“¿Por qué nos asesinan?” Horrorismo: cuerpos inermes contra la necropolítica
Toda la violencia estatal se avalancha contra los cuerpos inermes de un pueblo que se pregunta “¿por qué nos asesinan?” ante el sonido agónico de un arma. Las voces desgarradas siguen exigiendo vida digna contra una política que solo administra la muerte bajo el imperativo de todo fascismo: matarás. Una nota de Maria Cristina López Bolívar acerca de estos días de convulsionada realidad. [Portada: Ciudad en Movimiento].
La voz quebrada de Javier rogando decía “¡por favor, no más!” pero la gendarmería, sus perpetradores, no escucharon ¿cómo lo harían? Hay que ser ciego, sordo y mudo para servir sin rechistar al imperio de la muerte que el gobierno estableció en Colombia.
Pero la voz quebrada de Javier sí logró tocar y romper con la supremacía de la indiferencia ciudadana que se desdibujó entre cuerpos rabiosos que salían una noche de septiembre exigiendo cesara la brutalidad con la que se maltrata la vida en las calles de las ciudades y en los campos de nuestro territorio.
Andrés, Julieth, Alexander, Fredy Alexander, Germán, Julián Mauricio, Cristián, Dylan, Nicolás. Fueron muchos más los nombres de los cuerpos inermes, los cuerpos expuestos al flagelo, a la humillación, a la ponderación de la muerte sobre la vida que hacen las instituciones apologetas de la violencia, desde el resentimiento de muchos otros que, anestesiados bajo la sevicia del poder y un uniforme color verde podrido, no distinguen a sus semejantes.
Los cuerpos indefensos, en estado de aturdimiento —bajo la doctrina del shock— no logran saber “¿qué pasa?” el porqué del terror que desata quien bajo ese uniforme se supone debía cuidarle o, por lo menos, no matarlo/no violentarlo/no aplastarlo.
El discurso miope de una clase media dice “sin violencia”. Ese discurso es el de la omisión de quien en su “santísima moral” esconde un temor a perder los pocos privilegios que asume ficcionalmente como derechos. Este “sin violencia” permite seguir en el cinismo de saber que todo va mal y no hacer algo para cambiarlo y, tampoco asumir la responsabilidad de las consecuencias de su enajenación. El “sin violencia” es la infantilización de quienes no reconocen, ni quieren entender el dolor de la otredad y, mucho menos tomarlo como propio.
La violencia se gesta como un ataque descontrolado y perturbador que arremete contra la vida. La vida, como supremo valor y en su supremo valor, es la que queda relegada de los gritos insensatos que vociferan “sin violencia” a quienes padecen la violencia del Estado.
¿Cómo un cuerpo inerme puede generar violencia?, ¿cómo el cuerpo en estado de shock no va a valerse de lo poco que tiene para salvaguardar su vida que yace y se niega a desfallecer?
La violencia y el terror ponen como protagonista al victimario. El mismo que subordina la vida ante el imperativo categórico del fascismo “matarás”.
La vida entonces ya no es el supremo valor para el gobierno. Ese mismo que justifica la muerte pactando, por negligencia y silencio, que la vida del pueblo, de los excluidos —como diría Badiou— pueda ser aniquilada por cualquier fuerza que desee/sepa y pretenda hacerlo.
Entonces no hablemos solo de la violencia que generan las instituciones policiales en tiempos de la muerte. Hablemos de algo más general: la violencia que contamina nuestro tiempo y que tiene su origen en la necropolítica. La administración de la muerte que pulula en nuestro territorio explica, a su vez, que, al Estado ya no le concierne la vida y su régimen es el del terror y el del mutismo.
Recordemos siempre, conmemorando la vida, a nuestrxs muertxs y sus cuerpos indefensos. Personas que “estaban en el lugar equivocado”, o que por física tristeza y coraje salieron a preguntar “¿por qué nos asesinan?” con indignación visceral y tanta rabia que se desbordó al encontrarse con la apatía y en la indolencia de un Estado-Empresa que no re/conoce el dolor del pueblo, el hambre del pueblo, el miedo del pueblo, la tristeza del pueblo, las lágrimas que derramamos por nuestrxs muertxs y el dolor que desgarra la garganta ante la impotencia que mira sin poder hacer nada.
El establecimiento y sus agentes solo reconocen y no amenazan o matan a quienes no cuestionan, sino que legitiman su necropoder.
Sea protagonista el pueblo de la vida: de las vidas en las que se encarna, con dolor y rabia, el último aliento, la última súplica de sus muertxs. Que la muerte sea relato del clamor por habitar este mundo más allá de los tiempos de la muerte, en un espacio para la vida digna, potente, amorosa y libre.
Ha de tenerse en cuenta el horror que generan en los cuerpos las instituciones. Las que matan en lugar de cuidar, las que callan en lugar de hablar, las que omiten en lugar de hacer, las que se corrompen y se pudren en lugar de…no sé, nunca se ha visto una institución justa ¿será una señal histórica de su corrupción moral/económica/social?
Horrorismo (termino de Adriana Cavarero) implica reconocer que el protagonista de todo acto de violencia ha de ser quien la padece y no quien la detenta (como pasa con el terrorismo).
El horrorismo se exhibe en Colombia al no perder de vista lo importante por dar paso a lo urgente: que son las personas y no las instituciones las que deben ser cuidadas, protegidas hasta con los dientes, con las uñas y con todo el cuerpo social, con cada uno de sus órganos que ha de potenciar la vida en lugar de asesinarla.
El horror aparece cuando las personas cansadas de soportar que la corrupción, la muerte y la desidia sean protagonistas de los escenarios políticos, resisten desde la vulnerabilidad de sus cuerpos ante la fuerza de la necropolítica y toda su horda sicarial.
Ya no hay tiempo para más. El pueblo colombiano, amenazado en su vida y habitar grita con fuerza “¡por favor, no más!”.
Hay un derecho moral que soporta este llamamiento: el derecho a la indignación. No se le puede despojar a la humanidad de su capacidad de indignarse, no hay un eufemismo que logre reducir el valor social del sentimiento de indignación ante la desidia gubernamental.
El Estado colombiano, lleno de indolencia y discursos vacíos, solo produce que el cuestionamiento poderoso de su pueblo “¿por qué nos asesinan?” no cese ante el sonido agónico de un arma.
El desgobierno de este gobierno no ha entendido que el ruego del pueblo que amedranta y mata es por una vida digna que ha de construirse de cara a la esfera social y desde la subordinación de las instituciones al pueblo.
¿Cuántos cuerpos más necesitan para que entiendan? Que aquí hay un conflicto de intereses: el del pueblo con sus cuerpos inermes y sus vidas pauperizadas contra el gobierno y su Estado necropolítico.