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¿Y dónde están los terroristas?

Se ajustan cuatro semanas del inicio del Paro del Pueblo en Ecuador, un repertorio de movilización que se desplegó a partir del desacuerdo generalizado por la subida tarifaria del diésel, pero que con los días sucedidos se ha tornado en la exigencia de un alto a la desmedida represión sanguinaria a manos de las Fuerzas Militares, la responsabilización de los asesinatos perpetrados y la liberación de lxs manifestantes injustamente detenidxs. Los medios tradicionales celebran un aparente levantamiento del paro, sin embargo, el pueblo asegura que no se cesarán las manifestaciones hasta que se firme un acuerdo y se den las garantías correspondientes. A continuación, desde Ecuador, una nota a cargo de lxs compañerxs de Revista Crisis.

Nos encontramos en la jornada 26 del Paro del Pueblo. Semanas de sostener las calles, en las que Imbabura ha sido el alma de la trinchera popular y que ha ofrendado la sangre de un hermano: Efraín Fuerez ¡presente! Semanas de focos prendiéndose por aquí y por allá, demostrando que el descontento popular se replica más allá del control de cualquier totalitarismo y propaganda estatal. Este paro, que entra en su cuarta semana, ha develado varias cosas: 

  1. Existe una sola guerra que emprende el gobierno de Daniel Noboa, y es en contra de los pueblos y sectores populares del país, a unos ataca con persecución y balas, a otros con hambre y miseria, o las dos.
  2. Existen los medios y el presupuesto para movilizar a la fuerza pública para el control de territorios, solo no existe la intención política de controlar a las economías ilícitas: la inseguridad y violencia en la que habitamos.
  3. La dignidad del pueblo es infinita y en nuestra desventaja abismal en la correlación de fuerzas contra el Estado y la clase empresarial, tenemos la voluntad de poner el cuerpo en las calles por nuestra tierra y nuestra vida.

En estas semanas, la persecución y represión han sido el pan de cada día. No declaramos fascista a Daniel Noboa y su gobierno por gusto, lo hacemos porque promueve abiertamente discursos de odio y exterminio, y utiliza el poder del Estado para cimentarlos en la opinión pública y en las instituciones. En respuesta invencible, los pueblos criminalizados, vejados por la radicalización del racismo social e institucional, se sostienen en resistencia, que no solo es ejercicio histórico de más de 533 años, sino que es derecho constitucional consagrado en el Art. 98 de la Constitución Política de la República de Ecuador.

El día 22 del Paro del Pueblo, el Gobierno Nacional desplegó una vez más, un contingente represivo al que volvió a llamar “Convoy humanitario”. Hasta el cierre de este editorial, las comunidades de La Esperanza y Zuleta fueron militarizadas. Las FF.AA. propinaron golpizas a pobladores, entre ellos un menor de edad,  lanzaron bombas lacrimógenas y aturdidoras a quemarropa y dispararon cartuchos de escopeta. Hay hasta el momento 282 personas heridas, una de ellas, la señora Janeth Farinango Quilca, de la comunidad de Cashaloma en situación crítica por impacto de bomba en la cabeza. Se reportan también 172 personas detenidas y los brutales asesinatos del compañero José Guamán por impacto de bala y Rosa Elena Paqui por inhalación de gases lacrimógenos.

El Ministro del Interior, John Reimberg, en una entrevista la mañana del 13 de octubre declaró de lo que se trata el convoy humanitario: “Es una operación que va a durar algunos días, porque todos sabemos la magnitud de lo que sucede allá, y vamos a usar la fuerza pública para hacer una apertura total de vías, porque esto se acaba ya mismo”. El segundo “convoy humanitario” resultó en el asesinato de Efraín Fuerez en Cotacahi el pasado 28 de septiembre. En la siguiente caravana se denunció que 100 vehículos militares resguardaron el paso de mercancías, es decir, funcionaron como guardia privada para cadenas como La Favorita, Tuti, Supermaxi, Coca-Cola, entre otras. Quizás lo único positivo en todo este entramado de terrorismo estatal, es que ahora es evidente cómo la clase empresarial instrumentaliza al Estado para favorecer sus propios intereses y los de sus aliados económicos y políticos.

El gobierno comandado por Daniel Noboa ataca sin vergüenza alguna al pueblo con una contundencia y brutalidad represiva nunca antes vista. Noboa está entrando directamente en las comunidades a disparar bombas y municiones; tiene procesos abiertos contra dirigentes, militantes, activistas y comunicadores, que además tienen sus cuentas bancarias congeladas; procesó por terrorismo en el primer día a 12 detenidos en Otavalo; asesinó a Efraín Fuerez el 28 de septiembre, a Rosa Paqui el 14 de octubre y un día después a José Guamán; reprimió con brutalidad e infiltró soldados en San Miguel del Común; facilitó golpizas en Cañar, mutilaciones de cabello en jóvenes kichwas en Imbabura, reprimió a periodistas, incluida una deportación y tanto más que hemos testificado en redes.

Para la Marcha de la dignidad y la resistencia del 12 de octubre, la clase explotadora escenificó un entramado estratégico complejo, mismo que inició con la supuesta declaración de una “Toma de Quito”. Desde un inicio el objetivo principal fue reprimir en territorio y sitiar Quito, que fue el territorio de contienda en el Estallido de Octubre de 2019 y el Paro Popular Plurinacional de Junio de 2022. Noboa no puede permitirse un levantamiento en la capital. La estrategia ha sido generar una negación de la identidad indígena entre los capitalinos, con declaraciones como que “la CONAIE se quiere tomar Quito”, a lo que los pueblos le respondieron con que Kitu es un territorio ancestral del pueblo Kitu Kara, que nadie está viniendo a Quito, que Quito es de este pueblo.

Existe un profundo complejo identitario en el Ecuador, mismo que responde a la “colonialidad del ser”, el habitar un territorio conquistado en el que se impuso un genocidio. La blanquitud responde a una herida colonial (Fannon) que reniega de sus propias raíces, a tal punto de sacrificarlas para que triunfe el mercado por sobre la vida, lo blanco por encima de los colores de nuestra clase. Este pacto colonial permite a figuras como Reimberg imponer fuerza desproporcional en la represión a las manifestaciones bajo frases como “Quito de paz”. La violencia desatada desde el Narcoestado el 12 de octubre en Quito, como a lo largo del Paro del Pueblo —que cumple su vigésima sexta jornada—, refleja la imposición del patrón colonial en momentos de neoliberalismo profundo.

Se demuestra que tanto la declaratoria de Conflicto Armado Interno el 9 de enero de 2024, como el incremento del IVA del 12 al 15%, jamás estipularon confrontación alguna con el crimen organizado, excusa para imponer la condicionalidad crediticia del FMI: el Narcoestado únicamente se estaba preparando para un momento de “grave conmoción interna”, como llama el estado de excepción a la movilización popular. Adicionalmente el patrón de criminalización y terruqueo —acusación de terrorismo a cualquier expresión de protesta, resistencia u organización popular— se ha construido por años como avanzada de medios corporativos y el Estado, que se han dedicado a reproducir el discurso racista y de odio en contra de la clase trabajadora y los Pueblos y Nacionalidades: “No representan a nadie” dijo Jaramillo, el mismo 13 de octubre, que Carlos Vera Jr. declaraba que la “CONAIE es ahora una organización subversiva”.

Indígenas folclorizados vs. sujetos políticos: cuando los Pueblos y nacionalidades sirven como objeto de exotización —sea cultural, espiritual o sexual— se trata del “indio bueno”. Cuando en cambio los mismos sujetos cosificados y folclorizados se expresan como sujetos políticos, exigiendo y luchando por derechos colectivos, se convierten en vagos, violentos, terroristas. Es esta una lógica neocolonial.

En definitiva, excepto la represión y militarización interna, el “Nuevo” Ecuador no termina de ser nada más que un cuento gringo.

No nos confundamos: los pueblos indígenas no precisan “tomarse Quito”, porque Kitu es su lugar de origen, de pertenencia y la Tierra del sol recto. Y  la gente de “bien”, esa que vive sobre territorio usurpado, al igual que los sionistas en Palestina, no lo entenderían.

Sabemos que la lucha es larga, pero también sabemos que el pueblo es infinito.

¡Libertad inmediata a los 12 compañeros de Otavalo!

¡Kaypimi kanchik!

¡Vivan siempre los pueblos que luchan!

 

Autor

Producción editorial del equipo de la Revista Lanzas y Letras. www.lanzasyletras.com