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La Comuna reflejada en Lenin

A 153 años de su nacimiento, compartimos los siguientes textos escritos por Lenin sobre la Comuna de París, publicados en los años 1908 y 1911. Estas interpretaciones de la Comuna, dada la centralidad y radicalidad de su pensamiento, pretendían ser herramientas exclusivas para sacudir los cuerpos y las conciencias de las y los obreros. Orientado por el fracaso de 1905, Lenin escribió con la esperanza de redimir toda derrota pasada, incluyendo la de la Comuna: “El tronar de los cañones de París ha despertado de su sueño profundo a las capas más atrasadas del proletariado y ha dado en todas partes un impulso a la propaganda socialista revolucionaria. Por eso no ha muerto la causa de la Comuna, por eso sigue viviendo hasta hoy día en cada uno de nosotros”.

Ninguna revolución empieza desde un punto cero. Si las personas –siguiendo a Marx– no pueden hacer la historia bajo su libre arbitrio, bajo situaciones de su elección, sino bajo las circunstancias en las que se encuentran y que son erguidas por el pasado, son, entonces, las personas y también los fantasmas de su pasado, quienes pueden cambiar la historia –o quienes la están cambiando incesantemente–. La posibilidad de empezar desde un punto cero es, a su vez, la posibilidad de empezar de un punto neutro, inmóvil, muerto. Como consecuencia, la historia quedaría nada más en manos de unos pocos, despojando toda esperanza de construir un mundo más justo. Pero la historia no es fija ni neutral.

Lenin, en los siguientes textos, rescató las enseñanzas y la memoria de la Comuna como historia viva que aún está por hacerse, como historia magistra vitae. Toda la fuerza del pasado se ve reflejada en la astucia y osadía de uno de los líderes más notables de la revolución de octubre, y quien también ha sido, sin duda, uno de los más influyentes de la historia reciente. Las que fueron sus preocupaciones son también nuestras preocupaciones, y los que fueron sus aprendizajes, aciertos y errores, son nuestros aprendizajes y los de la revolución social: “No importa que estas dos magníficas sublevaciones de la clase obrera hayan sido aplastadas. Vendrá una nueva sublevación ante la cual serán las fuerzas de los enemigos del proletariado las que resultarán débiles. Ella dará la victoria completa al proletariado socialista”.

*Los siguientes escritos son tomados de Acerca del Movimiento Comunista Internacional, Editorial Progreso, y marxist.org.

Las enseñanzas de la Comuna (1908)[1]

Después del golpe de Estado que puso remate a la revolución de 1848, Francia cayó durante 18 años bajo el yugo del régimen napoleónico, que llevó al país no solo a la ruina económica, sino también a una humillación nacional. Al sublevarse contra el viejo régimen, el proletariado asumió dos tareas, una nacional y la otra de clase: liberar a Francia de la invasión alemana y liberar del capitalismo a los obreros mediante el socialismo. Esta combinación de las dos tareas constituye el raso más peculiar de la Comuna.

La burguesía formó entonces el “gobierno de la defensa nacional”, bajo cuya dirección tenía que luchar el proletariado por la independencia de toda la nación. Se trataba, en realidad de un gobierno “de la traición nacional”, el cual consideraba que su misión consistía en luchar contra el proletariado parisiense. Pero el proletariado, cegado por las ilusiones patrióticas, no se daba cuenta de ello. La idea patriótica arrancaba de la Gran Revolución del siglo XVIII; ella se apodero de los cerebros de los socialistas de la Comuna, y Blanqui, por ejemplo, que era sin duda alguna un revolucionario y un ferviente partidario del socialismo, no hallo para su periódico mejor título que el angustioso grito burgués: “¡La Patria está en peligro!”.

La conjugación de estas tareas contradictorias –el patriotismo y el socialismo– constituyó el error fatal de los socialistas franceses. En el Manifiesto de la Internacional, en septiembre de 1870, Marx puso ya en guardia al proletariado francés contra el peligro de dejarse llevar del entusiasmo por una falsa idea nacional[2]. Profundos cambios se habían operado desde los tiempos de la Gran Revolución; las contradicciones de clase se habían agudizado, y si entonces la lucha contra la reacción de toda Europa unía a toda la nación revolucionaria, ahora el proletariado ya no podía fundir sus intereses con los intereses de otras clases, que le eran hostiles; la burguesía debía cargar con la responsabilidad de la humillación nacional; la misión del proletariado era luchar por la emancipación socialista del trabajo frente al yugo de la burguesía.

Y, en efecto, no tardo en asomar el verdadero fondo del “patriotismo burgués”. Después de concertar una paz vergonzosa con los prusianos, el gobierno de Versalles procedió a cumplir su tarea inmediata y realizó su incursión contra el armamento –terrorífico para él– del proletariado parisiense. Los obreros respondieron proclamando la Comuna y declarando la guerra civil.

A pesar de que el proletariado socialista estaba dividido en numerosas sectas, la Comuna fue un ejemplo brillante de la unanimidad con la que el proletariado supo cumplir las tareas democráticas que la burguesía solo sabía proclamar. Sin ninguna legislación complicada, con toda sencillez, el proletariado, que había conquistado el poder, llevó a cabo la democratización del régimen social, suprimió la burocracia y estableció la elección de los funcionarios por el pueblo.

Pero dos errores malograron los frutos de la brillante victoria. El proletariado se detuvo a mitad del camino: en lugar de proceder a la “expropiación de los expropiadores”, se puso a soñar con la entronización de la justicia suprema en un país unido por una tarea común a toda la nación; no se apoderó de instituciones como, por ejemplo, el banco; las teorías de los proudhonistas del “justo cambio”, etc., dominaban aun entre los socialistas. El segundo error consistió en la excesiva magnanimidad del proletariado: en lugar de exterminar a sus enemigos, que era lo que debía haber hecho, trató de influir moralmente sobre ellos, despreció la importancia que en la guerra civil tienen las acciones puramente militares y, en vez de coronar su victoria en Paris con una ofensiva resuelta sobre Versalles, dio largas al tiempo y permitió que el gobierno de Versalles reuniese las fuerzas tenebrosas y se preparase para la semana sangrienta de mayo.

Más, pese a todos sus errores, la Comuna constituye un magno ejemplo del más importante movimiento proletario del siglo XIX. Marx concedió un gran valor al alcance histórico de la Comuna: si cuando la pandilla de Versalles efectuó su traicionera incursión para apoderarse de las armas del proletariado parisiense, los obreros se las hubiesen dejado arrebatar sin lucha, la funesta desmoralización que semejante debilidad hubiera sembrado en las filas del movimiento proletario habría sido muchísimo más grave que el daño ocasionado por las pérdidas que sufrió la clase obrera al luchar en defensa de sus armas[3]. Por grandes que hayan sido las pérdidas de la Comuna, la significación de esta para la lucha general del proletariado las ha compensado: la Comuna puso en conmoción el movimiento socialista de Europa, mostró la fuerza de la guerra civil, disipó las ilusiones patrióticas y acabó con la fe ingenua en los anhelos nacionales de la burguesía. La Comuna enseño al proletariado europeo a plantear, en forma concreta, las taras de la revolución socialista.

El proletariado no olvidara la lección recibida. La clase obrera la aprovechará, como ya la ha aprovechado en Rusia durante la insurrección de diciembre.

La época que precedió a la revolución y la preparó tiene cierta semejanza con la época del yugo napoleónico en Francia. También, en Rusia, la camarilla autocrática llevo al país a los horrores de la ruina económica y de la humillación nacional. Pero la revolución no pudo estallar durante mucho tiempo, hasta que el desarrollo social creó las condiciones precisas para un movimiento de masas. Pese a todo su heroísmo, los ataques aislados al gobierno durante el periodo prerrevolucionario se estrellaban contra la indiferencia de las masas populares. Tan solo la socialdemocracia, con un trabajo perseverante y metódico, logró educar a las masas hasta hacerlas llegar a las formas superiores de la lucha: las acciones de masas y la guerra civil con las armas en la mano.

La socialdemocracia supo acabar con los errores “nacionales” y “patrióticos” del joven proletariado, y cuando se logró arrancar al Zar el manifiesto del 17 de octubre[4], en lo que ella participo directamente, el proletariado comenzó a prepararse enérgicamente para la siguiente e inevitable etapa de la revolución: la insurrección armada. Libre de las ilusiones “nacionales”, fue concentrando sus fuerzas de clase en sus organizaciones de masa: los Soviets de diputados obreros y soldados, etc. Y pese a la gran diferencia que había entre los objetivos y las tareas de la revolución rusa y los de la francesa de 1871, el proletariado ruso hubo de recurrir al mismo método de lucha que la Comuna de Paris había sido la primera en utilizar: la guerra civil. Teniendo presente sus enseñanzas, sabía que el proletariado no debe despreciar los métodos pacíficos de lucha, que sirven a sus intereses corrientes de cada día y son indispensables en el periodo preparatorio de las revoluciones. Pero el proletariado jamás debe olvidar que, en determinadas condiciones, la lucha de clases adopta la forma de lucha armada y de guerra civil; hay momentos en que los intereses del proletariado exigen un exterminio implacable de los enemigos en combates a campo abierto. El proletariado francés lo demostró por primera vez en la Comuna y el proletariado ruso le dio una brillante confirmación en el alzamiento de diciembre.

No importa que estas dos magníficas sublevaciones de la clase obrera hayan sido aplastadas. Vendrá una nueva sublevación ante la cual serán las fuerzas de los enemigos del proletariado las que resultarán débiles. Ella dará la victoria completa al proletariado socialista.

 

En memoria de la Comuna (1911)[5]

Han pasado cuarenta años desde la proclamación de la Comuna de París. Según la costumbre establecida, el proletariado francés honró con mítines y manifestaciones la memoria de los hombres de la revolución del 18 de marzo de 1871. A finales de mayo volverá a llevar coronas de flores a las tumbas de los communards fusilados, víctimas de la terrible “Semana de Mayo”, y ante ellas volverá a jurar que luchará sin descanso hasta el total triunfo de sus ideas, hasta dar cabal cumplimiento a la obra que ellos le legaron.

¿Por qué el proletariado, no sólo francés, sino el de todo el mundo, honra a los hombres de la Comuna de París como a sus predecesores? ¿Cuál es la herencia de la Comuna?

La Comuna surgió espontáneamente, nadie la preparó de modo consciente y sistemático. La desgraciada guerra con Alemania, las privaciones durante el sitio, la desocupación entre el proletariado y la ruina de la pequeña burguesía, la indignación de las masas contra las clases superiores y las autoridades, que habían demostrado una incapacidad absoluta, la sorda efervescencia en la clase obrera, descontenta de su situación y ansiosa de un nuevo régimen social; la composición reaccionaria de la Asamblea Nacional, que hacía temer por el destino de la República, todo ello y otras muchas causas se combinaron para impulsar a la población de París a la revolución del 18 de marzo, que puso inesperadamente el poder en manos de la Guardia Nacional, en manos de la clase obrera y de la pequeña burguesía, que se había unido a ella.

Fue un acontecimiento histórico sin precedentes. Hasta entonces, el poder había estado, por regla general, en manos de los terratenientes y de los capitalistas, es decir, de sus apoderados, que constituían el llamado gobierno. Después de la revolución del 18 de marzo, cuando el gobierno del señor Thiers huyó de París con sus tropas, su policía y sus funcionarios, el pueblo quedó dueño de la situación y el poder pasó a manos del proletariado. Pero en la sociedad moderna, el proletariado, avasallado en lo económico por el capital, no puede dominar políticamente si no rompe las cadenas que lo atan al capital. De ahí que el movimiento de la Comuna debiera adquirir inevitablemente un tinte socialista, es decir, debiera tender al derrocamiento del dominio de la burguesía, de la dominación del capital, a la destrucción de las bases mismas del régimen social contemporáneo.

Al principio se trató de un movimiento muy heterogéneo y confuso. Se adhirieron a él los patriotas, con la esperanza de que la Comuna reanudaría la guerra contra los alemanes, llevándola a un venturoso desenlace. Los apoyaron asimismo los pequeños tenderos, en peligro de ruina si no se aplazaba el pago de las deudas vencidas de los alquileres (aplazamiento que les negaba el gobierno, pero que la Comuna les concedió). Por último, en un comienzo también simpatizaron en cierto grado con él los republicanos burgueses, temerosos de que la reaccionaria Asamblea Nacional (los “rurales”, los salvajes terratenientes) restablecieran la monarquía. Pero el papel fundamental en este movimiento fue desempeñado, naturalmente, por los obreros (sobre todo, los artesanos de París), entre los cuales se había realizado en los últimos años del Segundo Imperio una intensa propaganda socialista, y que inclusive muchos de ellos estaban afiliados a la Internacional.

Sólo los obreros permanecieron fieles a la Comuna hasta el fin. Los burgueses republicanos y la pequeña burguesía se apartaron bien pronto de ella: unos se asustaron por el carácter socialista revolucionario del movimiento, por su carácter proletario; otros se apartaron de ella al ver que estaba condenada a una derrota inevitable. Sólo los proletarios franceses apoyaron a su gobierno, sin temor ni desmayos, sólo ellos lucharon y murieron por él, es decir, por la emancipación de la clase obrera, por un futuro mejor para los trabajadores.

Abandonada por sus aliados de ayer y sin contar con ningún apoyo, la Comuna tenía que ser derrotada inevitablemente. Toda la burguesía de Francia, todos los terratenientes, corredores de bolsa y fabricantes, todos los grandes y pequeños ladrones, todos los explotadores, se unieron contra ella. Con la ayuda de Bismarck (que dejó en libertad a 100.000 soldados franceses prisioneros de los alemanes para aplastar al París revolucionario), esta coalición burguesa logró enfrentar con el proletariado parisiense a los campesinos ignorantes y a la pequeña burguesía de provincias, y rodear la mitad de París con un círculo de hierro (la otra mitad había sido cercada por el ejército alemán). En algunas grandes ciudades de Francia (Marsella, Lyon, Saint-Etienne, Dijon y otras) los obreros también intentaron tomar el poder, proclamar la Comuna y acudir en auxilio de París, pero estos intentos fracasaron rápidamente. Y París, que había sido la primera en enarbolar la bandera de la insurrección proletaria, quedó abandonada a sus propias fuerzas y condenada una muerte cierta.

Para que una revolución social pueda triunfar, necesita por lo menos dos condiciones: un alto desarrollo de las fuerzas productivas y un proletariado preparado para ella. Pero en 1871 se carecía de ambas condiciones. El capitalismo francés se hallaba aún poco desarrollado, y Francia era entonces, en lo fundamental, un país de pequeña burguesía (artesanos, campesinos, tenderos, etc.). Por otra parte, no existía un partido obrero, y la clase obrera no estaba preparada ni había tenido un largo adiestramiento, y en su mayoría ni siquiera comprendía con claridad cuáles eran sus fines ni cómo podía alcanzarlos. No había una organización política seria del proletariado, ni fuertes sindicatos, ni sociedades cooperativas…

Pero lo que le faltó a la Comuna fue, principalmente tiempo, posibilidad de darse cuenta de la situación y emprender la realización de su programa. No había tenido tiempo de iniciar la tarea cuando el gobierno, atrincherado en Versalles y apoyado por toda la burguesía, inició las operaciones militares contra París. La Comuna tuvo que pensar ante todo en su propia defensa. Y hasta el final mismo, que sobrevino en la semana del 21 al 28 de mayo, no pudo pensar con seriedad en otra cosa.

Sin embargo, pese a esas condiciones tan desfavorables y a la brevedad de su existencia, la Comuna adoptó algunas medidas que caracterizan suficientemente su verdadero sentido y sus objetivos. La Comuna sustituyó el ejército regular, instrumento ciego en manos de las clases dominantes, y armó a todo el pueblo; proclamó la separación de la Iglesia del Estado; suprimió la subvención del culto (es decir, el sueldo que el Estado pagaba al clero) y dio un carácter estrictamente laico a la instrucción pública, con lo que asestó un fuerte golpe a los gendarmes de sotana. Poco fue lo que pudo hacer en el terreno puramente social, pero ese poco muestra con suficiente claridad su carácter de gobierno popular, de gobierno obrero: se prohibió el trabajo nocturno en las panaderías; fue abolido el sistema de multas, esa expoliación consagrada por ley de que se hacía víctima a los obreros; por último, se promulgó el famoso decreto en virtud del cual todas las fábricas y todos los talleres abandonados o paralizados por sus dueños eran entregados a las cooperativas obreras, con el fin de reanudar la producción. Y para subrayar, como si dijéramos, su carácter de gobierno auténticamente democrático y proletario, la Comuna dispuso que la remuneración de todos los funcionarios administrativos y del gobierno no fuera superior al salario normal de un obrero, ni pasara en ningún caso de los 6.000 francos al año (menos de 200 rublos mensuales).

Todas estas medidas mostraban elocuentemente que la Comuna era una amenaza mortal para el viejo mundo, basado en la opresión y la explotación. Esa era la razón de que la sociedad burguesa no pudiera dormir tranquila mientras en el ayuntamiento de París ondeara la bandera roja del proletariado. Y cuando la fuerza organizada del gobierno pudo, por fin, dominar a la fuerza mal organizada de la revolución, los generales bonapartistas, esos generales batidos por los alemanes y valientes ante sus compatriotas vencidos, esos Rénnenkampf y Meller-Zakomielski franceses, hicieron una matanza como París jamás había visto. Cerca de 30.000 parisienses fueron muertos por la soldadesca desenfrenada; unos 45.000 fueron detenidos y muchos de ellos ejecutados posteriormente; miles fueron los desterrados o condenados a trabajar forzados. En total, París perdió cerca de 100.000 de sus hijos, entre ellos a los mejores obreros de todos los oficios.

La burguesía estaba contenta. “¡Ahora se ha acabado con el socialismo para mucho tiempo!”, decía su jefe, el sanguinario enano Thiers, cuando él y sus generales ahogaron en sangre la sublevación del proletariado de París. Pero esos cuervos burgueses graznaron en vano. Después de seis años de haber sido aplastada la Comuna, cuando muchos de sus luchadores se hallaban aún en presidio o en el exilio, se iniciaba en Francia un nuevo movimiento obrero. La nueva generación socialista, enriquecida con la experiencia de sus predecesores, cuya derrota no la había desanimado en absoluto, recogió la bandera que había caído de las manos de los luchadores de la Comuna y la llevó adelante con firmeza y audacia, al grito de “¡Viva la revolución social, viva la Comuna!” Y tres o cuatro años más tarde, un nuevo partido obrero y la agitación levantada por éste en el país obligaron a las clases dominantes a poner en libertad a los communards que el gobierno aún mantenía presos.

La memoria de los luchadores de la Comuna es honrada no sólo por los obreros franceses, sino también por el proletariado de todo el mundo, pues aquella no luchó por un objetivo local o estrechamente nacional, sino por la emancipación de toda la humanidad trabajadora, de todos los humillados y ofendidos. Como combatiente de vanguardia de la revolución social, la Comuna se ha ganado la simpatía en todos los lugares donde sufre y lucha el proletariado. La epopeya de su vida y de su muerte, el ejemplo de un gobierno obrero que conquistó y retuvo en sus manos durante más de dos meses la Capital del mundo, el espectáculo de la heroica lucha del proletariado y de sus sufrimientos después de la derrota, todo esto ha levantado la moral de millones de obreros, alentado sus esperanzas y ganado sus simpatías para el socialismo. El tronar de los cañones de París ha despertado de su sueño profundo a las capas más atrasadas del proletariado y ha dado en todas partes un impulso a la propaganda socialista revolucionaria. Por eso no ha muerto la causa de la Comuna, por eso sigue viviendo hasta hoy día en cada uno de nosotros.

La causa de la Comuna es la causa de la revolución social, es la causa de la completa emancipación política y económica de los trabajadores, es la causa del proletariado mundial. Y en este sentido es inmortal.

Notas

[1] El artículo Enseñanzas de la Comuna, inserto en Zagranichnaya Gaceta (“Gaceta Extranjera”; núm. 2, del 23 de marzo de 1908), es el acta de un informe de Lenin. La redacción del periódico dio delante del articulo la siguiente aclaración: “el 18 de marzo, se celebró en Ginebra un mitin internacional con motivo de tres aniversarios proletarios: el 25 aniversario de la muerte de Marx; el 60 aniversario de la revolución de marzo de 1848 y el 39 aniversario de la Comuna de Paris. En nombre del POSDR, hablo el camarada Lenin sobre la significación de la Comuna”.

Zagranichnaya Gaceta: periódico de un grupo de emigrados rusos publicado en marzo y abril de 1908 en Ginebra

[2] Véase K. Marx. Segundo manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores sobre la guerra franco-prusiana.

[3] Véase la evaluación que Marx dio del papel histórico de la Comuna de Paris, como predecesora de una sociedad nueva, en la obra La guerra civil en Francia y en las cartas a Kugelmann fechadas el 12 y el 17 de abril de 1871.

[4] El 17 de octubre de 1905, durante el apogeo de la huelga general de octubre en toda Rusia, el Zar Nicolás II Publico un Manifiesto, en el que prometía las libertades civiles. El Manifiesto fue una maniobra política de la autocracia ante la acción revolucionaria de las masas populares. El Zar intentó ganar tiempo con la publicación del Manifiesto para acumular fuerzas a fin de desbaratar la huelga y aplastar la revolución.

[5] Escrito por Lenin en el periódico Rabóchaia Gazeta en abril de 1911.