“¡Si tocan a una respondemos todas!”
Las universidades del país no son islotes aislados de riguroso conocimiento. Son instituciones que reproducen y perpetúan las violencias y jerarquías que dicen estudiar. Entre “doctos” y “colegas”, si tocan a una respondemos todas. Un texto de la profesora Maria Cristina López Bolívar.
Soy profesora universitaria, una más de las muchas mujeres que hemos decidido por convicción, desde la enseñanza y la educación, vivificar el pensamiento crítico e intentar que este mundo y este territorio sean mejores para las futuras generaciones.
La docencia universitaria permite la creación de pensamiento crítico en lxs estudiantes, jóvenes menos conformistas, menos temerosxs y más dadxs a las transformaciones sociales de manera estructural de lo que fue mi juventud.
Como docente he comprendido que la violencia, la marginalidad, la intimidación y el acoso no son temas aislados de los espacios universitarios. De hecho, gran parte de nuestras meditaciones académicas son dedicadas a reflexionar sobre estas esferas. Sin embargo, digo que la violencia, la marginalidad, la exclusión y diferentes tipos de acoso son temas recurrentes en la academia no solo de manera teórica, también práctica.
He padecido como estudiante y como profesora violencia de género, acoso laboral, sexual y violencia psicológica por parte de algunos de mis compañeros y colegas en diferentes épocas de mi vida académica.
Pero no soy solo yo, y no es solo un padecimiento individual. Muchas mujeres dentro de la academia hemos sido víctimas de quienes siempre se han vestido de civismo: los “doctos profesores”, “hombres de academia” que se sirven de su adalid para violentar, marginalizar, acosar y reducir a cuanta persona se les antoja.
Hasta ahora, pocas mujeres hablaron y levantaron su voz para acusar a los doctos y “decentes” profesores. Hasta ahora, la normalización de actitudes acosadoras (como “invitaciones” de carácter obligatorio para no ver comprometida nuestra carrera profesional, gritos autoritarios ante los se calla porque es “el profesor” y “siempre lo hace”, el ser invisibilizada en las discusiones de clase o con tus compañeros de trabajo mientras tus ideas son repetidas en otras voces “menos chillonas”, “más serias” y masculinas en las cuales se vuelven valiosas) ha sido la constante dentro de la comunidad académica colombiana.
Y qué decir de las persecuciones de carácter sexual que se reiteran una y otra vez ya no como estudiantes, sino como profesoras, por parte del mismo “excelentísimo” profesor que no pasa de ser un acosador en su intimidad.
No doy nombres, ni tampoco quiero ser reducida a un nombre porque estas situaciones de violencias normalizadas, de machismos aceptados y fortalecidos por la academia en nuestro territorio son estructurales y no un caso aislado.
No es uno el victimario de violencia sexual, o un profesor acosando a mujeres estudiantes o compañeras, no. El fenómeno se repite de universidad en universidad, de institución pública a institución privada, de víctimas que tienen que demostrar a la universidad que sí lo son para que acepten modestamente protegerlas, a victimarios con renombre que nadie es capaz de confrontar.
Son instituciones de alto baluarte investigativo, académico y social que saben que sus miembros acosan/violentan y, que encubren a los perpetuadores de un patriarcado misógino y machista mientras ridiculizan y minimizan las denuncias de nosotras, víctimas de estos micro/macromachismos que estamos cansadas de padecer en silencio. Son instituciones respetadísimas que terminan banalizando el mal antes de entenderlo.
Ahora, nosotras desde nuestra digna rabia, desde nuestros ovarios, desde nuestras voces unidas ya no solo denunciamos esperando que “el caso se resuelva de la mejor manera” o que el victimario sea reconocido como tal.
Ya no estamos dispuestas a callar. Si el patriarcado se arropa todo con la misma banalidad del mal, nosotras todas juntas desmantelamos la violencia violentamente trivializada.
Llamamos a que nunca más nos callemos ante comentarios y rumores misóginos, ante conductas acosadoras, ante la violencia psicológica que nos hace dudar incluso hasta de nosotras mismas.
No solo los “doctos” y “cívicos” acosadores tienen que rendir cuentas. Son las universidades que han hecho de ellos sus representantes las que tienen que responder ante nosotras.
Sus estructuras antiquísimas deben caer para dar paso a nuevas formas de vivir la academia, maneras solidarias, respetuosas, amorosas, femeninas, críticas y autocríticas para volver a la universidad de este tiempo tecno/burocrático, más humanista, abierta a otras maneras de pensar, de sentir y de ser en el mundo.
No podemos continuar con el silencio cómplice y complaciente cuando el victimario es “mi colega”, un “buen hombre”, una “persona cívica”.
Somos nosotras mujeres, profesoras, estudiantes en resistencia las que tenemos que rehacer de las cenizas de la universidad patriarcal y violenta una universidad amiga, amante del conocimiento y potenciante de la creatividad, un lugar confiable y amable con todas las personas que asistimos a la academia para hacer de este mundo el mejor de los mundos posibles.
Por eso, ahora, ¡sí tocan a una respondemos todas!, ¡no estamos solas! en la construcción de la universidad humanista y femenina de nuestro siglo.