Tombos en la U
El día de ayer las promesas de un gobierno alternativo (o mejor dicho “progre”) en una ciudad paraca como Medellín, revelaron su verdadero rostro: tombos en la U. Como en las peores épocas de tragedia y represión, los ánimos se caldean; las papas explosivas seguirán rugiendo y el alcalde, intachable como es, dará nuevamente la orden de entrada. [foto de portada: Rubén Torres, @merbencho].
Al alcalde, que es progre, no le gusta el desorden. Le gusta que todo esté bien puesto. Es un muchacho bien arreglado. Tiene pinta de cero tolerancia. Y ese ha sido el remedio al ruido de las papas en la u.
Quien conozca los ritmos de la universidad pública colombiana (latinoamericana incluso, y esto no es mero dato curioso sino indicio estructural, pista de un profundo desajuste común), sabe que el tropel no va a salir a quemar la ciudad. Hasta mediados de los noventa aun se quemaban llantas en la calle Barranquilla; buses ya no porque alguien había dado orden de que no los volviera a tocar… Hoy en día no se hace nada de eso. El tropel tiene su lugar definido en la geografía real de la ciudad: permanece en su sitio. Desde hace mucho el ritmo del tropel es conocido y reconocido por quienes viven y estudian en Ciudad. Sacudido el calor de la tarde por las papas, el evento se desarrolla como declaración pública de intenciones y al mismo tiempo como denuncia performática. El carácter performático de este tipo de ocupación política del espacio y del tiempo públicos debe ser tenido en cuenta, pues solo así se comprende por qué pese a su aparente ferocidad el tropel no se comporta como una máquina de guerra contra la gente (otra cosa son los infiltrados, como los que se metieron a saquear un cajero que al tropel tradicional nunca le ha importado). Quite usted la fuerza pública y tendría una parada política. Una parada política ruidosa, como buscan ser todas las paradas políticas, incluso las silenciosas —estas quizá más. Un par de horas de distracción del despiste cotidiano, y luego todo de nuevo a la normalidad. Ni gases, ni correrías desesperadas, ni humillación o miedo; sin violencia, en suma. Tal vez la gente, sacudida por el ruido de las papas, se preguntaría en ese caso “¿Y estos muchachos, qué será pues lo que querrán decir?”. Quizá alguien, afuera, llegue a preguntarse algo, a sospechar algo, a pensar que algún motivo habrá para tanto ruido y tanta rabia. Tal vez mucha gente piense o sienta cosas similares, sin atreverse a confesarlo.
(Usted, que le molesta el tropel, y que por supuesto tiene un derecho sagrado a molestarse ¿se ha preguntado por la historia del tropel? ¿Sabe de las muchas formas de lucha de los estudiantes de antes y de ahora, las innumerables formas de vida que han inventado para hacer vivible un presente insoportable? ¿Se ha dado cuenta que hay un antes y un después del tropel, un más allá y un más acá de él? ¿No se le ha ocurrido preguntarse qué más hacen de revolucionario el resto del tiempo? ¿No conoce los fanzines, los murales, las peñas, las chocolatadas, las asambleas, los convites, las ocupaciones, el trabajo comunitario, la militancia de género, los encuentros de poesía, las bandas de punk y de hard core, las de hip hop y de metal, los que fuman y ven caer la tarde desde el aero mientras leen cosas raras y muy inteligentes, la gente que escribe en hojas sueltas y regala lo que escribe, los que hacen comida ancestral como política, los que cuidan y aman a los animales, los que saben de plantas y de caminos en los bosques, los que hablan con la gente de los pueblos y lloran con las historias campesinas, los grupos de lectura que sueñan con refundar la teoría y de paso la realidad, los que aprenden lenguas viejas y pequeñas que los políticos desprecian, los que hacen trueque y así llegan a conseguir libros inconseguibles de anarquistas olvidados, los que quisieran quedarse toda la vida en la universidad sencillamente porque la u es una chimba, los que no quieren ser políticos porque de verdad quieren hacer algo? ¿Conoce usted todas las formas de acción de las y los estudiantes, la estudiantada alegre y valerosa? ¿O solo ha visto un tropel y piensa que eso es todo?)
La política de cero tolerancia del alcalde le está costando a la universidad muchísimo más que lo que le cuesta el tropel. Esa política dice: “a la primera papa entran los tombos”. En realidad no dice más que eso. Y por eso todo lo que se derive de ella tiene aspecto marcial, no cívico, menos aún democrático. Los ejemplos, que en realidad son lo que importa, no faltan ya: los esmadianos —raza potencialmente peligrosa, que debe ser llevada con traílla y bozal como manda la ley—, apostados en las porterías para vigilar la salida forzosa de la universidad, no se podían quedar sin castigar, y es así como a los gaseados estudiantes que salían entre rabia y lágrimas de la universidad, les espetaban “fue con mucho gusto”. Como quien dice: a la violencia física súmele la humillación. No se puede desconocer el fuerte elemento estético que hay en cada salida a escena de los esmadianos: toda su mímica, su postura, el color de las armaduras, la cuadrada homogeneidad de las figuras, todo en ellos es desafiante; no hay gestos de confianza, por supuesto ninguno de cuidado. Toda su estrategia (producto de una formación que debe costarle mucho a los ciudadanos) se reduce a arriar los individuos, reunirlos y luego gasearlos hasta la salida. No se puede describir de otra manera algo tan elemental. El espectador solo percibe una masa oscura y densa que avanza hacia él. A esa masa la precede su olor: llora el espectador y empieza a sentirse, además de amedrentado, desvalido. Entonces entra en pánico. Y siente que aquella masa oscura no le ha traído lo que dicen que traería —seguridad y protección— sino miedo y dolor. Narro hechos pasados, yo no estuve en la última incursión armada del Estado en la Universidad de Antioquia, la del jueves veinte de febrero del dosmilveinte, pero he visto las grabaciones. Uno de estos videos cierra con la respuesta precisa a la muy probable cara de satisfacción del alcalde: “¡Así no es, marica!”
Las cuentas oficiales saldrán pronto: ventanas, computadores, instalaciones, laboratorios, cosas, cosas, cosas. Las cuentas subjetivas —las de la rabia y la frustración, las del miedo y del deseo— siguen creciendo.
Son las fuerzas del orden las que traen la violencia a la universidad. Actúan exactamente como fuerzas del desorden. De un desorden sádico y que parece movido por el resentimiento. Por lo demás, el ruido que generará esta nueva (y mal llamada) violencia estudiantil (violento el esmadiano, no la estudiantada) dará pie para seguir mal ocultando en la universidad una violencia verdaderamente nefasta, una que no da espera y que sin embargo ha tenido que esperar toda la historia para ser tenida en
cuenta: la violencia de género.
Siga echando tombos en la u, señor alcalde (disculpe que le diga señor, usted tan joven y tan del estilo fajardiano-fiquense, ese del vení pues hombe sentate y conversemos), siga así, señor, por cada papa una nube de gases y todo el ballet mecánico-militar de las fuerzas del desorden (fuerzas impotentes para sostener un verdadero orden, más aun para llegar a comprenderlo), por cada ruido haga saber quién es el que manda. ¿Se trata de una pre-declaración de pre-campaña? ¿Desde ya tan tempranito la nueva cara de una nueva seguridad, tan democrática como la otra?
Lo del jueves veinte de febrero no fue política, fue fascismo. Y en eso se resume el progresismo de los progre: tombos en la u.