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La derecha sangra por la herida de la memoria

Con motivo de la entrega del informe “Memorias de la Universidad Nacional en el Conflicto Armado (1958-2018)” hablamos con el reconocido historiador Mauricio Archila acerca de las batallas de la memoria, la historia desde abajo y la actual coyuntura del país. 

En medio de una coyuntura como la que enfrenta el país, de grandes transformaciones, de retos globales, ¿para qué cree usted que sirve la Historia? 

Bueno, digamos que una utilidad inmediata no la hay, por lo menos no del mismo tenor que se pueda hablar de la ingeniería, de las ciencias naturales o, incluso, de la economía y la sociología. La historia es un pensamiento crítico sobre el pasado, que no tiene necesariamente una utilidad inmediata. Ahora bien, forja la memoria de una nación, de los pueblos y, como dice Hobsbawm en Sobre la Historia, puede ser utilizada con fines de legitimación de proyectos fascistas y nacionalistas, y claro, él se refería a todas esas guerras civiles en la ex-Yugoslavia y en la URSS, montadas sobre mitos supuestamente históricos. 

Pero también sirve para forjar una cultura más tolerante, más orgullosa de su pasado, juega mucho con lo que es la consciencia, la memoria y la cultura de una sociedad. Se dice que los pueblos que no tienen consciencia sobre su historia están condenadas a repetirla, bueno, todas esas frases un poco de cajón que terminan siendo ciertas. En ese sentido, la Historia sigue siendo un pensamiento crítico para entender el pasado y, de alguna manera, nos ubica en el presente proyectando un futuro distinto.

¿Por qué distinguimos entre memoria e Historia para hablar, por ejemplo, de lo que ha ocurrido en la Universidad Nacional en el conflicto armado?

Memoria e Historia son dos procesos distintos pero que se conectan mucho. De alguna manera, el origen o la madre —como lo dice Ricoeur y muchos otros— de la Historia es la memoria. La Historia es un ejercicio disciplinar y académico, que labra conocimiento a partir de memorias escritas y memorias orales. La memoria, por su parte, es algo vivo, cambiante, que significa traer el pasado al presente, no como un acto reflejo, sino como un trabajo. Por eso, Elizabeth Jelin tiene razón al decir que las labores y los trabajos de la memoria no son  un acto reflexivo de asociación mecánica, en donde uno dice: “yo ya pasé por acá”, son una elaboración del pasado traída al presente, que aunque hayan memorias colectivas, siempre serán subjetivas. En últimas, es la base de la reflexión histórica, es cambiante y no es única, depende de las tradiciones, las escuelas, las opciones ético-políticas y la interpretación. 

Ahora, ¿por qué hablar de memoria y no de Historia? Porque la apuesta, referente al informe sobre las Memorias de la Universidad Nacional de Colombia en el conflicto armado (1958-2018), más que elaborar algo definitivo, fue tratar de estimular, sin mucho éxito por la pandemia y nuestras limitaciones, las memorias plurales. Nos hubiera encantado estimular mucho más esas memorias, sobre todo en las distintas sedes de la Universidad, porque en Bogotá la oportunidad de hacer entrevistas fue más asequible que en los trabajos que pensábamos hacer en otras sedes, especialmente en la de Medellín.

Respecto a lo que venías mencionando, recientemente tuvimos el caso de Andrés Camilo, el compañero que está desaparecido, de quien unos estudiantes cercanos y familiares elaboraron un mural en acto de solidaridad, valor y empatía, el cual fue borrado por la administración. Sobre esto, ¿qué papel entraría a jugar la construcción de la historia desde abajo y la producción desde lo gráfico?

Bueno, son cosas distintas. La “historia desde abajo”, o como ahora también es llamada la “historia subalterna”, lo que busca es indagar nuevas dimensiones del pasado, nuevos actores y actrices. Esa es un poco la idea fundamental y eso era también un poco lo que pretendíamos con el informe. Ahora, la parte visual apunta mucho también a la construcción de memoria, sin duda puede ser un insumo para la Historia. Aporta sobre todo a la memoria porque, de alguna manera, plasma gráficamente una cara, un episodio, para que no se olvide. El tema es que eso tiene que recrearse, resignificarse, porque se puede ir convirtiendo en parte del paisaje, como lo que se menciona de la placa de Carlos Bravo en la Sede Medellín. En Bogotá, por ejemplo, uno encuentra una placa de un estudiante caído y la gente no sabe qué pasó, no sabe por qué está el nombre de él o ella ahí. 

Es una labor muy importante lo que plantea de resignificar las memorias, y es un trabajo en el que las organizaciones estudiantiles tienen que hacer especial hincapié. Ahora bien, una vez entregado el informe final de la Comisión de la Verdad, ¿qué otras memorias se deberían rescatar y construir en nuestro país, es decir, hacia dónde deberían orientarse las nuevas miradas?

Buena pregunta, yo creo que los trabajos de la Comisión de la Verdad fueron algo importante. Aunque no hubo historiadores profesionales —que no es algo fundamental— hicieron un trabajo de memoria histórica. Yo diría que, de alguna manera, hay que continuar ese trabajo críticamente. Yo no estoy llamando a que se acepte lo que dijo la Comisión de la Verdad literalmente. Yo he leído parte de la producción, alrededor del 20% o 30%, he leído cinco volúmenes, y hay elementos discutibles y criticables como en toda reconstrucción. Pero, diríamos que sobre todo las recomendaciones, los planteamientos centrales, lo que llaman ellos “los hallazgos”, valdría la pena continuarlos. 

El ministro de educación ha dicho que pretende hacer toda una difusión del informe en las escuelas. Por ese lado, digamos, habría que hacer una difusión crítica y creativa. No se trata simplemente de coger el informe y presentarlo, sino, de desarrollarlo dentro de las particularidades, por ejemplo, de la universidad, de la ciudad, del barrio o de la zona en la que se presente. 

Yo creo que otro elemento que ya lo hemos mencionado es resignificar los lugares de la memoria en nuestros campus. Luego en las comunas, en los sitios públicos, en los parques, pero empezar por los campus sería un trabajo muy interesante. Algo así como lo que ustedes hicieron con las dos compañeras (Paula y Magaly). Saber lo que ocurrió, hacer talleres, etcétera. Eso lo hacían en Bogotá “Memoria y Palabra”, un grupo de estudiantes de Historia, mujeres sobre todo, y luego Archivos del Búho. Estos últimos se concentraron mucho en mayo del 84, tienen un libro al respecto. De hecho, por acá estuvo Rodrigo Torrejano que es el coordinador de este proyecto. 

Lo otro es que como la violencia sigue es importante seguir documentando estos casos. Hay organizaciones de derechos humanos, ONG, incluso cierta institucionalidad. Pero hay que alimentar críticamente desde la base. No basta con el padre Giraldo, el CINEP o que la vicepresidencia tenga un Centro de Seguimiento de las violaciones a derechos humanos, sobre todo cuando lo casos son cercanos, por ejemplo el caso del compañero desaparecido (Andrés Camilo Peláez Yepes) es importante ilustrarlo porque si no pues puede ir cayendo en el olvido. Desafortunadamente, en la medida en que el conflicto subsista, vamos a tener que generar memorias hacia el futuro.

Y terminaría con una cosa interesante, importante también, y es que las memorias no son solamente las víctimas y las victimizaciones, también son las resistencias, los logros y las luchas. Es algo que debe tener relevancia, porque si nos quedamos un poco como en el mundo de la victimización, podemos caer en un cierto pesimismo que no es justo con todo lo que ha ocurrido, han habido logros y hay que resaltarlos también. 

Por último, después de la publicación del informe de la Comisión de la Verdad algunos liderazgos de la derecha se mostraron inconformes con el resultado final. ¿Cómo lee esta batalla política por el relato que deja la Comisión? 

Claramente el informe iba a ocasionar disputa. No se si saben, pero el libro de La Violencia en Colombia de monseñor Guzmán, Fals Borda y Umaña Luna, en su momento levantó una gran polémica porque de alguna manera exponía públicamente todo lo que había sido el papel de los partidos en La Violencia. Bueno, han habido momentos en los que ciertos textos, por decirlo así, “académicos”, han levantado polémica. Así, sobre los años ochenta y noventa, unos textos escolares de Rodolfo de Roux y de Salomón Kalmanovitz, en su época izquierdistas, también provocaron mucho alboroto. También una cartillas divulgativas que sacó en su momento La Oveja Negra, que era en ese momento una verdadera oveja negra (luego se convirtió en una editorial de otro carácter), provocaron mucha discusión con la academia de Historia. Es decir, han habido momentos en donde la memoria se disputa más, porque siempre es disputada, es decir, es la metáfora de una esfera de cristal o una estatua o cualquier objeto. Yo lo veo de un lado y es así, tú lo ves de un lado y es así, de cierta manera todos tenemos razón, entonces siempre va a haber disputa, siempre la memoria va a ser limitada. 

Pero más allá de eso, creo que se están refiriendo al significado ético y político que quieren dar. Aunque la Comisión insistía en que no tenía una postura militante, ni nada de esas cosas, era evidente que tenía una sensibilidad grande con las víctimas, en general creo que con todas las víctimas, no solo con las del Estado, también con las de las FARC. Eso permitió que el informe tuviera unos componentes de denuncia muy fuertes contra el Estado, su institucionalidad, las fuerzas armadas. Se dejó claro que no fue una cuestión de manzanas podridas, sino que hubo momentos en que fue un fenómeno sistemático como política explícita. 

El informe también es crítico con la insurgencia, con la guerrilla y otros actores. Entonces la polémica era esperable. La derecha respira por la herida, ponen sus dedos en las llagas y hay unas preguntas que creo que deberían seguir buscando respuesta. ¿Por qué ocurrió lo que ocurrió? ¿Y por qué no reaccionamos? Tal vez ahí hay un poco de voluntarismo. Dice el padre Pacho, a quien conozco hace años, y la pregunta es muy difícil de responder: ¿Qué estábamos haciendo los colombianos cuando pasó esto? Es cierto que no todo el mundo se quedó viendo el noticiero en su casa. Hubo muchos estudiantes que salieron, algunos no tan radicales o no tan consecuentes en algún momento protestamos, trabajamos en ONG, escribimos historias desde abajo, etcétera. Es decir, que no es que todo el pueblo colombiano se haya quedado totalmente insensible. La pregunta sería: ¿cómo podemos soportar esto? Y de alguna manera ¿cómo podemos evitarlo hacia el futuro?

Yo creo que el cambio de gobierno puede ser una puerta, no quiero ser un iluso pensando en que allí estará el cambio radical. Pero puede ser un buen camino para comenzar un buen proceso en el que la gente se involucre más en entender qué fue lo que pasó, yo insisto mucho en eso. Ahora bien, no es algo mágico, no es que por entender qué fue lo que pasó se transformen las cosas. Porque además ese entendimiento va a ser disputado, es muy complicado, hay que seguir trabajándolo. Creo que el momento del informe es un momento bueno para pensar qué fue lo que ocurrió en Colombia y cuál fue nuestra participación o no. Así fuera desde el silencio, yo creo que es una pregunta legítima, hay que trabajarle a la respuesta y seguir construyendo esas memorias.