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El fútbol todavía nos pertenece

Los tiempos del fútbol y los tiempos de la política nos estremecen como pocas cosas en el mundo. En ambos casos, el establecimiento busca arrebatarnos y privatizar lo que está en los orígenes del disfrute popular. Hinchas, equipos y deportistas estamos en medio de este riesgoso juego de lo político.

Durante el último mes el mundo entero ha sido testigo de duelos futbolísticos de alto nivel en la Eurocopa y la Copa América, del emerger de nuevas estrellas, de la nostalgia que genera ver cómo se empiezan a ir los ídolos, de victorias sorprendentes y, en general, de dos competiciones que siempre resultan interesantes. A la par, el pueblo europeo se juega un partido contra la extrema derecha que avanza con banderas misóginas, antiinmigrantes y racistas. En Francia, por ejemplo, durante la primera vuelta de las elecciones legislativas el equipo de Marine Le Pen anotó un auténtico golazo al posicionar a Jordan Bardella como candidato fuerte a primer ministro del país, mientras que la izquierda se agrupó en el Nuevo Frente Popular para tratar de remontarle la partida a la extrema derecha.

En medio de esta situación, Kylian Mbappé y Jules Koundé, jugadores del seleccionado francés, se han manifestado en contra del proyecto político de Le Pen y la extrema derecha. Sumándose a ellos la leyenda Eric Cantona, nieto y heredero de la lucha republicana española contra el fascismo, quien ha propuesto mantener viva la consigna: «¡No pasarán!», refiriéndose a Le Pen y su partido. Estas declaraciones han reavivado un debate que ha estado siempre en la órbita del deporte y su esencia política.

Eduardo Galeano alguna vez anotó acertadamente que la religión y el fútbol se parecen por la devoción que tienen muchos y la desconfianza de los intelectuales hacia ellos: «pan y circo, circo sin pan: hipnotizados por la pelota, que ejerce una perversa fascinación, los obreros atrofian su conciencia y se dejan llevar como un rebaño por sus enemigos de clase».[1] En contraposición a esta visión de tantos intelectuales, Antonio Gramsci plantearía que el fútbol es, más bien, el reino de la libertad humana, un campo de disputa a la hegemonía de las clases dominantes y un deporte esencialmente popular construido desde abajo y robado por los que están arriba.[2]

La lucha de clases se hace evidente en un deporte que, como todo, ha sido afectado por el neoliberalismo y la mercantilización de la vida. El poder monetario se ha sobrepuesto al sentimiento de amor por un club y a la tradición popular. Cada vez hay más clubes más ricos sustentados en grandes capitales extranjeros, y la crisis para los clubes de los obreros resulta aún más aguda. La derecha ha buscado despojar al fútbol de su carácter popular y promover una cultura de control social en la hinchada que convierta a los clubes en marcas con el sello derechista.  

A pesar de estos intentos seculares de despolitizar el deporte y de arrebatar al pueblo la pasión que genera, el fútbol todavía nos pertenece. La apuesta por democratizar y construir colectivamente el deporte se mantiene en las bases del poder popular. Aquel fútbol que queremos no está en Qatar o Arabia Saudí –países totalmente ajenos al deporte–. Tampoco está en las camisetas de nuestros avaluadas en casi la mitad de un salario mínimo. No está en tener que pagar por ver los partidos de la liga local, ni en las entradas impagables al estadio, ni el que es patrocinado por casas de apuestas, bancos o aerolíneas. Nuestro fútbol es ajeno a los deportistas que mantienen un silencio cómplice ante las injusticias en contra de su pueblo, rechaza la misoginia en contra del fútbol femenino y el desprecio por las luchas de las mujeres.

El fútbol que amamos, y por el que lucharemos, se juega en las calles de los barrios populares, en los potreros y playas, sin zapatos y entre amigos, con camisetas piratas y jugando por una gaseosa. Los futbolistas que queremos son héroes populares como el Maradona que enfrentó a los ingleses invasores y verdugos de los pibes en Malvinas, el Sócrates que con la Democracia Corinthiana luchó contra la dictadura brasileña, el Eric Cantona que pateó a un fascista en la cara, el Caszely que se negó a darle la mano al dictador Pinochet y la Yoreli Rincón que luchó contra los poderes machistas que dirigen la Federación Colombiana de Fútbol y desconocen a las futbolistas como trabajadoras.[3]

Construir el fútbol que queremos desde abajo parece, como otras luchas populares, una labor difícil en estos tiempos. Sin embargo, hay ejemplos de sobra de resistencias surgidas desde abajo para mantener el fútbol como nuestro y para nosotros. Por una parte, los clubes de fútbol autogestionados en España son una alternativa viable para la construcción de otro fútbol, en el que hay asambleas democráticas y tomas de decisiones por parte de todos los socios ubicados, principalmente, en los barrios populares. Por lo general, estos clubes y sus socios se caracterizan por defender posiciones anticapitalistas, antifascistas y en contra de la discriminación. Estos esfuerzos de equipos como Ceares, Unionistas, Ourense, Orihuela o Independiente de Vallecas demuestran que no todo está perdido y que hay forma de luchar y proponer otro tipo de fútbol que no abandone sus orígenes populares y se mantenga fiel al pueblo.

Por otra parte, aquellos que luchan por un nuevo fútbol y el desmonte de la mercantilización del deporte también se encuentran en las barras populares que se encargan de establecer y defender la identidad política de sus clubes, visibilizar injusticias en el mundo y, en general, enviar filosos mensajes políticos a sus adversarios (de clase). De esta manera, las míticas barras del Rayo Vallecano en España y del Sankt Pauli de Alemania han sido consideradas como faros de la lucha popular y antifascista en el fútbol en contra de clubes que cobijan a hinchas abiertamente neonazis y fascistas.

Pero no tenemos que ir tan lejos para conocer a barras populares que sueñan con otro fútbol. En Colombia, entre 2010 y 2020, se ha afianzado la Red de Hinchadas Antifascistas conformada por seguidores de casi todos los equipos del país. En la Guardia Albi-Roja Sur de Santa Fe están los Red Guards United, hinchas santafereños ligados íntimamente a la lucha antifascista y grandes opositores de todas las formas de discriminación en el país. Igualmente, están Barón Rojo Sur del América de Cali, la Rexixtencia Norte del Medellín, el Holocausto Norte de Once Caldas o el Lobo Sur del Pereira. Todas se han erigido como barras amantes del fútbol y luchadores de ideales comunes que escapan de la simple filiación a un equipo.[4]

De igual manera, es necesario rescatar la labor que adelanta la barra Sororidad Roja, mujeres hinchas del Deportivo Independiente Medellín que buscan “¡feminizar el parche, la casa, la cancha, el barrio, el fútbol y la vida!”, rechazando la tradicional violencia barrista y exponiendo las causas sistémicas que invisibilizan al fútbol femenino. Sororidad alienta a todas, todos y todes a “ponerse la 10 con la liga femenina”, asistiendo a los estadios, apoyando a los equipos y luchando por mejores condiciones para las jugadoras. Los esfuerzos de estas barras dan esperanza en un contexto del mundo fútbol dominado por la violencia y la despolitización del poder transformador del deporte. Seguiremos luchando por el fútbol que queremos: militante y para todes. ¡No cederemos!

Notas

[1] Eduardo Galeano, El fútbol a sol y sombra. (Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 1995).

[2] Antonio Gramsci, “El fútbol y el juego de la escoba”. Avanti!

[3] La valiente lucha de Yoreli Rincón terminó por aislarla de la selección colombiana de fútbol femenino.

[4] Alejandro Villanueva-Buscos y Juan David Lozano-Aranguren. “‘Antifascista y futbolero’: el latente crecimiento de hinchadas con manifestaciones políticas en el fútbol colombiano”. Lúdica Pedagógica, n.° 33 (2021): 7-13. https://revistas.pedagogica.edu.co/index.php/LP/article/view/13217

Autor

Tomas Bernier, estudiante de Ciencia Política y editor en Lanzas y Letras.