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Mujeres, organización y comunismo: Clara Zetkin 167 años después

Conmemoramos el natalicio número 167 de Clara Zetkin con la publicación de dos de sus textos: La revolución de las mujeres Por un Frente Único Obrero contra el fascismo. Los siguientes escritos, redactados y pronunciados al borde del oscuro abismo fascista, insisten en la importancia de transformar la historia desde la raíz.

Tras haber vivido entre dos siglos, con el inclemente desgaste del tiempo sobre su cuerpo, el 30 de agosto de 1932, Clara Zetkin abrió las sesiones de un Reichstag —parlamento alemán— donde los nazis eran la primera fuerza política, pero donde también los socialistas y comunistas reunían un 40% de representación. Se hizo un llamado a la conformación de un Frente Único Obrero.

El discurso de apertura de Clara Zetkin daba cuenta del hervidero social que era Alemania en esos años. El gobierno de Hindenburg toleraba la violenta avanzada nazi en contra de obreros y sindicatos, amenazaba con disolver el Reichstag e imponer un estado de excepción. Zetkin, admitía amargamente que ninguna decisión parlamentaria podría quebrar un poder basado en las fuerzas armadas, la burocracia estatal, grupos fascistas y buena parte del liberalismo burgués.

El reconocimiento de los límites del parlamentarismo y la sospecha de una trágica derrota ponían las esperanzas en la fuerza del proletariado que se anclaba sobre su organización política, sindical y cultural. A pesar del momento de peligro que podía avizorarse, había una certeza: la revolución no es solo la destrucción del mundo capitalista, es también y de forma conjugada, la construcción de un mundo nuevo en libertad y sin distinciones de clase; sobre las ruinas del viejo mundo se construye el mundo comunista.

A 167 años de su nacimiento recordamos a Clara Zetkin. Maestra, parlamentaria, militante comunista y luchadora por los derechos de las mujeres. Frecuentemente olvidada y poco estudiada, Zetkin fue una de las figuras más importantes en la fundación de la Segunda Internacional. Se rodeó de mujeres como Jenny y Laura Marx, la joven Rosa Luxemburgo y hasta de Lenin y el viejo Engels. Teorizó antes que nadie sobre la intersección clase-género, es decir, sobre la denominada “cuestión femenina”. Defendió, incluso de sus propios camaradas, la necesidad del trabajo de organización y educación diferenciado para mujeres al interior de los partidos comunistas y sindicatos.

Clara Zetkin nos enseñó que los derechos conseguidos no eran premios por una lucha victoriosa, sino fruto de revoluciones soportadas por las masas proletarias, en el marco de una necesaria radicalización de la democracia existente. Asimismo, que la mujer proletaria puede conseguir su independencia económica, pero que aún es necesario abolir las subterráneas condiciones de opresión doméstica que no permiten desarrollar su autonomía plena.

Proponemos la lectura de dos textos que fueron escritos para ser pronunciados en escenarios de agitación política. Su estudio y rememoración, en un mundo acechado —otra vez— por un fascismo disfrazado de libertad, sirve como artefacto político y recordatorio de que lo que creemos eterno e intocable, sencillamente no lo es.


La revolución y las mujeres1

22 de noviembre de 1918

Hasta ayer mismo en el Reichstag y en los Landtag de los Estados federales se juraba solemnemente que nosotras, las mujeres, todavía no estábamos “maduras” para asumir nuestra tarea de ciudadanas equiparadas al lado de los hombres. Hasta ayer mismo “inmaduras” para poder decidir la nómina de un guardia nocturno en Buxtehude, hoy, declaradas “maduras”, electoras y elegibles con derechos iguales, ya somos capaces de pronunciarnos sobre las decisiones más importantes de la vida política del país, y sobre su ordenación económica.

En realidad, también las mujeres deben participar, mediante el derecho de voto democrático, a la elaboración de las leyes fundamentales que conciernen a la forma de gobierno y a las instituciones del Estado. Esta debe ser la tarea de las anunciadas asambleas nacionales constituyentes que tendrán lugar en la “gran” y en la “pequeña” patria; sin embargo, la tarea principal de estas asambleas debería ser, según el deseo de las clases poseedoras, el de arrancar el poder político de las manos proletarias en nombre de la engañosa consigna “salvaguarda de la democracia”, bloqueando con ello la vía para la construcción de una auténtica democracia integral.

También las mujeres deben poderse pronunciar sobre esta alternativa: república burguesa o república socialista o, en otras palabras: dominio de clase político-formal moderado por parte de los usurpadores de la riqueza social, o bien el poder político en manos de los productores de la riqueza social. La política socialista radical que remodele completamente “la antigua, decrépita hacienda”, es decir, el Estado opresor capitalista y la economía de explotación capitalista y la transforme en un sistema socialista, en una sociedad de libres e iguales; o bien una política de concesiones, de armonía entre burgueses y proletarios, una política sin principios que recurre a remiendos políticos y económicos con el fin de preservar la sociedad capitalista. ¡También las mujeres debemos decidir respecto a estas alternativas vitales para el pueblo alemán y en su decisión quedará demostrada la madurez política de la mujer!

Las mujeres alemanas no debemos olvidar nunca que nuestra equiparación política no es el premio a una lucha victoriosa, sino el regalo de una revolución que han soportado las masas proletarias, y que llevaba escrito en su estandarte: ¡democracia integral y todos los derechos para el pueblo! ¡Plenos derechos también para las mujeres! ¿Acaso nosotras, mujeres, no somos pueblo, la mitad del pueblo, y por tanto la mitad del sacrificio de millones de hombres al imperialismo, y nunca como ahora la mitad más grande del pueblo alemán? ¿Y acaso no somos nosotras, las mujeres, en aplastante mayoría, el pueblo trabajador que acrecienta la riqueza material y cultural de la sociedad? Al pueblo trabajador pertenece la obrera de la fábrica, la empleada y la maestra, la pequeña campesina, pero también el ama de casa que, mediante sus cuidados y su trabajo, prepara y cuida la casa para sus pequeños huéspedes; al pueblo trabajador pertenece sobre todo la madre cuya contribución tiene el mayor de los valores: una descendencia sana y fuerte de cuerpo y espíritu, cuya obra enriquece el tesoro de la humanidad. Al margen de esta gran comunidad de hermanas solamente se encuentran aquellas señoras que viven a costa de la explotación del trabajo de los demás y que carecen de actividad autónoma; estas señoras no participan en aumento del patrimonio social, sino sólo en su consumo.

La revolución ha dado a las mujeres trabajadoras sus derechos civiles sin preguntar antes si la mayoría los había reivindicado, sin averiguar si habíamos luchado para conseguirlos. La revolución ha hecho posible también que la valiente lucha de sus vanguardias garantice la capacidad, la voluntad de todas para asumir sus deberes de ciudadanas.

Ahora se trata de que las mujeres paguen esta deuda de reconocimiento hacia la revolución y demuestren que la confianza que en ellas había puesto es perfectamente correspondida. ¡Demostremos nuestro orgullo y nuestra valentía! No recibamos sin dar nada a cambio; no nos dejemos asustar por los espectros del pasado; por el contrario, enfrentémonos al futuro con ímpetu y decisión.

La revolución está amenazada. Por todo el Reich las fuerzas de la reacción y de la contrarrevolución están intentando salir del escondrijo en el que la revuelta de las masas les ha obligado a refugiarse. Las clases poseedoras empiezan a organizarse y armarse para arrancar al pueblo trabajador el poder político apenas conquistado. Sus agentes en la prensa, en la administración pública, en los parlamentos tomados por la revolución, empiezan a entrar en escena.

Los conservadores están descubriendo que tienen un corazón democrático y los demócratas burgueses se dan cuenta de que su acción debe ser de tipo conservador, que más allá del límite que determinan los intereses de clase burgueses, el principio democrático debe abdicar en favor de la praxis capitalista. Los enemigos ocultos del poder revolucionario del proletariado son más peligrosos que los enemigos desenmascarados. La democracia burguesa, esta árida fórmula jurídica, se prepara para estrangular la viva democracia proletaria de la cual la revolución ha sido su primer paso.

La reivindicación de asambleas nacionales constituyentes para el Reich y para los Estados federales es la sábana que debe encubrir el intento, por parte de las clases poseedoras, de reconquistar el poder político. Reparto del poder político entre todos los estratos y clases de la población: ¡qué bien suena, cómo suena a justo y democrático!

Y sin embargo, la piel de cordero disfraza al lobo. Sólo existen dos posibilidades: o el proletariado detenta todo el poder político para la realización de su objetivo final: la superación del capitalismo por el socialismo, o bien el proletariado no detenta ningún poder, sino sólo una parte mínima del mismo para poder realizar reformas que no amenacen el sistema capitalista, sino que por el contrario lo refuercen. Un reparto de poder entre la clase obrera y la burguesía siempre acaba desembocando en un dominio de la clase burguesa, siempre acaba siendo una moderada dictadura de la clase poseedora y explotadora.

El campo de escombros en el que la guerra mundial ha convertido el sistema capitalista exige de inmediato, si el pueblo trabajador no quiere verse en la ruina, la reconstrucción de la sociedad sobre bases socialistas. El socialismo, no en tanto que teoría social, sino como praxis social, es el imperativo del momento. Las tareas impuestas por la adquisición de bienes alimenticios y materias primas, por la desmovilización, por la reconstrucción de la economía completamente disgregada, solamente pueden ser realizada mediante soluciones socialistas si se quiere que las masas populares no se conviertan en las víctimas de una situación insostenible. El apoyo de la lucha por el poder político está representado en la lucha por la ordenación económica de la sociedad. Quien desee el fin del capitalismo y la llegada del socialismo no debe permitir que el poder político del pueblo trabajador quede paralizado por el poder político de los poseedores, y debe exigir todo el poder para el proletariado. El terremoto político que ha derrumbado el trono y los sillones de los burócratas debe embestir también la economía y dar muerte al capitalismo. ¡La revolución debe continuar avanzando!

 

Por un Frente Único Obrero contra el fascismo2

30 de agosto de 1932

Antes de que el Reichstag pueda resolver las cuestiones específicas del día, debe enfrentar esta tarea central: desconocer al gobierno del Reich que, violando la Constitución, amenaza con disolver totalmente al Reichstag.

El Reichstag podría acusar al presidente y los ministros del Reich por violaciones a la Constitución y, si las siguen cometiendo, llevarlos ante el Tribunal Estatal de Leipzig. Sin embargo, llevarlos ante esa corte suprema, sería como acusar al diablo con su abuela.

Desde luego, es obvio que ninguna decisión parlamentaria puede quebrar un poder basado en el Reichswehr (ejército) y demás agencias en que se apoya el Estado burgués, junto con el terrorismo de los fascistas, la cobardía del liberalismo burgués y la pasividad de amplios sectores del proletariado.

Desconocer al gobierno del Reichstag sólo puede ser una señal para que las amplias masas fuera del Parlamento se movilicen y tomen el poder. El fin de esta batalla debe ser emplear todo el peso de los logros económicos y sociales de los obreros, así como sus grandes números.

La batalla debe librarse particularmente para derrotar al fascismo, que intenta destruir a sangre y fuego toda expresión de clase de los obreros. Nuestros enemigos saben bien que la fuerza del proletariado no deriva de sus asientos en el Parlamento, sino que está anclada en sus organizaciones políticas, sindicales y culturales.

El ejemplo de Bélgica le muestra a los obreros que, incluso durante la más severa depresión económica, una huelga de masas resulta un arma efectiva, siempre que esté respaldada por la determinación de las masas y su disposición a no retroceder en la batalla y usar la fuerza para repeler las fuerzas combinadas del enemigo.

Ahora bien, si la clase obrera flexiona sus músculos fuera del Parlamento, no debe ser sólo para desconocer a un gobierno que ha violado la Constitución. Debe ir más allá del objetivo del momento y prepararse para el derrocamiento del Estado burgués y de su base, que es el sistema capitalista.

Cualquier intento de resolver esta crisis mientras el capitalismo siga en pie no podrá sino empeorar el desastre. La intervención del Estado ha fracasado porque el Estado burgués no controla la economía; es la economía burguesa la que controla al Estado.

Como aparato de poder de la clase propietaria, sólo puede operar en beneficio de ésta y a expensas de las masas productoras y consumidoras. Planificar la economía sobre bases capitalistas es una contradicción de términos. Esos intentos siempre se estrellan con la propiedad privada de los medios de producción. Una economía planificada sólo será posible cuando la propiedad privada de los medios de producción haya sido abolida.

El único modo de superar a las crisis económicas y las amenazas de guerra imperialista, es una revolución proletaria que acabe con la propiedad privada de los medios de producción y así permita una economía planificada.

La gran prueba histórica de esto no es otra que la Revolución Rusa. Esta ha demostrado que los obreros tienen la fuerza para derrotar a todos sus enemigos: los capitalistas de su propio país y los bandidos imperialistas extranjeros. Ella ha despedazado los tratados esclavistas como el de Versalles.

El estado soviético también ha confirmado que los obreros poseen la madurez para construir un nuevo sistema económico en el que el mayor desarrollo de la sociedad pueda ocurrir sin crisis devastadoras, pues ha destruido los métodos de producción arcaicos: la propiedad privada de los medios de producción.

La lucha de las masas laboriosas contra el desastroso sufrimiento del presente es, al mismo tiempo, la lucha por su plena liberación. La mirada de las masas debe mantenerse fija en este objetivo luminoso, que no debe enturbiarse por la ilusión de una democracia liberadora. Las masas no deben dejarse amedrentar por el brutal uso de la fuerza con que el capitalismo busca sobrevivir, en la forma de nuevas guerras mundiales y ataques civiles fascistas.

La tarea inmediata más importante es constituir un Frente Único de todos los obreros para repeler al fascismo, para preservar la fuerza y el poder que los explotados y oprimidos tienen en su organización y para mantener su existencia física misma.

Ante esta imperiosa necesidad histórica, todas las opiniones que inhiban y dividan, sean políticas, sindicales, religiosas o ideológicas, deben pasar a segundo plano. Todos los que se sienten amenazados, todos los que sufren y todos los que aspiran a la liberación pertenecen al Frente Único contra el fascismo y sus representantes en el gobierno.

La autoafirmación de los obreros frente al fascismo es el siguiente prerrequisito indispensable para el Frente Único en la batalla contra las crisis, las guerras imperialistas y lo que las causa: los medios de producción capitalistas. La revuelta de millones de trabajadores y trabajadoras alemanas contra el hambre, la esclavitud, el asesinato fascista y las guerras imperialistas es una expresión del destino indestructible de los obreros de todo el mundo.

Esta comunidad internacional de destino debe convertirse en una comunidad férrea de lucha que los conecte con la vanguardia de sus hermanos y hermanas en la Unión Soviética. Las huelgas y revueltas en los distintos países son señales flamantes que indican a los combatientes alemanes que no están solos. En todas partes, los desheredados y los oprimidos han comenzado a moverse hacia la toma del poder.

En el Frente Único de los obreros, que también se está constituyendo en Alemania, no deben faltar los millones de mujeres, que aun cargan las cadenas de la esclavitud por su sexo, y por lo tanto están expuestas a una esclavitud de clase tanto más opresiva.

Los jóvenes que quieran florecer y madurar deben luchar en las primeras filas. Hoy, no se les ofrece más futuro que la obediencia ciega y la explotación en las filas del Servicio Laboral Obligatorio.

Todos los que trabajan con la mente y que con su conocimiento y esfuerzos aumenten la prosperidad y la cultura, pero que en la actual sociedad burguesa se han vuelto superfluos, también pertenecen al Frente Único. Todos los que, como esclavos asalariados, sostienen al capitalismo con su tributo, pero al mismo tiempo son sus víctimas, también pertenecen en el Frente Único.

Estoy inaugurando las sesiones de este congreso en cumplimiento de mi deber como presidenta honoraria y con la esperanza de que, pese a mis actuales enfermedades, tenga la fortuna de inaugurar, el primer congreso de los sóviets de la Alemania soviética.


NOTAS

1 Zetkin, Clara. La cuestión femenina y la lucha contra el reformismo. (Barcelona: Anagrama, 1976) 50-51.

2 Luxemburgo, Rosa y Zetkin, Clara. Su hogar es el mundo entero. Compilado por Óscar de Pablo. (Ciudad de México: Brigada Para Leer en Libertad, 2019) 107-110.

Autor

Producción editorial del equipo de la Revista Lanzas y Letras. www.lanzasyletras.com