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Venezuela: hoy es historia

Sin esconder la gravedad de la situación en Venezuela, este libro despeja el ruido de la desinformación. A continuación, algunos días del “Diario urgente de Venezuela” a modo de adelanto. Por Marco Teruggi*

En forma de diario, el relato reúne crónicas y análisis de la situación venezolana desde el pueblo, las comunas y el día a día. Las dificultades, que son reales, están descritas con una transparencia atrapante.

Día 1

Venezuela comenzó con forma de mar. Luego vino el aire espeso caribe y la luz que persiguen los locos. Llevaba conmigo una mochila, la valija de mi bisabuela, tres libros que pensaba indispensables, la certeza de estar en el exacto lugar donde debía estar. Iba en búsqueda de una mujer, un país, una forma de vencer el tiempo. Era enero de 2013, dos meses antes de que muriera Hugo Chávez.

Desde esos días hasta hoy, mayo de 2016, viví en dos casas, tres hoteles y perdí el apego a las cosas materiales, incluso los libros. Solo se salva el mate. Ahora vivo en una casa con diez personas, muchos internacionalistas, los pocos que no nos fuimos. Desde que llegué, mi oficio ha sido el de cronista; lo aprendí texto a texto, en la urgencia de contar tanta realidad que nunca se detiene, que se escapa, que logramos retener en partes, pequeñas en relación a la furia y la magia con que se suceden los días. Es tanto lo que no entra en un libro.

Es el momento más difícil de la revolución. Siempre se dice lo mismo, siempre es cierto. Nunca estuvimos tan cerca de pensar que podríamos perder el gobierno. Llevamos tres años con insurrecciones, sicariatos, paramilitares, contrabando, escasez y la derrota legislativa de diciembre de 2015. Un año venezolano parecen tres de otro país. Las colas son una imagen de cada día, desde el alba hasta el final de la tarde. Son para conseguir comida, remedios, artículos de higiene, cualquier producto a precio regulado. Voy cada semana a diferentes colas; vuelvo, como todos, con lo que consiga. Se compra según el último número de cédula, el mío termina en tres: puedo ir martes y sábados. Nunca pensé que sentiría tanta felicidad por comprar pollo, café, pasta, aceite.

Se ha instalado una cola permanente en la puerta del supermercado de la esquina de casa. Los vecinos esperan que lleguen camiones con alimentos a precio regulado por el gobierno. Es una pequeña sociedad con sus reglas, organizadores, miserias, y risas.

–¿Qué hay? –Pregunta un viejo ante la cola que no se mueve.
–Aquí lo que hay es ilusión y esperanza, chico –contestan dos viejas.
Se ríen.

Antes, en esa esquina había un toldo rojo que instalaba el chavismo para las elecciones. Se debatía sobre el socialismo. Ahora, cada vez más, se habla sobre el precio del arroz, la mantequilla, la pasta. En enero de 2013 era imposible pensar que estaríamos así.

No soy objetivo. Nadie pretende serlo en Venezuela, esté del lado en el que esté. Vine a ser parte de una historia y la defiendo. A veces recibo crosses, golpes al estómago, mastico piedras. Es parte de la apuesta, de jugarse. Tal vez algún día crea que ya no deba hacerlo. Ese día todavía no asoma. Asoman otras cosas, como preocupaciones por los asesinatos de chavistas. Ayer, por ejemplo, mataron de tres tiros a un camarógrafo de Ávila TV, un canal nuestro. Hace pocas semanas fue el turno de un alcalde del chavismo. Esas muertes suceden de manera semanal, son políticas. Pocos saben que ocurren, tanto dentro como fuera del país. Son el tiempo subterráneo.

Existe otro tiempo, de propaganda, declaraciones, amenazas públicas. En estos días el asunto es el referéndum revocatorio que la oposición busca activar contra el presidente Nicolás Maduro. El vicepresidente declaró que la derecha sabe que no le darán los tiempos para llevarlo adelante, que miente a sus seguidores. Capriles Radonski, dirigente opositor, twitteó que marcharán hasta las puertas del Consejo Nacional Electoral (CNE) en caso de no tener respuesta. La última vez que llamó a marchar, y fue escuchado, once chavistas resultaron asesinados. Fue el 15 de abril de 2013, cuando desconoció la victoria de Maduro como presidente.

Resulta difícil saber qué pasará esta vez. Probablemente nada. Vivir en Venezuela es tener la certeza de que algo grande, casi catastrófico, puede desencadenarse en cualquier momento. Uno se acostumbra, como a las colas, los horarios tempranos donde las nueve de la noche parecen las tres de la mañana, queda poca gente en las calles, y poca luz en muchas zonas por la emergencia energética. Esto de la costumbre es poderoso. Como el orden en el caos, los cotidianos que se rearman. Hoy lunes, por ejemplo, vuelvo del mercado cerca de casa. Compré frutas y verduras por cuatro mil bolívares. Eso costaba un pasaje de avión ida y vuelta a Argentina el año en que llegué. Preparo un jugo de sandía sin agregar azúcar, ya no se consigue.

Lo bueno de la crisis es que se come sano.

(…)

Día 90

Como un pez que recuperó agua luego de una asfixia prolongada. Así sentimos los días siguientes a la entrada en vigencia de las medidas. Cinco ceros menos, el salario de 5 millones a 180 millones, es decir 1.800, el equivalente a medio petro –30 dólares ya que el barril de petróleo cuesta 60–, una devaluación de 2900%, los precios que aumentaron comenzaron paradójicamente a guardar una relación con los ingresos y la gente salió a comprar masivamente. Fueron las primeras imágenes en todo el país, no faltaban mercancías, faltaba plata. El gobierno anunció haber llegado a un acuerdo con grandes empresas para regular precios en alimentos y productos de higiene. Lejos de un salario que alcance, lejos de la pulverización a la cual se había llegado.

Junto a eso vino el movimiento esperado, pedido: la fiscalización popular, la activación del chavismo. Las imágenes se multiplicaron en todo el país, el alcalde de Boconoíto salió con veinte personas a verificar los precios y terminó rodeado de mil; en La Pedrera se activaron la alcaldía junto a los Clap, consejos comunales, comunas, decomisaron, vendieron a precio justo; en Caracas fue filmado cómo una farmacia perteneciente a una gran cadena vaciaba las góndolas y el chavismo fue hasta la puerta a exigir que repusieran los productos y bajaran los precios; los motorizados salieron en caravana a recorrer comercios y fiscalizar. Así en cada pueblo, como si se hubiera esperado demasiado y ahora, al fin, con una lista de precios acordados, se pudo salir a pelear en ofensiva.

Los días de euforia inmediata tienen futuro incierto, el éxito de las medidas depende de muchas variables a la vez, algunas de las cuales no han sido totalmente anunciadas. Una de ellas es si el petro podrá efectivamente ser comprado en bolívares, lo que sería un mecanismo para arrinconar al dólar paralelo ya que se podría comprar una divisa más económica que serviría para comercio internacional, o para comprar dólares o euros. ¿Quién pondrá los dólares ahora que la ley de ilícitos ha sido levantada? ¿Quién abastecerá las 300 casas de cambio que serán abiertas? Deberían ser los privados nacionales e internacionales, ¿tendrán la voluntad y capacidad? ¿Serán acuerdos internacionales con gobiernos aliados los que permiten ese ingreso de dólares para una demanda insaciable? El gobierno firmó acuerdo con empresas privadas para la explotación de pozos petroleros. El petro comprado en bolívares parece imprescindible para estabilizar la moneda, disputarle terreno al dólar ilegal.

El equilibrio es inestable, los acuerdos de precios son con quienes han desabastecido, aumentado, apretado hasta la desesperación. ¿Respetarán los acuerdos económicos que son a su vez políticos? Una estabilización de la economía sería una estabilización del cuadro general nacional. Dependerá de la capacidad de gobierno, la institucionalidad, la presión popular en la fiscalización, la ganancia empresarial que esta vez se quedará con dólares del Estado a través de las materias primas que les garantiza el acuerdo firmado. Nunca pierden.

Las reacciones no se hicieron esperar. Los comerciantes aumentan precios, esconden mercancías, hacen lo que se preveía: jugar con los miedos inculcados por años de violencia económica, es decir el temor a no encontrar productos, mayor al de conseguirlos a precios hiperinflacionarios –que haya, aunque sea caro–. Por primera vez se logra que la culpa sea descargada sobre ellos, ya no se acusa de manera directa al gobierno por la situación sino que muchos señalan como responsables a comerciantes, bodegueros, transportistas. La pelota pasó de su lado, los grandes medios los muestran como víctimas de decisiones del régimen –el gobierno anunció el pago de la nómina de todas las pequeñas y medianas empresas para evitar que ese aumento recaiga sobre los precios–. La pulseada es diaria.

Mientras esa batalla se libra en las calles y los anaqueles, el frente internacional amplía su nivel de acción: Ecuador se retira del Alba, los EE.UU. mandarán un barco de ayuda humanitaria a las costas de Colombia para enfrentar, dicen, la situación de los migrantes venezolanos –Evo Morales denunció la acción–, y toma cada vez más fuerza la operación “crisis humanitaria” a través de la “crisis de los refugiados”. Tapas de diario, declaraciones de gobiernos, envío de la Fuerza Armada brasileña a la frontera con Venezuela, medios que cubren la ruta de los migrantes, el tema aumenta y aumenta, repite una matriz ya utilizada antes de acciones de fuerza norteamericanas en otros países. El senador republicano Marco Rubio anuncia que no descarta la intervención militar en Venezuela que es, dice, una amenaza para los EE.UU. Sostiene que las condiciones han cambiado. Preparan el escenario, la opinión, alinean a los gobiernos del continente. ¿Darán el paso? ¿Cómo será? Parecen más cerca. Por el momento asedian, no dejan descanso, buscan el ángulo del asalto.

Leo las noticias mientras estoy en mi cuarta hora de espera para retirar dinero en un cajero en Barinas. La distancia entre la geopolítica y el cotidiano de a pie es inmensa, y su relación es directa. El pueblo sigue con contadas unidades de transporte, pocas luces, poco efectivo, ya ha vuelto a comenzar el tráfico de dinero hacia la frontera –ofrecen 400%– y en algunos supermercados se ven colas de horas para comprar productos a precios regulados: medio kilo de café cuesta 60 bolívares de un salario de 1800, antes costaba 6 millones de un salario de 5 millones. La pelea inmediata se refleja en los precios.

Algunos plantean que las medidas pueden estabilizar la economía con muchas batallas mediante. Otros afirman que al contrario pueden acelerar el cuadro de crisis. Son la gran jugada del gobierno que nos dejarían con pocas cartas en caso de salir mal, de ahogarse en una nueva subida de precios y desabastecimiento. ¿Cuánto más podría aguantar la gente? Esta victoria económica es imprescindible, como lo fue la Asamblea Nacional Constituyente.

Vamos al rescate La Escondida antes de regresar a Caracas. Entrevistamos a los compañeros, nos muestran la siembra, cuentan las amenazas, el sicariato de Parra, los hombres que lo degollaron, le cortaron los testículos, se los metieron en la boca, filmaron todo. Una violencia paramilitar, una forma del horror que no es casualidad sino método para dejar la huella del terror. El terrateniente detenido está en Colombia, se espera su extradición. El rescate queda cerca del pueblo de Sabaneta, de Chávez. La situación agraria está en peores condiciones de lo imaginado, el Estado entregó insumos a destiempo, a veces no prestó ningún apoyo, la producción será baja dicen tierra adentro. La contradicción central no debe tapar a las demás, estratégicas. Venezuela no será salvada por las agroindustrias y los monopolios.

Conseguimos pasajes para ir a la capital. Caracas y la furia, Caracas y la magia. Barinas huele a calor húmedo, a sombra fresca, a un mundo conocido.

– – –

* Marco Teruggi, nació en París, Francia, en 1984. En 2013 se fue a vivir a Caracas, Venezuela, donde trabaja como cronista y periodista. En Colombia colabora con la Revista Lanzas y Letras.

Diario Urgente de Venezuela. Mañana será historia

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