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Iglesia y procesos de paz

En este epílogo de nuestra compilación de entrevistas Final Abierto, Monseñor Darío de Jesús Monsalve nos cuenta cuál ha sido el papel de las iglesias en los procesos de paz, el impacto de la visita del Papa Francisco en los mismos y los retos e impresiones de la mesa con el ELN.

Epílogo que hace parte de Final abierto. 20 miradas críticas sobre las negociaciones con las insurgencias (2010-2018), publicado por Revista Lanzas y Letras y La Fogata Editorial[Foto de portada: Celam]

Por Monseñor Darío de Jesús Monsalve*Como arzobispo en Cali desde finales del año 2010, he participado en la búsqueda de la convivencia pacífica y la construcción de espacios de acercamiento, diálogo y compromiso común, para poner fin a la confrontación armada, e impulsar la paz, con una justa transformación social. La ciudad y la región suroccidental y del Pacífico colombiano, al igual que los procesos abiertos, en buena e inesperada hora, por el Gobierno Santos con las FARC, el ELN y el Clan del Golfo-Bacrim, han motivado mi compromiso y el de la institucionalidad arquidiocesana, manteniendo abierta la participación hacia dentro de la comunidad católica, expresada en los organismos y planes de la Conferencia Episcopal, y hacia otras Iglesias, recogidas en mesas inter-religiosas y espacios ecuménicos.

Han sido años intensos de aprendizajes, propuestas y no pocas confrontaciones reactivas, planteadas, sobre todo, por sectores políticos polarizados y desafectos a la salida negociada del conflicto armado interno que, incluso, llegan a desconocer como tal. No pocas de estas controversias, especialmente con ocasión del ‘plebiscito’, tuvieron también expresión dentro de la jerarquía católica, de la que hago parte, en torno a asuntos como neutralidad, imparcialidad o compromiso explícito con la aprobación e implementación de los acuerdos.

Todo ello, hay que decirlo claramente, se dio en el marco de un acompañamiento eclesial, por Iglesias Particulares y por la Conferencia Episcopal, desde años atrás, a las víctimas del conflicto armado, de manera muy puntual a las poblaciones desplazadas. Paralelo a ello, la institución eclesial católica mantuvo siempre iniciativas de acercamiento con los actores armados y los gobiernos, insistiendo en un acuerdo humanitario, en apertura de diálogos, en liberación de secuestrados, en superar la degradación y metástasis del conflicto como cáncer social de una violencia sistemática y riesgo del no retorno a salidas civilizadas.

Iglesia y Negociaciones

El Gobierno de la mal llamada ‘seguridad democrática’, que, pensamos, se prolongaría y agudizaría esa política de eliminación del contrario en el que le sucedió, redujo y limitó ostensiblemente el esfuerzo social y ciudadano por la paz en los territorios, la significación moral y política de los millones de víctimas y la más cruda y cruel polarización del pueblo colombiano entre insurgencia y contrainsurgencia. Para ello montó el acuerdo y programa de sometimiento de los grupos de autodefensa y paramilitares, conocido como ley de ‘justicia y paz’. El contexto del ‘terrorismo’ a escala mundial le ofreció el escenario para desconocer y militarizar, entonces, el conflicto social y violento tan agudo que vivía Colombia.

Verdadera sorpresa y expectativa produjo, por lo anterior, la ventana abierta desde su posesión por el Gobierno Santos, para accionar «la llave de la paz», máxime cuando él encarnaba la línea dura del ministerio de la defensa en dicho Gobierno. Las muertes de jefes guerrilleros como «el Mono Jojoy» (22 de septiembre de 2010), o de «Alfonso Cano» (4 de noviembre de 2011), de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, hacían pensar que la confrontación seguiría el curso esperado, que los intentos de abrirle un sendero al diálogo quedaban sepultados.

«¿Por qué no trajeron vivo a Alfonso Cano?», fue la pregunta que me hice y expresé públicamente, en comunicado del 29 de noviembre de 2011, afirmando, entonces, «la infinita frustración que nos sigue dejando el manejo gubernamental de la situación de los secuestrados, enmarcándola en estrategias de debilitamiento y exterminio del adversario». Con todo, la voluntad de llegar a una Mesa de Diálogos se cristalizó en 2012, con la apertura de una fase exploratoria el 23 de febrero, en La Habana, y el acuerdo para dar inicio a un Proceso de Paz Gobierno-FARC, el 26 de agosto, dándole inicio oficial el 4 de septiembre de ese mismo año el Presidente Santos y «Timochenko».

Para la Iglesia Católica era motivo de inmensa alegría, no obstante los contextos de «negociar en medio de la confrontación», de las rupturas políticas internas suscitadas en el país por esta decisión, dando origen a una agresiva polarización sobre algo tan sagrado como la vida y la convivencia pacífica entre los colombianos; añadido a ello, el carácter lejano y secreto de los diálogos, el país anfitrión, Cuba, con todo el historial del régimen castrista, el papel determinante del régimen venezolano que impulsaba la salida negociada, el alineamiento popular Anti-Farc logrado por el Gobierno anterior durante dos períodos presidenciales, el carácter parcial del proceso, solamente con las FARC, mientras el país seguía viviendo el drama brutal de la guerra con el ELN, las Bacrim (s) y la violencia urbana; en suma, la dramática realidad de una sociedad y de un Estado en riesgo de fracaso, de volverse realidades fallidas sin retorno, ante la avalancha de violencias y el inescrupuloso conector de todas ellas: el narcotráfico. En ese mar de dudas y horizonte de difícil presagio, la paz empezaba a abrirse un sendero en Colombia.

La Conferencia Episcopal, los organismos de la Iglesia en Colombia y las Iglesias Particulares nos propusimos acompañar los encuentros de Reconciliación Colombia, las iniciativas pro paz y, sobre todo, el apoyo pastoral a los grupos de víctimas que viajaron a La Habana, a ese doloroso e impensable, pero indispensable, cara a cara con la delegación de las FARC, en el ámbito de la Mesa de Acuerdos. Fue una participación solicitada por las partes y por las mismas víctimas, y alentada por el sentido cristiano y evangélico de tocar y transformar, desde ellas, la conciencia de los perpetradores o victimarios, de sentar bases para un camino de perdón y reconciliación entre los colombianos todos.

El Papa Francisco y el proceso

Nuestra participación eclesial en el proceso se vio enriquecida, no solo por el magnífico magisterio de la Iglesia sobre reconciliación y paz, sino también, a partir del 13 de marzo de 2013, por el impacto del Primer Papa Latinoamericano que llegaba a la Sede de Pedro, el Papa Francisco. Su magisterio inicial quedó claramente delineado con sus gestos y acercamientos, sus viajes a las periferias del dolor y de la existencia humana, sus enseñanzas, especialmente recogidas en torno a la dimensión social de la Evangelización, al bien común y la paz social, al diálogo social como contribución a la paz, al cuidado de la casa común y de «la alegría del amor», que se vuelve alianza entre esposos y alimenta la célula familiar. Sería el Papa Francisco, primero con su Visita a Cuba y su mensaje apremiante sobre el buen fruto del Proceso de Acuerdos en curso, y luego con su Visita a Colombia, en pleno proceso de implementación ya de los Acuerdos de La Habana en 2017, quien más alentaría a la Iglesia colombiana a no dejarse contagiar del pesimismo y polarización reinantes, a involucrarse, sin miedo, en la construcción de acuerdos nuevos y del proceso de reconciliación entre todos los hijos de esta Nación, a abrir horizontes de futuro con las nuevas generaciones de colombianos.

A nosotros los pastores nos llamó a asumir nuestra misión con valentía, sin el fácil acomodo de la neutralidad, sin convertirnos en técnicos ni en políticos que luchan por el poder o se ubican en un determinado partido. Su convocatoria al presidente y a su antecesor para reunirlos en su despacho de El Vaticano, antes de su Visita a Colombia, dejó bien clara la intención y el propósito del Santo Padre y de la Iglesia. Igualmente, claro y contundente fue su mensaje en las cuatro ciudades visitadas. Especial recuerdo merecerá el que dio en Villavicencio, el día 8 de septiembre, ante el Cristo Negro de Bojayá y las víctimas de la confrontación armada. Allí dejó una preciosa oración, que bien podría marcar el 2 de mayo, como Conmemoración Nacional del Cristo Negro de Bojayá y Día Nacional del Perdón, recordando aquel símbolo de Templo, Crucificado y víctimas, destruidos bajo la atrocidad de aquel día de 2002, bajo el conflicto insurgente y contrainsurgente que ha vivido Colombia:

Oh Cristo Negro de Bojayá,
Que nos recuerdas tu pasión y muerte.
Junto con tus brazos y pies te han arrancado a tus hijos,
que buscaron refugio en ti.
Oh Cristo Negro de Bojayá,
que nos miras con ternura y en tu rostro hay serenidad;
palpita también tu corazón para acogernos con amor.
Oh Cristo negro de Bojayá:
haz que nos comprometamos a restaurar tu cuerpo.
Que seamos tus pies para salir al encuentro
del hermano necesitado;
tus brazos para abrazar
al que ha perdido su dignidad;
tus manos para bendecir y consolar
al que llora en soledad.
Haz que seamos testigos
de tu amor y de tu infinita misericordia.
Amén.

La Mesa de Quito con el ELN

Desde 2012, el Gobierno Santos invita al Ejército de Liberación Nacional (ELN), a sumarse también al proceso de paz. Después de una fase exploratoria sobre la posibilidad de una Mesa de Diálogos, que duró 24 meses, llegaron a acordar, el 30 de marzo de 2016, en Caracas, una agenda de seis puntos a discutir para llegar a un Acuerdo de Paz: Participación de la sociedad, democracia para la paz, víctimas, transformaciones para la paz, seguridad para la paz y dejación de las armas, garantías para el ejercicio de la acción política.

La Iglesia en Colombia, por muchos motivos cercana y al mismo tiempo afectada, dentro de ella, por la existencia e historia del ELN y su impacto en clérigos, religiosos, comunidades católicas, territorios y diversos espacios, siempre acompañó los múltiples intentos de diálogos que esta guerrilla ha sostenido con diversos Gobiernos.

Cuenta de ello darán quienes recogen esta historia, con todos sus «ires y venires». Básteme recordar aquí la participación muy concreta en acciones humanitarias, especialmente relacionadas con la devolución de secuestrados por el ELN, el acompañamiento en algunas reuniones de la fase exploratoria y la participación muy decidida en la fase pública de estos diálogos.

Por petición del mismo ELN y anuencia del Gobierno Santos, la Conferencia Episcopal designo una Comisión de Obispos y Clérigos, de la que aún hago parte, para acompañar este proceso, tanto hacia la relación del ELN y la sociedad civil, estipulada en la Agenda, como hacia las partes en la mesa de diálogos, abierta en Quito el 7 de febrero de 2017. También esta Comisión Episcopal ha sostenido un permanente contacto con la Comunidad Internacional, especialmente con la Comunidad Europea, y con otras iglesias que apoyan el proceso con el ELN.

Iglesia y Cese Bilateral y Nacional del Fuego y de las Hostilidades

Según el parecer y el sentir de muchos, el mayor logro de la Mesa de Quito, el hecho que hizo interesar a la población colombiana, sin excepción, y a la Comunidad Internacional, sobre el diálogo en Quito y sobre la posibilidad de una «paz completa» o, a lo menos, un completo final de la confrontación armada en el País, fue el Cese Bilateral pactado entre el 4 de septiembre de 2017 y el 9 de enero de 2018. Estos 102 días, junto con el conocimiento de una fase exploratoria, igualmente, con el llamado Clan del Golfo o Autodefensas Gaitanistas de Colombia, buscando un marco jurídico para el acogimiento colectivo a la justicia colombiana y la fijación de oportunidades, penales y sociales, para los combatientes y las poblaciones bajo su control, constituyeron todo un «sueño nacional e internacional» de que la paz de Colombia podría realmente avanzar. Un sueño que, a decir verdad, se volvió pesadilla al concluir los días y constatar los incumplimientos, tanto con la implementación de los Acuerdos de La Habana, como con los puntos pactados para el Cbnfh.

La coincidencia con la etapa electoral para el cambio del legislativo y del ejecutivo, ha permitido, de alguna manera, el regreso a la Mesa de Diálogos, después del duro final del breve Cese, con gestos convenidos por las partes y compromisos de robustecer las delegaciones, el diálogo, la capacidad ejecutiva de los acuerdos y, en suma, el avance general de la agenda acordada.

En todo este proceso, la Iglesia en Colombia asumió un papel inédito: comprometerse en sus jurisdicciones, cerca de veinte diócesis, a acompañar como veeduría ciudadana, el mecanismo de Verificación, asumido sustancialmente por La Organización de Naciones Unidas (ONU). Para ello, amplió la Comisión de Obispos, nombró un equipo de sacerdotes a nivel nacional e impulsó la constitución de Comités diocesanos para el proceso de paz en los territorios con presencia o control del ELN.

Desde las Iglesias locales, como Cali, hemos acompañado y hecho posible algunas condiciones pactadas entre el Gobierno y esa guerrilla para la fase pública, sobre todo con los prisioneros indultados y los gestores de paz, excarcelados para esta labor.

Son pasos que nos significan mucho y que, confiamos, ayuden al país y al nuevo Gobierno, así como a las ramas del poder, unidos con las víctimas y con el pueblo, que requiere una pronta y duradera paz. Hago votos ante Dios y ante Colombia para que se conforme, más allá de las diferencias y matices, una gran Alianza Nacional por la Paz. Colombia la necesita. La generosidad política, ante el riesgo de la involución, debería imponerse sobre los egoísmos personales y partidistas, para garantizarle a Colombia avance y certeza de un futuro pacífico, digno e incluyente de todos en el mayor bienestar y el más viable y justo desarrollo como nación libre.

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*Darío de Jesús Monsalve Mejía (Antioquia, 1948) es sacerdote católico. Fue obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Medellín, obispo de la diócesis de Málaga-Soatá, y actualmente se desempeña como arzobispo de la Arquidiócesis de Cali. Su prédica en favor de la paz lo llevó a brindar apoyo a las negociaciones con las FARC en La Habana y más recientemente con el ELN en Quito.