda, por cumplir su nuevo cuarto de siglo. Podría incluso refundarse una, dos, cien veces más. O no. Tal vez sean otros los nombres que identifiquen a los nuevos proyectos. Otros los formatos.
Más allá de eso, hay un compromiso de continuidad que se ha vuelto para nosotros y nosotras una conducta moral.
—Llevamos ya 70 años en que las escuelas públicas, los periódicos del sistema, los medios de comunicación, nos dicen “hay que ver para adelante, el pasado quedó atrás y no sirve para nada volver atrás” —nos cuenta, con amargura, Tono Móbil en su despacho, cuando le preguntamos por qué se sabe tan poco de Lanzas y Letras en Guatemala.
—Nuestra primera tarea es combatir con todas nuestras fuerzas el olvido, y para hacerlo tenemos la memoria —escribió alguna vez Uverney, aceptando el reto. Los fundadores de ambas revistas no se conocieron, pero sus diálogos son tan probables, certeros, que resulta imposible no escuchar.
Este libro es un homenaje a quienes forjaron estas historias, pero, sobre todo, una invitación al futuro, a quienes vengan de ahora en más. Siguen siendo urgentes nuevas luchas por la justicia y la belleza, luchas que, al igual que el amor, (otra vez Uverney):
(…) no conoce
de cansancios ni de cédulas caducas
ni de tratados eruditos
ni de diamantinos aros
ni de modernos carruajes
ni mucho menos de rostros mancillados por la vanidad.
Tan solo conoce el lenguaje
del alma al sol[4]
– – –
1. Gioconda Belli, “Obligaciones del poeta” (fragmento)
2. Ernesto Guevara, “Una lágrima por tí” (fragmento), septiembre de 1954
3. Roque Dalton, “Arte-poética” (fragmento), 1974
4. Uverney Quimbayo. Poema sin título. Publicado por primera vez en Lanzas y Letras N° 32, mayo 2017