La noción de “Gobierno Universitario para el Desarrollo”
Desde un punto de vista, el del pragmatismo, el problema del conocimiento termina convirtiéndose en el fundamento sobre el problema de la existencia. Por Tatiana Villamizar Morgado*.
La manifestación de los diversos grados de la vida de los individuos depende, en su mayor parte, del nivel de dominio que sobre la naturaleza hayan alcanzado éstos, durante el tiempo que tarda su experiencia por transformar su estado con relación al medio. Toda situación creada por el individuo, desde la participación en determinada actividad de la producción material hasta la confirmación de las leyes del desarrollo inherente de la realidad en su pensamiento, sea que se lleve a cabo bajo un discernimiento profundo o no, consciente o inconscientemente, es expresada bajo la forma del conocimiento. De ahí que, el conocimiento revista gran importancia para cualquier tipo de sociedad, no sólo por constituirse en un elemento insustituible del proceso de transformación de ésta, sino que, mediante él, el hombre a podido elevarse a escenarios excepcionales; llegando a ser la historia de todas las civilizaciones que han existido hasta nuestros días, en una palabra, la historia de la humanidad: la historia por alcanzar cada vez más la aprehensión del conocimiento. No obstante, ese conocimiento no revestiría el papel evolutivo que le es tan propio y que le ha permitido llegar a ser la herramienta y el determinante que hemos dicho de no gozar de la propiedad de ser transmitido.
Aquí hemos de decir que en torno al carácter de la educación y la manera como ésta es y ha venido siendo concebida, no existe, desafortunadamente, un consenso. A primera vista es realmente paradójico que en un aspecto de tanta trascendencia no exista acuerdo en torno siquiera a la esencia misma de la educación. Sin embargo, una actitud más escrutadora hace pensar que es precisamente aquella importancia la causa de tan diferentes pareceres. En lo que respecta a nosotros, la educación ha de ser el proceso de transmisión e incluso de impartición del conocimiento. Bien es cierto que tal punto de vista no es aceptado de muy buen grado en nuestros días, —se le considera demasiado práctico, demasiado elemental e inmediatista— con todo y eso es un punto absolutamente valido y respetable, por cuanto que hace referencia a algo que en cualquier sistema educativo es indispensable: la adquisición de una serie de nociones, por parte del sujeto, para su desempeño en el campo laboral, artístico, científico, entre otros.
Ahora bien, tales nociones hacen referencia al hecho de que el individuo pueda hacer propios, a partir de la experimentación, la actividad investigativa y el uso de la razón, las bases teóricas que cimientan el quehacer de determinada rama de la ciencia, como fusión necesaria entre la formación teórica y la práctica.
Teorías que se oponen a la evaluación del conocimiento como aspecto principal del proceso educativo sostienen que, antes que dar a conocer datos, lo verdaderamente importante es el desarrollo y ejercitación de la capacidad de razonamiento. Con respecto a ello nos limitaremos a decir que apreciaciones de este tipo conllevan el riesgo de pretender implantar un sistema de razonamiento, olvidando, de echo, que enseñar a razonar es, en la práctica, casi lo mismo que pretender enseñar a pensar; pasando por alto que el pensamiento necesita de una materia prima, la cual es naturalmente el conocimiento. En pocas palabras “subyace en una posición como ésta un tratamiento del conocimiento que no se sabe si es para ignorarlo o para manipularlo”[1]. No obstante, se hace necesario aclarar que tal concepción de la universidad y de la educación misma, como institución transmisora del conocimiento, no niega el desarrollo de la capacidad de análisis o el estímulo del razonamiento, por el contrario, tanto lo uno como lo otro, son el resultado del proceso de aprehensión, recolección, síntesis y asimilación de éste.
Pero una apuesta tan elevada por el conocimiento no puede más que ir sustentada, definitivamente por la más elevada calidad científica en los contenidos académicos que son impartidos y por una formación integral que va más haya de la inclusión en los pensums del área de ética y valores.
Con esto hemos terminado de esbozar un primer aspecto sumamente importante dentro del tema del gobierno de las instituciones educativas: el que éstas deben ser ante todo, instituciones en las que el conocimiento más avanzado de que dispone la sociedad sea transmitido a los elementos que la componen.
Un segundo aspecto, a juicio nuestro importante, del gobierno de las instituciones educativa superiores consiste en la necesidad de una educación superior nacional, soberana, y de carácter estatal. En este sentido nos inclinamos porque la totalidad de las instituciones universitarias posean una naturaleza pública. Bien es cierto, como lo demuestra en alguna parte Samolivich[2], que la universidad privada en América latina constituye fuente importante de innovación, por una parte, y por la otra que es la responsable de un buen porcentaje de los logros en cobertura, con todo y ello el principio que la sustenta es, indiscutiblemente, el de la sostenibilidad si no la ganancia y, por lo tanto dista mucho ésta de existir en función de la garantía de la prestación del derecho a la educación. En ese sentido, la existencia de instituciones de carácter privado se convierte en base de un sin número de problemas relacionados con el ahondamiento de la brecha social.
Un punto muy a favor de la necesidad de una educación superior pública es el que encuentra al Estado como único actor en capacidad de financiar una educación de alta calidad y cobertura universal, por cuanto que no está ligado en la misma medida que el sector privado a la lógica del mercado. Es un hecho que en el mundo existen universidades privadas de altísimo nivel, sin embargo, el costo de estas universidades dista mucho de estar al alcance de un porcentaje que valga la pena de la población mundial; así, lo que se puede ver a simple vista es que el costo de una universidad privada es directamente proporcional a la calidad de sus contenidos.
En tercer y último lugar encontramos como necesidad vital para el buen gobierno de la universidad la garantía de la autonomía. Para que la educación no se sustraiga en principios de una elementalidad diferente, al carácter científico, pues se trata ante todo de impartir la enseñanza en lo más avanzado del conocimiento; se hace necesario que ésta no se oriente con determinación a circunstancias eventuales, como por ejemplo el establecimiento de un gobierno absolutista el cual pudiera, decidir sobre los contenidos expresados mediante el ejercicio de la enseñanza o un modelo de economía como el que actualmente hace de la educación un negocio para venderla a quienes poseen la capacidad de compra. Consumando así la renuncia del carácter social y del sentido general, de interpretación de los problemas, ampliamente democrático que acompañe la educación
Ahora, entendiendo la educación, por su relación con el conocimiento como un producto social resultado de la experiencia social de los hombres, fácilmente siguiendo lo que decíamos antes que ésta (la educación) no debe ponerse en manos de puntos de vista particulares, sino por el contrario apoyarse en el conjunto de la sociedad quien debe decidir sobre su rumbo. Lo que significa que dentro de un país, la sociedad debe proponer los elementos del sistema educativo: sus preferencias, necesidades y los objetivos con los que se traza la política en esta materia de forma autónoma.
En conclusión: hemos esbozado con gran brevedad en las páginas anteriores, tres aspectos que consideramos importantes para el desarrollo de una política de gobierno de la universidades públicas; pero ante todo de la educación superior misma, tomando, incluso distancia de algunas posiciones un poco más reputadas, pero que al parecer nuestro omiten aspectos demasiado relevantes como para no ser tenidos en cuenta. En el presente documento hemos enunciado tres aspectos absolutamente necesarios para el buen gobierno de las universidades, entendiendo buen gobierno como el hecho de que exista un cuestionamiento acerca de lo que en verdad representa oportunidades de desarrollo para las naciones. En esa medida los tres aspectos consisten en:
- Una caracterización de la universidad de tipo esencial en cuanto a que la define por lo que es o, como mínimo, por lo que debería ser: una institución que se encargue de transmitir el conocimiento a la sociedad.
- Una caracterización en cuanto a lo que sería su carácter, es decir; el de una educación Pública y de carácter nacional.
- Una caracterización en cuanto a lo que debe ser su capacidad para decidir su norte.
Los tres aspectos conforman la condición por la cual una educación puede ser para el desarrollo y no para el subdesarrollo. Esto es una educación nacional, científica y democrática.
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* Tatiana Villamizar Morgado es filósofa de la Universidad Industrial de Santander.
BIBLIOGRAFÍA
- OCAMPO, José F. 2000. La educación Colombiana, medio siglo de imposiciones 1950-2000; Serigrafía ediciones, Manizales
- SAMOIVICH, Daniel. 2008. Senderos de innovación. Repensando el gobierno de las Universidades públicas en América Latina. Disponible en: http://www.universia.net.co/cres-2008/view-document-details/documento-664.html.
[1] OCAMPO, José F. 2000. La educación Colombiana, medio siglo de imposiciones 1950-2000; Serigrafía ediciones, Manizales
[2] SAMOIVICH, Daniel. 2008. Senderos de innovación. Repensando el gobierno de las Universidades públicas en América Latina. Disponible en: http://www.universia.net.co/cres-2008/view-document-details/documento-664.html.