A 205 años del natalicio de Friedrich Engels
El rescate memorioso de Engels tiene implicaciones directas en la comprensión del desarrollo del marxismo. Lo hecho por él corresponde con la más alta consecuencia del compromiso con la transformación de la realidad. Contra las conclusiones sencillas y apresuradas que lo ven como una contradicción de su tiempo, lo recordamos en su coherente totalidad. Un aporte de Juan David Gómez.
La semana pasada celebramos 205 años del natalicio de Friedrich Engels. Esta nota es un breve reconocimiento a su lugar en la historia del marxismo.
Sabido es que Engels no sólo contribuyó intelectual y políticamente a la fundamentación del marxismo sino también económicamente, gracias a la financiación del trabajo intelectual de Marx y su familia. Hijo de un industrial alemán, Engels gozó de una cómoda situación económica desde su infancia hasta el final de su vida.
La narrativa reaccionaria contemporánea ha tratado de desprestigiar a Engels juzgándolo de inconsecuente por conciliar en su vida un origen y modo de existencia burgués con una filosofía y praxis política tendientes a fundar la revolución comunista. Más que un insulto a Engels, evidenciar esta condición constituye un gran reconocimiento a su persona: Engels sería la muestra viva de que por determinantes que sean las condiciones materiales para la existencia, la conciencia que no se queda quieta y decide pensar más allá de sus particularismos puede ser más fuerte que el poder cegador del privilegio.
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Inquieto por la filosofía desde joven, pero obligado a continuar con los negocios de su familia, Engels llevó en su juventud una doble vida: cumplía con los deberes de la empresa paterna a la par que participaba de forma clandestina de las discusiones teóricas y sociales más influyentes de Bremen bajo el seudónimo de Friedrich Oswald. A los 20 años, con la excusa de prestar su servicio militar se mudó a Berlín donde se unió a los “jóvenes hegelianos”, un grupo de entusiastas filósofos que se disputaban la herencia filosófica de Hegel contra la interpretación oficial del Estado prusiano y contra ellos mismos. En este contexto participó también, sin matricularse nunca, en las clases de la universidad de Berlín de Friedrich Schelling, antiguo amigo íntimo de Hegel en la juventud y detractor frontal suyo en la madurez. Schelling había sido convocado por el rey de Prusia Federico Guillermo IV precisamente para barrer la “semilla del dragón del hegelianismo” en los jóvenes estudiantes. Pero, relata Engels, Hegel, muerto hacía ya diez años, seguía más vivo que nunca, mientras Schelling, en pie y dueño al fin de la cátedra, había muerto filosóficamente ya hacía más de treinta años. Junto a Engels estaban sentados personajes tan ilustres como Jacob Burckhardt, Mijaíl Bakunin y Søren Kierkegaard. Todos ellos herederos sui generis de Hegel y escépticos ante Schelling.
Cuando el padre de Engels se enteró de las andanzas de su hijo, quiso separarlo de la vida en Berlín y responsabilizarlo de los negocios de la familia. Como si de una tragedia griega se tratara, donde el personaje encuentra su destino en el camino que toma para evitarlo, Friedrich Engels padre envió a su hijo a las factorías de Inglaterra para que se apersonara del funcionamiento del negocio familiar, propiciando así que su hijo diera el paso del idealismo filosófico al materialismo.
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Una vez en Manchester, Engels conoció las formas de vida de los obreros de las fábricas textiles. Lo conmovió particularmente conocer sus condiciones de existencia: las extenuantes jornadas laborales, las comunes amputaciones de falanges, dedos o miembros enteros por las máquinas; el acoso sexual y chantaje constante al que estaban sometidas las obreras por parte de sus empleadores; el sometimiento de niños obligados a manipular los hilados por las finas proporciones de sus manos; aires totalmente asfixiantes y viviendas tan estrechas y hacinadas que obligaban a sus inquilinos a encorvarse para poderlas habitar. Un riguroso análisis etnográfico de su experiencia lo presenta Engels en el libro La condición de la clase obrera en Inglaterra [1845].
Fue Mary Burns, una proletaria irlandesa de la cual Engels se enamoró y con quien compartiría su vida hasta la temprana muerte de ella en 1863, quien le presentó a Engels la Manchester de los trabajadores: “Mary Burns fue su Perséfone, la que lo llevó de la mano y enriqueció la apreciación que él tenía de la sociedad capitalista” (Hunt, 2009, p. 102). El Manchester de los industriales y el Manchester de Mary Burns —comenta Tristam Hunt—, ejercieron para Engels una profunda influencia en su transición personal de la filosofía a la economía política.
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Fue de hecho Engels quien introdujo a Marx en el estudio de la economía política y al contacto profundo con el movimiento obrero (Krätke, 2020, p. 13). Un año antes de publicar La condición de la clase obrera en Inglaterra, publicó en los anales Franco-Alemanes —revista de número único editada por Marx y Arnold Ruge— su Esbozo para una crítica de la Economía Política [1844]. Marx había tenido un primer encuentro no muy grato con Engels en 1842, pero la contribución a la revista lo sorprendió positivamente calificándola de “genial esbozo” (2008, p. 6). Una vez publicado el número, Engels leyó también el artículo de Marx Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel. Introducción cuyo tratamiento del problema de la enajenación en el plano político le resultó definitorio para comprender el destino del hegelianismo. Con motivo de la publicación de la revista, Engels y Marx iniciaron una correspondencia. En 1844 Engels visita personalmente a Marx en París e inician desde entonces una amistad que, contada hasta la muerte de Marx, duraría cuatro décadas; aunque, si seguimos la perspectiva de Paul Lafargue, el yerno de Marx, el final de esta amistad se extendería un poco más de una década, con la muerte de Engels, pues éste, en los doce años que le sobrevivió a Marx, continuó el diálogo y el proyecto con su amigo.
Según relata Marx, el proyecto conjunto con Engels de fundar la nueva concepción materialista de la historia, nace luego de su reencuentro en Bruselas en la primavera de 1845. El producto de este trabajo conjunto no pudo publicarse estando en vida los autores por dificultades del editor —se trata de la obra que hoy conocemos con el título de La ideología alemana, publicada sólo hasta 1932 gracias al trabajo editorial de David Riasanov—. Marx aclara que la publicación fallida del manuscrito no fue un problema para ambos autores pues el objetivo principal de la obra era comprender ellos mismos la cuestión. La tarea estaba ya cumplida: Marx y Engels habían “saldado cuentas” con su “vieja conciencia filosófica” y habían inventado juntos una nueva manera de comprender el mundo, por lo que el manuscrito bien podía quedar librado “a la roedora crítica de los ratones” (Marx, 2008, p. 6).
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Durante la segunda parte de la década de 1840, Marx y Engels fueron vecinos en París, Bruselas y Mánchester. En esta época produjeron obras tan memorables como La Sagrada Familia y el Manifiesto comunista. Lastimosamente las cosas políticamente no salieron como los autores esperaban. Las revoluciones europeas de 1848 fracasaron y con los fracasos vinieron también los señalamientos y persecuciones políticas para ambos, pero sobre todo para Marx, quien además tenía a su cargo el sostén de su esposa Jenny y sus tres hijos.
Luego de ser corrido de varias ciudades, Marx y su familia logran instalarse en Londres en el 49. Para entonces nació el cuarto hijo. Esta fue la época de mayores dificultades económicas. Los trabajos periodísticos que le habían generado algunos ingresos a Marx en otro tiempo, ahora escaseaban y la persecución le dificultaba conseguir algún ingreso nuevo. La vivienda que lograron conseguir era un sótano lleno de humedad que le causó múltiples enfermedades a la familia. Guido, el niño recién nacido, murió a causa de una enfermedad respiratoria y luego le siguieron su hermana Franziska y su hermano Edgar. Fue una época de auténtica miseria para la familia Marx. Por esta misma época, los padres de Engels le hicieron saber que no lo financiarían más si insistía en divulgar ideas y principios “pecaminosos” (Hunt, 2009, p. 186), pero lo instaron a volver a los negocios familiares para que ganara su propio dinero y ayudara a la familia a administrar la empresa. En este punto, Engels tomó una decisión trascendental: tomar parte activa en la firma Engels & Ermen no solo para hacerse cargo de sí mismo sino, ante todo, para financiar económicamente el trabajo de Marx y la causa proletaria. Fue así como los 19 años siguientes Engels se dedicó mayoritariamente a atender su empresa en Mánchester.
La misma narrativa que presenta a Engels como un burgués que habló toda su vida del comunismo mientras gozó de los privilegios del capitalismo insiste también en presentar a Marx como un mantenido que prefirió dejar morir a su familia de hambre antes que trabajar. Nada más lejano a Marx que la imagen de vago, egoísta e irresponsable que el moralismo burgués le quiere endilgar. Marx fue un hombre comprometido con su situación. La muerte de sus hijos fue producto no de su irresponsabilidad sino del hambre y la asfixia a la que sus enemigos lo sometieron a él y a su familia. Trabajó de manera incansable a lo largo de su vida, sacando adelante un proyecto encaminado a mejorar las condiciones de vida no sólo de él y los suyos sino de la mayor parte de la humanidad. Lo que los reaccionarios de su época y de la nuestra no le perdonan a Marx no es que no haya trabajado, sino que lo haya hecho de forma tan sistemática y comprometida en contra del capital y no de forma asalariada en una fábrica.
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Al modo de ver de Engels, la financiación de Marx fue la mayor contribución que pudo hacerle a la causa proletaria. No obstante, mucho más que camaradas de esta causa, Engels y Marx fueron amigos. En junio de 1869, Engels se retiró de la compañía vendiendo su parte de la sociedad y se mudó de Manchester a Londres, a un par de calles de la casa de Marx. Luego de esta reunión, Engels y Marx no se separaron nunca más. Siegfried Kracauer señala que la camaradería es un sentimiento profundo de compañerismo marcado por una meta compartida; un sentimiento que implica esfuerzos y acciones encaminadas a la consecución de esa meta común. Pero un sentimiento profundo de camaradería no garantiza la amistad. La amistad está determinada por una “fuerza atractiva interior”, por una “afinidad espiritual” (Kracauer, 2018, p. 22). La camaradería vincula a los camaradas a la meta común, la amistad vincula a los amigos entre sí. Lejos de tratarse de una relación instrumental, Engels era para Marx un apoyo vital. Así lo relata Lafargue en sus Recuerdos de Marx:
Marx ponía la opinión de Engels sobre todas las demás, porque este era el hombre que Marx consideraba como el único capaz de ser su colaborador. Engels era para él todo un público. No había para Marx trabajo más penoso que persuadirle y ganarle a sus ideas. Le he visto revolver libros y buscar en algunos, de cabo a rabo, hasta encontrar los hechos que necesitaba para modificar la opinión de Engels sobre un punto secundario, que después he olvidado, de la cruzada de los albiguenses. Conquistar la adhesión de Engels era un triunfo para él (2007, p. 476).
De más está decir que Engels y Marx eran camaradas, que tenían un proyecto político que los convocaba al trabajo conjunto; hay que insistir también, por la humanidad del marxismo, en que su relación no era solo externa sino genuinamente interna. En contra de quienes insisten en presentar a Engels como un mecenas de Marx, es necesario destacar esta dimensión filial de los fundadores del marxismo. Lenin en su semblanza de Engels sostiene que “el proletariado europeo tiene derecho a decir que su ciencia fue creada por dos sabios y luchadores cuyas relaciones mutuas superan a todas las emocionantes leyendas antiguas sobre la amistad entre los hombres” (1974, p. 171).
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Luego de la muerte de Marx, Engels siguió estando a la altura de su relación con él: editó y concluyó los tomos faltantes de El Capital y algunas otras obras menores, y desarrolló la línea investigativa abierta por aquél con contribuciones propias en otros campos del saber. Próximo a cumplir los 70 años, Engels pudo ver reunificado al movimiento obrero inglés luego de 40 años de derrotas y tensiones internas. Más de doscientos mil trabajadores y trabajadoras se reunieron en Londres en el Hyde Park el 4 de mayo de 1890 para el desfile del Primero de Mayo. En el evento, Engels fue aplaudido y ovacionado durante largo tiempo y reconocido como líder del movimiento. Engels conoció en su vejez una gloria que Marx no alcanzó a ver en vida. Con todo y su gesta, Engels se negó a reclamar para sí el mérito que, a su juicio, le pertenecía enteramente a su amigo. A propósito de la formulación marxismo-engelsianismo que empezaba a hacerse común ya en su época, Engels protestó diciendo:
Últimamente, se ha aludido con insistencia a mi participación en esta teoría; no puedo, pues, por menos de decir aquí algunas palabras para poner en claro este punto. Que antes y durante los cuarenta años de mi colaboración con Marx tuve una cierta parte independiente en la fundamentación, y sobre todo en la elaboración de la teoría, es cosa que ni yo mismo puedo negar. Pero la parte más considerable de las principales ideas directrices, particularmente en el terreno económico e histórico, y en especial su formulación nítida y definitiva, corresponden a Marx. Lo que yo aporté —si se exceptúa, todo lo más, dos o tres ramas especiales— pudo haberlo aportado también Marx aun sin mí. En cambio, yo no hubiera conseguido jamás lo que Marx alcanzó. Marx tenía más talla, veía más lejos, atalayaba más y con mayor rapidez que todos nosotros juntos. Marx era un genio; nosotros, los demás, a lo sumo, hombres de talento. Sin él la teoría no sería hoy, ni con mucho, lo que es. Por eso ostenta legítimamente su nombre (1974, p. 380).
En una carta dirigida a Johann Philipp Becker un año después de la muerte de Marx, escribió Engels que al lado de Marx le había correspondido a él el papel del “segundo violín”. Pese a que, como dijo Wilhelm Liebknecht, luego de la muerte del amigo “demostró que también podía ser el primer violín” (Hunt, 2009, p. 318), Engels nunca pretendió asumir ese lugar. Fue un hombre de gran entereza en su vida y una plena conciencia de su valor: sabía que ser el segundo violín en la fundación del movimiento en nada cuestiona la horizontalidad que había construido en la relación con su amigo; sabía también que financiar económicamente el trabajo de Marx y la lucha proletaria, lejos de ser una contradicción era la forma más consecuente de acción.
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Engels nunca dio importancia a la crítica filistea que lo exhortaba a renunciar a su privilegio y vivir como uno de los proletarios que trabajaban en la compañía de su familia. Con esto, a lo sumo, habría calmado su culpa burguesa particular, pero habría sido impotente ante la estructura de la opresión. Por esto mismo, su vía tampoco fue exhortar a los burgueses como él a ser mejores personas y dar salarios más altos a sus empleados, al estilo de Robert Owen; si bien estas acciones pueden ser encomiables en principio, sus efectos no salen de la esfera del voluntarismo: amortiguar en algún grado la miseria de unos cuantos trabajadores y acrecentar la estima moral del empleador. Engels fue un revolucionario: lejos de pretender abolir su privilegio burgués a escala personal, dedicó su existencia a abolir el privilegio de toda la clase burguesa de vivir a expensas de la clase trabajadora.
Lo que los reaccionarios de su tiempo y del nuestro no le perdonan a Engels no es haber sido un burgués con ideas comunistas, es haber sido un traidor de clase: que en lugar de haber renunciado a su privilegio lo haya puesto al servicio de la revolución, que en lugar de limpiar su conciencia particular haya decidido contribuir a dignificar la condición material de la humanidad. Por eso ellos lo desprecian, por eso nosotros lo recordamos.
Notas
Engels, F. (1974). Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana. En: K. Marx & F. Engels. Obras escogidas (Tomo III). Progreso.
Hunt, T. (2009). El gentleman comunista. La vida revolucionaria de Friedrich Engels. Anagrama.
Kracauer, S. (2018). Sobre la amistad. Las Cuarenta.
Krätke, M. (2020). Friedrich Engels. El burgués que inventó el marxismo. Bellaterra.
Lafargue, P. (2007). Recuerdos personales de Carlos Marx. En: Textos escogidos. Ciencias Sociales.
Lenin, V. (1975). Federico Engels. En: Obras escogidas (Tomo I). Progreso.
Marx, K. (2008). Contribución a la crítica de la economía política. Siglo XXI.
Autor:
Juan David Gómez Osorio. Docente del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia. Miembro del GI. Investigaciones Filosóficas y Sociales sobre el Cuerpo (IFSC). Miembro del Colectivo Momento de Síntesis. Creador del café-taller filosófico “Lo propio en lo extraño”
