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Los avatares de la formación política. Algunas claves para no perder el rumbo

Los lugares de la política no son hoy los mismos que anclaron el desarrollo de nuestras tradiciones de izquierda. Las organizaciones populares en América Latina se enfrentan a un mundo administrado por la crisis y a una agresiva reacción de las derechas. ¿Cuáles son los retos de la formación política en este contexto? Hablamos al respecto con Lucía Reartes.

Lucía Reartes es militante popular y compone la Coordinación Político-Pedagógica de la Escuela José Carlos Mariátegui en Argentina. Junto a ella quisimos reflexionar en torno a los desafíos de la formación política en un contexto en el cual es más que evidente que la política se funde en la vida cotidiana, que la tecnología adquiere un rol central en la batalla de las ideas y las emociones, y que las organizaciones populares se esfuerzan por dar con nuevas claves para conectar con los sectores subalternos. Un diálogo imprescindible para las formadoras y formadores de nuestro continente. “Los desafíos son mil, pero las tareas están planteadas”.

La política, cuando hablamos de formación, resulta una categoría compleja. Porque la política es algo que nos entra por todo lado: comemos política, observamos política, hablamos política, en fin, la política captura todos los elementos de nuestra vida cotidiana. En ese sentido, si la política no es un momento aislado de nuestra experiencia vital, ¿qué significa, desde la perspectiva de la militancia popular, hacer formación política? ¿A qué se refiere la práctica de la formación teniendo en cuenta que la política no es algo ajeno a nuestra experiencia cotidiana?

Se me sale lo socióloga, pero está la distinción clásica entre lo político y la política. La dimensión de la política como aquello prefijado, institucionalizado, instituido y, por otro lado, lo político como esa escena del quehacer, que hace un poco a lo disruptivo, que hace parte de los planos de la vida cotidiana y que, evidentemente, no está institucionalizado. Por lo tanto, forma parte de nuestras prácticas cotidianas como seres que vivimos en sociedad.

A ver, me parece que vinculándolo un poco con los desafíos de la formación política, en la actualidad hay una comprensión mucho mayor, tal vez no consciente, pero sí prácticamente, de que incluso la formación política, y claramente la política en general, están presentes en todos los planos de la vida cotidiana.

No hay una cuestión de quienes se encargan de lo estatal o de la política en términos más generales, sino que nos envuelve un poco a todos, sobre todo a la militancia popular que lo hace permanentemente.

Esto está vinculado, me parece, a la expansión y el desarrollo de los medios de comunicación y de las tecnologías que hace que una tenga al alcance de su mano un permanente bombardeo de información, de sobreinformación, de sobreproducción de datos. Por tanto, se nos pone en el debate la necesidad de tener nuevas reflexiones, no solo en el plano comunicativo, sino en el de la construcción concreta de hegemonía.

Ahí es donde me parece que los movimientos populares, como intelectuales colectivos que son, tienen un rol fundamental en ese sentido de Gramsci. Me da la impresión que en el último tiempo, en lo últimos diez años, ha habido un avasallamiento de las nuevas tecnologías. La tecnología no es algo que nace de un árbol, como algo natural y dado, sino que es construida con base en determinado modelo productivo, y a determinada intencionalidad que tiene el capital en la construcción de tecnologías de la información y la comunicación.

Esto nos ha costado muy caro en las organizaciones populares, y nos pone a nosotros y nosotras en el desafío mínimo de reflexionar sobre cuál es el rol que está jugando la sobredifusión y sobreinformación en nuestra vida cotidiana. A su vez, desde dónde o cómo se construyen perspectivas alternativas a las imposiciones de la ideología del capital. En últimas, se trata de preguntarnos cómo se puede construir una alternativa desde la organización popular, en vinculación, o no, con los medios de comunicación.

Ahí creo que a nosotros y a nosotras, se nos presenta la dificultad de todavía no estar preparados para poder pensar cuál es la forma de intervenir en esos lugares y generar discursos contrahegemónicos. Digo en el plano de los medios de comunicación, pero también en el trabajo de base, cotidiano, en nuestra militancia concreta, en nuestros espacios, si se quiere, de formación cotidiana, de debate cotidiano con el pueblo. De cómo contrarrestar ideas cuando de manera tan generalizada y tan aplastante se generan procesos tan verticales.

De vuelta, algunos con grados muy claros de dominación del capital y otros, como charlábamos, que son directamente monstruos, aberraciones reaccionarias, conservadoras e irracionales que despiertan los peores sentidos sociales, y que nos ponen, justamente, contra la espada y la pared.

Claro y porque pareciera un poco contradictorio que, con todo el desarrollo del capital en términos comunicativos, en términos, digamos, de ejercer una hegemonía sobre lo sectores populares y sobre la sociedad en su conjunto, siguiéramos comprendiendo la formación política casi que exclusivamente como cursos o currículos. Sin decir que los cursos no sean importantes, claro, porque son imprescindibles. Pero se requiere, tal vez, de una visión ampliada de lo que significa la formación política hoy desde los movimientos populares. Más aún, trayendo ese concepto que tu traes de intelectual colectivo.

Sí, totalmente, esa es un poco la idea. Digamos, incluso, que la misma idea de escuela no nace hoy. Tiene una tradición que está ligada a determinado momento histórico, y es una institución que también es puesta en crisis hoy. Entonces, esa idea de cursos o instancias más institucionalizadas de formación, están siendo puestas un poco en cuestión.

De vuelta, esto nos impone el desafío de fortalecer los roles de formadores y formadoras en todos los territorios en los que estamos concretamente. Hay ahí siempre un debate sobre si, por ejemplo, comunicadores y comunicadoras somos todos y todas, o formadores y formadoras somos todos y todas. Y yo creo que hay algo ahí de: en parte sí y en parte no.

Si alguien es militante y comienza a tener alguna consciencia sobre el grado de explotación en el que vivimos y sobre la opresión de las clases subalternas, tiene el deber y desafío de convencer desde diferentes planos. Entonces, en nuestros trabajos de base, en nuestros espacios de militancia, en el diálogo con el pueblo, la formación es permanente.

Ahora, hay una tarea específica de los formadores y formadoras, y tiene que ser un espacio específico dentro de las organizaciones que reflexionan sobre estos temas. Un espacio que tenga la tarea específica de formar a la militancia, con base en una estrategia común, colectiva, socialista, de izquierda, etcétera.

Cuando eso no está, es muy evidente que se pierde un poco el rumbo. Se pierde el rumbo cuando no se trabaja con fuerza el rol de los formadores en los espacios de base, en las asambleas barriales, en las tomas de tierra. Más allá de la idea del curso al que uno va, se trata del trabajo en los mismos territorios. Pero cuando no está la claridad acerca del rol de la formación, suele ser bastante más volátil el proceso, en el sentido del zeitgeist, del espíritu de época, que te va permeando en los diferentes momentos. Entonces, sin esto se pierde un poco la idea de que la formación tiene que tener una intencionalidad, una estrategia política, y se termina convirtiendo en lo que en este momento se pone de moda.

Las lecturas que hay sobre la institucionalidad, el Estado, la construcción de poder y el poder popular. Un montón de conceptualizaciones que hacemos, que realizamos las organizaciones populares. Cuando hay un gobierno progresista o no, cuando hay un gobierno más de izquierda o uno de derecha, como el de Bolsonaro. Todas estas lecturas van cambiando, obviamente, porque uno se mueve con la coyuntura como organización política.

Pero cuando no hay formación política esto se torna en un viraje de la línea, en una transformación total o radical sobre algunas concepciones básicasa través de las cuales estructuramos un poco la perspectiva de las organizaciones populares en América Latina.

Me gustaría hacer zoom sobre un tema que has tratado para ver la imagen panorámica de lo que quieres transmitir. Y es sobre ese intercambio entre las transformaciones dentro del capitalismo periférico en nuestra región y los paradigmas que el movimiento popular tiene sobre la formación política. Tú hablabas de un concepto clave: la crisis. Y ya se ha diagnosticado bastante bien que no es deber de nuestra formación, digamos, no está en imitar el paradigma que tenían los partidos de masas del siglo XX: escuelas de formación masivas para partidos de masas orientados al asalto instrumental del poder. Teniendo en cuenta este barrido, ¿qué retos tenemos hoy los formadores y formadoras dentro de las organizaciones populares en América Latina y el Caribe?

Lo digo brevemente. Un poco, a lo que apuntábamos, tenía que ver con señalar que asistimos a un crisis que es multidimensional. Pero una aclaración antes: crisis, como ya vimos en la historia del capitalismo, no implica fin del capitalismo mismo, antes bien, implica que estamos en un momento de transformación. Incluso puede ser un momento de crisis continuada, de crisis del hegemón principal. Por lo tanto, puede haber un momento de muchísima inestabilidad, por periodos largos y prolongados de tiempo.

Entonces, también a nuestras temporalidades o lecturas de muy corto plazo hay que ponerlas en perspectiva. Quizás durante un tiempo largo estemos atravesando crisis en todos estos aspectos, y esto va a implicar una reconversión en todos los sentidos. Pero la crisis es tanto económica, de acumulación, como política e institucional, en tanto transformación de las formas de entender la intervención de la escena pública. Es también social, en el sentido de crisis de valores, de formas de entendimiento del mundo, e ideológica y cultural.

Bueno, todos esos son desafíos que se nos ponen a los formadores y formadoras. Quienes, muchas veces, somos los continuadores de tradiciones de pensamiento, de conocimiento, de la historia misma de estos partidos tradicionales con sus grandes escuelas de cuadros.

Entonces, también tenemos ese rol de ser los continuadores de tradiciones históricas de lucha en un momento de crisis, ahí está el ejercicio creativo que tenemos que hacer. Cargamos con todas nuestras tradiciones de lucha y con las formas que creó la misma clase trabajadora.

Algunas otras tradiciones vienen del capital en general, de la institucionalidad burguesa común. Pero muchas otras son contrainstituciones, son contrahegemonías que hemos generado desde las organizaciones populares.

Evidentemente, todo esto corresponde a determinado momento histórico y, hoy, hay que revisarlo. Digo esto que es muy básico: que la mayor parte de nuestro pueblo pobre tiene hambre y no puede pensar en lectura y escritura como la comprendemos nosotros nos pone en un desafío grande.

Nosotros trabajamos con el pueblo pobre de América Latina, con los trabajadores y las trabajadoras más humilde, con altas tasas de informalidad, de precarización laboral, de hiperexplotación del trabajo. Entonces, esas características, esa fisionomía que toma la clase obrera luego de los años setenta, nos pone el desafío de pensar una formación que no esté ligada a esos viejos modelos sin ir en desmedro del contenido, ni de la profundidad teórica, ni en contra de determinada consciencia que puedan llegar a adquirir las compañeras y los compañeros. Esto, evidentemente, nos pone una alerta.

Las condiciones políticas de crisis de las mismas institucionalidades de las que hablábamos, del Estado, de la escuela, pero también de las organizaciones, de los partidos políticos y de los sindicatos; de las instituciones más corporativas que se crean en ese Estado de bienestar de los gloriosos años treinta. Esas condiciones nos generan a nosotros (aunque ya lo hicieron en los noventa) la dificultad de crear nuevas organizaciones y nuevas formas de representación y de vinculación de las organizaciones populares con el pueblo.

Muchas de las organizaciones populares de América Latina no somos partidos políticos con las estructuras clásicas. Somos organizaciones, movimientos, plataformas. Empezamos a tener una búsqueda de nuevas formas de organización que representen un poco esa heterogeneidad que está presentando América Latina.

Me parece que en el plano de la formación política se nos impone lo mismo. Se nos impone pensar de qué forma, que no es la tradicional, podemos generar desde las organizaciones populares que las compañeras y compañeros de nuestro pueblo popular y pobre se formen y adquieran algo de consciencia. Sobre todo, bajo una formación que le dé vida y carne a la idea de poder popular, que es el motor de nuestros procesos políticos.

Esta idea, muy básica, de crisis de valores tiene que ver con cómo el individuo cobra relevancia. No es una cosa meramente académica. El nuevo rol del individuo, como una cosa bien práctica, nos enfrenta a las organizaciones populares, a los militantes y las militantes, a cada vez más dificultades para concebirnos desde lo colectivo, de tomar a la comunidad como una forma alternativa a la que vivimos. Desde esta perspectiva, la militancia solo es otro compartimento dentro de nuestra individualidad.

Entonces, hay ahí como una reversión en los términos. ¿Dónde está la comunidad y dónde está el individuo? Hoy, me parece, esto hace mella en nuestras organizaciones y se ve a nivel de base, a nivel de militancia y también a nivel de las vocerías.

Lo que empieza a suceder con estas transformaciones en relación a la organización y con el rol que adquiere la vocería individual en un plano de hiperexposición en los medios de comunicación. Es un desafío inmenso.

Y ligado a esto, nuevamente, está el rol de las tecnologías que aún nos cuestan en términos técnico-formales, pero más aun a nivel de difusión ideológica.

Esta es otra pata que es muy sintomática de la crisis, y tiene que ver con la emergencia de una reacción desde la derecha a esta crisis, una reacción totalmente irracionalista, conservadora y anticientífica que ataca los pisos de consenso que hemos construido como humanidad.

Toda esta nueva ola de terraplanismo, antivacunas, fundamentalismos religiosos, nuevas filosofías de vida que le proponen a uno estar en armonía con su individualidad, el selfcare. Todas hacen mucha mella y colaboran un poco en este proceso degenerativo.

Por último, vos haces parte de una articulación continental de proyectos de formación política que se aglutinan en ALBA Movimientos. Particularmente, militas en la Escuela de Formación Política José Carlos Mariátegui que juega un rol destacado en este encuadre latinoamericano. Sabiendo esto, nos gustaría saber, el estado de la formación política dentro de las organizaciones de Nuestra América.

La formación política ha sido siempre un pilar de nuestra articulación. La articulación internacional tiene varios pilares, pero la formación es central, no solo por todo esto que te vengo diciendo, sino también por el rol concreto de intercambio entre experiencias. Incluso cumple otras funciones en términos de conocimiento como adquirir noción de totalidad por parte de los compañeros y compañeras de las distintas organizaciones populares, y fortalecer la alianza entre las mismas organizaciones.

El proceso de ALBA, digamos, se consolida en parte al calor de los procesos que se dan en la Escuela Nacional Florestan Fernandes del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST). Esto colabora a que la articulación se asiente sobre el pilar más fuerte, es decir, la formación política.

Pero las dificultades que tiene la formación política son las dificultades del movimiento popular en general. Hay, evidentemente, un momento de emergencia, de creación y de consolidación de procesos formativos muy diversos en toda la primera parte del siglo XXI, que van muy en sintonía con lo que venía ocurriendo en América Latina.

Con el triunfo Chávez a inicios de siglo, todos los procesos de izquierda y de la ola progresista en América Latina emergen y se empiezan a consolidar, a articular, a dialogar, a tejer una malla que después será la que dará vida a ALBA.

Claro, cuando ALBA se consolida es un momento de reflujo de ese proceso político, y lo que comienza a suceder es la llegada de muchos gobiernos de derecha, y de una nueva ofensiva por parte de Estados Unidos sobre la región. A toda reacción le cabe su contrareacción. Empiezan a gestarse movimientos de derecha, incluso con laburos sobre una base organizada que despunta en los territorios.

Dentro de este proceso, la muerte de Chávez fue un momento clave. En 2013 ALBA se consolida. Pero inmediatamente empieza un proceso de reacción en el que muchas organizaciones que veníamos siendo parte y articulábamos fuertemente en ALBA también tenemos dificultades: embates en las regiones, persecución política, etcétera. Entonces, entre 2015 y 2016 se da un momento complejo para la articulación.

Las de ALBA son organizaciones que tienen la voluntad política de dedicarle tiempo, fuerza y esfuerzo a la articulación continental como parte de un proyecto global de los pueblos de América Latina. Al golpearse las organizaciones a nivel nacional, se golpeó a la articulación en su conjunto.

Luego sucede, además, una pandemia global que implica dejar de verse, de viajar, de articular codo a codo con las compañeras y compañeros. Todo ello nos pone en un momento de reflexión porque, evidentemente, está la avanzada de las derechas en el continente y la pandemia refuerza todas estas tendencias que hiperindividualizan, aumentan la pobreza y ponen aún más en crisis las instituciones.

Al mezclarse todas estas dimensiones en la pandemia, quienes somos formadores, que estamos articulando hace tiempo, nos vemos en la obligación de meter segunda, tercera, y empezar a construir con más fuerza, ganas y empeño el proceso de articulación.
Entonces, en los últimos dos años venimos fortaleciendo la articulación de escuelas que venía siendo un poco dificultosa. Y desde entonces venimos articulando con trece escuelas de ALBA. Tenemos la voluntad de ampliarnos hacia otros procesos nacionales, que pueden ser escuelas o no, que pueden ser sistemas de formación o áreas de formación de organizaciones, etcétera. Queremos que se sumen a la articulación y le den volumen.

Se trata, además, de encontrar la forma de dialogar para construir métodos y metodologías conjuntas, de trabajar desde la tolerancia, de ver también las diferencias que caracterizan los procesos de cada país. También pretendemos otros productos, redes de revistas que reflexionen sobre la formación en los nuevos tiempos, queremos ver qué podemos hacer y qué herramientas nos podemos compartir.

Creemos que estas producciones colectivas servirían, incluso, a los movimientos de otras partes del mundo. Así como ALBA forma parte de la Asamblea Internacional de los Pueblos (AIP). Es realmente muy loco, después de tantos momentos de articulación, hace mucho tiempo no hay una articulación de continentes pobres, desde los setenta, digamos. Estar hoy mirando de vuelta los problemas de las clases populares en Asia y África, tener presentes esas dimensiones que también son interesantes.

Nosotros tenemos la virtud, como América Latina, de siempre haber coordinado, de siempre estar de manera articulada. Tenemos el desafío de compartir toda esa experiencia, pero a su vez, un trabajo muy fuerte de sistematización y consolidación de los procesos. Convidar y acompañar a los procesos que tienen ganas de armar espacios formativos, escuelas de formación y que, por dificultades, por falta de sistematización, etcétera, no lo pueden hacer. De ahora en adelante, sería pensarse cómo se puede colaborar en estos procesos.

Así que, bueno, los desafíos son mil, pero las tareas están planteadas.