
Ochenta y ocho años sin Gramsci: disciplina, libertad y organización
A propósito de la rememoración de Antonio Gramsci, publicamos Disciplina y libertad (1917) y El partido político (1932), dos textos que, si bien temporalmente se separan de su producción teórica, conjugan asiduas críticas en torno al virtuosismo militante y la organización política.
Con este, son 88 años los que se ajustan tras el fallecimiento del periodista, teórico y militante italiano Antonio Gramsci, quien a pesar de pasar más de un cuarto de vida recluido en una cárcel, desarrolló uno de los esbozos teóricos más ricos en contenido, capaz de brindarle al marxismo de inicios del siglo XX nuevas perspectivas organizativas y una fresca renovación intelectual.
Fueron nueve de los 37 años que vivió los que estuvo preso a causa de acusaciones por conspiración y odio de clase, transversal a la dictadura fascista de Benito Mussolini —quien hoy, por cierto, cumple 80 años de haber sido fusilado por los partisanos italianos—. Esto no le impidió brindarle al mundo un marco teórico cargado de lúcidas reflexiones acerca de la táctica y la estrategia en clave de la organización política que se piensa la transformación crítica de la realidad
Años antes de caer preso, en 1917, cuando a duras penas devengaba 50 liras italianas de salario por dar conferencias en institutos y universidades, escribió un brevísimo texto titulado Disciplina y libertad, en donde afirmó tajantemente que el único camino que conduce a la liberación real es aquel que se labra sobre una dirección consciente de los acontecimientos que acaecen, esto es, a partir de responsabilizarse de los sucesos históricos. Sentenció «disciplinarse es hacerse libre».
Tiempo después, en 1932, cuando cumplía el sexto año de condena y empezando a padecer fuertes dolores pulmonares, escribe en sus Quaderni del carcere un ensayo titulado El partido político, un texto que problematiza la cuestión del partido y las partes que lo componen. Aseguró que, para que un partido político pueda disputar férreamente sus principios en la contienda política, ha de cimentarse sobre tres componentes clave: militantes comprometidos, cuadros dirigentes y un compromiso moral e intelectual.
No obstante, la preparación para construir un partido político no es tan fácil como puede llegarse a pensar. Su naturaleza es, precisamente, contingente. Esto significa que la necesidad de un partido se nos presenta no como certeza, sino como duda. En el engranaje de las luchas entre las naciones, los partidos comportan solo un elemento interno que puede parecer trivial para quienes lo componen. Así, el «orgullo» que el partido puede sentir al desviar su atención de los hechos concretos que lo interpelan, debe ser evitado a toda costa. Una política del orgullo, para el italiano, nos conducirá de forma inevitable a un estado de especulación irracional y a una marcha sin rumbo fijo.
En su rememoración, publicamos dos artículos para avivar nuevas reflexiones en torno a la organización y el virtuosismo militante. Unos que, si bien temporalmente se separan en la producción teórica de Gramsci, están profundamente relacionados en términos de táctica y organización política. Encontramos en ellos una radical defensa de lo común a partir del compromiso adquirido con la formación propia. Una disciplina y una organización que no pueden ser mecánicamente separadas si de lograr una estrategia política eficaz se trata.
Disciplina y libertad (1917)
Adherirse a un movimiento quiere decir asumir una parte de la responsabilidad de los acontecimientos que se preparan, convertirse en artífices directos de esos acontecimientos mismos. Un joven que se inscribe en el movimiento socialista juvenil realiza un acto de independencia y de liberación. Disciplinarse es hacerse independiente y libre. El agua es agua pura y libre cuando fluye entre las dos orillas de un arroyo o de un río, no cuando está caóticamente dispersa por el suelo ni cuando se difunde enrarecida por la atmósfera. Así, el que no sigue una disciplina política es materia en estado gaseoso o ensuciada por elementos extraños: por tanto, inútil y dañosa. La disciplina política hace que precipiten esas impurezas y da al espíritu su mejor metal, una finalidad a la vida, sin la cual no valdría la pena vivirla. Todo joven proletario que sienta lo que pesa el fardo de su esclavitud de clase debe realizar el acto inicial de su liberación, inscribiéndose en la agrupación juvenil socialista que esté más cerca de su casa.
El partido político (1932)
La cuestión de cuándo se ha formado un partido, es decir, cuándo tiene una tarea precisa y permanente, produce muchas discusiones y a menudo también, desgraciadamente, una forma de orgullo que no es menos ridículo y peligroso que el «orgullo de las naciones» del que habla Vico. Verdaderamente puede decirse que un partido no está nunca perfecto y formado, en el sentido de que todo desarrollo crea nuevas obligaciones y tareas y en el sentido de que para algunos partidos se comprueba la paradoja de que están perfectos y formados cuando ya no existen, o sea, cuando su existencia se ha hecho históricamente inútil. Y así, como un partido no es sino una nomenclatura de clase, es evidente que para el partido que se propone anular la división en clases su perfección y cumplimiento consisten en haber dejado de existir porque no existan ya clases, ni tampoco, por tanto, sus expresiones. Pero aquí se desea aludir a un particular momento de ese proceso de desarrollo, el momento inmediatamente posterior a aquel en el cual un hecho puede tener existencia o no tenerla, en el sentido de que la necesidad de su existencia no ha llegado todavía a ser «perentoria», sino que depende «en gran parte» de la existencia de personas de extraordinaria potencia volitiva y de extraordinaria voluntad. ¿Cuándo se hace históricamente «necesario» un partido? Cuando las condiciones de su «triunfo», de su indefectible conversión en Estado, están al menos en vías de formación y permiten prever normalmente sus ulteriores desarrollos. Pero, ¿cuándo puede decirse, en condiciones tales, que un partido no podrá ser destruido con medios normales? Para contestar a esa pregunta hay que desarrollar un razonamiento: para que exista un partido es necesario que confluyan tres elementos fundamentales (propiamente, tres grupos de elementos): 1) Un elemento difuso, de hombres comunes, medios, cuya participación está posibilitada por la disciplina y la fidelidad, no por un espíritu creador y muy organizador. Sin ellos, es verdad, el partido no existiría, pero también es verdad que el partido no existiría «solamente» con ellos. Ellos son una fuerza en la medida en que hay alguien que los centralice, organice y discipline, pero si falta esta otra fuerza de cohesión, se dispersarán y se anularán en una pulverización impotente. No se trata de negar que cada uno de estos elementos pueda convertirse en una de las fuerzas de cohesión, pero se habla de ellos en el momento en que no lo son ni están en condiciones de serlo, o, si lo son, lo son solo en un ámbito reducido, políticamente ineficaz y sin consecuencias. 2) El elemento principal de cohesión, que centraliza en el ámbito nacional, que da eficacia y potencia a un conjunto de fuerzas que, abandonadas a sí mismas, contarían cero o poco más; este elemento está dotado de una fuerza intensamente cohesiva, centralizadora y disciplinadora, y también, o incluso tal vez por eso, inventiva (si se entiende «inventiva» en cierta orientación, según ciertas líneas de fuerza, ciertas perspectivas, y también ciertas premisas); también es verdad que este elemento solo no formaría el partido, pero lo formaría, de todos modos, más que el primer elemento considerado. Se habla de capitanes sin ejército, pero en realidad es más fácil formar un ejército que formar capitanes. Tanto es así que un ejército ya existente queda destruido si se queda sin capitanes, mientras que la existencia de un grupo de capitanes, coordinados, de acuerdo entre ellos, con finalidades comunes, no tarda en formar un ejército incluso donde no existe. 3) Un elemento medio que articule el primero con el segundo, los ponga en contacto no solamente «físico», sino también moral e intelectual. En la realidad y para cada partido existen «proporciones definidas» entre esos tres elementos, y se alcanza el máximo de eficacia cuando se realizan esas «proporciones definidas». Dadas esas consideraciones, se puede decir que es imposible destruir un partido con medios normales cuando, por existir necesariamente el segundo elemento, cuyo nacimiento depende de la existencia de las condiciones materiales objetivas (y, si no existe este segundo elemento, todo razonamiento es vacío), aunque sea en un estado disperso y no fijo, no pueden sino formarse los otros dos, es decir, el primero, que necesariamente forma el tercero como continuación suya y modo de expresarse. Para que eso ocurra es necesario que se haya formado la convicción férrea de que es necesaria una determinada solución de los problemas vitales. Sin esa convicción no se formará al segundo elemento, cuya destrucción es la más fácil, por su escasez numérica; pero es necesario que este segundo elemento, cuando es destruido, deje como herencia un fermento a partir del cual pueda reconstituirse. ¿Y dónde podrá subsistir mejor ese fermento y formarse luego, sino en los elementos primero y tercero, que, evidentemente, son los más homogéneos con el segundo? La actividad del segundo elemento para constituir este fermento es, por tanto, fundamental; el criterio para juzgar a este segundo elemento debe verse: 1) en lo que realmente hace; 2) en lo que prepara para la hipótesis de su propia destrucción. Es difícil decir cuál de esas dos cosas es más importante. Como en la lucha hay que prever siempre la derrota, la preparación de los sucesores de uno es un elemento tan importante como lo que se hace para vencer. A propósito del «orgullo» de partido, puede decirse que es peor que el «orgullo de las naciones» del que habla Vico. ¿Por qué? Porque una nación no puede no existir, y en el mero hecho de que existe es siempre posible, aunque sea con buena voluntad y forzando los textos, descubrir que la existencia en cuestión rebosa destino y significado. En cambio, un partido puede no existir por fuerza intrínseca. No hay que olvidar nunca que, en la lucha entre las naciones, cada una de ellas tiene interés en que la otra se debilite por luchas internas, y que los partidos son precisamente los elementos de las luchas internas. Por tanto, para los partidos es siempre posible la pregunta de si existen por su fuerza propia, por auténtica necesidad, o si existen solo por intereses ajenos (y efectivamente, en las polémicas esto no se olvida nunca, sino que es incluso motivo insistentemente usado, especialmente cuando la respuesta no es dudosa, lo que quiere decir que tiene garra y deja con dudas. Está claro que el que se deja desgarrar por esa duda será un necio. Políticamente la cuestión tiene una importancia solo momentánea. En la historia de lo que suele llamarse «principio de las nacionalidades» las intervenciones extranjeras a favor de los partidos nacionales que perturban el orden interior de los Estados antagonistas son innumerables, hasta el punto de que cuando se habla, por ejemplo, de la «política oriental» de Cavour lo que se pregunta es si se trataba de una «política», es decir, de una línea de acción permanente, o de una estratagema momentánea para debilitar a Austria en vista de lo ocurrido en 1859 y 1866. Del mismo modo se ve en los movimientos mazzinianos de principios del setenta (por ejemplo, asunto Barsanti9 ) la intervención de Bismarck, el cual, en vista de la guerra con Francia y del peligro de una alianza italo-francesa, pensaba debilitar a Italia mediante conflictos internos. Y análogamente ven algunos en los acontecimientos de junio de 191410 la intervención del Estado Mayor austriaco previendo la guerra inminente. Como se ve, la casuística es numerosa, y es necesario tener ideas claras al respecto. Siempre que se hace algo se está haciendo el juego de alguien: lo importante es intentar por todos los medios hacer bien el juego de uno, es decir, vencer claramente. En cualquier caso, hay que despreciar el «orgullo» del partido y sustituirlo por hechos concretos. Si, en cambio, se sustituyen los hechos concretos por el orgullo, o se practica la política del orgullo, estará justificada sin más la sospecha de escasa seriedad. No es necesario añadir que también hay que evitar a los partidos la apariencia «justificada» de que se está haciendo el juego a alguien, especialmente si ese alguien es un Estado extranjero; pero si a pesar de todo se sigue especulando, hay que darse cuenta de que no se puede impedir que eso ocurra. Es difícil excluir que cualquier partido (de los grupos dominantes, pero también de los grupos subalternos) realice alguna función de policía, o sea, de tutela de cierto orden político y legal. Si la cosa se demostrara concluyentemente, habría que plantear la cuestión de otro modo, preguntándose por las maneras y las orientaciones con las cuales se ejerce esa función. ¿Es su sentido represivo o difusivo, de carácter reaccionario o de carácter progresivo? El partido dado, ¿ejerce su función de policía para conservar un orden exterior, extrínseco, traba de las fuerzas vivas de la historia, o la ejerce en el sentido que tiende a llevar el pueblo a un nivel de civilización, expresión programática del cual es ese orden político y legal? En la práctica, los que infringen una ley pueden encontrarse: 1) entre los elementos sociales reaccionarios desposeídos del poder por la ley; 2) entre los elementos progresivos comprimidos por la ley; 3) entre los elementos que no han alcanzado aún el nivel de civilización que la ley puede representar. La función de policía de un partido puede, por tanto, ser progresiva o regresiva: es progresiva cuando tiende a mantener en la órbita de la legalidad a las fuerzas reaccionarias despojadas del poder y a levantar las masas atrasadas al nivel de la nueva legalidad. Es regresiva cuando tiende a comprimir las fuerzas vivas de la historia y a mantener una legalidad superada, antihistórica, hecha extrínseca. Por lo demás, el funcionamiento del partido dado suministra criterios de discriminación: cuando el partido es progresivo, funciona «democráticamente» (en el sentido del centralismo democrático); cuando el partido es regresivo funciona «burocráticamente» (en el sentido del centralismo burocrático). En este segundo caso, el partido es un mero ejecutor no deliberante: es entonces, técnicamente, un órgano de policía, y su nombre de «partido político» es una pura metáfora de carácter mitológico.
NOTAS
Gramsci, Antonio. Disciplina y libertad. En Antología. (Madrid: Akal, 2013) 29.
Gramsci, Antonio. El partido político. En Antología. (Madrid: Akal, 2013) 311-314.